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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Los muros mentales

A menudo establecemos un confín invisible pero preciso para marcar nuestro territorio. Un sombreado imaginario que demarca nuestro lado de la cama, nuestro lugar en la mesa, nuestros estantes del armario. Los espacios propios confieren seguridad, y más cuando son tácitamente respetados, porque procuran un sentimiento parecido al de transitar por la vida con una casilla asignada. En las primeras viviendas modernas, la casa era el living, un único espacio donde se comía, se dormía y se amaba. En las aldeas, hace cuarenta años, aún existían casas de ese tipo, sin rastro de vida privada. Recuerdo que estuve en una de ellas, no sin cierto terror: un inmenso comedor que parecía un hospital, con cuatro o cinco camas dispuestas una al lado de la otra en las que mayores, enfermos y niños dormían sin secretos porque aún no había anidado la fantasía de una habitación propia. Junto a la progresiva extinción del espacio común, representado sucintamente por el comedor, empezaron a proliferar viviendas de pasillos interminables, angostos y sombríos; la espina dorsal, el sendero doméstico que separaba derecha e izquierda asignando estancias a los diferentes miembros de la familia, apremiados en algún momento del día por una razonable fuga social. Casas con múltiples paredes que fueron aliviando su opacidad a finales del siglo XX, cuando lo doméstico adquirió lo diáfano como ideal y surgieron los primeros lofts. Ahí estaba resumido el paradigma de la posmodernidad: un espacio multifuncional, con tendencia al vacío, sin cortinas en las ventanas y con la bañera en medio del dormitorio, y una sobrevaloración de los metros cúbicos representada por los techos altos. Una respuesta romántica, en definitiva, ante la asfixiante falta de espacio de las metrópolis. Hoy hemos vuelto a las puertas y a los tabiques. A los compartimentos y a las casillas. También a los muros mentales que levantamos para mantener nuestro recalcitrante individualismo a pesar de hallarnos bajo la mirada panóptica de infinidad de cámaras y pantallas. Leía anteayer en The New York Times que las vallas y los muros están de moda. No sólo los físicos, los que se levantan para endurecer y electrificar las fronteras con México, sino los invisibles, como nuestro instinto territorial. Los que dividen, clasifican y legitiman las diferencias, como el nuevo telón de acero económico que Merkel y Sarkozy planean para la UE. Muros que en tiempos de incertidumbre producen una sensación de seguridad y tranquilidad, de orden y geometría para los que están dentro. El resto, extramuros. Desde la muralla del emperador Adriano, construida para defender la civilización romana de los bárbaros pictos, hasta el muro de los lamentos en Jerusalén, las de Constantinopla o la Gran Muralla china se levantaron bajo el influjo de una poderosa idea: protegerse. Hace apenas veintidós años que se derribó el muro de Berlín, parecía nacer un nuevo mundo. Pero la abolición de viejas fronteras trajo nuevas servidumbres y también nuevas fronteras. El autor del artículo al que me he referido, Costica Bradatan, profesor de Filosofía en la Universidad de Texas, asegura que tras un repaso histórico, las paredes deben ser consideradas como una bendición: «Un muro es siempre una provocación, y la vida sólo es posible como respuesta a las provocaciones; un mundo sin muros pronto ser convertiría en algo viejo y pasado». Pero al igual que en la película de Buñuel El ángel exterminador, o en Bartleby, el escribiente apostado contra una pared noche y día, el tabique que retiene a sus protagonistas sólo existe en su cabeza. Los muros reales nos protegen o nos separan. Los mentales nos extravían.

(La Vanguardia)

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30 de noviembre de 2011
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Ellos, valientes; ellas, complacientes

