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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Tenemos que vernos

A medida que se va ampliando la grieta entre el mundo exterior y el mundo interior de tal forma que los límites se hacen más rotundos, descubrimos que ya no existe un tiempo que antes nos pertenecía. Sí, aquellas horas elásticas en que la amistad nos ayudaba a crecer y a paladear la alegría. Nos decimos: «A ver cuándo quedamos…»; también confesamos, entre la disculpa y la declaración de intenciones, que aunque no nos frecuentemos el vínculo y el cariño son imperecederos, que «nuestra amistad es para siempre». Habita en nosotros un sistema de necesidades geométrico. Difícilmente se aprende a bajar peldaños o a desactivar el sentimiento de retribución, pero a través de las palabras podemos crear mundos posibles con la ilusión de controlarlos. En ese «tenemos que vernos» que a menudo cruzamos con los amigos añorados, esos con quienes celebramos afinidades y afectos pero que ya dejaron de ser parte de nuestro paisaje cotidiano, se concentran el látigo de la nostalgia y también del anhelo. El de un tiempo compartido y enhebrado por tardes ociosas y responsabilidades livianas; el mismo que regía la comunidad hasta que cayeron las murallas y todo se hizo más escurridizo. Entonces el tiempo se fracturó, y perdió su lógica a pesar de que la tierra sigue girando alrededor del sol. Nos fuimos complicando, cargando las agendas, pagando seguros, resolviendo conflictos, luchando contra un ardor llamado ansiedad o insomnio, leyendo menos, comiendo más, acortando las tardes con los amigos. Pasamos de ser hijos a padres, para regresar de nuevo a ejercer de hijos-padres con nuestros viejos. La muerte empezó a saludarnos de cerca, aquella que, como decía Benedetti, de muchachos tan sólo era una palabra y pasó de charco a océano cuando «ya le dimos alcance a la verdad». Pero en la casilla de los deseos, como ha venido demostrando el ser humano desde los orígenes, una querencia sincera empuja al reencuentro con los amigos. La vida moderna ha conseguido que el trabajo ?o su falta? domine nuestras vidas reduciendo drásticamente la dedicación a los afectos. Francis Bacon no podía resumirlo mejor: «La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad». Existen varias modalidades de amistad: la interesada, que hoy se ha impuesto como una auténtica transacción social; la estética; la compasiva; la ética, esa que a menudo sólo podemos contar con los dedos de una mano. Y la amistad virtual: cada español cuenta con una media de 143 amigos en las redes, y uno de cada cuatro internautas reconoce que tiene más relación con sus amigos a través de la pantalla que en persona. Algunos son amigos de postín, otros, personas que despiertan cierta simpatía para comunicarse e intercambiar fotos, recuerdos o emociones. Se critica mucho la inconsistencia del amigo virtual, y cierto es que a muchos ni los conocemos. En mi caso, cada vez que se me acerca alguien diciéndome que es mi amigo en Facebook me entran palpitaciones, porque a menudo me enfrento a una incógnita. Pero reconozco que una que vez el tiempo se nos ha hecho añicos, ese ancho bulevar digital proporciona un guiño, un «me gusta», adelante, te sigo. Evidencia la testadurez de querer mantener el roce, aunque lejano y a veces ficticio, la predisposición a sociabilizarnos a pesar de que muchas vidas sean un búnker. A los verdaderos amigos del alma no les mueven otros intereses que el de celebrar la vida a sorbos o a tragos, para que nada parezca más intocable que esa sintonía llamada camaradería. Porque existe algo de festivo y a la vez terapéutico en el reencuentro que alimenta y fortalece las debilidades. Pero en verdad, cada vez pesa más la nostalgia de cuando no contaban las horas para los amigos, y éramos inadvertidamente felices.

