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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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La estafa romántica

El regreso pop de los noventa hace estragos en las colecciones de Calvin Klein, con sus pantalones bajos de cintura y sus blancos nucleares, o de Céline, monocromáticas y calzadas planas. Es un retro que huele fresco, porque los noventa aún están en el descansillo de la memoria, jaleados por este revival que evoca el aerobic de Cindy Crawford y las series de televisión cosidas de chistes blancos sobre los enredos de la vida familiar, como Madres forzosas ?secuela femenina de aquellos Padres forzosos que emite Netflix y es un filón?. Aunque fueran años divertidos, algo sonámbulos, buenos jinetes de la tecnología, drogatas sofisticados, estetas a ritmo del Freedom de George Michael, si algo relamió de verdad esa época fue la apología de un romanticismo inspirado de la forma más perversa posible en la factoría Disney. No podía ser de otra forma, Pretty woman se estrenó en 1990: la Cenicienta se convertía en putilla, y el príncipe era un yuppie Richard Gere que consumía sexo de pago, instruía a la chica asalvajada y, cada vez más entregado a su escort, le daba la tarjeta para ir de compras por Beverly Hills. Una secuencia inolvidable porque le ponía rostro a un vil deseo que, secretamente, sentían muchas mujeres. Las comedias románticas han ensuciado, un poco más si cabe, los paños del amor. Mientras se hincha la burbuja del love coaching ?psicólogos que te ayudan a preparar una cita o a no cometer los mismos errores con una y otra pareja?, leo un interesante artículo en The Atlantic sobre cómo muchas comedias románticas, aparte de tontas y cursis, acaban dando lecciones emocionalmente dañinas. Y de forma más exacerbada para las mujeres, cuyo disco duro aún mantiene intacto el ideal del amor de película. No sólo emborronan la realidad sino que llegan incluso a normalizar comportamientos como el acecho o los celos, primeros signos del maltrato, haciéndolos parecer una etapa habitual del romance. Así se desprende de un estudio realizado por Julia Lippman, de la Universidad de Michigan. A un grupo de 426 mujeres se les proyectaron los resúmenes de seis comedias románticas, con hombres que persiguen a una mujer, a los que se representa de manera encantadora, como en Algo pasa con Mary (1998), o amantes que logran aterrorizar a la protagonista, tipo Durmiendo con su enemigo (1991). A las cobayas humanas del estudio les parecieron estupendas: les tocaron emocionalmente. Tanto que acabaron aprobando el mito y aceptando que el enamorado sea un psicópata. No se puede condenar moralmente la ficción, ni siquiera la mala, pero cabría cuestionarse los motivos de la oferta y demanda de ese romanticismo noventero que perpetúa roles sexuales y eleva el nivel de tolerancia ante una serie de tics dudosos entre dos que se quieren: aquello que muchas jóvenes siguen confundiendo con amor y no es nada más que control. (La Vanguardia)

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7 de marzo de 2016
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Elegancia insumisa

