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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales como Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), Icon de El País, Marie Claire, y Woman. Ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (El País, Vogue, la cadena SER, Onda Cero, TV3 y TVE) y ha publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Actualmente es columnista de La Vanguardia y directora del Magazine

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La ciencia y la piel de gallina

Por qué hay canciones que nos erizan la piel y nos conectan con un viejo amor, un sueño perdido o que incluso nos hacen llorar? Hace unos días, el periodista científico Michaeleen Doucleff publicaba en The Wall Street Journal «Anatomía de un generador de lágrimas», donde analizaba el poder conmovedor de la música y en particular de una de las cinco canciones más descargadas en iTunes, Someone Like You, de la antidiva Adele. He seguido en Twitter el interés por los escalofríos musicales que propician analogías con las emociones. Eso que tan bien expresó Mendelssohn al afirmar que en ambas realidades ?la musical y la emocional? existen formas parecidas de crecer y de empequeñecerse, de calma y de excitación, de intervalos soñadores. Como la comida, el sexo o las drogas, la música estimula los circuitos del cerebro y libera dopamina en los centros de placer y recompensa. Y en el caso de la canción de Adele, según Doucleff, se pasa de la tristeza al bienestar gracias a las llamadas apoyaturas ?una especie de contrapunto musical que puede producir tensión, alivio e incluso lágrimas?. Confieso que Adele no me hace llorar, pero recuerdo con nitidez otras canciones con las que he experimentado ese pellizco.

De adolescente, en las largas tardes de verano, escuchaba Es fa llarg esperar y sus notas pronunciaban una densa sensación de expectativa, en especial cuando Maria del Mar Bonet sube de octava para decir doliente: «El cel roig i el sol que ja se’n va». Todos tenemos una banda sonora que nos acompaña hasta la muerte ?aún recuerdo la sonrisa que esbozamos en la despedida de Enrique Puig cuando al terminar la liturgia sonó Matilda?. No hay más que fijarse en Obama para entender cómo explota el contagioso poder de la música. Después de que en el Apollo Theater se lanzara a cantar Let’s Stay Together, las ventas del viejo tema se dispararon. Hace cuatro años publicó la música que llevaba en su iPod. Fue un golpe maestro y creó escuela. Ahora, sus temas preferidos acaban de aparecer en una playlist de Spotify. Obama pasa de la celebridad a la intimidad con un suave encabalgamiento, baila arrobado con su mujer como nunca ha hecho aquí ningún presidente del Gobierno, y además de cantar bien, sabe que cuando a dos o más personas les gusta la misma canción se dispara un mecanismo gozoso que incita a reconocerse en el otro. Hace tiempo que los jukebox se callaron. Habitaba en el acto de elegir una canción, o varias, un deliberado ejercicio de cercanía. Hoy la música se escucha en solitario, con auriculares y en silencio. Pero es tan necesaria como siempre, y más ahora que la ciencia demuestra que no estamos locos cuando al escuchar una canción creemos vivir una vida paralela, en las antípodas de las primaveras valencianas, la sumisión laboral y los juicios por corrupción. Basta con darle al play. (La Vanguardia)

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27 de febrero de 2012
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El aire de los tiempos

Frente al parque del Oeste, ese lugar de Madrid donde siempre siento la ilusión del mar, convocamos el primer Salón Literario de Madame Marie Claire. Nos movía ante todo un impulso de belleza,el reunirnos alrededor de una mesa para conversar sin fines, trabas ni guiones políticamente correctos. También el deseo de recuperar la deliciosa tradición femenina de los salones franceses del XVIII, concebidos para que la gente mundana no se aburriera y los intelectuales tuvieran un espacio para poder comunicar sus ideas. Un puente entre las artes y la moda, bien argumentado por uno de nuestros más ilustres salonniers, Félix de Azúa: «hay una corriente profunda entre la literatura y la moda. Que nadie piense que estoy hablando de literatura, “ese oficio divino”, frente a la moda? todo lo contrario, lo que es divino es la moda y la literatura se añade como puede». No en vano, la raíz etimológica de la moda, modus, explica bien su esencia: «la manera del momento».