(La Vanguardia)

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8 de febrero de 2012
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Esos púberes adultos

Los chavales crecen hoy muy rápido. Aprenden antes a mandar un mensaje que a escribir. Queman la niñez con ansia, alimentados por unas redes sociales que los empoderan a la vez que los acomplejan. Internet derrumbó las paredes, y accedieron a los secretos que durante generaciones los adultos guardaron en el cajón bajo pañuelos perfumados. Su Bildungsroman se narra a través del WhatsApp. Porque la generación más hipercomunicativa no comparte datos sino sentimientos. Sobre su edad biológica se estampa una edad tecnológica que los hace parecer resueltos preadolescentes. Vete a saber si los pollos hormonados o el primo de Zumosol han contribuido a que se avance la pubertad, pero la infancia se resume en una exhalación. Se adelanta la menarquia, la primera relación sexual, la depilación, incluso el consumo de alcohol. Los 13 años de hoy son los 16 de antes pero, si bien es más breve la idealización de la inocencia, también es más corto el duelo al perderla. A pesar del anticipado recibimiento en la sociedad adulta, estos púberes precoces tardan mucho más en alcanzar la madurez. Entre las chicas, desde que empiezan sus primeros juegos sexuales hasta que son madres pueden transcurrir veinte años. Casi el mismo tiempo que, con suerte, tardarán en encontrar un trabajo estable que no perpetúe su estatus de becarios. Los psicólogos aseguran que el timing de los sistemas neuronales y psicológicos que interactúan en el paso de la adolescencia a la adultez han variado en los últimos siglos. «Recientes estudios sugieren que no es que los adolescentes sean rebeldes porque subestiman los riesgos, sino porque sobrestiman las recompensas», asegura Alison Gopnik en The Wall Street Journal. La temprana sexualización y la degradación de valores éticos en pos de los materiales, en un entorno de crisis, los hace más temerarios. Ahora, el PP anuncia que se han acabado las progresías. Ni educación para la ciudadanía, ni píldoras del día después sin receta ni abortos sin una justificación (aunque sea una milonga, como en los años ochenta). Dice el ministro Wert, después de confundir la asignatura con un discurso de Fidel Castro, que no quieren adoctrinamiento. En la realidad objetiva, las cifras señalan que en el último año ha disminuido el consumo de la píldora poscoital (el 30% en Catalunya, por ejemplo), se han reducido los embarazos adolescentes y ha crecido la solidaridad entre los jóvenes. Desandar lo andado para marcar carácter es un asunto muy propio en los relevos de mando. Pero la historia también ha demostrado que las leyes no pueden ir ni por delante ni por detrás de la sociedad. En verdad, aguardo impaciente a que el nuevo Gobierno desarrolle un magnífico plan de educación sexual a fin de inculcar a los jóvenes sentido de la responsabilidad y de la crítica, más allá de limitarse a compartir sentimientos con su electorado. (La Vanguardia)

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6 de febrero de 2012
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Chacón: el largo y sinuoso camino

Carme Chacón ha perdido por un 2% de los votos en el 38.º congreso socialista, pero la partida no se jugaba sólo contra Alfredo Pérez Rubalcaba, sino contra un pasado regio y a la vez decadente. El de Felipe, Bono, Benegas; el de una contienda tras la cual el PSOE no podrá evitar lo que ella anticipó ayer: una larga travesía por el desierto. Chacón ha perdido contra una tradición extendida como una espesa capa de yos impermeables, remando en contra del viento. Puede que no midiera bien sus fuerzas. Da igual que las llamen primarias y no lo sean, ni que Rubalcaba no sea Hollande sino más bien Mitterrand, o que el partido se enfrasque en guerras de familia, a la misma hora en que Rajoy frenaba a los banqueros. Aunque en Sevilla Carme hablase varias veces «alto y claro» e insistiera en que no había que retrasar la transición, ganó Rubalcaba decidido lampedusianamente a «cambiar el PSOE para seguir siendo el PSOE». Pero Chacón ha pisado Bruselas y el Pentágono, se ha sentado con los Clinton, Blair, Rasmussen o Ashton, ha manejado los dossiers secretos, y todo ello sin olvidar su casta. Uno de los mitos más perversos que se siguen alimentando es el de que a CCH la ha moldeado Miguel Barroso, su marido, un as de la comunicación política y el eslogan. Que está detrás, moviendo los hilos. Si no se podían levantar suspicacias sobre la candidata con un currículum ejemplar y un expediente cum laude, habría que hacerlo a través de su entorno. La fantasía del Pigmalión que parece hacer las delicias de muchos, pero CCH, cuando conoció a Barroso en Gobelas, ya estaba muy hecha. Chacón pertenece a esa clase de políticos seductores y fotogénicos, que además de envoltorio tienen un fondo invencible al desaliento. Cuando de adolescente, un médico le dijo que tenía que dejar de jugar a baloncesto, lloró en su habitación forrada de camisetas hasta que le dijo a su madre: «Me voy a entrenar; si me muero quiero hacerlo con las botas puestas». Lo que está claro es que un PSOE asfixiado, que necesita la renovación como el aire, no puede despreciar su capital. Será un viaje largo. Ya lo cantaban los Beatles: «The long and winding road».