El péndulo de la vida la llevó de las tierras minadas por las que trataban de huir los judíos y otros perseguidos por los nazis, donde salvó a un soldado moribundo y fue herida por las balas, hasta las exquisitas boiseries de los despachos con buena calefacción en los que gobernó como directora de Vogue Paris durante dieciséis años, inspiradora y visionaria de una moda a punto de parir a Saint Laurent y a Karl Lagerfeld. Acaso sea una manera sensacionalista de introducir la vida de esta periodista y escritora ?premio Goncourt 1966 y autora del libro más brillante sobre Chanel, L?irrégulière, ou mon itinéraire Chanel? que falleció hace un mes y medio con 95 años y una vida formidable. Porque en verdad Charles-Roux fue una revolucionaria con perlas que alternaba el lirismo con los tacos. De orígenes acomodados, de Neuilly-sur-Seine, la periferia más lamida de París, pertenecía a una familia de ricos fabricantes marselleses de jabones y aceites. Su padre, François Charles-Roux, diplomático y miembro del Instituto de Francia, fue también un próspero hombre de negocios (el último presidente de la compañía del Canal de Suez). Nada más estallar la Segunda Guerra Mundial, y aunque fuera un gaullista convencido, sirvió al régimen de Vichy durante unos dubitativos meses, hasta dimitir. Ella, idealista y justiciera, se enroló en la Resistencia. En Francia existe una indócil tradición de hijos que se revuelven contra sus orígenes patricios ?de Louis Malle a Hervé Bazin?, y la joven Edmonde fue un buen ejemplo en femenino. Recibió la Cruz de Guerra y la Legión de Honor en 1945, por su coraje como enfermera, pero al terminar la contienda las familias bien la miraban con un mohín precavido, como si apestara a cloroformo y comunismo. Pasó de repartir el correo en la redacción de la revista Elle a recibir la oferta de dirigir Vogue. Convocó a grandes fotógrafos y les instó a que utilizaran la moda como coartada para componer y crear historias visuales de gran calidad, desde Guy Bordin a Avedon, pasando por Irving Penn. Abundando en la tradición literaria de las revistas de moda o femeninas ?por las que pasaron J.L. Borges, Oscar Wilde, Stéphane Mallarmé o Sylvia Plath?, puso a escribir en las páginas de Vogue a Roland Petit o Colette, hasta erigirse en juez y parte de una corriente ética y estética que en los años sesenta empezaría a desnudar a las mujeres. Amiga de Coco Chanel o Isabelle Eberhardt, y tan contradictoria entre exquisitez e ideología, al estilo de Marguerite Duras, nunca quiso tener hijos y se sintió cómoda llevando la contraria, protegiendo su independencia sentimental e intelectual. ?Me convertí en una persona abominablemente libre?. En 1973, con 53 años, camino de una década después de su despido en Vogue ?por haber querido publicar en portada una modelo negra (algo que no sucedería hasta veinte años más tarde, con Naomi Campbell)? Edmonde se casó con Gaston Defferre, alcalde de Marsella y posteriormente ministro del Interior de Miterrand. ?Un político es un hombre de acción, por ello es tan útil y enriquecedor tener al lado a alguien que te invita a la reflexión, alguien intelectual, crítico, honesto?, decía Defferre a la televisión francesa sobre su mujer. Mitterrand se rindió ante ella, y la convirtió en una de sus máximas asesoras, sobre todo con su hierro literario. Dice de ella el académico Marc Lambon que no tenía frío en los ojos, que amaba La arlesiana de Bizet y los vestidos de Lacroix, que detentaba una fidelidad de estatua. Fue una pasajera de la gran vida ?presidenta de la Academia Goncourt desde 2002, recibió innumerables homenajes y el reconocimiento de sus compatriotas?, pero nunca dejó de sentirse como un polizón a bordo. Nueva chica Mango / Liu Wen Aún resuena la reivindicación de afroamericanos y latinos en la última gala de los Oscar a fin de conjurar el cánon ortodoxo, occidental y blanco, pero ¿y los asiáticos? A pesar de su ascendencia global, son pocos los nombres mediáticos y menos en la pasarela. En su creativa apuesta en hacer campaña de una tendencia cada mes, Mango reivindica en marzo el Soft Minimal que encarna su nueva modelo: una mujer de ojos rasgados y espíritu slow, la top oriental Liu Wen, tan dulce como magnética. Afrontar el cáncer / Gloria Vergés Desde que se creó la Fundación Ricardo Fisas ?el fundador de Natura Bissé?, enfocada a los tratamientos de estética oncológica, se ha atendido ya a más de 1.200.000 personas (en 3.500 hospitales de 24 países). Abordar los efectos de la quimioterapia forma parte de la misión que encabeza Gloria Vergés, viuda de Fisas, una mujer que desborda humanidad y carisma, y que consigue mejorar la vida de tantas mujeres sin recursos a base de un compromiso firme, y sin megáfonos. Visión y lujo / Enrique Loewe Knappe En España viven más de catorce mil centenarios, y Enrique Loewe Knappe, con sus 103 años, era uno de ellos. El hombre que impulsó uno de los pilares más lujosos de la marca España, el que apostó por la artesanía exquisita y los curtidos al acabar la Guerra Civil inaugurando la icónica tienda de la Gran Vía madrileña, ha fallecido esta semana. En los ochenta devolvió a España su nombre en la moda, aunque después sus herederos llevarían el made in Spain al holding de lujo de LVMH. Genio y figura. (La Vanguardia)

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5 de marzo de 2016
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Los visones de Serrano