La igualdad entre hombres y mujeres está garantizada en 139 países del mundo como claro indicador de civilización y progreso que ha desactivado una tradición mal entendida, la que aprovisionó de corsés a unas y de máscaras a otros a fin de cumplimentar un papel social afortunadamente hoy trasnochado. Por ello, cada vez es más doloroso aceptar que entre los jóvenes se perpetúen estereotipos, e incluso que se aprecie un retroceso. No me refiero sólo a esos tecnosexuales que aligeran cada vez más los compromisos, curtidos consumistas con una mirada más pragmática que idealista. En Mis universidades cuenta Maxim Gorki que en sus tiempos de proletariado un perista le dijo: «Tú eres un idealista». «¡Idealista!, ¿qué quiere decir idealista?». «Uno que no tiene caprichos ni envidias, sólo curiosidad». Entre las chicas, la curiosidad abre boca con las Bratz, continúa con Hannah Montana y todas esas celebrities que acaban detenidas en Melrose Avenue por conducir borrachas, y acaba solidificándose en una versión disneychannel del cuento de hadas: la joven incomprendida que acaba siendo rescatada por su príncipe, hermoso pero sobre todo rico ?lo que en otros tiempos se llamaba un buen marido? y que siempre, siempre, paga la factura del restaurante. Esa es la espectacular visión del mundo licuado que centenares de muchachas exhiben en sus espacios virtuales, las nietas de quienes quisieron despedazar a Barbie ahuyentándola de la vida de sus hijas y hoy ven como, en una pesadilla diabólica, se ha ido reconstruyendo y ha terminado clonándose bajo un cerrado aplauso, y no sólo llenando los patios de colegio o las puertas de las discotecas, sino dando las noticias económicas de Bloomberg. En las aulas de secundaria arrasan las llamadas populares o guays. Su mayor diversión consiste en representar una vida social activa en la que hay que cambiar constantemente de maquillaje, además de competir febrilmente por los favores de los muchachos. Volver al clásico intercambio de cromos: belleza por poder, entrega por estatus, toallas con las iniciales bordadas por manutención, hijos por diamantes y, a las malas, pensión compensatoria. En el estudio sobre juventud y papeles difundido el pasado viernes con motivo del día Contra la Violencia de Género, se reincide en que más allá de las leyes, desterrar los monolíticos papeles de género puede tardar, como mínimo, una generación. El 44% de las chicas cree que para realizarse necesita el amor de un hombre: el chico debe protegerla, ella complacerle; los celos son una prueba de amor. Y sí, ellos son agresivos y valientes porque «forma parte de su naturaleza», mientras que ellas son tiernas y sumisas. Hasta que un día, las más afortunadas agarren el bolso y salgan a la calle a comerse el mundo sin haber digerido sus propias frustraciones. ¡Una generación más!

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28 de noviembre de 2011
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Leonardo con sol

Londres a 15 grados, con un sol enredado entre bruma pero sol al fin y al cabo, que refulge sobre los edificios blancos de South Kensington, abrillanta los puentes del Támesis y estalla en los escaparates de Harrods decorados con juguetes antiguos con un lujoso aire de desván. Desde las siete de la mañana, en Trafalgar Square, bordeando The National Gallery, hay largas colas de gente con gorro y anorak. En este mundo cada vez más gaseoso que líquido, que no acierta a desnudar sus múltiples capas, como una cebolla, la gente es capaz de madrugar un sábado para admirar a Leonardo da Vinci. El sistema de la moda ha colonizado los museos. Son los nuevos templos, un lugar adonde ir y sentirse mejor persona, como si el influjo del pintor-intelectual que fue Leonardo nos produjera un inmensurable beneficio espiritual. «Dime qué consumes y te diré quién quieres ser, y cómo quieres sentirte». Consumir cierto tipo de objetos contribuye a definir simbólicamente nuestra identidad. Lo importante no es la posesión en sí misma, sino la carga simbólica que asociamos a ella que, en definitiva, nos hará sentir personas más exclusivas. Siento, luego existo. Hace un par de años, mientras contemplaba Las cuatro estaciones de Cy Twombly en el MoMA de Nueva York, sentí un intenso aroma de flores blancas, y a la vez escuché un grito. Un alarido desgarrador, mientras los ojos se mecían entre las manchas amarillas del otoño de Twombly y el olfato despertaba con los jazmines que volatizaban su dulzor. Yoko Ono había instalado una perfomance en el hall. Un micrófono y la invitación a los transeúntes para vaciarse gritando. Y un poderoso ambientador exhalaba notas olfativas. Los sentidos se desplegaron en bloque aquella mañana de domingo: vista, oído y olfato convergían a la búsqueda de una experiencia estética. Lo mismo que me ocurre esta mañana de sábado en The National Gallery, frente a la reproducción de La última cena. Basta la ilusión de esos empolvados que escapan de la piedra, la luz envolvente, «la exploración de Leonardo sobre la apariencia de las formas, cuestionando los principios que rigen las modalidades sensoriales de toda observación emprírica, minuciosa y precisa», escribe Larry Keith, sobre la búsqueda de la perfección de Leonardo. La vida moderna, con sus fragilidades, ha dado fe de que no existe garantía: que estudies y por ello obtengas un puesto de trabajo, que te perfumes y por ello seas admirada, que ames y por tanto seas amada. No siempre existe una correspondencia con el valor de tus actos. El amor no es duradero. Vence la inmediatez sin moderar las expectativas. O todo o nada. Por ello, las promesas de intensidad se han convertido en uno de los valores más absolutos de hoy en día. Aprovechar Londres con sol. Leer a media tarde Trabajos forzados (Impedimenta) y la ardua vida de los escritores: el salón de belleza de Colette, Orwell lavaplatos, Gorki pinche de cocina, el agente de seguros Frank Kafka. Al atardecer, descubrir las velas de ámbar de Annick Goutal en ese desván lujoso, puro oxímoron, llamado Harrods. Y acabar el día sintiendo de nuevo calor en la sien, el aguijón stendhaliano, al contemplar La última cena de Leonardo aún con la incómoda certeza de no distinguir el original de la copia.