(La Vanguardia)

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5 de febrero de 2012
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La rosa y el congreso

El hábil Rubalcaba asegura que en lugar de hablar de pasado prefiere hablar de currículum. La ambiciosa Chacón anuncia que si gana, le tenderá la mano porque no lucha contra Alfredo, sino contra la frustración. El hombre requiere al patriarca, a la misma hora en que la mujer levanta los brazos junto a cientos de mujeres entre las que destaca una, rosa chicle de la cabeza a los pies; aún la llaman «la Vice». El patriarca ríe como lo hacen los que están de vuelta de todo. Dice «Alfredo, creo en ti, mi compromiso es contigo», pero, para que no haya dudas, hace una declaración de amor: «Quiero mucho a Carme». La reserva espiritual del socialismo perpetuando el viejo reparto del mundo: para ellos el poder, para ellas el cariño y la condescendencia. Chacón, tal vez embebida por el mensaje que le envía la poeta nicaragüense Gioconda Belli llamándola a «resistir», arenga en el Círculo de Bellas Artes: «¡A por ellos!». Pero entre tanto taconeo se diluye el complemento indirecto. ¿A por quién? ¿A por el Real Madrid o el Valencia? ¿A por Sevilla? ¿A por el PP? ¿O un poco de todo? Mientras, Rubalcaba se presenta como el guardián de un partido en sus horas más bajas, hay que confiar en la experiencia para que el PSOE no vaya a la deriva, dicen los elefantes. «El PSOE lo está pasando mal», reconoce el patriarca y añade que hay que intercalar generaciones, no fuera el caso que le recordaran que él empezó a mandar aún siendo mocoso. Ya no se habla de la generación tapón. Sería interesante revisarlo. Frente a los jovencitos millonarios de Series Yonkis o Tuenti, el retrato robot del político español es incontestable: son los varones de entre 45 y 65 quienes más renuevan legislaturas. Ellas, aunque de vez en cuando surja una Soraya Sáenz de Santamaría, Utxue Barkos o la propia Chacón, cada dos por tres se caen de las listas. En vísperas de la elección para dirigir el PSOE, los protagonistas empiezan a representar una coreografía previsible: el uno se presenta como sensato albacea, la otra como renovadora empática. El uno dice que no tiene adversarios, sólo compañeros. Que no hay que hablar de los problemas del partido, sino de los de la gente. Ella, vestida de rojo y blanco durante toda la campaña, asegura que la mueve el inmovilismo y que está dispuesta a sacudir las alforjas. Durante estos días, se ha establecido un enfrentamiento entre un político con currículum y una política con ambición, aunque también sobradamente preparada. Como si tener una larga carrera en política no significará el súmmum de la ambición. A Chacón la acusan de lanzar grandes frases huecas. A Rubalcaba de haber perdido estrepitosamente y, en cambio, empeñarse en continuar. Ambos cuentan con muchos adjetivos en los medios. Él: hábil, resolutivo, maquiavélico, zorro; ella: eficaz, renovadora, trepa, zapaterista… En un amago de guerra sucia aparece el círculo de influencias de cada cual. «Tiene un entorno de gente que no me gusta», dice Peces-Barba del candidato. El de ella levanta suspicacias, apuntan otros, como si de un político hombre interesase su pareja, su edad o su horóscopo. Un asunto que ha indignado a Griñán, Sevilla, e incluso a alguno que está del otro lado, como Solana. Me llega lejano el eco de la guerra de las Dos Rosas, aquella serie de conflictos dinásticos que enfrentaron en el siglo XV a las casas de Lancaster y York, contraponiendo el rojo (que los expertos en simbología floral dicen que significa respeto) y el blanco (que, aseguran, transmite la esperanza de un futuro sólido). Aquella guerra marcó el inicio del Renacimiento en Inglaterra. Dentro de dos días se abrirá el 38.º congreso del PSOE en el sevillano hotel Renacimiento. Y allí, o la rosa florece o se marchita.

