Skip to main content
Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

Blogs de autor

Halcones y palomas

Supongamos que Catalunya y España cohabitan como una pareja condenada a entenderse, incluso en caso de que el divorcio que demanda una parte se consumara. Aún a sabiendas de que el amor no acostumbra a ser eterno, y que los matrimonios discurren por fases de atonía y desierto, no existe literatura que sostenga otras fórmulas de convivencia que el respeto. Mucho se ha abundado sobre el reparto emocional entre dos seres, y en uno de sus mitos: el sentimiento que los une no siempre es unívoco ni recíproco. Una de las partes acostumbra a ejercer el papel de demandante, enganchado al apego, mientras que la otra se convierte en demandado y aunque no le haga ascos al vínculo, este debe ser liviano. La voz popular asegura también que uno de los dos acostumbra a querer con mayor vehemencia al otro. Pero no se trata de una cuestión propia de un audímetro afectivo, sino de la forja del carácter. Ya lo advirtieron los clásicos: “Carácter es destino”. Veamos si no el estilo Wert, aprovechando su aquiescencia animal, que resucita con plenitud aquel antiguo debate entre halcones y palomas. La teoría de juegos estudia situaciones estratégicas en las que sus participantes eligen diferentes roles y formas de actuar para maximizar sus beneficios. Unos optan por cooperar porque les resulta más rentable, buscando la concordia y la armonía. Son las palomas. Por el contrario, los halcones atacan hasta que el otro se retira. Necesitan la confrontación para autorepresentarse y tratan de imponer sus ideas manipulando los sentimientos ajenos. En los temas que soliviantan a las hidras intestinales, como el asunto lingüístico, se demuestra que separan más los caracteres que las ideologías. La bravura y la provocación frente a la sensibilidad y la aceptación de unas bases que, visadas por los máximos organismos competentes, no sólo no son afuncionales sino todo lo contrario. Los halcones como Wert a menudo no persiguen una ilusión, sino un delirio. Así lo explicaba Freud: la ilusión a veces se convierte en creencia delirante cuando prescinde de su relación con la realidad. Manipuladora como el te quiero del miembro de la pareja que perpetúa el desamor, la cruzada de Wert contra el catalán tiene más que ver con la psicología que con las ideas. Si un sistema educativo legitima a jueces y padres -en lugar de a los pedagogos- para decidir sobre las materias curriculares como la lengua, ¿por qué no sobre todas las materias? Es más, ¿por qué no sobre los capítulos de un temario? Mientras en Catalunya exista la percepción de que los Wert Ortega consideran el catalán como lengua no española, que a nadie extrañe que se multipliquen los halcones y se extermine a las palomas.

Leer más
profile avatar
12 de diciembre de 2012
Blogs de autor

Un parpadeo de felicidad

Cuando varias personas de edad y procedencia diferentes coinciden en una recomendación sabes que estás frente a algo que ha sido capaz de mover una idea o arrancar un parpadeo maravillado. Y deseas que te dejen formar parte de esas afinidades electivas. Así me ha ocurrido con el libro El encantador, de Lila Azam Zanganeh, en el que argumenta que la felicidad de Vladímir Nabokov “es una forma singular de ver, maravillarse y captar, o dicho de otro modo, de atrapar en una red las partículas de luz que nos rodean”. Y le atribuye al célebre escritor ruso haber inventado un estilo que embellece la realidad gracias al lenguaje y sus trucos, recordando uno de sus más coreados imperativos frente a sus alumnos: “Acaricia los detalles. Los maravillosos detalles”. Desde hace cuatro años tengo una historia a medio escribir congelada en una carpeta del ordenador, que debido al hecho de que una profesora se adentrara en la obra de un autor siguiendo un hilo tan arduo, discontinuo y a la vez absoluto como la felicidad, me vi obligada a descongelar. La historia trata de una larga conversación que mantuve con Antonio, quien fuera barman de Nabokov y su mujer Vera en el hotel suizo donde vivieron veinte años. “A ver si este fin de semana la termino”, me escucho decir a mí misma. Dicho bloqueo se ha convertido en uno de esos mitos personales que sin saber muy bien por qué dejamos suspendidos. Si hay algo que destaca en aquella reconstrucción de los rituales cotidianos de los Nabokov que me hizo Antonio fue el embellecimiento de la vida diaria y sus gestos, desde cómo relataba el paseo por los muelles del escritor para comprar los periódicos, hasta la educada lealtad con la que negaba que bebiera alcohol. “A veces me pedían que les subiera hielo”. ¿Hielo?, ¿no hemos quedado en que no bebían?, le pregunté aquella tarde feliz. En el centro de las noticias, nada menos cercano a un sentimiento de felicidad sobrevuela diciembre. Empieza la campaña de Navidad, y este año más que nunca el clima de alegría impostada zarandea los andamios de una sociedad que se manifiesta por su nuevo escenario carencial. Según un estudio de Jennifer Lerner, de la Universidad de Harvard, cuando estamos tristes tomamos decisiones económicas erróneas basadas en nuestra desesperación, en la falta de análisis de la situación en la que nos hallamos y en la necesidad de conseguir un placer inmediato, incluso aunque nos perjudiquen a largo plazo. Un tic psicológico con serias implicaciones económicas y políticas. La investigación asegura que la tristeza nos hace miopes y torpes, dispuestos a dejar pasar futuras ganancias. Nunca hubiera dicho que el impacto de la melancolía pudiera llegar tan lejos, aunque ya nos alertaron que saber mirar y maravillarse, captar la luz, acariciar y hermosear el lenguaje, garantiza un parpadeo de felicidad.