En Madrid sabes que ha llegado el frío cuando las mujeres de Serrano sacan el abrigo de visón una mañana de sábado. Los ves de lejos, pero hueles la naftalina e incluso sientes el tacto del plástico que protege su brillo mórbido e informa acerca de la excepcionalidad de su pelo, que tanto enfurece a los ecologistas (y de cuya manufactura se leen relatos verdaderamente cruentos, empezando por los 60 visones necesarios para confeccionar un modelo). Un aguijón anacrónico te atraviesa ante el desfile de esos buenos abrigos que florecieron en la España del pelotazo, la misma que se enjoyaba como los faraones en sus sarcófagos, aunque siempre haya sido de dudoso gusto ponerse el juego de pendientes, collar y pulsera completo, tanto como lucir diamantes antes de los cuarenta. El lujo añejo del visón mullido es rancio e incluso ridículo: son parduzcos, a menudo bicolores, no como los de la Benarroch, que llevan el pelo por dentro, igual que si fuera un secreto ?en aquellos inviernos socialistas los lucía la gauche de la bodeguilla, que se descocaba en Lucio con música de Julio Iglesias?. Hoy las pieles chocan estrepitosamente con la funcionalidad estética poscrisis. Algo parecido a lo que los anglosajones denominan overdressed: vestirse demasiado cuando tocaba ir informal, con capucha, plumón o parka. Pero, con todo, el acto de sacar el abrigo más caliente del armario da fe de un tiempo en el que los inviernos eran más largos y rigurosos. Cuando el frío de la infancia se representaba con una ráfaga de viento cortante que abría de golpe la ventana y nos apretaba dentro de las sábanas heladas. Hoy el frío, como el lujo, se ha desjerarquizado. En Navidad algunos llevaban manga corta, y ahora, a punto de descorchar la primavera, ya con las coreografías de los pájaros migrantes pintando el cielo, la nieve cae y los chicos la graban a cámara lenta, como en el cuento de Joyce. Las estaciones se alargan y el invierno tardío retrasa la venta de las nuevas colecciones. La atemporalidad se ha instalado en los ciclos del mercado, de la misma forma que la simplicidad ennoblecida por los buenos tejidos marca tendencia. Se impone una estética nórdica, limpia, sin cascabeles. Nos hemos ido quitando capas; ?de cebolla no, de alcachofa?, me dice mi amiga Silvia. En cuanto al lujo, su acepción contemporánea va más allá de la etiqueta y del valor para marcar la diferencia, porque la distinción se alcanza hoy con la experiencia. La ostentación se ha reconvertido en lujo efímero, transitorio: el que se ha quitado oro de encima, el que no tiene miedo ni tiempo a envejecer. Lo contrario al de esas señoras de Serrano, que en el Madrid de Carmena se ponen el visón y diez años encima. (La Vanguardia)

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2 de marzo de 2016
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Política de salón

Qué lejos estamos de aquella visión que inmortalizó Churchill de las nutritivas propiedades de la charla: ?Una buena conversación debe agotar el tema, no a los interlocutores?. Justo lo contrario de lo que hacen nuestros políticos, que nos han dejado exhaustos a todos con tanto eslogan lanzado como un bumerán mediático, aparte de los recados que se han ido enviando a través de los medios de comunicación. Estos han ejercido de saltimbanquis informativos al recoger sus maquiavélicas estrategias: un día blanco y al otro negro, un día pacto y al otro negociaciones rotas, en un tira y afloja propio de un puñado de adolescentes egotizados. Poco han hurgado bajo las palabras solemnes en el gran asunto que les incumbe: gobernar. La capacidad de hallar corrientes propicias en un mar tempestuoso ha sido uno de los grandes logros de la condición humana y de su hechura intelectual. Benedetta Cravieri sostenía en La cultura de la conversación ( Siruela) que las personas ilustradas, frente a una gran crisis de valores, necesitaban buscar nuevos puntos de referencia plegando la filosofía, la moral, la política o la economía a una forma dialéctica y narrativa. Pero también advertía: ?La gente de mundo se muestra maravillosamente omnívora, pero la conversación es un arte, y sus contenidos acaban siendo sepultados?. La gran conversación, la plaza y el café concurrido con notas escritas en la servilleta de papel han desembocado hoy en la red, en los 140 caracteres y los ?me gusta?. En España nunca fuimos capaces de reproducir esa tradición francesa que todos ?por separado? nos hemos acostumbrado a admirar: la conversación de trago largo, la de los salones literarios y los cafés existencialistas, la polémica servida en cápsulas ingeniosas y lúcidas. Esa mezcla equilibrada de ligereza y profundidad, de elegancia y gusto, de apología de la/mi verdad desde el respeto de la opinión ajena. Aquí nos cuesta conversar y discutir. A menudo nos incomoda la presencia del otro cuando piensa diferente y nos coloca en situaciones descorchadas que no sabemos gestionar. ?Sabes que siempre estoy a tu disposición?, le escribió Mariano Rajoy a Albert Rivera en una carta digna de un ejercicio de comentario de texto por la oralidad de su registro, demostrando que el descrédito y la pereza se han convertido en los más fieles enemigos de la comunicación enjundiosa, profunda. Recientes estudios aseguran que la conversación de cortesía ?en el ascensor, una inauguración o un taxi; la que los anglosajones denominan muy gráficamente small talk?, con fama de trivial, formulística y por lo general aburrida, es, en cambio, ?un lubricante social crucial, tan valioso como el vino o la risa?. La que no brota entre nuestra clase política, incapaz de ejercer la dialogante diplomacia para encontrar una salida digna a este marasmo que restaure la credibilidad hispánica. (La Vanguardia)