(La Vanguardia)

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1 de febrero de 2012
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Estado de shock

Cada día, millones de españoles acuden a su trabajo con un aguijón en el pecho. El sueño no ha sido capaz de ablandarlo, a pesar de esforzadas negociaciones consigo mismos. De nada vale que se refugien en lo microscópico de sus vidas, sea una taza de buen café o el beso con perfume de mañana. Gente paciente que se hace el propósito de celebrar todo lo que merece la pena, pero que nada más empezar la jornada muda definitivamente la sonrisa. El sentido común les dice que pertenecen a esa clase privilegiada que hoy tiene trabajo, pero ya decía Nabokov que el sentido común es, en el peor de los casos, tan sólo el sentido hecho común. Lejos de ser un acicate y frotarse las manos por tener una nómina, el peso de la responsabilidad los paraliza. Hace tiempo que se han acostumbrado a tener congelado el sueldo, cuando no a cobrar menos por lo mismo. A recibir órdenes contradictorias o a que sus jefes les hablen con la boca seca y las ideas extraviadas, como si lucharan contra un vapor que ni tiene entidad ni nombre pero cuya naturaleza proviene del miedo. Se anuncian cerca de tres millones de parados en Francia e Italia; y Montoro aventuraba en España 5,4, en un claro desafío para preparar psicológicamente al país. Acompañados por las continuas reformas estructurales anunciadas por Rajoy, y ante la insostenibilidad de los convenios, quienes tienen trabajo asisten resignados a la debacle del empleo de la misma forma que los barrenderos recogen las sobras del otoño. Porque lo acuciante son esos más de cinco millones de parados, pero no hay que perder de vista que una gran parte de la población activa vive en estado de shock. El paro entendido como enfermedad colectiva produce alarma y, al igual que las epidemias, suele preocupar más a quienes están sanos. ¿De qué manera puede remontar un país cuando apenas se aborda cómo podemos ser más creativos y más productivos? Cierto es que la incertidumbre amenaza cualquier proyección. Pero cuando se deja de mirar hacia delante, sin espejos ni estímulos, las ideas se achican. Leo un estudio en el que se asegura que las personas son más creativas cuando disfrutan de privacidad y libertad, y trabajan sin interrupciones ni amenazas. «La creatividad hoy se ha convertido en un proceso colectivo, a medida que los problemas se vuelven más complejos, es más necesaria la colaboración», afirma en cambio Jonah Lehrer en The New Yorker, a la vez que anuncian diferentes pruebas empíricas que demuestran la ineficacia de la «tormenta de ideas» por previsible y falta de crítica. «La creatividad consiste en esas chispas que genera la fricción humana», defiende el columnista. Repaso la familia de palabras en estas últimas líneas: productividad, creatividad, libertad, proceso colectivo? tan diferentes a las anteriores: parálisis, shock, desempleo? e inicio un brainstorming solitario. La primera palabra es «respira».

(La Vanguardia)

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30 de enero de 2012
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La edad de hierro