(La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
10 de diciembre de 2012
Blogs de autor

La tinta perdida

Lejos de entonar otro canto nostálgico, advierto que empieza a ser una excentricidad sacar una libreta para escribir algo más que un dato en unos tiempos donde lo físico se reemplaza por lo virtual, que además es ingrávido y requiere menos esfuerzo. Pertrechados en nuestra solitaria sala de máquinas, completamos la ilusión de estar conectados sin gastar más energía que la de un tecleo autodidacta. Desde el sexo al trabajo fijo o del ocio hasta las compras -showrooming se le llama a la nueva costumbre de ir a una tienda tan sólo a mirar modelos y precios para luego comprar on line-, la realidad cambia sus formatos y con ellos se desvanece una parte de nuestra idiosincrasia a la vez que se gesta el nuevo sesgo del presente. En las reuniones, mi cuaderno cada vez está más solo, rodeado de iPads y encantadoras pantallas en las que la gente escribe sin el susurro de la punta del bolígrafo sobre el papel. Ese sonido de mecedora, de tierno arañazo, de pulso inquieto que aguarda la pausa del párrafo, se sustituye por un adictivo y compacto cling. Atrás quedaron los mapas caseros o las postales abreviadas, ahora apenas escribimos a mano la carta a los Reyes de nuestros preescolares porque el género epistolar se proyecta vía e-mail, sin posibilidad alguna de perfumar el sobre para el enamorado cómo alguna vez hicimos de adolescentes. Dicen que al escribir a mano el cerebro recibe retroalimentación de nuestras acciones motoras. Y está científicamente probado que refuerza el proceso de aprendizaje al involucrar varios sentidos. Sin olvidar el fetichismo: empezar una libreta es un placer tan incontestable como el pan caliente o la sábana recién lavada. Hasta el extremo de que la editorial Steidl lanza un perfume de papel; que Mac y Microsoft crean una ilusión de escritura manuscrita a través del teclado; o que algunos ya no podemos vivir sin el papel panamá de nuestros dietarios. Un ensayo, The missing ink de Philip Hensher, avisa de cómo el gesto de la escritura registra nuestra individualidad y nuestra naturaleza más íntima. De nuestra verdad. Dentro de pocos días, la casa especializada en manuscritos y autógrafos Profiles in History pondrá en manos de afortunados coleccionistas más de 300 cartas escritas por Napoleón, Dickens, Einstein, Mata-Hari o John Lennon que podrán respirar y atesorar, subastadas a precio de oro. Hurgar en ellas es una suerte de voyeurismo literario que ilustra acerca de la expresión humana del conocimiento y las emociones. En una de ellas, escrito en tinta, Van Gogh subrayó estas palabras: “El dolor nos recuerda que no estamos hechos de madera. Eso es lo bueno de la vida”. Ni de madera ni de plasma.

(La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
5 de diciembre de 2012
Blogs de autor

Nuestros padres, esos desconocidos

Veo a la gente triste, deprimida, como si tuvieran la sensación de que nunca volverán a levantar cabeza, como si todo lo que han vivido hubiera sido mentira. No se carguen su historia. En esos 36 años de democracia ustedes han tenido muchos aciertos. Y se recuperarán. La historia nunca anda en línea recta, está hecha de subidas y bajadas. Miren nosotros, los argentinos, caímos mucho más abajo”. Quien habla así es Jorge Fernández Díaz, subdirector del diario La Nación y escritor. Un hallazgo. No se pierdan su último libro, Las mujeres más solas del mundo. Columnista político y analista de la vida cotidiana, defiende escribir sobre los sentimientos usando las armas del periodismo para llegar allí donde se producen esas intercesiones que nos hacen contradictorios, sin saber apenas por qué decimos lo que no hacemos, o al revés. “Nuestros padres son grandes desconocidos”, asegura. A él le ocurrió después de preguntarle a su madre cómo le iba su terapia. Carmina, una asturiana embarcada a los 15 años hacía Argentina huyendo de la posguerra, desgarrada y desarraigada, que, en los años del corralito, ayuda a emigrar a amigos con familias españolas. Pero se quiebra, y la familia la envía al psiquiatra. “¿Cómo te va, mamá?”, le pregunta un día el hijo, curioso, pensando de qué manera se comportaría su madre, una mujer intuitiva aunque de escasa preparación, ante una discípula de Freud. “Bien -le responde-, hablamos de mi vida, es muy comprensiva. Yo hablo, y ella llora”. “¿Quién llora?”, pregunta el hijo; “Ella, la doctora”. Fue entonces cuando Fernández Díaz decide entrevistarla y graba más de 50 horas de conversación: Mamá (RBA), ya difícil de encontrar en las librerías. La familia. Esa historia de adoración y distancia, de palabras no dichas y manchas detrás del cuadro. De tiempo que dejamos escurrir aun sabiendo que lo lloraremos algún día. Hoy, más de 400.000 familias españolas sobreviven con la escuálida paga de sus pensionistas, convertidos en escudo blindado ante la expropiación de la dignidad. Los padres. Ese lugar al que casi siempre podemos regresar. Lo más parecido en el reino humano a la tierra que nos arraiga. Y a pesar de que por fin ya sepamos que cuando nosotros los creíamos viejos ellos bailaban, y ¡de qué manera!, no logramos zafarnos de nuestra mudez, como si aún mantuviéramos viva la ahogada incomodidad que nos abochornaba cuando veíamos en la tele una escena de sexo sentados a su lado. También cuando mentíamos como ahora lo hacen nuestros hijos, relativizando la verdad e incluso el amor que les profesábamos, el mismo que, cuando se acabó la droga de la adoración, sustituimos por estúpidos sucedáneos. Lo más prodigioso es que ellos siempre han sabido que son unos grandes desconocidos, y así han querido continuar ejerciendo; ellos, que tan bien saben que todas las épocas son malas, pero casi nunca peores que las anteriores. Esos árboles. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
3 de diciembre de 2012
Blogs de autor