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29 de febrero de 2016
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Rita Hayworth: la vida sin guantes

Su belleza la condenó desde niña, cuando su padre, el bailarín sevillano Eduardo Cansino, la obligó a vestirse y maquillarse como una cabaretera con doce años. Le prohibía que le llamara ?papá? en público, y, a puerta cerrada, abusaba de ella, incluso llegó a ofrecerla a cambio de bolos. La herida quedó abierta. Un estigma del que Margarita Carmen Cansino Hayworth (Nueva York, 1918) difícilmente se liberaría. Acaso el precio que debía pagar por poseer tan arrebatadora belleza. Su cuerpo era como un dibujo de Vargas: pechos grandes, piernas largas, curvas suaves y rotundas; sus rasgos alcazaban la perfección, el mentón distinguido, los pómulos helénicos, un rostro ávidamente femenino, sin ñoñería, y una mirada que absorbía tan finamente el dolor o el amor como el espanto. El derecho de pernada siempre estuvo muy consolidado en Hollywood. Y la joven Rita tenía que zafarse de los continuos asaltos de machos poderosos. Se casó con su descubridor, Edward Hudson, que la hizo adelgazar, le tiñó la melena de naranja y le hizo depilar los cabellos de la frente para agrandársela. Cuando se hastió de ella la obligó a prostituirse. Vendrían otros. El mandamás de Columbia, Harry Cohn, la convenció de oscurecer su latinidad y rebautizarse, acosándola hasta la extenuación. Adoptó el apellido de su madre, Volga Margaret Hayworth, bailarina del mítico Ziegfeld Follies, y así nació Rita Hayworth: con la luz cegadora de los focos sobre el cartel, braceando por zafarse de sus amos en la vida real. ?¡No ha habido una mujer como Gilda!” rezaba la publicidad del clásico, del que se cumplen setenta años de su estreno, y ella, que hasta entonces solo había mostrado sus habilidades dramáticas en “Solo los ángeles tienen alas?, junto a Cary Grant y Jean Arthur, le daría vida. La película la convertiría no solo en mito erótico, también en icono popular de una época: su “Put the Blame On Mame” con aquel memorable palabra de honor satinado negro y los guantes hasta los codos que desencadenaron una epidemia de imitaciones, sentó las bases del strip-tease. Por mucho que nadie llegara a ver el de Gilda. Pero su insinuación era infinita, y acaso por ello, por su capacidad perturbadora, la Iglesia Católica la consideró en España “gravemente peligrosa?. Por entonces ella había sucumbido al cortejo del niño mimado de Hollywood, Orson Welles. Se casó con él. Les llamaban ?la bella y el cerebro?, y decían que él estaba obsesionado con la actriz, más que con la mujer que la habitaba. En aquellos años ella dijo aquella frase célebre: ?Todos los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo?. Aún les daría tiempo a rodar una película juntos antes de divorciarse, “La dama de Shanghai?, un fracaso comercial, como acostumbra a ocurrir con las obras de arte. Rita se retiró del cine para casarse con el príncipe iraní Ali Khan, aunque su maldición con los hombres volvería a cumplirse: el matrimonio no llegó a los cinco años. Regresó a Hollywood, pero nada sería igual, en adelante persiguió sin suerte la sombra de Gilda, mientras iba perdiendo la cabeza. La fotografiaron despeinada, medio ida. Alcohólica sin retorno, sentenciaron. Hasta que sus ataques de ira y sus lapsus de memoria fueron diagnosticados como Alzheimer. Fue una de sus primeras víctimas famosas, y contribuyó a ponerle cara a la enfermedad. Aquella bella mujer que encumbró una expresión sensual y cimbreante de la feminidad, de la que abusaron en su juventud, que tuvo cinco maridos fugaces, que alcanzó la corona de icono del cine mundial, murió en su casa de Nueva York sin saber quien era. Y todo pareció desgraciado, pero también hermosamente real por la manera en que seguimos adorando su melena ondulada y rojiza. Siempre sorprendente / Paulina Rubio