Ocurre un hecho prodigioso en nuestro tiempo: tantos genios viejos juntos. Habría que remontarse a los tiempos bíblicos para hallar tal profusión de vidas longevas y palpitantes. Porque la vejez empieza a ser lo opuesto a un zapato polvoriento o a un saco de huesos rotos. Poco importan ya las carnes consumidas, la voz ahuecada, el audífono. Vean si no, esa maravillosa mujer, la neurocirujana italiana y premio Nobel Rita Levi-Montalcini. Cuando cumplió cien años ?en el 2009? le confesaba al periodista Miguel Mora: «No hay culpa ni mérito en cumplir 100 años. Puedo decir que la vista y el oído han caído, pero el cerebro no. Tengo una capacidad mental quizá superior a la de los 20 años. No ha decaído la capacidad de pensar ni de vivir. La única forma es seguir pensando, desinteresarse de uno mismo y ser indiferente a la muerte. Cuando muera, sólo morirá mi pequeñísimo cuerpo». Levi-Montalcini no renuncia ni a una buena peluquería ni a escoger bien sus joyas, y eso dice mucho de quien sabe envejecer. Conectar lo interior con lo exterior, remarcando la importancia de un cuerpo pero sobre todo un alma elegante. Ahí está Manoel de Oliveira, que a sus 103 años recién cumplidos ultima su próximo filme, Gebo et l’Ombre, con dos divas que conservan intacta su mueca de desafío al star system: Jeanne Moreau y Claudia Cardinale. U Oscar Niemeyer, que, con 104 años, ha tenido que desistir «provisionalmente» de su proyecto de construir la plaza de la Soberanía en Brasilia, pero ha dejado claro que no renuncia a ella. Muchos se ríen del desfase de Stephan Hessel (94), el viejo resistente y uno de los autores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De su panfletillo tan kumbayá. Pero Hessel no se inmuta, convertido en el agitador que da consejos a François Hollande para que radicalice su discurso. O David Hockney, cuya rebeldía es una bofetada de color que estos días expone en la Royal Academy of Arts de Londres ?y en mayo en el Guggenheim de Bilbao?. En ella muestra la llegada de la primavera en Yorkshire, con sus verdes y violetas intensos, lejos de las grisallas de la tercera edad. Las paredes de la academia parecen ventanas de un tren: desde su excepcional Paisaje ordinario hasta su visión del Grand Canyon, o de la campiña inglesa, fragmentada como un puzle gracias a horas y horas mirando a través de una cámara de vídeo, que junto a sus dibujos con iPad rubrican la estampa del viejo moderno. Mi abuelo también lo fue: siempre tenía el último teclado, la más sofisticada maquinita de acupuntura, la mejor cámara de fotos. Si viviera hoy, a buen seguro sería un hacker. Y escucharía Old Ideas, de Leonard Cohen, que yo espero impaciente. Al lado de los citados genios longevos, Cohen es un teen. Va a cumplir 78 años, y dice atinadamente que a los 80 volverá a fumar. «Sé muy bien que la edad tiene mucho que ver con mi actual libertad», asegura en las entrevistas. De una elegancia inusual, sombrero de ala corta, traje a lo Beau Brummel y versos inspirados, es hoy un dios que vive en un monasterio rodeado de hielo y que en sus blues nos ofrece un manual para convivir con la derrota. La pasada semana se publicó un dato inquietante: por primera vez en 50 años cae la esperanza de vida. Los demógrafos están en alerta. Puede que se deba al cálculo, dicen unos. Tal vez tenga que ver el impacto de la crisis, aseguran otros, de la misma forma que de nuevo cae la tasa de natalidad (1,1). Nunca el ser humano había tenido tan larga juventud, y tan próspera vejez. Ancianos no sólo activos, sino geniales, liberados como dice Cohen de las neuronas de la ansiedad, que deberían servirnos de ejemplo para trascender la crisis y enfrentarnos a una regeneración integral. (La Vanguardia)

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25 de enero de 2012
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Hey, mambo