Al tiempo que escribía estas líneas, llegó la noticia de la muerte de Antoni Tàpies, el pintor español más importante después de Picasso y Miró. Y no pude dejar de pensar en la generosidad del artista cuando cuando hace ya más de tres años quiso participar en un especial dedicado a la relación entre las modas y las artes. En su estudio, se fotografió junto a la modelo Eugenia Silva, y conversaron acerca de las paletas de tierra y ocres, de sus matéricas pinceladas y de cómo en el lienzo desplegado sobre el suelo regresó a la figura humana. Observo su entrecejo de filósofo, su voluntad de iluminar la oscuridad, la belleza moral de su obra. Y celebro que este oficio nos haya dejado más imágenes como ésta, en la que logramos que la alta cultura y la moda dialogaran, sin los estúpidos prejuicios que aún permanecen en nuestro país. Lo que ha ocurrido sobre la pasarela esta nueva temporada es excepcionalmente paradójico. En plena recesión, los diseñadores han decidido celebrar la vida y colorear el aire de los tiempos. Vierten colores mediterráneos, estampan naturalezas vivas ?berenjenas y pimientos, girasoles y bungavillas? e imprimen la huella del sol en las faldas con vuelo. Encima de la pasarela sonaba un mambo infinito. Mientras los llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), en la cuerda floja, se debaten para no ser intervenidos, la huella de su cultura mediterránea inspira «la manera del momento». Una tendencia solar, libre y sensual que crea una ilusión de paraíso íntimo. Las influencias españolas, de Goya a Picasso y el propio Tàpies, marcan la temporada. Además del elogio a la inocencia en una paleta de colores pastel. Se prepara una primavera rebosante de moda en los museos. Y una nueva hornada de talentos demuestra, en España, que la imaginación sí es poder. El viaje de una idea desde la torre de marfil hasta la calle es apasionante. Y más aún cuando, para esta temporada, la moda ha enviado una contraseña: volver a reír. Éste será tu password vital para afrontar el aire de los tiempos. (Marie Claire)

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24 de febrero de 2012
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Madames Bovary