A finales del pasado enero lanzaba “Si te vas”, single adelanto de su nuevo álbum; ya le ha puesto fecha a su vuelta a los escenarios ?junio?; y acaba de anunciar que está escribiendo unas memorias, quizá pensando en el proverbio chino: “la tinta de color más pobre vale más que la mejor memoria”. Y todo eso estando de baja prematernidad. Habrá quien piense que es tarde para volver a ser madre y pronto para autobiografías, sin reparar en que “la chica dorada” siempre sorprende. Cantar y olvidar / Natasha Kampusch

El suyo es un nombre extrañamente grabado en nuestro cerebro, por la combinación de la noria fricativa de su pronunciación con la aterradora historia de su década de cautiverio en manos de un psicópata obsesionado con ella. Hace unos años escribió un libro intentando librarse de aquella experiencia tétrica, fue un bestseller y se llevó a la gran pantalla. Pero no debió ser suficiente. Ahora canta junto al grupo alemán SAG7 ?Forget you? (Olvidarte). ¡Ojalá lo consiga! Entusiasmo a Milano / Alessandro Michele

Milán vuelve a ser la capital mundial de la moda estos días, y uno de sus cortesanos más observados ha sido el diseñador Alessandro Michele, director creativo de Gucci. Pocos le conocían hace un año, cuando fue elegido para sustituir a Frida Giannini al frente de la marca de lujo italiana, y ahora se aplaude con fervor la deslumbrantemente colorida ?y monocroma? colección que acaba de presentar. Ni Dario Renzi se lo perdió. Y es que Michele está llamado a grandes cosas, quizá porque es consciente de que, como dijo Dior, ?no hay belleza sin entusiasmo?.

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27 de febrero de 2016
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?Histeriquear?

Rajoy ha puesto, una vez más, el dedo en la herida abierta, y ha pedido al PP valenciano que no caiga en ?la histeria?, que es precisamente el estado en el que ha estado sumido durante años: una permanente excitación nerviosa salpicada de cambios de humor, exhibicionismos de todo tipo y convulsiones judiciales, incluidas las parálisis falleras y los sofocos de vergüenza ajena. Cuántas generaciones de mujeres tuvieron que sobreponerse a la maledicencia cuando se las acusaba de ese mal supuestamente derivado de su útero ?ya que histeria deriva del griego hystéra: matriz?, y se especulaba que de los hervores de aquel órgano tabú brotaba esa clase de demencia tan vistosa y apasionada. Hasta que empezó a identificarse a los primeros machos histéricos, tan vulnerables como las hembras así etiquetadas. La psicología asegura que los síntomas histéricos son un intento de defensa, una autoprotección, en una situación que no sabemos cómo se resolverá: un estar en guardia, pero a la vez un hacerse notar. Aunque también existe la llamada histeria colectiva, a la que ahora se refiere Rajoy, quien pretende rebajar sus espasmos. Los efectos de la ansiedad se multiplican en las puertas de los juzgados valencianos y rodean a los encausados. No faltan quienes aplauden con los ojos cerrados a sus amigos, como Francisco Camps, que se mostró indignado ante la angustia que estos días viven sus compañeros a golpe de registro e interrogatorio. ?Rita Barberá vive de alquiler y no se ha llevado ni un paquete de rosquilletas?, ha manifestado alto y claro devolviéndole el apoyo que la exalcadesa le brindó cuando lo del sastrecillo valiente: ?No asaltó el Ayuntamiento, sino que ganaba por mayorías absolutas?. Uno de los síntomas más comunes de la histeria es una reacción de inmovilización corporal, como la que tiene preso a Rajoy, y de la que en el PP sólo escapan las voces que se han rebelado, como las del portavoz Casado ??estamos hasta las narices de la corrupción?? o Antón Damborenea, presidente del partido en Vizcaya, quien muy freudianamente aseguró estar ?hasta los cojones?. (La Vanguardia)

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24 de febrero de 2016
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Taxi español