Parar el tiempo

Paso una tarde en casa de Cristina García Rodero viendo sus fotos y navegando entre sus archivos, sus viajes, varias décadas. Hay penumbra, bombones, un historiador americano que estudia su obra y dos jóvenes assistants. Buscamos algo tan absoluto y a la vez etéreo como la ingravidez: cuando la vida no pesa. Acaso porque no se nos ocurre una expresión más certera para representar lo inasible, aunque universal, como la felicidad. El trabajo de García Rodero contiene la enormidad del fotorreporterismo y de la expresión artística: todo es real aunque no lo parezca.

Como esta mujer bajo el agua. Podría parecer una imagen pensada, posada, igual que sucede en las ficciones de los editoriales de moda donde lo que importa es el artificio y la tendencia además de provocar una actitud. Pero no lo es. Se moja vestida, con la mano en ofrenda, extasiada. En las fotos de Cristina hay una testaruda conciencia de rozar ese momento de gracia que despega al ser humano de la tierra, como si tuviera alas, y por unos instantes penetrara en una intimidad luminosa. La única profesional española que forma parte de la agencia Magnum, archipremiada, no se parece a nadie. Crea composiciones bellas, misteriosas, también incómodas. Y asegura que lo que le gusta es parar el tiempo «porque a veces hay un detalle que significa algo, una acción que quiero conservar, un sentimiento o emoción que quiero transmitir?». García Rodero ha cruzado el mundo a fin de transmitir el vértigo, la fuerza, la poesía, la que habita en los pliegues de la existencia. Ese horizonte vital por el que cada día nos levantamos de la cama y aspiramos a algo más. No necesariamente grande, ni lujoso, ni absoluto. Más bien minúsculo, pero que se engarza con una cadena de pequeños actos, gestos y latidos por los que la vida cobra sentido. El tiempo que nos ha tocado no se hace proclive para volar, todo lo contrario. Los lastres diarios nos aherrojan. La sociedad que conocimos, la que llevaba adjunta la promesa de prosperidad, da paso a una incertidumbre ante la que debemos modificar valores y patrones. Afecta a nuestra forma de consumir, de relacionarnos, de viajar, de estar en la vida. Pero también nos brinda una daga para replantear nuestro modelo individualista, el de ser siempre caballo ganador. Ahora no hay otra opción que aprender de la cultura del fracaso; no en vano, todo éxito lo trae implícito. Conceptos como la resiliencia, la capacidad de sobreponerse al infortunio, o el deber de la alegría, ahuyentando el fácil recurso del victimismo, se instalan hoy en nuestro credo cotidiano. Cambiamos de año, los pronósticos mundiales se marchitan, languidecen, pero ello no nos exime de hacerlo todo más leve, más alegre, para que la vida en mayúsculas no pase de largo.

(Marie Claire)