Madame Bovary fue un retrato adelantado de la mujer insumisa. Y aunque el personaje acabe reducido a carne de autodestrucción, Flaubert no se privó de hacerle decir cosas como esta: «Un hombre por lo menos es libre, puede gozar de cualquier placer. Pero cuando un deseo nace en una mujer ya existe una norma para reprimirlo». La versión teatral que estos días pone en escena Magüi Mira en el Bellas Artes de Madrid, protagonizada por Ana Torrent, arrastra un torrente de deseo femenino aunque también de avidez, insatisfacción y neurosis. Un deseo que provoca una ristra de adjetivos pendencieros. Magüi Mira se acerca con ímpetu a la sexualidad sedienta de la Bovary, a la vez que a su desgraciada inseguridad, arrodillada para calzar las botas a su marido y sus amantes. A su pasión sólo le aguarda tragedia. Cómo se endeuda comprando trajes para que ellos la quieran más, cómo desafía el qué dirán torturándose sobre su colcha azul real… Emma Bovary es un caballo desbocado y perdido que Flaubert condena despiadadamente por su pecado, y apenas permite que se impregne de un instante de su furtiva felicidad. Demasiado se ha escrito últimamente sobre la infidelidad como revulsivo para la pareja, y a pesar del equilibrio entre sexos en asunto de cuernos, se constata la evidencia de que ellas guardan más discreción mientras que ellos acaban delatándose con torpeza. Ese dato afianza dos mitos: mientras potencia el estereotipo de lo femenino como simulado y sutil, y lo masculino con un previsible guión de una sexualidad desbordada, también evidencia que una infidelidad, si es femenina, parece doble infidelidad. Porque el guión escrito en diferentes formatos marca una importante distinción entre sexo y amor: se entiende que si una mujer es infiel y no sabe comportarse como tradicionalmente han hecho ellos (con pocas complicaciones emocionales y sólo desde una dimensión lúdico-erótica), tiene ya el zarpazo del amor rasgándole el cerebro. Tanta tinta vertida sobre los preliminares que deleitan a las féminas y ahora resulta que un estudio reciente asegura todo lo contrario: hoy, los hombres requieren mimos y besos mientras que ellas piden sexo. El estudio ha sido publicado por el Instituto Kinsey, no por un manual de sexo en la ciudad, aunque recoge su eco. Mimos. La palabra incluso saltó a la escena política y, ratificando el asunto, también los reclamó un hombre: Pérez Rubalcaba. Si este asunto de los varones tiernos se reprodujera como patrón de conducta, igual que entre las más de mil parejas que participaron en él, la percepción de la sexualidad daría un vuelco. Hombres sedientos de besos y mujeres postergando los preliminares; ellos perdiendo el miedo a mostrar su parte femenina y ellas aprendiendo a disfrutar de su sexualidad sin culpas. Desde hace tiempo, intento explorar un lenguaje común entre hombres y mujeres que pasa por enterrar viejas y manipuladas etiquetas: de los hombres marlboro a las solteronas ansiosas a lo Bridget Jones, de las amas de casa desesperadas a los hombres alexitímicos y promiscuos. Del lenguaje combativo que nos aleja: «Una mujer sin un hombre es como un pez sin una bicicleta» (Gloria Steinem), al que nos acerca como personas que somos. Paralelamente, ocurre un fenómeno digno de analizar: hoy no hay nada más proscrito que una mujer imitando a un hombre en su manera de mandar, en la relación poco saludable con su trabajo, en su donjuanismo, en la ausencia de la llamada inteligencia emocional. En cambio, el camino inverso es aplaudido socialmente y todo parece proclive a feminizarse, desde la oficina hasta la política, desde la paternidad hasta la prensa o los recursos humanos. ¿Acaso por ello, las madames Bovary del siglo XXI han empezado a pedir más sexo? (La Vanguardia)

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22 de febrero de 2012
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El lienzo vence al ladrillo

Hay que tomar la distancia necesaria entre la preocupación nacional y nuestro codo o nuestro páncreas. Nosotros no somos la crisis. La bicha es impersonal, también transversal, aunque en su plural mayestático se incluyan apellidos financieros y corruptos. También los de un mercado voraz que ha convertido lo nuevo en viejo a la velocidad de la luz. Pero vivimos bajo el áspero manto de la crisis, como si asistiéramos a un vertiginoso empequeñecimiento parecido al del País de las Maravillas. Una España que no halla su verdadera medida y que carece de la imaginación de Lewis Carrol para hacerla reversible. Alicia, harta de ser pequeñaja, se bebe la pócima con excitación y llega a crecer tanto que ni pasa por la puerta, hasta que se come una pasta y su tamaño se reduce al de un insecto. Pero traza un plan de acción: volverá a su verdadera estatura y entrará en aquel precioso jardín. Y gracias a una oruga y una seta lo consigue: recobrar su identidad y vivir su fantasía. Ayer cerró la 31 edición de Arco, en la que mucha gente acudió deseosa de pagar 43 euros de entrada a fin de adentrarse en el jardín de las maravillas contemporáneo. El del arte que cuenta para el mercado. Porque, como dice Vicente Verdú recordando a Aleixandre, «el poeta que hoy escribe para sí mismo muere por falta de destino». Lo mismo que el artista. El dinero, valor troncal de la vida en sociedad, arrasó con el último mohín de purismo. Y ahí está un legitimado engranaje que cotiza mucho más que el ladrillo, una inversión segura que aporta glamur y enmascara sutilmente sus patrañas para convertir un excremento en obra maestra. Aunque aún quedan los puros. Como la artista Concha Jerez, muy valorada hoy en Alemania o Austria, que abandonó durante casi once años el mercado y salió del circuito a fin de desarrollar su obra sin presiones y definir su escritura artística. Perdió algunos trenes, pero dice que volvería a hacerlo. En una edición con menos stands institucionales y más compradores internacionales, el letrismo ha florecido de nuevo con mensajes reivindicativos. La crisis se ha estampado en el lienzo, y el arte emergente sigue dispuesto a fluorizar el paisaje. «Pintar no era una manera lo suficientemente directa de luchar contra las armas nucleares», escribió John Berger, explicando su dimisión de los pinceles y su entrega al folio. Pero hoy hay más política en Arco que en el Congreso. Y aunque la lógica del arte sea terriblemente conservadora y los galeristas ?en realidad vendedores? se hayan reconvertido en venerados agentes culturales, el ansia por embellecer la realidad posee un eficaz efecto placebo. En muchas paredes se dejaban admirar visiones del mundo y ante los Tàpies recordé su ilusión de la pincelada única. Una sola, la más elevada sencillez para expresar todo el universo. Y para reventar el mercado. (La Vanguardia)