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26 de noviembre de 2011
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Genios con esmoquin

Tantas confesiones rodeados de los tapices de los gobelinos y de las cortinas brocadas, verde y oro, de la residencia del embajador de Francia. Alexander McQueen, hace nueve años, bebiendo vodka como si tuviera frío. Y susurrándome acerca de la enorme presión a la que estaba sometido entre los ejecutivos imposibles y la libertad creativa. Recuerdo sus palabras sobre sus comienzos difíciles, su espíritu anarquista y su fe revolucionaria. También sobre la Cruz de la Orden del Imperio Británico que le impuso la Reina Isabel II y su chaqué, sin asomo de irreverencia, «feliz de hacer felices a mis padres». McQueen fue nuestro primer Prix de la Moda. Toda una declaración de intenciones. Un genio insolentemente provocador golpeado por la tragedia, que dejó una inmensa huella. Con él construimos los cimientos para celebrar cada año una verdadera cumbre de la moda internacional en Madrid. Y con el espíritu de Marie Claire: reunir, mezclar e inspirar. Ya empiezo a escuchar las risas y los frous-frous en los jardines de la Residencia de Francia. El flequillo bohemio de Bruno Delaye, el embajador que tan gentilmente nos acoge en su casa. «La mejor fiesta de todos los tiempos fue “El banquete”, tal y como lo relató Platón ?nos contó el diplomático?; la primera noche se emborrachan todos, por la mañana, ni se acuerdan de lo que han hecho y se citan de nuevo diciendo: “Bueno, nos hemos pasado, reunámonos realmente para estar juntos y charlar”. Y hablan hasta el amanecer sobre Eros, el amor, y de esa discusión sale el maravilloso texto del pensador griego, fundamental en la filosofía occidental, donde dice que el amor procede de la búsqueda de la belleza». Sí: sin excesos ni amnesias, esa es la fiesta que deseamos. De la que quedó prendida la risa sonora de Alber Elbaz, con sus pantalones cortos y su esmoquin azul noche. Un hombre dulce y exacto, un ejemplo de sutileza que esculpe detalles sobre el cuerpo sin hacer ruido. O el allure mundano de otro de nuestros Prix, Stefano Pilati, otro abanderado de la nueva elegancia que llena de significado una palabra aparentemente tan vacía como chic. Cómo olvidar las manos enguantadas de Karl Lagerfeld, su curiosidad terrenal y su espíritu renacentista, reconciliándose ante mis narices con Clauda Schiffer después de diez años de silencios mal entendidos. O a Linda Evangelista, Alberta Ferretti, Frida Giannini, Carolina Herrera. Cuando estás a su lado, te sobra o te falta algo. Son mujeres que proyectan equilibrio a su alrededor, así como una actitud firme y creativa. En el jardín de invierno de la embajada de Francia, cada noviembre, se muestra cuántos rostros de la moda, la elegancia y el compromiso conforman la excelencia. Recuerdo cuando Naomi Campbell recibió un cerrado aplauso al dedicar su premio a todas las modelos de raza negra. O a Roberta Armani, Ali Hewson ?la mujer de Bono?, Lauren Bush, o Luciano Benetton demostrando que moda y solidaridad pueden tener un sentido oceánico. Nuestro álbum de fotos da probadas muestras de que necesitamos sentir el aguijón de la belleza, reivindicar una poética del mundo, sobre todo de la creación, y exaltar a las musas para sentir su aliento. Este año Haider Ackermann, Elie Saab, Irina Shayk, Tony Ward, Elisa Sednaoui, Ángel Schlesser, el grupo Puig Moda y María Reig serán nuestros homenajeados. Y formarán parte de la memoria que escribimos cada año, cuando la familia de Marie Claire se enfunda las plumas y el esmoquin para premiar el talento. (Marie Claire, diciembre de 2011)

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24 de noviembre de 2011
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¿Quién mueve los hilos?