Los taxis recorrían la Castellana agitando pancartas con nervio bronco y haciendo sonar los cláxones como una banda de fiesta mayor. Ante los micrófonos, sus improvisados portavoces se quejaban de la posible liberalización del sector y de la competencia irregular de los Uber, Cabify y compañía, pero también se manifestaban contra la precariedad que les exige trabajar al menos doce horas al día para sacarse un sueldo. De repente, una mujer reclamó respeto por el ?taxi español?, y lo dijo enaltecida. Qué expresión tan de pasodoble, pensé: te conecta al instante con las películas de Martínez Soria e incluso las de Almodóvar, la radio a mil, el escapulario y la estampa, las fotos de los niños disfrazados, el ambientador de pino, el tapete de ganchillo en el respaldo y el estruendo de una de esas radios de aficionado con las que se conectan: pajaritos le llaman al aeropuerto, o paquete a la persona que acaban de recoger en su casa móvil, esa especie de extensión de su tresillo donde se repantigan y resoplan. Porque el taxi español es en verdad una marca registrada, un nombre con apellido, un personaje en sí mismo, cuya hegemonía se ha visto diluida por la llegada de ciudadanos de todas las nacionalidades, emigrantes que se buscan la vida trabajando para el dueño del coche. También están los jóvenes espabilados que lo combinan con otros menesteres y trabajan también para esas aplicaciones que garantizan una mayor asepsia y contra las que ahora se levanta el taxi español. En mi agenda tengo una treintena de teléfonos de taxistas. Basta que le eche una ojeada a cada nombre para regresar a aquel instante de mi vida en que los necesité, y de qué manera. Por supuesto que hubo taxis españoles: a uno de ellos sigo llamándole ?mi Ramón?, aunque ya está jubilado. No conduzco, y cansada de hacer el mismo trayecto a diario con olor a pies y griterío animal, la tarde en que me subí a su taxi ?limpio, educado, ágil y seguro? le pedí su teléfono. Al cabo de cinco largos años, en los que me sacó bajo la lluvia o me fue a comprar Apiretal de madrugada, tras aquel 11 de marzo en que escuchamos enmudecidos la Ser, con lágrimas abortadas mientras pasábamos cerca de Atocha, y muchos tragos de charla de diván, le ayudé a elegir el traje de novia de su hija. También están Marta, en Barcelona, rubia con tacones, o Francesc, un hombre fino que en su taxi ecológico no conoce la impaciencia y pone música de Bach. Louis, de origen portugués, el que atraviesa virtuoso los puentes del Sena, y cuya mujer ha sobrevivido a un cáncer ??ahora que estábamos tan gostosos en París?, me decía durante el tratamiento?. Los usuarios frecuentes de taxi saben de qué les hablo, y de cuánto les debemos los amaxofóbicos, quienes levantamos un muro mental frente al motor y en cambio hemos cruzado las ciudades, de norte a sur, abandonados en sus asientos, la cabeza recostada, dejándonos llevar.

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22 de febrero de 2016
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Poeta de la ausencia