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20 de febrero de 2012
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Los feos son perezosos

Casi todo el mundo quiere ser guapo, mejor dicho: estar más guapo. De la misma forma que de niños garabateamos diferentes firmas en busca de un pedazo de identidad, llega el momento en que uno se apresura a encontrar las gafas y el peinado que más le favorecen, y pueden pasar décadas aciagas en manos de ópticos y peluqueros creativos. Incluso quienes consideran que el atractivo es un asunto banal y lejano se regocijan cuando alguien les dice que lucen bien ?aunque se trate de una compasiva cortesía?. Quién no se ha preocupado alguna vez por salir bien en la foto, por si la corbata combina con la chaqueta o el maquillaje se ve natural ?qué magnífico oxímoron el que forman estas dos palabras: maquillaje y naturalidad?. La belleza es un sistema complejo y también dinámico, aunque sus cánones, desde la segunda mitad del siglo XX, poco hayan variado más allá de las declinaciones de estilo (minimalismo, androginia, hiperfeminidad y toda esa jerga que utilizamos en la prensa femenina). El progreso, eso sí, ha logrado que sea más fácil que nunca ser atractivo. Y el buen aspecto es un indicativo de salud física y mental, de empatía propia de quienes se dejan mirar complacientes. Que hoy vivimos más apegados que nunca a la imagen lo demuestra el hecho de que un político se injerte pelo o una política se quite arrugas y ambos sean noticia de portada. Y no de portadas de revistas del corazón sino de periódicos serios. La nueva imagen de María Teresa Fernández de la Vega llegó a ensombrecer la creación de su fundación Mujeres por África. Al mismo tiempo que el culto a las vanidades desembarca, cada vez con más páginas, en los periódicos, la fascinación y la denigración de la imagen nos dan una medida del tipo de sombra que proyectamos. Según postula Catherine Hakim en Capital erótico, un libro mediático que viene precedido por la polémica, «el interés de los hombres por el sexo eleva el capital erótico de las mujeres y puede conferir a estas una ventaja en las relaciones sociales». Hakim, entrevistada por Lluís Amiguet en La Contra, señalaba que incluso en las relaciones profesionales hay que dejar implícita una promesa sexual. Un regreso al pleistoceno: saca tus armas de mujer, repite esa caída de párpado y no olvides las medias de rejilla. Tantos años intentando ahuyentar el prejuicio de que cuando una mujer llega alto es porque se ha acostado con su jefe, y ahora nos vienen con esas. Cierto es que el buen aspecto ha dejado de ser letra pequeña, e incluso hoy es requerido para trabajar de limpiadora. Pero existe un asunto mayor que no incluye esta teoría del capital erótico: ¿acaso la psicología moderna no se ha cansado de repetir que el atractivo es importante, sí, pero no tanto para encantar serpientes como para gustarse a uno mismo? En esto Hakim tiene razón: «Los feos son unos perezosos». (La Vanguardia)

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13 de febrero de 2012
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Tenemos que vernos