De nuevo, un término tan literario como abismo aflora en primera plana de la actualidad. Se utiliza sin mesura, aunque también sin intención poética. La imagen de una negritud indefinida, la frontera entre los contornos posibles y la nada. Nos acompaña el lenguaje catastrofista durante este año: hundimiento, debacle, precipicio… junto a una jerga técnica que el ciudadano, ayudado por la pedagogía de los medios, utiliza con progresiva desenvoltura: prima de riesgo, keynesianismo, default. La palabra que titula la primera década del siglo XXI es sin duda mercados. En plural, cobijada tras su sombrío anonimato. Dicen mercados cuando podrían decir bancos, de forma que el sujeto se esconde tras la suma de fuerzas abstractas responsables de que el dinero emprenda una caída en picado o aliente una remontada. Pero, sobre todo, ha conseguido que pasemos de lo físico a lo intangible. La economía ha ganado la partida a la política y ha tecnificado tanto el discurso público que sólo los tecnócratas ?que el mercado coloca al frente de los estados aparcando incluso transitoriamente la decisión de las urnas? parecen capacitados para manejar las arcas públicas mientras gobiernan un futuro incierto que Merkel cifra en diez años. El pensador de moda Jeremy Rifkin asegura que sólo el talento y la empatía, un compromiso activo que nos hace parte de una experiencia colectiva, nos sacarán de esta crisis. Pero hay que restar el declive del liderazgo que dominaba la retórica emocional y que ha sido eclipsado por el desplome de sus utopías. Así, ha emergido el profesional de la política, por dejación de aquellos que conseguían contagiar la esperanza con las metáforas de sus discursos. «Hoy no hay ningún líder idealista y esto conduce a la desazón de los indignados, esa especie de minirrevolución ciudadana por todo el mundo», asegura el consultor político Luis Arroyo, que ha llevado a cabo un estudio para la Fundación Ideas que pronto verá la luz. En él se llega a una curiosa conclusión: el 90% de los españoles está de acuerdo en la intervención estatal para evitar la acción de los especuladores. Y sin embargo la misma abrumadora mayoría se muestra contraria a ello si dificulta el libre funcionamiento del mercado. ¿Hallará Rajoy, que ha prometido poner en práctica un paquete de medidas anticrisis exprés, el dorado punto medio para encauzar la recuperación? ¿O será una pieza más de la economía globalizada que dicta medidas y tumba gobiernos? La prueba concluyente de la acumulación de poder en unas pocas manos la ofrece un estudio publicado en New Scientist que viene a confirmar a través de las matemáticas los eslóganes de los indignados en todo el mundo: un selecto grupo, menos de un 1% de las empresas multinacionales, tienen en sus manos el poder financiero mundial. Se llaman JP Morgan, Goldman Sachs, Meryll Lynch, Deutsche Bank, Credit Suisse… El propósito de la investigación era trascender la ideología para identificar empíricamente las redes de poder. Y no es que su acumulación desproporcionada sea negativa en sí misma, indica el estudio, lo más peligroso es la conexión entre estas compañías, de forma que contagian sus oscilaciones a la economía global moviendo los hilos del planeta. Nunca habíamos visto tan borroso, ni habíamos sentido reptar con tanta intensidad la incertidumbre a nuestro alrededor. La realidad nos empequeñece, por eso es tiempo de simplificar las rutinas y volcarse en los afectos desplazando ambiciones por placeres sencillos. Contemplar cómo avanza el invierno y cómo va emblanqueciendo el amanecer a pesar de que oscilemos entre números rojos y negros, mientras de nuevo nos decimos menos es más. (La Vanguardia)

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23 de noviembre de 2011
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Cultura, crisis y telebasura