Leer más
profile avatar
27 de noviembre de 2012
Blogs de autor

Me gusta

Cuánto poder encierra ese botón. Basta un clic para anunciar en tu vida on line que ahí dejas tu huella, sin saber muy bien si se trata de manifestar tus preferencias, hacer felices a los demás o tan sólo sacar la patita. Incluso aunque en realidad ese algo no te guste. Cada vez me sorprendo más de las variopintas causas que reclaman un “me gusta”, como si no hubiera otra manera de decir que compartes una idea, que te solidarizas con una campaña o que has ido a ver la misma exposición. No sólo eso, a menudo los comentarios se acompañan de una decena de signos de admiración, algo que ilustra acerca, no sólo del estado de ánimo del emisor, sino de su buenrollismo agotador. A diferencia del mundo real, las comunicaciones on line desbordan alegría. Emoticonos, estrellas, corazones y todo tipo de dibujitos se entrometen ahora entre las palabras escritas a capricho, y, sobre todo, con letras multiplicadas a fin de transmitir mayor intensidad: como si dar las “graciasss” fuera más sentido que “gracias” o “nooo” más tajante que un simple “no”. Los juegos con los signos de puntuación guiñan un ojo en el mensaje como nunca lo harán en el cara a cara. Porque los sentimientos “editados” y envueltos en lazo que se expresan a través de las pantallas pretenden convertirse en una tarjeta de presentación, la de tu identidad digital, que casi siempre pretende ser más virtuosa que la real. “Me gusta que te guste lo que me gusta”, leo en un amplio artículo de The New York Magazine en el que se analiza cómo ha evolucionado el estado de ánimo de la web desde hace diez años, cuando triunfaban la insidia, el descontento, los incendiarios trolls e incluso los pervertidos. Hoy, en cambio, la web es algo parecido a un hogar y ha mejorado sus modales hasta el punto de edulcorar el lenguaje. No sé qué lo mueve, si una aspiración a la ternura, o a la reputación, el deseo universal de caer bien o simplemente el de enmascarar la nada con palabras agradables. La gente hoy se felicita por la fotografía de un muffin o se entusiasma al ver la colección de imágenes tomadas en tus últimas vacaciones con una única idea: colgarlas en el muro. “Si no publico las fotos de mis fines de semana, mis amigos se creen que no tengo vida social”, me razonaba una chica de 18 años. Así es: lo que hago en realidad no es tanto por o para mí mismo sino para exponerlo a la mirada ajena. “Facebook puede haber reemplazado a Disneylandia como el lugar más feliz de la tierra”, afirma Joseph B. Walter, que ha investigado la interacción en internet durante décadas. Y así lo parece a tenor del inmenso regocijo que nos infantiliza con palabras encantadoras y autocomplacientes. Si en verdad la web se ha transformado en nuestro espejo cultural, los imprescindibles buenos modales no deberían excluir ni el ejercicio de la crítica ni los interrogantes. Eso sí, basta con uno.

(La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
26 de noviembre de 2012
Blogs de autor

Karl Lagerfeld: ?Mi corazón ha abandonado mi historia?