A medida que se va ampliando la grieta entre el mundo exterior y el mundo interior de tal forma que los límites se hacen más rotundos, descubrimos que ya no existe un tiempo que antes nos pertenecía. Sí, aquellas horas elásticas en que la amistad nos ayudaba a crecer y a paladear la alegría. Nos decimos: «A ver cuándo quedamos…»; también confesamos, entre la disculpa y la declaración de intenciones, que aunque no nos frecuentemos el vínculo y el cariño son imperecederos, que «nuestra amistad es para siempre». Habita en nosotros un sistema de necesidades geométrico. Difícilmente se aprende a bajar peldaños o a desactivar el sentimiento de retribución, pero a través de las palabras podemos crear mundos posibles con la ilusión de controlarlos. En ese «tenemos que vernos» que a menudo cruzamos con los amigos añorados, esos con quienes celebramos afinidades y afectos pero que ya dejaron de ser parte de nuestro paisaje cotidiano, se concentran el látigo de la nostalgia y también del anhelo. El de un tiempo compartido y enhebrado por tardes ociosas y responsabilidades livianas; el mismo que regía la comunidad hasta que cayeron las murallas y todo se hizo más escurridizo. Entonces el tiempo se fracturó, y perdió su lógica a pesar de que la tierra sigue girando alrededor del sol. Nos fuimos complicando, cargando las agendas, pagando seguros, resolviendo conflictos, luchando contra un ardor llamado ansiedad o insomnio, leyendo menos, comiendo más, acortando las tardes con los amigos. Pasamos de ser hijos a padres, para regresar de nuevo a ejercer de hijos-padres con nuestros viejos. La muerte empezó a saludarnos de cerca, aquella que, como decía Benedetti, de muchachos tan sólo era una palabra y pasó de charco a océano cuando «ya le dimos alcance a la verdad». Pero en la casilla de los deseos, como ha venido demostrando el ser humano desde los orígenes, una querencia sincera empuja al reencuentro con los amigos. La vida moderna ha conseguido que el trabajo ?o su falta? domine nuestras vidas reduciendo drásticamente la dedicación a los afectos. Francis Bacon no podía resumirlo mejor: «La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad». Existen varias modalidades de amistad: la interesada, que hoy se ha impuesto como una auténtica transacción social; la estética; la compasiva; la ética, esa que a menudo sólo podemos contar con los dedos de una mano. Y la amistad virtual: cada español cuenta con una media de 143 amigos en las redes, y uno de cada cuatro internautas reconoce que tiene más relación con sus amigos a través de la pantalla que en persona. Algunos son amigos de postín, otros, personas que despiertan cierta simpatía para comunicarse e intercambiar fotos, recuerdos o emociones. Se critica mucho la inconsistencia del amigo virtual, y cierto es que a muchos ni los conocemos. En mi caso, cada vez que se me acerca alguien diciéndome que es mi amigo en Facebook me entran palpitaciones, porque a menudo me enfrento a una incógnita. Pero reconozco que una que vez el tiempo se nos ha hecho añicos, ese ancho bulevar digital proporciona un guiño, un «me gusta», adelante, te sigo. Evidencia la testadurez de querer mantener el roce, aunque lejano y a veces ficticio, la predisposición a sociabilizarnos a pesar de que muchas vidas sean un búnker. A los verdaderos amigos del alma no les mueven otros intereses que el de celebrar la vida a sorbos o a tragos, para que nada parezca más intocable que esa sintonía llamada camaradería. Porque existe algo de festivo y a la vez terapéutico en el reencuentro que alimenta y fortalece las debilidades. Pero en verdad, cada vez pesa más la nostalgia de cuando no contaban las horas para los amigos, y éramos inadvertidamente felices.