Nadie se llamaba como ella: Idea. Su padre, poeta anarquista, quiso bautizarla como Ideal, pero acabó rebajando las expectativas. Sus hermanos, Azul y Numen, las chicas Alma y Poema. De una casa con patio y jardín en Montevideo tuvieron que mudarse a una barraca de cal donde enfermaron todos. Primero murió la madre, delicada y en cama desde que nació Idea, después el padre, luego el chico, Azul. Ella ya no vivía allí: padecía un eczema en la piel ?que más tarde derivaría en necrosis, y uno de sus amores le arrancaría a tiras la piel muerta? y el polvo de la cal avivaba sus heridas. Huérfana con veinticinco, lucía una belleza diferente, clásica como sus collares de perlas, moderna con su boina y blazer sobre los hombros; su mirada cargaba la misma sensualidad y escepticismo que su poesía. Fue una gran seductora, una amante apasionada que compuso versos hambrientos en los que el amor fue su principal huésped. Idea Vilariño formó parte de la llamada generación del 45, junto a Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Ángel Rama o Ida Vitale, un grupo de escritores que recuperaron pasado literario y levantaron puentes de modernidad fundando revistas, traduciendo y editando con mimo. Vilariño vertió al castellano a Shakeaspeare y a Queneau, daba clases, componía y cuidaba las plantas. Era una intelectual clásica. Leer sus versos, se ha dicho, es algo parecido a andar por el alambre sobre el vacío. ?Pocos poetas como ella se leen con las vísceras, el corazón, el cuerpo todo (…) a veces debo suspender su lectura ?tomar aire, cruzar a la verdad del sol? quizás porque me enfrenta de un modo brutal con el horror de la ausencia, la soledad y la muerte?, aseguraba la escritora y actriz argentina Silvia Arazi a La Nación. Y es que para Vilariño la felicidad es siempre efímera. A un amor le seduce otro. O varios a la vez. Fue adulta de joven. Se matriculó en Medicina pero cambió a Literatura. Se enamoró de su profesor y le bordó admirablemente la cubierta de un libro de Paul Valéry. Fue catedrática, ensayista, periodista, rechazó premios oficiales. No tuvo hijos. Anotaba en un libreta el nombre de sus amantes. Pero arrastró allá donde fuera la leyenda de haber sido la amante de Onetti, a quien, tras su ruptura, le dedicó un poema capaz de contener, como en una copa amarga, todo el hielo del desamor, paralizador, inabarcable. Se titula Ya no y se incluye en los Poemas de amor que acaban de reeditar en Chile las Ediciones Universidad Diego Portales. Dice así: ?Ya no será/ ya no/ no viviré contigo/ no criaré a tu hijo/ no coseré tu ropa/ no te tendré de noche/ no te besaré al irme/ nunca sabrás quien fui/ por qué me amaron los otros./ No llegaré a saber por qué ni cómo nunca/ ni si era de verdad/ lo que dijiste que era/ ni quien fuiste/ ni qué fui para ti/ ni cómo hubiera sido/ vivir juntos/ querernos/ esperarnos/ estar./Ya no soy más que yo/ para siempre y tú / ya/ o serás para mi/ más que tu. Ya no estás/ en un día futuro/ no sabré dónde vives/ con quién/ ni si te acuerdas/ No me abrazarás nunca/ como esa noche/ nunca./ No volveré a tocarte/ No te veré morir?. Se conocieron en un bar de Montevideo, en 1950. Ella dirigía la revista Número, él tenía fama de buen escritor y mujeriego, estaba casado con su prima. Ambos esperaban?lo peor? del otro, pero se enamoraron. Fue un amor abrasador. En sus memorias, La vida escrita, hay fotos de todos sus hombres excepto del que más habló, y con el que se siguió escribiendo e intercambiando sueños hasta que murió. Ella lo haría en abril del 2009, quince años más tarde, ciega y sola. A su entierro asistieron doce personas, al de Benedetti, fallecido un mes más tarde, dos mil. Pidió un ataúd sin cruces, desnudo como sus versos. Amaya Arzuaga / Volúmenes puros Una de las diseñadoras españolas más internacional y vanguardista desfila este mediodía en la pasarela Mercedes Benz Fashion Week con una colección inspirada en los planetas: volúmenes cúbicos, prendas suspendidas mediante transparencias, siluetas ingrávidas y pureza cromática definen el trabajo de una Arzuaga tan valiente como transgresora, que vende en las mejores tiendas de Japón, Líbano o París, y que sigue viviendo muy cerca de los campos donde corren los ciervos, en el Bierzo. Tom Cruise / Borrar el gesto Los hay que aseguran tener varias vidas en una y otros que sueñan con reinventarse hasta el extremo de convertirse en un extraño para sí mismos. Rejuvenecer a riesgo de cambiar no tan solo la cara, sino la identidad es una tendencia al alza, como si un lifting les liberara de un monstruo que tenían enjaulado, sean las arrugas, la papada o el ceño. Tom Cruise, al que no le bastaba con parecer un eterno post-adolescente, se ha dejado ver hinchado y enrojecido, y lo que es peor: sin gesto. Inés Martín Rodrigo / La corresponsal Una cita de Joan Didion, ?los recuerdos son las cosas que no quieres recordar?, encabeza Azules son las horas (Espasa) de la periodista cultural Inés Martín Rodrigo, atesorando esa intuición literaria que empuja en la prosa de tantos plumillas. Martín novela la vida de un personaje real: Sofía Casanova, que fue corresponsal en la Gran Guerra, entrevistó a Trotski tras la revolución de octubre y documentó la persecución nazi. Hay que celebrar que las jóvenes recuperen la memoria de las pioneras. (La Vanguardia)

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20 de febrero de 2016
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Pulgares arriba