Karl Lagerfeld nos invita a comer a su casa. «Es algo extremadamente raro, excepcional», asegura Caroline Lebar (27 años junto al Káiser). Nos dan su código privado para entrar al portal. Es un secreto incómodo. El inicio de una inmersión en el diseñador más influyente de los últimos 25 años; el primero de cuatro intensos encuentros. Un iPod solitario apacigua el salón lacado en negro con muebles de Ghery. Todo es muy masculino. Libros apilados de Man Ray, Flanery O?Connor, Capote. Y unos ángeles remontando la escalera de caracol. Sobre el mantel de lino, Diet Coke en una jarra de Baccarat. Hacemos tiempo mientras tratamos de controlar los nervios. Enrique Campos, director de moda de Marie Claire, y yo hablamos de su equipo. Todos son guapos. «¿Es una condición?», le pregunto a Lebar. «Más que guapos, son carismáticos», rectifica. ¿Algún defecto del jefe? «Las esperas, su noción del tiempo. Pero en las situaciones complejas es extremadamente fácil. Soy afortunada. Le conozco mucho ?añade?, pero solo su lado profesional. Él no mezcla en absoluto. Hay un Karl de lunes a viernes y otro de fin de semana. No hago preguntas personales.» ¿Por respeto? «La palabra respeto no le gusta mucho. Digamos mejor discreción y buena educación.» Por fin suena el timbre. Llega con bolsas, paso corto y ágil, como si anduviera a saltos. En la moda no hay construcción más icónica que la suya. Es un bajo que parece alto. Un exgordo flaco. Un hombre sin edad. Su sarcasmo letal, su fama de arrogante. El hombre que lo sabe todo, que recita a Emily Dickinson o a Eça de Queirós. Una de las conversaciones más eruditas de París, según «Le Figaro». Existe un antes y un después de su dieta draconiana. Cuarenta kilos. «Fui autofascista conmigo mismo», conviene. Desde entonces se convirtió en alguien más dinámico. Y en una celebridad. Invariablemente con mitones, agujas de corbata, talco en el pelo y su perfume: «Bal d?Afrique». Un lifting impecable, tacones cuadrados y sus célebres gafas oscuras. Cuando se las quita, durante el almuerzo, no esconden ninguna deformidad, sino unos párpados sin bolsas, con aires de actor alemán. «Los miopes sin lentes parecemos pequeño perros ansiosos por ser adoptados. Una vez, una periodista con unos pechos enormes, con sujetador negro y un jersey transparente, me dijo que era maleducado por no quitarme las gafas para la foto. ?¿Te estoy pidiendo yo que te quites el sostén??, le dije.» Todo París coincide en que KL cada vez es menos impertinente y más encantador. Según el actor porno Bruce LaBruce, «un humilde sofisticado». octubre de 2002 «Mire, Tokio entre las nubes.» Karl sujeta la foto recién impresa, con una pátina plateada sobre un papel glorioso. Una vista desde la planta 45 del hotel. Con bruma. «Mira, Sebastian ?su mozo de espadas, su hombre para todo?: con las lámparas de Christoff Koon. Podría pasarme horas mirando. No aporta mucho, pero es perfecta.» Tarde de sol en el barrio de Saint Germain, donde se concentra el reino de KL: su casa privada, la casa para recibir invitados, su despacho y su estudio, donde nos encontramos ahora, en la Rue de Lille. Es 7L, su librería de fotografía cuya trastienda esconde un sofisticado plató con su archifotografiada biblioteca empapelando los muros hasta el techo. Todo es cool, regado de cortesía y tradición parisiense. Ahí está su familia electiva. Los de siempre. Frédéric, el maître d?hotel que le acompaña desde hace 27 años, ha dispuesto las crudités en el comedor. «Soy un mayordomo para tiempos modernos », dice quien ha organizado más de 60 exquisitos servicios de mesa en el último verano, así como los menús anticalóricos diseñados por su jefe. El mismo que es responsable de servirle litros de cocacola en cristal de Lalique. Todos lo ven todo, como Karl. Una marca de la casa, como asegura Eric Pfrunder, director de imagen de Chanel y un personaje esencial en la biografía de Lagerfeld. En el estudio no hay envaramiento. Ni la tensión previa a una producción. Risas, camaradería y un ir y venir constante de novedades: el libro de Antonio, el dibujante y fotógrafo; el nuevo reloj de Karl; las fotos de Tokio; las de su gata «Choupette» acostada bajo sábanas y fotografiada por sus dos cuidadoras, sin duda su mayor extravagancia en este momento. Hiperactiva, la familia KL hace mil cosas diferentes. Pero con normalidad y cortesía. Con buena educación. Es una de las expresiones que más escucharé sobre KL a lo largo de seis meses. La verdad es que era previsible su incontestable autoridad como un nombre que ya forma parte de la historia de la moda. Pero no su paciencia, su trato gentil allí donde anidaba la leyenda de divo déspota, enojado y caprichoso. Es el Káiser, el jefe, el maestro. El que con su intuición prodigiosa adivina que una mujer está embarazada antes de que ella misma lo sepa. El que te regala un libro o un iPod con lo último ?«si no estás al corriente de lo que se hace en música es mejor que dejes la moda y te dediques a la agroalimentación»?. El que diseña interiores de helicópteros o cosméticos; el que dibuja y edita? El que se indigna contra el presidente Hollande, «ese imbécil; será tan desastroso como Zapatero». Cincuenta años de carrera y éxito, de constante renovación. Abanderado de las cantantes indies más despeinadas del pop. «Il faut être absolument moderne», como Baudelaire. Piensa y habla comiéndose vertiginosamente las palabras. Cuando se harta de algo saca la lengua. Educadamente. Lo ve todo al momento. Se le ha criticado por su egocentrismo, por reproducir hasta la extenuación su imagen. 74 años ?según los maledicentes, se quita cinco?, simpatizante de Sarkozy, pero también de Michelle Obama, ateo, contrario al matrimonio homosexual (¡demasiado burgués!). Y un largo amor con la maison Chanel que está a punto de cumplir 30 años. Nunca ha querido ser la reencarnación de Coco. Él es mucho más culto. Pero, sobre todo, más rockstar. «No tengo una personalidad, tengo tres. Mi versión francesa de mí mismo es Chanel, mi versión de mí mismo a secas es Lagerfeld y mi versión italiana es Fendi.» «no le preguntes por el amor» Joana Bonet: ¿Por qué ha aceptado este proyecto como editor invitado de Marie Claire en su aniversario? Karl Lagerfeld: Por usted. J.B.: Oh, es muy amable… K.L.: Si quiere, se lo puedo escribir a mano. Lo que me importa son las personas. Y también quería hacer algo en España, ahora que las cosas no están muy bien en su país. Algo optimista, mostrar mi apoyo. J.B.: ¿Qué representa España para usted? K.L.: Cuando era niño estaba deslumbrado por Carmen Amaya, la vi bailar cuando tenía 12 años, ¡aquella mujer vestida como un hombre! Goya, Cernuda, Picasso, El Cigala… Almodóvar, por quien siento una gran admiración y con el que pasé una noche increíble en el Met de Nueva York. Mi cuadro preferido es «Las Meninas ». Es increíble? estás a 20 metros en la sala y ves todos los detalles; es la obra más sublime. Manet y todos los grandes se inspiraron en Velázquez. J.B.: Entonces, conoce bien el Prado? K.L.: Sí, claro. Cuando iba a los museos. Ahora ya no puedo, porque con el teléfono los turistas no me dejan en paz? J.B.: ¿Siente nostalgia de no poder pasear solo por la calle? K.L.: Esta palabra ?nostalgia? no existe para mí, no forma parte de mi vocabulario. Nunca puedo ir solo por la calle. Pero hay que aceptarlo. No se puede tener todo. Es un fenómeno típico del siglo XXI. El 99% de la humanidad son espectadores, el resto es el que tiene un público. J.B.: ¿Qué recuerdos conserva de su llegada a París, cuando vino a terminar sus estudios? K.L: Ya conocía París. Mi padre tenía el despacho aquí en aquella época. Los amigos de mi madre le decían: «Pero cómo mandas a un niño de esa edad a París». Y ella respondía que hay gente que se pierde y otra que no, y que yo pertenecía a los segundos. Tenía razón. J.B.: Suele citar a menudo a su madre. K.L.:Sí, ella daba los mejores consejos. Decía que Hamburgo era el puerto del mundo, pero que no era el único. Cuando le pregunté de pequeño qué era la homosexualidad, me dijo ?hace cien años?, «es como el color del cabello, unas personas son rubias y otras morenas, no es nada, no hay problema». J.B.: ¿A su madre le gustaba la moda? K.L.: Sí, pero la suya propia, el estilo de los años veinte. Los cuarenta y cincuenta no le gustaban nada. J.B.: ¿Cómo llegó a usted el ansia de belleza? K.L.: Ah, nunca tuve que ir a buscarla fuera. J.B.: Su equipo dice que usted constantemente idealiza la vida y la belleza. K.L.: Más nos vale. J.B.: El mundo tiembla, lleno de contradicciones, la crisis, el integrismo? K.L.: Es más simple que eso. Occidente está cansado. Europa da lecciones de moral, pero qué quiere que le diga? Yo no soy católico, soy ateo, pero el islam es una religión más reciente que ejerce el mismo papel que el cristianismo hace siglos. Después de la colonización fueron los derechos del hombre los que cambiaron aquello. cultura a la deriva J.B.: He preguntado si usted era muy europeo y me han dicho: «solo es europeo». K.L.: Fui educado por europeos y es cierto que hablo cuatro lenguas bastante a menudo. Pero hoy la cultura europea no existe. Es cosmopolita. El arte moderno en América es muy fuerte; no sé, no insistiría mucho en Europa. A mí me encanta? Pero el drama de la cultura europea es que el pasado es mejor que el presente. Desgraciadamente, la cultura del XVIII, el Siglo de las Luces, era más sofisticado. Es así. J.B.: ¿Qué detesta? K.L.: La pretensión. Y la gente políticamente correcta, que significa gente hablando sobre caridad. Es realmente desagradable. J.B.: Me decía que Hollande odia a los ricos. K.L.: Es desastroso. Los quiere castigar y, claro, ellos se van, nadie invierte. Los extranjeros no quieren invertir más en Francia, y así esto no funciona. Además, Francia fuera de la moda, las joyas, los perfumes y el vino no es competitiva. El resto de productos no se venden. ¿Quién compra coches franceses? Yo no. J.B.: ¿Somos víctimas del marketing? K.L.: Odio ese nombre, no significa más que «mercado» en inglés, y la gente toma eso como profesión. No existe tal cosa, el marketing. No hay nada más que la intuición. J.B.: Dice que trabaja con el instinto, sin hacerse muchas preguntas, que también trabaja con el alma. ¿Qué es el alma? K.L.: Es el motor, es un mix, es algo un poco sutil y metafísico para el espectador. No sé. J.B.: ¿De qué creación suya está más orgulloso? K.L.: Siempre creo que todo se puede mejorar. Paul Bourget decía «por suerte, todavía quedamos algunos que no tenemos ninguna estima por el mérito», y eso es exactamente lo que me aplico a mí mismo. J.B.: Después de haber pasado siete meses con su equipo tengo la impresión de que es como una gran familia, su familia de elección. K.L.: Mi novela favorita de Goethe es «Las afinidades electivas». J.B.: Ellos mismos me dicen que es usted como un maestro, un Sócrates. K.L.: No soy maestro de nada, si acaso? maestro de la situación. No tengo una visión tan elevada de lo que hago. En todo caso, la fidelidad es recíproca. J.B.: ¿Qué opina de la princesa Letizia? K.L.: Me encanta, pero a quien adoro es a la Reina. Letizia es muy guapa, fantástica, enérgica y encantadora. Pero la Reina es la persona más educada de la Tierra. Y no se merece el tipo de tonterías que ha cometido el Rey. J.B.: ¿Y de Kate Middleton? K.L.: Encantadora. Pero ¿sabe quién es mi favorita? La danesa. Es divina, muy inteligente y muy guapa. J.B.: Françoise Sagan decía que la admiración es amor congelado. K.L.:Sagan era una escritora superficial pero decía cosas bellísimas, aunque yo prefiero una frase de Paul Claudel: «El odio y el desprecio son más fáciles de soportar que la admiración». J.B.: ¿Cómo debe vestir una mujer por la noche? K.L.: Según las circunstancias, ni mucho ni poco. Hay que saber dónde se va y adaptarse. Demasiado puede ser ridículo, y no hacer ningún esfuerzo es de mala educación. J.B.: ¿Es tolerante con los vicios? K.L.: La indiferencia es una forma de tolerancia. Me dan igual. Pero yo no tengo mérito, no me gusta beber, nunca he fumado, las drogas nunca me han atraído?  