  La nota se introduce por el pabellón auditivo y al instante una corriente atraviesa el cuerpo desde la punta del pie hasta el paladar. La cabeza oscila como si quisiéramos avanzar, aunque no vayamos a ninguna parte. Tan sólo al fondo de una música que desentumece del tedio y aviva el ánimo. Si el ritmo nos atrapa, redondeamos los hombros, cimbreamos la cintura y palmeamos sobre el muslo hasta que las notas se hacen más poderosas, dispuestas a expandir el espíritu. Desde los bailes cortesanos que estructuraban la vida en sociedad, hasta las danzas folklóricas, el baile ha resumido el ansia del ser humano para encontrarse con el otro sin dejar de ser él mismo. Casi todas las culturas se han organizado en torno a una danza buscando armonía y solemnidad; danzas de fecundidad, sacras o guerreras, que alentaban a los pueblos. El célebre columnista británico Paul Johnson se lamentaba de que la modernidad hubiera dado al traste con «el baile como expresión abierta de una sociedad ordenada» y se hubiera convertido en un «pandemónium subterráneo», lleno de ruido, desorden y confusión. Pero de entre el caos hipermoderno ha resurgido la fascinación por el baile de salón. Además de una sucesión de capoeiras, reggaetones y burlesques; de cisnes negros y Lady Gagas, de fórmulas televisivas como Mira quién baila, ¡Quiero bailar! o Fama con sus castings multitudinarios. «Se podría escribir una teoría política en torno a la historia del baile», decía Johnson cuando lamentaba su fin como rito cohesivo, aquel baile civilizado que fortalecía una sociedad y representaba un ideal democrático incluso en épocas de despotismos. Puede ser arriesgado relacionar el abismo al que se enfrentan nuestras sociedades fragmentadas y el repunte del baile. Pero algo ocurre cuando se exalta tanto. La última pasarela internacional fue un interminable mambo. Las modelos desfilaron con los flecos mundanos del charlestón, las cinturas apretadas y un ansia desmesurada de trópico. Ritmo, color y oro justo cuando la acuarela se nos ha avinagrado. Y no dejó de sonar el mambo, desde Tito Puente hasta el refrescante descaro de Rosemary Clooney con su mambo italiano. Un mambo sin principio ni fin, tan inagotable como las trompetas de la recesión, a la búsqueda del movimiento como refugio. Hoy, en Francia y EE.UU., empiezan a repartir invitaciones para el maratón que coronará a los mejores de la pista. Obama ya no se deja ver bailando el funky de Beyoncé, pero procura recuperar el resuello para afrontar un intenso noviembre a la espera de un buen contrincante country, mientras que Sarkozy parece avanzar con pasos cortos y rápidos, como de merengue, ante la impetuosa bachata de Marine Le Pen. En España, Rajoy se entrega al son que entona Merkel, una lánguida elegía. Porque irremediablemente, mientras el barco se hunde la orquesta debe seguir tocando. (La Vanguardia)

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23 de enero de 2012
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¿Do de pecho?

Me encuentro con una de esas noticias insólitas: en Tailandia, una esteticista llamada Khemmikka Na Songkhla practica una técnica consistente en atizar a manotazos los pechos para aumentar su tamaño. Si se realizan cuatro sesiones, los efectos pueden durar hasta tres años. Songkhla tiene lista de espera y cobra más de 300 dólares por sesión. El dolor, ah el dolor. Qué les van a contar a las mujeres acerca del inevitable penar a fin de embellecerse. Recuerdo aquellas primeras ceras amarillas y espesas con las que nos depilaba la peluquera del pueblo, un ritual cruel que siempre tuve fe que el progreso remediaría, e incluso que sería testigo de ello. Ahí está el láser con su erradicación definitiva del anatema del vello, porque una mujer peluda siempre ha sido una mujer a medias desprovista de los afeites y talcos que se le suponen por cuestión de género. Un descubrimiento que, salvando las distancias, ha hecho tanto por la liberación femenina como la píldora. Los rituales de belleza, gracias a la cosmética científica, han abreviado infinitos vía crucis: desde los más de veinte kilos de ropa encima, bajo corsés y crinolinas, hasta el tacón de aguja que sigue reinando con esplendor pese a deformar los metatarsos. Para los más críticos, la progresiva popularización de la cirugía plástica desde los años ochenta es síntoma de una sociedad disfuncional. De una enorme ausencia de riesgo personal relacionada con el materialismo; operarse como quien se compra un cartier, una felicidad efímera similar a la lotería. No sólo aquellos empujados por la vanidad y la estupidez entran en un quirófano, sino quienes sienten un profundo malestar con su imagen. Gracias al formidable avance de la medicina, el cuerpo es uno de los pocos territorios que nos pertenecen. Pero a menudo el de las mujeres ha sido demasiado modificable. ¿Por qué entre cinco y diez millones de mujeres se han implantado silicona en el pecho? Contrariamente a lo que podíamos imaginarnos, la afición por los senos grandes y turgentes no pertenece en exclusiva al imaginario masculino. Aunque la mayoría de los cirujanos plásticos sean hombres, el canon del 90-60-90 mantenga su vigencia, y desde la Loren hasta Angelina Jolie el pecho represente un poderoso atributo, leo en The Guardian que en el siglo XIX se publicaban consejos para frotar el pecho con una toalla impregnada de abrasivos y se utilizaban aparatos de succión o con alambres, todos ellos diseñados por mujeres. Mientras asistíamos a la llegada de la paridad a la política y a la feminización del mundo, las mujeres hacían crecer sus pechos a cualquier precio. La prótesis mamaria se convirtió incluso en un regalo de cumpleaños, se sorteaba en discotecas y, ante tal panorama, algunos oportunistas se aprovecharon de la demanda con implantes baratos de mala calidad, como las PIP (Poly Implants Prothèses), líderes en Francia y terceras prótesis mamarias más fabricadas en el mundo. ¿Cómo hemos podido llegar hasta este extremo? Kilos de silicona, esa que los médicos muestran en la palma de la mano como si fuera un órgano con vida propia, a punto de estallar dentro del cuerpo de las mujeres. «No quiero quedarme con dos bombas en el cuerpo», dice una portadora de las PIP. Laxitud, falta de regulación, normativas diferentes dentro de la UE y, en especial, el peso de la desafección con uno mismo. Ahora bien, que nadie se engañe, la percepción a menudo errónea del propio cuerpo ya no es una exclusiva femenina. La cirugía plástica se ha triplicado entre hombres en Catalunya, la demanda ha crecido un 25% en el último lustro, y las operaciones para alargar el pene se han triplicado desde el 2008. Cada año, entre 1.000 y 5.000 hombres pasan por el quirófano para engrosar su miembro. Y lo dramático es que, al igual que muchas mujeres, el 90% no lo necesita. (La Vanguardia)