En pleno fragor de la crisis económica, cae el consumo de alimentos como no lo hacía desde hacía más de cincuenta años e incluso bebemos menos cerveza. Pero en cambio en estos tiempos de vacas flacas existe una actividad que ha crecido: el año pasado fue el de mayor consumo televisivo de las dos últimas décadas. Comodín y refugio ante la adversidad, un chute de estímulos catódicos que distrae hasta el punto de que la realidad parece mucho más ajena que la vida de aquellos que van desfilando por la pantalla, y la multiplicación de pantallas, canales ofertas y formatos, han logrado que hoy sea fácil tener una televisión a la carta en la palma de la mano. Bill Gates pronosticó en el 2007 el fin de la televisión. Dijo que ocurriría al son del auge imparable de YouTube, pero han pasado ya cuatro años y, pese a la crisis publicitaria y a los agoreros, la televisión sigue siendo la abeja reina de los medios, colándose incluso entre los trending topics de las redes sociales. Baudrillard la consideraba «el paradigma de la transmisión en la cultura de masas». Pero ¿es la televisión un medio para la pedagogía y la cultura? ¿O sólo en el ámbito público, como La 2 y Canal 33, que aúnan calidad y buen gusto? «No entiendo por qué informaciones relacionadas con series como The wire o Mad men no aparecen en las páginas de cultura», decía Álex Martínez Roig, director de contenidos de Canal+, en la mesa sobre televisión del III Foro de Industrias Culturales de la Fundación Santillana. A la vez, el presidente de Fapae mostraba su descontento con el mapa actual de las cadenas y la creatividad: «Tengo un amigo que dice que la televisión es una gran fuente de cultura porque cada vez que la encendían en casa, se iba a la habitación de al lado a leer un libro». Cierto es que los canales no son escuelas, sino empresas con cuentas de resultados, pero, como reflexiona Basilio Baltasar, director de la fundación, «la audiencia masiva, cautivada por la banalidad (y a veces por la perversidad), obliga a notables profesionales de la televisión a recelar de la cultura; este es otro de nuestros logros contemporáneos». El equilibrio entre la difusión cultural y el entretenimiento es inestable, y se hace añicos con una de las particularidades de nuestra televisión: la telebasura, terreno en el que, como afirmaba The Guardian, los españoles somos líderes mundiales. El representante de Mediaset, Javier López Cuenllas, afirmó que denunciar la telebasura «está socialmente bien visto», y se preguntaba por qué no se habla de ella cuando hay una televisión que manipula continuamente en sus informativos. No ha sido el caso de TVE durante el Gobierno de Zapatero pensé, en el que los equipos de informativos han trabajado con independencia y pluralidad y han ganado premios internacionales por su excelencia. Ojalá un cambio de gobierno no signifique que la telebasura se cuele también en los telediarios.

(La Vanguardia)

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21 de noviembre de 2011
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El intelectual herido