Nunca habíamos hablado tanto con los dedos. Y no me refiero sólo al gesto de levantar el pulgar hacia arriba, acompañado del signo manual del OK que se hace al dibujar una o al aire peinada por el resto de los dedos a modo de flequillo rebelde. Con lo bien que nos iba con ese vale tan cansino y español que los niños catalanes, realfabetizados con los cuadernillos de Norma, corrimos a traducir por un desmayado val. Hace unos días observé una fotografía que me llamó la atención: un grupo de refugiados sirios dentro de una camioneta miraba a cámara con los restos de la diáspora fijados en las ojeras. Iban vestidos casi con harapos y sobre sus cuerpos se intuía la resaca de la huida y del miedo, pero en su gesto celebraban la incertidumbre de la libertad ensayando uves de victoria ladeadas y frontales. ¿Cómo es posible que un gesto propio de los raperos norteamericanos, de Cristiano Ronaldo, del lenguaje de la selfie quedara fijado en una imagen ?otra más? desoladora que representa el éxodo contemporáneo? Ahí están fundidos los extremos: el abismo que cruza quien es expulsado de su tierra, junto a la esperanza de quien consigue llegar a una meta, por mucho que el futuro sea aún incierto. La información visual nos penetra sin descanso. Se trata de gestos que parecen cargados de significado, aunque este sea predecible. Nada de grises ni matices. En cambio, pesa el significante en una pura declaración de estilo; vean si no cómo los futbolistas dibujan un corazón sobre el césped, o esos brazos adoradores, que se suben y bajan rindiendo tributo a alguien, no necesariamente a un filántropo, basta con que alguien haya ganado una partida de futbolín. Luego están los saludos, que, más allá de aquel chocar de manos en versión noventera, símbolo yuppie de estar en sintonía, se hacen ahora con un chocar de puños, nudillos contra nudillos. Los mismos con los que hay gente que se golpea el pecho para dar las gracias, como si la palabra se les quedara corta. Los gestos deícticos fueron barridos por los denominados emblemáticos, dispuestos a reemplazar la palabra hablada al poseer un sentido literal. Pero no apelemos tan sólo a la globalización como causa y efecto: por ejemplo, el pulgar hacia arriba es una falta de respeto en Bangladesh, Irán o Tailandia. Y en el mundo anglosajón, la V al revés resulta una provocación. La sutileza de la palabra se pierde ante la rotundidad del emblema, pero no creo que la principal razón de su uso al alza sea la economía de palabras, ni la voluntad de ser rabiosamente adolescente, sino una extensión de la vida autofotografiada que, por un efecto mimético, caprichosa y juguetona, adopta las poses del hall de la fama. (La Vanguardia)

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17 de febrero de 2016
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Sobredosis de corazones

Tengo amigas que me regalan mantras y me invitan a ponerme budista; bastan veinte minutos al día, dicen, para respirar profundamente o mirar la luz de la llama de una vela. No me falta buena intención pero pertenezco a esas criaturas que eligen ensoñar antes que meditar, enredar en un mundo interior poblado de historias que se vierten sin fin alguno, con los ojos cerrados. En ese atropellamiento existencial, una se permite licencias de todo tipo, y lejos de vaciarte de palabras y de ideas en posición de loto ?que debe ser como un túnel de lavado interior, por las maravillas que cuentan? las fabricas en silencio. Narras en off para desgranar las sobras del día; algunas las revives con una risa sofocante, otras te sumergen en algo más que una tontuna. Es como una tinta nostálgica que se derrama bajo el pecho. Y aún y así, permaneces en esa tintura porque en realidad no hay pastillas para la tristeza, sólo paliativos. Hoy, la invitación al bienestar constituye de por sí una ideología, además de un negocio suculento cosido con los colores alegres de las cadenas de comida barata, la música que suena en los estadios deportivos o las infinitas terapias orientales que prometen equilibrio, y el surgimiento de una nueva profesión, esa especie de psicólogos-amiguetes que son los coach. La búsqueda de la felicidad se ha convertido en una conquista para la cual se emplea tiempo, coraje y dinero. Y en el ambiente, el ánimo del juego es permanente. Cuando mi madre empezó a utilizar emoticones en sus watsaps como si lo hubiera hecho toda la vida, advertí una vez más que la expresión lúdica de los sentimientos es adictiva. En mi meliflua sobriedad, evito comunicarme como en un videojuego pero aún y así celebro que la gente se diga tantas veces al día que se quiere y que se mande toneladas de amor, una auténtica sobredosis de corazones. Esta semana, los mandamases de Emiratos Árabes han anunciado que crearán un Ministerio de la Felicidad, una idea más para la formación del nuevo gobierno de España atascado entre malas caras y desplantes. ?La clave del éxito del gobierno es introducir cambios reales que forman parte de la felicidad del hombre?, ha razonado el jeque soberano de Dubai. Por supuesto, para condensar mejor sus contradicciones, ha elegido a un mujer para la nueva cartera, justo allí donde ellas tienen prohibido salir a divertirse de noche. En la ficción refulgente del Golfo, se proponen seguir el mismo modelo del misterioso reino de Bután, uno de los países más pequeños del mundo y también más felices. Entre otros detalles, leo en Wikipedia que ?es una sociedad matriarcal en la que algunas mujeres practican incluso la poligamia y está prohibido usar bolsas de plástico o enjaular animales?. Curiosos tres ejemplos juntos que deben hacerlos más dichosos: mujeres liberadas, animales sueltos y menos contaminación. ¿Les hará falta mandarse corazones? Mejor ensoñar. (La Vanguardia)

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15 de febrero de 2016
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El Boomeran(g)
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