(La Vanguardia)

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8 de febrero de 2012
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Esos púberes adultos

Los chavales crecen hoy muy rápido. Aprenden antes a mandar un mensaje que a escribir. Queman la niñez con ansia, alimentados por unas redes sociales que los empoderan a la vez que los acomplejan. Internet derrumbó las paredes, y accedieron a los secretos que durante generaciones los adultos guardaron en el cajón bajo pañuelos perfumados. Su Bildungsroman se narra a través del WhatsApp. Porque la generación más hipercomunicativa no comparte datos sino sentimientos. Sobre su edad biológica se estampa una edad tecnológica que los hace parecer resueltos preadolescentes. Vete a saber si los pollos hormonados o el primo de Zumosol han contribuido a que se avance la pubertad, pero la infancia se resume en una exhalación. Se adelanta la menarquia, la primera relación sexual, la depilación, incluso el consumo de alcohol. Los 13 años de hoy son los 16 de antes pero, si bien es más breve la idealización de la inocencia, también es más corto el duelo al perderla. A pesar del anticipado recibimiento en la sociedad adulta, estos púberes precoces tardan mucho más en alcanzar la madurez. Entre las chicas, desde que empiezan sus primeros juegos sexuales hasta que son madres pueden transcurrir veinte años. Casi el mismo tiempo que, con suerte, tardarán en encontrar un trabajo estable que no perpetúe su estatus de becarios. Los psicólogos aseguran que el timing de los sistemas neuronales y psicológicos que interactúan en el paso de la adolescencia a la adultez han variado en los últimos siglos. «Recientes estudios sugieren que no es que los adolescentes sean rebeldes porque subestiman los riesgos, sino porque sobrestiman las recompensas», asegura Alison Gopnik en The Wall Street Journal. La temprana sexualización y la degradación de valores éticos en pos de los materiales, en un entorno de crisis, los hace más temerarios. Ahora, el PP anuncia que se han acabado las progresías. Ni educación para la ciudadanía, ni píldoras del día después sin receta ni abortos sin una justificación (aunque sea una milonga, como en los años ochenta). Dice el ministro Wert, después de confundir la asignatura con un discurso de Fidel Castro, que no quieren adoctrinamiento. En la realidad objetiva, las cifras señalan que en el último año ha disminuido el consumo de la píldora poscoital (el 30% en Catalunya, por ejemplo), se han reducido los embarazos adolescentes y ha crecido la solidaridad entre los jóvenes. Desandar lo andado para marcar carácter es un asunto muy propio en los relevos de mando. Pero la historia también ha demostrado que las leyes no pueden ir ni por delante ni por detrás de la sociedad. En verdad, aguardo impaciente a que el nuevo Gobierno desarrolle un magnífico plan de educación sexual a fin de inculcar a los jóvenes sentido de la responsabilidad y de la crítica, más allá de limitarse a compartir sentimientos con su electorado. (La Vanguardia)

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6 de febrero de 2012
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Chacón: el largo y sinuoso camino

Carme Chacón ha perdido por un 2% de los votos en el 38.º congreso socialista, pero la partida no se jugaba sólo contra Alfredo Pérez Rubalcaba, sino contra un pasado regio y a la vez decadente. El de Felipe, Bono, Benegas; el de una contienda tras la cual el PSOE no podrá evitar lo que ella anticipó ayer: una larga travesía por el desierto. Chacón ha perdido contra una tradición extendida como una espesa capa de yos impermeables, remando en contra del viento. Puede que no midiera bien sus fuerzas. Da igual que las llamen primarias y no lo sean, ni que Rubalcaba no sea Hollande sino más bien Mitterrand, o que el partido se enfrasque en guerras de familia, a la misma hora en que Rajoy frenaba a los banqueros. Aunque en Sevilla Carme hablase varias veces «alto y claro» e insistiera en que no había que retrasar la transición, ganó Rubalcaba decidido lampedusianamente a «cambiar el PSOE para seguir siendo el PSOE». Pero Chacón ha pisado Bruselas y el Pentágono, se ha sentado con los Clinton, Blair, Rasmussen o Ashton, ha manejado los dossiers secretos, y todo ello sin olvidar su casta. Uno de los mitos más perversos que se siguen alimentando es el de que a CCH la ha moldeado Miguel Barroso, su marido, un as de la comunicación política y el eslogan. Que está detrás, moviendo los hilos. Si no se podían levantar suspicacias sobre la candidata con un currículum ejemplar y un expediente cum laude, habría que hacerlo a través de su entorno. La fantasía del Pigmalión que parece hacer las delicias de muchos, pero CCH, cuando conoció a Barroso en Gobelas, ya estaba muy hecha. Chacón pertenece a esa clase de políticos seductores y fotogénicos, que además de envoltorio tienen un fondo invencible al desaliento. Cuando de adolescente, un médico le dijo que tenía que dejar de jugar a baloncesto, lloró en su habitación forrada de camisetas hasta que le dijo a su madre: «Me voy a entrenar; si me muero quiero hacerlo con las botas puestas». Lo que está claro es que un PSOE asfixiado, que necesita la renovación como el aire, no puede despreciar su capital. Será un viaje largo. Ya lo cantaban los Beatles: «The long and winding road».