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18 de enero de 2012
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El mejor jugador del mundo

El año pasado, cuando Lionel Messi escuchó su nombre como merecedor del Balón de Oro, sacó la lengua. Lo hizo dos o tres veces; un gesto fácilmente reconocible en los niños cuando se sienten extraviados entre la alegría y la timidez, en la incomodidad de representar la satisfacción de los otros antes de hacerla suya. Porque hay personalidades que ante el triunfo levantan la cresta, prestos a enaltecerse, y otros que no saben si es a él a quien en verdad felicitan o al de al lado, de ahí que Messi instintivamente buscara la compañía de su lengua. Al subir al escenario para coronarse como mejor jugador del mundo, apoyó los codos en el atril, midiendo bien la proporción entre cercanía y contexto, con gran naturalidad. Este año, más hecho a los focos y con un esmoquin berenjena que incluso le sentaba bien, al recibir el mismo título ya no sacó la lengua. Pero mientras, generoso, compartía su premio con Xavi; mostraba una vez más esa mirada aniñada que incluso podría parecer bobalicona pero que en verdad representa el milagro de un joven deportista millonario tocado por el genio y la humildad. «Me tienen envidia porque soy rico, guapo y un gran jugador», dijo CR7 en un acto de impúdica autoafirmación. En las distancias cortas, Cristiano Ronaldo sigue siendo el mismo hombre que sus exabruptos en el campo y mira por encima del hombro alejado de cualquier código social, incluso de la más rudimentaria cortesía. Su latoso ego no parece tener nada que ver con el escudo que levantan muchos personajes para protegerse de la fama, sino con el desentendimiento y la incapacidad para corresponder a la curiosidad o incluso admiración. En el retrato de sí mismo que alimenta día a día, Ronaldo se muestra como un hombre frío y orgulloso, un pobre niño rico que no posee ni un ápice de empatía. Pero es que, en los últimos años, el crack Ronaldo ha sufrido lo peor que puede sucederle a un genio: vivir a la sombra de otro más grande que él. Las leyendas de históricos segundones son una buena metáfora de la infeliz ambición: Mozart y Salieri, Shakespeare y Ben Jonson, el ajedrecista cubano José Raúl Capablanca ?«aprendí a jugar antes que a leer»? a quien el reflexivo y aristocrático Alekhine nunca pudo vencer. O Joe Frazer, un campeón duro y correoso, que vivió hasta el último de sus días más amargado por el legendario Mohamed Ali que por el cáncer de hígado que le mató. En los años sesenta, en Francia, se llegó a hablar de anquetilistas y poulidoristas. El calculador ciclista Anquetil lo ganaba todo, pero Poulidor, campesino, educado y humilde, contaba con el favor del público a pesar de representar al eterno segundón. Messi combina el espectáculo en el campo con la humildad fuera de él pero, a diferencia de Poulidor, gana títulos. Eso sí, achina los ojos como el francés sonriendo con un candor admirable siendo como es el mejor futbolista del mundo. (La Vanguardia)