Dicen que las mujeres tenemos fama de quejarnos. Ese lamento de que no por prosperar en la vida, alcanzar objetivos y acertar por fin con el color de pelo, lograremos ser más felices. Algunas ensayistas norteamericanas, como Susan Pinker, han querido demostrar que a pesar de las conquistas obtenidas, las mujeres occidentales toman más antidepresivos que nunca y aún y así su optimismo es fungible. Pero gracias al profesor Jordi Gracia, descubro que existe un colectivo que supera con creces al de las mujeres quejumbrosas: los intelectuales. En El intelectual melancólico. Un panfleto (Anagrama), Gracia apunta contra la egolatría y la frustración de quienes pasean engreimiento clasista y amargura vital. Leí sus páginas sin dejar de subrayar: “La melancolía no es un estadio fijo ni se alcanza (necesariamente) en el último paso de una vida fecunda; de hecho es sobre todo un estado de ánimo que predice el desfondamiento de las esperanzas de hacer de la sociedad ?o de todo Occidente?, el bosque rico de imaginación, fuerza creadora y atadura a la tradición que ha sido siempre y ya no va a ser más». Esas cantinelas: todo tiempo pasado fue mejor; la fatal decadencia del presente. El “nunca ha habido tanta miseria de autores, el nivel más bajo de la historia contemporánea”. Para terminar arrojando la toalla porque se acabaron la alta cultura y el buen gusto. Pero, ¿hay razones para tan negro réquiem? Jordi Gracia, en un punteo mortífero y eficaz, alcanza a dibujar un ser verdaderamente temible, un tipo que mira por encima del hombro a todo dios, incluso a Martin Amis o Philip Roth, un ser que desprecia todo lo que se publica . Aquél, dice el autor, que fue un joven iconoclasta y se ha convertido en un adulto resentido por el fracaso de su utopía; el que tiene fobia a internet y sus libros se encuentran en el último e inalcanzable estante de la librería aún con la etiqueta del precio en pesetas. Y sacude mi ingenuidad, e imagino que la de tantos autores ingenuos, cuando al esbozar la estampa del intelectual emprenyat asegura que este critica de oídas, con datos sacados de las charlas con sus sobrinos.   No fue hasta después de leer el libro cuando me enteré de que este panfleto irritado y virulento se debía a un duelo bajo el sol, o más exactamente, a un desencuentro de claustro universitario. Pero que la idea proceda de un rifirrafe entre eruditos no invalida la defensa de un espíritu constructivo y respetuoso, lejos del resentimiento de quienes actúan como si ejercieran la más elevada autoridad moral, una especie de superyo social, aunque aislado del espacio público. Cierto es que las inclemencias del paso del tiempo, o de la química, pueden abonar el carácter endiablado de quien critica la miseria intelectual del presente mientras se dedica a lo que se acaba haciendo a cierta edad: autoplagiarse. Pero ni todas las mujeres son un paño de lágrimas ni todos intelectuales se creen Goethe. Si bien se ha argumentado con profusión el declive de la fama, la vida que se inicia para aquellos que fueron celebridades ?los deportistas, por ejemplo, cuando ya no pueden seguir compitiendo y su nombre tan sólo figura en la historia o como comentarista de televisión?, la decadencia del intelectual tiene menor bibliografía, salvo que se haya sido Gertrude Stein. Afortunadamente existen voces que, más allá de lamentos infértiles, fomentan la disidencia y el espíritu crítico frente a las alianzas empresariales y editoriales que anteponen el marketing a la calidad. Y que contribuyen a reafirmar el orgullo y la autoestima de un país que necesita más que nunca aliviarse con el manto de la cultura. Aun sabiendo que un genio nace cada cien años.

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16 de noviembre de 2011
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Rajoy: el caminante tranquilo