  J.B.: ¿Qué piensa cada mañana al despertar? K.L.: Miro a «Choupette» [su gata]. J.B.: ¿Y siente ternura? K.L.: No, no, no, los gatos no son tiernos. Son una presencia divertida, elegante, graciosa e interesante, pero no tierna, no son como los perros. Juegan contigo porque ellos deciden, no porque lo decidas tú. Eso es lo que me gusta de los gatos. Ella es muy elegante y muy chic. Si me preguntasen quién es la mujer más elegante del mundo diría que «Choupette». Nadie lleva una abrigo de piel como ella. J.B.: ¿Hay que tener pasiones? Madame de Châtelet decía que no, solo inclinaciones. K.L.: Sí, pero ahí mentía, porque ella prácticamente se murió por una pasión, engañó a Voltaire con un joven. Me gusta mucho Madame de Châtelet, pero en este caso dijo una tontería? Yo prefiero a Madame du Deffand. J.B.: Entonces, hay que tener pasión? K.L.: Sí; además, en todos los ámbitos. La pasión no es solo un culo (risas). Debe ser deportiva y limitada en el tiempo. moda democrática J.B.: ¿Está satisfecho del relanzamiento de la marca Karl Lagerfeld? K.L.: Hemos hecho lo que teníamos que hacer, sí. Me gusta la moda asequible, por eso colaboré con H&M. Puedo hacer lo más caro y lo menos caro. Que no es que sea más feo, sino más abordable. Tengo suerte de poder jugar con varios registros, si no es aburrido. J.B.: ¿Pero usted conoce el aburrimiento? K.L.:Lo más horrible en la vida es el aburrimiento. No lo entiendo, con todas las cosas que hay por hacer, por leer, por conocer; si uno se aburre es que tiene un gran problema y ningún interés. No quiero frecuentar a la gente que se aburre, ¿sabe por qué? Porque en general suelen ser los más aburridos del mundo. J.B.: Ya decía Schopenhauer que en la vida hay un péndulo entre el deseo y el aburrimiento. K.L. Sí? y Schopenhauer tiene aún otra mejor: «Con cada libro que compramos deberíamos comprar el tiempo para leerlo». J.B.: ¿Ha vivido muchas vidas en esta? K.L.: Sí, pero están aisladas, las olvidé. «Mi corazón ha abandonado mi historia» [un verso de Catherine Pozzi, su poeta preferida]. O, en este caso, mi corazón ha abandonado mis historias. No me gusta el pasado. Los panaderos tampoco coleccionan el pan del día anterior. No soy un artista. Un proverbio alemán dice: «Id y recuperad vuestra salud», y en latín es algo así como: «Adiós y pórtese bien». J.B.: ¿Y quién es usted? K.L.: Nadie. Eso es lo que me encanta. Y por tanto disponible, abierto a todas las influencias que modifico a mi manera. J.B.: Esta promiscuidad intelectual? K.L.: Como un edificio de las afueras, con antenas de televisión que lo captan todo. Esos, en las afueras, son los que tienen más antenas.   Fotos: Karl Lagerfeld (Marie Claire)