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16 de enero de 2012
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Por cuatro trajes

He observado los gestos altivos de los acusados de Gürtel, su contrariedad y su barbilla levantada, su impaciencia y su fastidio. Por esta cutrez, «por cuatro trajes, todo esto», parecen decir sus párpados entreabiertos y su nuca contraída. A partir de las últimas investigaciones sobre la civilización empática, me convenzo de que existe una relación intrínseca entre narcisismo y falta de empatía. O entre esta y la soberbia, el endiosamiento e incluso la agresividad. El que no se mete en la piel del otro y sólo es condescendiente consigo mismo se siente invencible. Como si hubiera borrado los confines de su conciencia y no le pesaran ni la sombra judeocristiana de la culpa ni la convicción ética de la ejemplaridad. Probablemente son personajes que carecen de neuronas espejo, las mismas que nos conducen hacia la simpatía y la acción moral. Si no, cómo puede entenderse la ausencia de sudores fríos que asaltan a quien está cometiendo una tropelía; cómo comprender la impunidad de la que gozó durante ¡nueve años! el ex director general de Empleo de la Junta de Andalucía, a quien ahora su chófer acusa de conceder subvenciones en el privado de un bar, entre gin-tonics y rayas de coca (pagados con dinero público). A menudo los buenos fotógrafos adoptan una expresión similar a la de sus retratados en una especie de acto reflejo que suele pasar desapercibido para ellos mismos. A pesar de que el objetivo cubra la mitad de su cara, y aunque den órdenes mientras controlan la luz, acaban adoptando el mismo gesto de quien posa como expresión de deseo para capturar su alma. Como si en verdad pudieran adivinar qué le pasa por la cabeza a quien piden que relaje la boca a fin de obtener su mejor rostro. Todo lo contrario a la impasibilidad y lejanía, a la expresión pétrea afianzada en el entrecejo y las mandíbulas de los presuntamente corruptos y poco empáticos. «Un accidente sucede cuando una cosa llega. Una coincidencia cuando algo está a punto de suceder y lo hace». Anoté esta frase en mi libreta Smythson azul el pasado verano y la actualidad ha querido que ahora cobre sentido: no es accidental que Camps y Matas ?curiosamente, dos nombres que respiran naturaleza verde? coincidan en los juzgados. Valencia y Mallorca apuntaban ya maneras, convertidas en las nuevas Marbellas cuyo exhibicionismo tenía que acabar pasando factura. La conciencia sobre la realidad es un asunto traicionero. Cuán diferente ha sido la percepción del bien y del mal, de lo permisible y lo imposible por parte de los imputados en los casos de corrupción que nos rodean, incluidos Urdangarín y su socio Diego Torres, en comparación con los delitos comunes de un ladronzuelo de tres al cuarto. Pienso en Montes Neiro, toda la vida en la cárcel sin haber cometido un crimen de sangre o una estafa de gran calado. A sus hijas les decían que trabajaba en «una fábrica», y que les hablaba tras el cristal para evitar los escapes… Cuando tenían un vis a vis, improvisaban un columpio con una sábana. Así 35 años. Por un lado, paseamos nuestra fe en la democracia y en el sistema. Los valores ciudadanos y la autoridad del Estado nunca habían gozado de tanta solidez. Pero también, y gracias a nuestras neuronas espejo, abrazamos otra creencia que podría ser paradójica respecto a los anteriores credos: la simpatía por el débil. El que siempre tiene las de perder. Hoy, tenemos un elemento que ha variado de forma considerable en los procesos a poderosos: la omertà. Aquellos que antes callaban, atemorizados por amenazas subterráneas, ahora pactan con la fiscalía y declaran mirando a los ojos del juez en busca de una empatía que no convierte a la gente por arte de magia en mejores personas, pero que es imprescindible para redimirse.

(La Vanguardia)

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11 de enero de 2012
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