Supuestamente, Mariano Rajoy era un candidato blando empezando por su nombre de pila, tan de otro tiempo, como aquellos personajes de Galdós que enredaban las tardes fumando en un casino de pueblo. Pero cuando la extrema derecha empezó a llamarle maricomplejines, su percepción exterior dio un vuelco. Ya no preocupaba su asertividad o su voz aflautada y siseante sino si sería capaz de poner orden en el corral. De representar autoridad entre las diferentes facciones del PP donde brillaba la influencia de Esperanza Aguirre, una líder con ascendencia y arrojo. Y vaya si lo hizo. Nunca el PP había alcanzado una posición de salida tan aventajada. Fue en aquel balcón de Génova, en marzo del 2008, incapaz de controlar que la bofetada de la derrota le mudara el semblante, junto a su mujer, Elvira Fernández Balboa, transparentemente triste, cuando empezó su remontada. Y emergió un perfil más humano. Aclamado en el congreso de Valencia celebrado bajo el eufemístico lema de «Crecemos juntos», aprovechó la alfombra roja que le tendía José Luis Rodríguez Zapatero con su gestión de la crisis. En menos de cuatro años, Mariano Rajoy ha restañado la vanidad maltrecha, se ha rodeado de mujeres y ha empezado a manejar el iPad. Acusado de falta de carisma, la gran crisis coloca en primera línea perfiles como el suyo y el de Rubalcaba, experimentados números dos, pactistas, gestores, solventes. «Claramente Rajoy representa el soft power; los modelos carismáticos de liderazgo están agotados porque pueden desembocar en frustraciones colectivas», sentencia José María Lassalle, diputado por Cantabria, quien tiene bien medida la definición de Rajoy: estoico, prudente, contenido, la antítesis de la crispación, la hiperactividad y la ansiedad. Reposado aunque no perezoso. Con una ironía fruto de la interpretación distante respecto a la vida. Incluso los más críticos resaltan su aversión al conflicto y su vocación de consenso. También su campechanía. «¿El estilo Rajoy? Moderación vital y prudencia intelectual. Tiene que ver con los grandes políticos de la Restauración, como Cánovas, que neutralizó los enfrentamientos fratricidas», concluye el ideólogo Lassalle, uno de los jóvenes sobradamente preparados que forman parte de su círculo, relegada ya la vieja guardia integrada por Cascos, que lo crucificó, o Fraga, de quien siempre tomó distancia. Con Aznar, que participa en la campaña de momento sin coincidir con él, su posición es cuidadosamente estratégica y educada. Vivimos unos tiempos que disuaden cualquier atisbo de metrosexualidad en política y que han eclipsado a aquel líder capaz de arrancar un pellizco con la belleza de sus metáforas. Unos tiempos propicios para quien no tuvo reparos en asumir como declaración de principios aquel: «Mire usted, yo soy un señor de provincias». Un señor reflexivo, de habano y digestiones lentas, con una mirada atlántica pero apartado de los epicentros narcisistas y las vanguardias sociales. Un político que lee en los debates, le comento a Soraya Sáenz de Santamaría. «Porque es la antifrivolidad ?replica su número dos, su fiel escudera?. Se toma las cosas muy en serio, va con las ideas argumentadas. En una ocasión Churchill le dijo a un colaborador: ‘Vamos a tenerlo que dejar porque tengo que improvisar lo que mañana diré en el Parlamento’. Porque la espontaneidad puede jugar muy malas pasadas, se pasa de la improvisación a la rectificación». Según Ana Botella, no hay político más preparado en España para desempeñar funciones de estadista, y me enumera uno a uno todos sus cargos. «Es un político de larga travesía», argumenta. «El del birrete», lo llamaban en Pontevedra, hijo de una familia conservadora de rancio abolengo, nieto de un nacionalista que redactó el Estatuto gallego en el 36, fue un niño grande y solitario, un niño muy de mamá, una mujer de gran personalidad que lo instruyó en «la necesidad del esfuerzo y del sacrificio», como recuerda en su biografía En confianza. Con los años, no dejó de ser un estudiante brillante ni de acuñar ese proverbial humor chistoso. El registrador de la propiedad más joven de España soñaba con ser algún día ministro de Justicia. Y posponía el matrimonio, por presiones familiares y porque de joven fue bastante juerguista. Hasta que llegó Elvira, «una mujer que ocupa una posición discretamente importante en su vida», comenta su núcleo. ¿Al estilo Botella o Espinosa?, le pregunto a Sáenz de Santamaría: «Son un buen tándem como pareja: si gana las elecciones, Elvira será un gran apoyo», responde ella. Para un sector, Rajoy es un político de combustión lenta, un legalista que nunca ha pisado a nadie para llegar; para otros, es un hombre cuya prudencia le hace ser excesivamente cauteloso. Es habitual oír que dejó de ser víctima de su peluquero, pero no de sus asesores de comunicación, que no lo han sabido acercar a los medios. Sus críticos acusan su bajo perfil, su paso por cuatro ministerios sin apenas dejar huella, sus silencios y su personalidad alérgica a los conflictos, como ocurrió con el caso Camps. Dentro del partido «se le considera un gran experto en solucionar crisis, desde su etapa en la Xunta gallega hasta el Prestige o las vacas locas», afirma la periodista Magis Iglesias, autora del libro La sucesión: de cómo Aznar eligió a Mariano Rajoy. Con fama de buen orador, en los últimos años ha modernizado su discurso. «Hay que ponerse las pilas», dice. Pero, fiel a sí mismo, no abandona cultismos y términos en desuso como chisgarabís, petimetre, veleidoso, taimado, chalanear, o una de sus palabras preferidas: colosal. Padre de dos hijos, dejó claro en el debate televisivo su coincidencia con Rubalcaba en tan sólo un asunto: «Las mujeres concilian más». Su círculo más íntimo insiste tanto en su prudencia como en su empatía. En un Rajoy cercano, divertido e incansable que cuando empieza a andar nadie lo para. Camina a diario más de una hora, a paso ligero, convencido de que él no es un hombre de sprints. El camino como metáfora alcanza aquí su literalidad. Porque si gana las elecciones, además de tener que arbitrar la mayor crisis de la democracia, deberá luchar por esa idea que en su día había forjado John Stuart Mill y que él ha suscrito: la felicidad también es un concepto político. (La Vanguardia)

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15 de noviembre de 2011
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Ciao, bunga-bunga