Leer más
profile avatar
22 de noviembre de 2012
Blogs de autor

La mujer cuota

Bruselas como sujeto -y la vicepresidenta de la Comisión y comisaria de Justicia, Viviane Reding, como complemento indirecto- aprueban una cuota del 40% de mujeres en los consejos de administración de las empresas europeas. “Ya está hecho”, confirmaba la política luxemburguesa desde su cuenta de Twitter mientras a líderes conservadores como Merkel o Cameron (con el apoyo de otros ocho Estados miembros de la Unión Europea) la medida les parecía de un paternalismo inaceptable en plena hegemonía del liberalismo, llegando incluso a poner en duda su legalidad. Si las empresas no cumplen serán sancionadas, asegura la nueva directiva comunitaria. Lo que no dice es que muchas compañías preferirán pagar las multas a sentar mujeres en sus plantas nobles con butacas de respaldo alto. La realidad y los datos: sólo un miembro de cada diez es mujer en los órganos de administración de nuestras empresas, mientras que el 80% de los trabajos no remunerados los hacen las mujeres. La pregunta envenenada: “Me interesa tu opinión sobre las cuotas”. La respuesta previsible: no me gustan pero son necesarias. En una sociedad igualitaria no tendrían razón de ser, y mucho menos si los padres, maridos e hijos hiciesen suya la reivindicación de sus hijas, esposas o madres. Y es cierto que aplicarlas supone una discriminación positiva que intenta favorecer la igualdad de oportunidades más que la igualdad en abstracto, aunque en sí misma sea una paradoja. Pero a día de hoy representa una afuncionalidad que en un país en el que más del 60% de los licenciados son mujeres, el mapa del poder en la banca, la prensa o las universidades siga copado por hombres. Y que cuando una mujer logra presidir Hispasat o Prosegur sea noticia por excepcional. Me cuesta creer que alguna profesional con vocación quiera ser la incompetente de turno que personifica la cuota. Es un papel triste y utilitario. Hablemos de igualdad de méritos, de currículum y preparación; y aún así, como demuestran métodos objetivos como las oposiciones -donde las mujeres arrasan por mayoría, salvo en la carrera diplomática-, la promoción a menudo sigue caminos inciertos. Porque, aunque prevalezcan el amiguismo o la astucia depredadora, la razón de que los hombres ocupen 9 de los 10 asientos de respaldo alto no depende de ellos, ni siquiera del sistema que ha hecho de lo masculino sinónimo de mainstream. Que las mujeres tengan confianza en ascender dependerá no sólo de su ambición, ni siquiera de si las condiciones laborales son propicias para la crianza de los hijos, ni de que haya más presidentas en el mundo, ni de las cuotas, sino de un arduo y solitario equilibrio entre la biología y la cultura.