(La Vanguardia)

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5 de febrero de 2012
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La rosa y el congreso

El hábil Rubalcaba asegura que en lugar de hablar de pasado prefiere hablar de currículum. La ambiciosa Chacón anuncia que si gana, le tenderá la mano porque no lucha contra Alfredo, sino contra la frustración. El hombre requiere al patriarca, a la misma hora en que la mujer levanta los brazos junto a cientos de mujeres entre las que destaca una, rosa chicle de la cabeza a los pies; aún la llaman «la Vice». El patriarca ríe como lo hacen los que están de vuelta de todo. Dice «Alfredo, creo en ti, mi compromiso es contigo», pero, para que no haya dudas, hace una declaración de amor: «Quiero mucho a Carme». La reserva espiritual del socialismo perpetuando el viejo reparto del mundo: para ellos el poder, para ellas el cariño y la condescendencia. Chacón, tal vez embebida por el mensaje que le envía la poeta nicaragüense Gioconda Belli llamándola a «resistir», arenga en el Círculo de Bellas Artes: «¡A por ellos!». Pero entre tanto taconeo se diluye el complemento indirecto. ¿A por quién? ¿A por el Real Madrid o el Valencia? ¿A por Sevilla? ¿A por el PP? ¿O un poco de todo? Mientras, Rubalcaba se presenta como el guardián de un partido en sus horas más bajas, hay que confiar en la experiencia para que el PSOE no vaya a la deriva, dicen los elefantes. «El PSOE lo está pasando mal», reconoce el patriarca y añade que hay que intercalar generaciones, no fuera el caso que le recordaran que él empezó a mandar aún siendo mocoso. Ya no se habla de la generación tapón. Sería interesante revisarlo. Frente a los jovencitos millonarios de Series Yonkis o Tuenti, el retrato robot del político español es incontestable: son los varones de entre 45 y 65 quienes más renuevan legislaturas. Ellas, aunque de vez en cuando surja una Soraya Sáenz de Santamaría, Utxue Barkos o la propia Chacón, cada dos por tres se caen de las listas. En vísperas de la elección para dirigir el PSOE, los protagonistas empiezan a representar una coreografía previsible: el uno se presenta como sensato albacea, la otra como renovadora empática. El uno dice que no tiene adversarios, sólo compañeros. Que no hay que hablar de los problemas del partido, sino de los de la gente. Ella, vestida de rojo y blanco durante toda la campaña, asegura que la mueve el inmovilismo y que está dispuesta a sacudir las alforjas. Durante estos días, se ha establecido un enfrentamiento entre un político con currículum y una política con ambición, aunque también sobradamente preparada. Como si tener una larga carrera en política no significará el súmmum de la ambición. A Chacón la acusan de lanzar grandes frases huecas. A Rubalcaba de haber perdido estrepitosamente y, en cambio, empeñarse en continuar. Ambos cuentan con muchos adjetivos en los medios. Él: hábil, resolutivo, maquiavélico, zorro; ella: eficaz, renovadora, trepa, zapaterista… En un amago de guerra sucia aparece el círculo de influencias de cada cual. «Tiene un entorno de gente que no me gusta», dice Peces-Barba del candidato. El de ella levanta suspicacias, apuntan otros, como si de un político hombre interesase su pareja, su edad o su horóscopo. Un asunto que ha indignado a Griñán, Sevilla, e incluso a alguno que está del otro lado, como Solana. Me llega lejano el eco de la guerra de las Dos Rosas, aquella serie de conflictos dinásticos que enfrentaron en el siglo XV a las casas de Lancaster y York, contraponiendo el rojo (que los expertos en simbología floral dicen que significa respeto) y el blanco (que, aseguran, transmite la esperanza de un futuro sólido). Aquella guerra marcó el inicio del Renacimiento en Inglaterra. Dentro de dos días se abrirá el 38.º congreso del PSOE en el sevillano hotel Renacimiento. Y allí, o la rosa florece o se marchita.