Este verano, en una villa situada en un peñasco capriense donde se avista la bruma empastándose en las rocas, por fin me enteré de lo que era el bunga-bunga. Lo explicó graciosamente uno de esos pícaros que, vestidos como los ricos en vacaciones, cuentan con pocos ingresos pero tienen amigos millonarios que los reclaman para amenizar el yate y las serenatas. Y dijo así: «En las disipadas noches de su casa de Arcore, Berlusconi recibe a sus amigotes y a sus velinas contando un chiste sobre dos ministros de Romano Prodi que caen en manos de una tribu africana y el jefe les ofrece dos opciones: morir o bunga-bunga. El primero responde bunga-bunga y es sodomizado. El segundo prefiere morir, pero le dicen: bien, primero bunga-bunga y después morir». Este era el tipo de humor descerebrado del que hacía gala un personaje que llevó la indignidad a la política haciendo añicos no sólo la imagen de la gran cuna de la civilización, sino el Estado de derecho, la independencia judicial y el respeto a las mujeres. También barrió la ejemplaridad pública con una televisión viciada que sustituía los sentimientos por los intereses mercantiles, para acabar abriendo en carnes la hasta hace poco séptima potencia mundial, hoy a las puertas del rescate. El nombre del bunga-bunga se extendió por doquier, de norte a sur, pero también apareció en las noticias de tribunales como el nombre que recibían las fiestas nocturnas denunciadas por la menor Ruby Corazones, quien declaró que Don Silvio invitaba a algunas chicas seleccionadas a hacer bunga-bunga y les aseguraba, como si fuera un consuelo, que era un juego que practicaba Muamar el Gadafi con su harén africano. El año 2011 ha dejado atrás una buena estela de sátrapas, farsantes, dictadores, mafiosos y corruptos. La crisis financiera y el desmantelamiento de una economía-ficción sobre la que se había erigido un modelo de vida tan falso como un bolso de Chinatown ha tenido una parte positiva: la purificadora. Porque la gran crisis ha derrumbado esperanzas, pero también ha evidenciado la necesidad de rellenar grandes vacíos. Como escribe Vicente Verdú en La ausencia (La Esfera), de lectura obligada, «desde un mundo que acaba a otro que apenas se atisba cunde una atmósfera vacía, o vaciándose de proyecto y valor». El mito del ave fénix revolotea sin cesar, pero un hálito de regeneración alienta el futuro. Un ente abstracto llamado mercado se ha adscrito al orden de lo inefable. La buena noticia es que su furia ha logrado expurgar a un personaje como Silvio Berlusconi, que ha vulnerado las leyes y ha ofendido a una gran parte de su ciudadanía, siempre con la hábil coartada de su popularidad y la milonga de que gran parte de la población quería parecerse a él y entregarle a sus hijas. Y esto se acabó. (La Vanguardia)

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14 de noviembre de 2011
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Cuatro Letras en El Boomeran(g)

No existe peor enfermedad que la de no escribir. Ese malestar que me corroe cuando sólo lo hago mentalmente, el lápiz imaginario hilando palabras e intenciones pero incapaces de ofrecerles un lector. Escribo con un MacBook que desde hace unos días ha empezado a rugir como un ventilador. También lo hago sobre papel, en mi Smythson azul o sobre folios sin importancia. Escribo en los días de bruma, cuando el sol se desliza hasta la pantalla y crea ilusiones ópticas, y en las tardes rosadas, la vida aún sin negruras. He escrito los días de viento, cuando el levante es una azada que balancea el paisaje silbando como si fuera Dios. Incluso algún día con las persianas echadas. Soy escritora de periódicos. Pero también de bodas, funerales y bautizos. Diarista intermitente y mujer asombrada, a menudo con siete cabezas como tantas. Escribo porque es mi oficio, pero también porque atesoro la intimidad de disponer una palabra tras otra para pensar sin ruido y poder acercarme de puntillas a comprender la mecánica del mundo y el paso del tiempo. Desde sus inicios, he sido lectora de El Boomeran(g), el mejor blog literario en español. Hay poco espacio público para hablar de las cosas pequeñas, empeñados como estamos en agujerar lo transcedente. El Boomeran(g) es un gran bulevar por donde pasean las ideas. Sus autores, algunos de ellos, para mí, maestros, y su calidad, así como todas las esquinas de la vida que contiene, son estímulo y archipiélago. La trastienda de la actualidad, los nuevos libros que llegan al escritorio, la poética de lo cotidiano, las crónicas de unos tiempos de mudanzas. Todo ello es lo que quiero compartir con ustedes, con su permiso, en este bulevar. Tal vez lo más recurrente haya sido la necesidad diaria de esbozar cuatro letras. La escritura por dentro. La vida por fuera.

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11 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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