(La Vanguardia)

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1 de febrero de 2012
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Estado de shock

Cada día, millones de españoles acuden a su trabajo con un aguijón en el pecho. El sueño no ha sido capaz de ablandarlo, a pesar de esforzadas negociaciones consigo mismos. De nada vale que se refugien en lo microscópico de sus vidas, sea una taza de buen café o el beso con perfume de mañana. Gente paciente que se hace el propósito de celebrar todo lo que merece la pena, pero que nada más empezar la jornada muda definitivamente la sonrisa. El sentido común les dice que pertenecen a esa clase privilegiada que hoy tiene trabajo, pero ya decía Nabokov que el sentido común es, en el peor de los casos, tan sólo el sentido hecho común. Lejos de ser un acicate y frotarse las manos por tener una nómina, el peso de la responsabilidad los paraliza. Hace tiempo que se han acostumbrado a tener congelado el sueldo, cuando no a cobrar menos por lo mismo. A recibir órdenes contradictorias o a que sus jefes les hablen con la boca seca y las ideas extraviadas, como si lucharan contra un vapor que ni tiene entidad ni nombre pero cuya naturaleza proviene del miedo. Se anuncian cerca de tres millones de parados en Francia e Italia; y Montoro aventuraba en España 5,4, en un claro desafío para preparar psicológicamente al país. Acompañados por las continuas reformas estructurales anunciadas por Rajoy, y ante la insostenibilidad de los convenios, quienes tienen trabajo asisten resignados a la debacle del empleo de la misma forma que los barrenderos recogen las sobras del otoño. Porque lo acuciante son esos más de cinco millones de parados, pero no hay que perder de vista que una gran parte de la población activa vive en estado de shock. El paro entendido como enfermedad colectiva produce alarma y, al igual que las epidemias, suele preocupar más a quienes están sanos. ¿De qué manera puede remontar un país cuando apenas se aborda cómo podemos ser más creativos y más productivos? Cierto es que la incertidumbre amenaza cualquier proyección. Pero cuando se deja de mirar hacia delante, sin espejos ni estímulos, las ideas se achican. Leo un estudio en el que se asegura que las personas son más creativas cuando disfrutan de privacidad y libertad, y trabajan sin interrupciones ni amenazas. «La creatividad hoy se ha convertido en un proceso colectivo, a medida que los problemas se vuelven más complejos, es más necesaria la colaboración», afirma en cambio Jonah Lehrer en The New Yorker, a la vez que anuncian diferentes pruebas empíricas que demuestran la ineficacia de la «tormenta de ideas» por previsible y falta de crítica. «La creatividad consiste en esas chispas que genera la fricción humana», defiende el columnista. Repaso la familia de palabras en estas últimas líneas: productividad, creatividad, libertad, proceso colectivo? tan diferentes a las anteriores: parálisis, shock, desempleo? e inicio un brainstorming solitario. La primera palabra es «respira».

(La Vanguardia)

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30 de enero de 2012
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El Boomeran(g)
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