(La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
21 de noviembre de 2012
Blogs de autor

El buen psicópata

Crece a la par la melancolía y la resiliencia. La bilis negra centrifuga el color de los días como un trapo mojado y los más variados tipos de desánimos se cruzan en la calle, validados por la naturaleza imperialista del dolor cuando invade un cuerpo o un lugar. Aún así, la felicidad es más sencilla de lo que parece, convencidos de que la satisfacción personal poco entiende de contabilidad. En el paisaje posthuelga, con la sonrisa del emoticono al revés, se extiende también la capacidad de sobreponerse a la adversidad. No hay vuelta atrás. Tolerancia con nosotros mismos para superar el duelo narcisista que obliga a rebajar expectativas, a cambiarlas, e incluso a barrer un puñado de sueños que parecían factibles. El mundo eructando sapos, el país descosido, y aún así, vivimos en la época menos violenta de la historia… En España -por debajo de la media europea en criminalidad- los delitos se han reducido en el primer semestre de 2012 casi un 2%, lo que confirma la tendencia descendente de los últimos seis años. Porque, como apunta el psicólogo “pop” Steven Pinker, a pesar del derrumbe económico, nunca había habido menos sacrificios humanos, torturas sádicas, represión, genocidios o abusos violentos. El mundo se ha humanizado, y no sólo por razones éticas sino estructurales, sostiene Pinker revolviendo las ideas de Kant, quien defendía el comercio como garantía de paz. No basta con el mito del buen salvaje para entender cómo hemos ido refinando instintos y mejorando la convivencia. Pero lo cierto es que son conmovedoras las cadenas de solidaridad que se establecen entre ciudadanos que, en lugar de lanzar piedras a las puertas de los bancos, actúan. Con todo, la sombra del desvarío amenaza una sociedad que tiene que desprogramar no sólo sus objetivos económicos, sino un modo de vida que parecía inamovible. Se alimenta así una mentalidad de guerrilla, en cierto modo depredadora. Diferentes estudios revelan que entre el 1% y 3% de la población mundial podría ser calificado de psicópata. Y parece que pueden aprenderse cosas de ellos. “La sabiduría del psicópata”, es la tesis de un investigador de Cambridge, Kevin Dutton, quien sostiene que existen al menos siete principios de la psicopatía que pueden ayudarnos a reaccionar más allá del lamento frente a los retos contemporáneos y al cambio de paradigma. Incluso a transformar nuestra perspectiva de víctima a la de vencedor, sin convertirnos en sujetos indeseables. Las siete llaves son “falta de piedad, encanto, concentración, fortaleza mental, valentía, atención y acción”. Sin duda, se trata de la moral del triunfador, de quien tiene un óptimo nivel de resistencia en la competición y es capaz de transgredir y de correr riesgos para que las cosas cambien. No sé si todos tenemos algún gen que nos incline hacia las psicopatías pero se trata de una hipótesis que me hace temblar. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
19 de noviembre de 2012
Blogs de autor

La casa a cuestas

La casa de nuestra infancia tenía un pasillo infinito que con el paso del tiempo se fue acortando, el mismo que hoy, cuando con suerte regresamos por navidad, se nos hace tan familiarmente abreviado. Ya poco importa que hubiera goteras, ni que de noche hiciera frío. En cambio, la memoria se entretiene en el edredón granate cuidadosamente doblado sobre la cama de los abuelos. O en el cajón secreto donde nuestros padres guardaban documentos, revistas picantes y tabaco de Andorra. Somos las casas donde vivimos porque sus recuerdos no sólo proceden de sus paredes sino de un lugar en el que pudimos soñar. Allí donde sentimos el centro de nuestra soledad, aprendimos de jerarquías, adquirimos confianza, desvelamos un misterio o hallamos reposo. Nunca necesitamos un palacio para vivir, todo lo contrario, ya lo dejó escrito Baudelaire, en ellos no hay rincones para la intimidad. Al fin y al cabo, nuestra tendencia a la costumbre acaba deshabitando unas esquinas en favor de otras hasta trazar un cerco invisible para marcar territorio, nuestro lugar en la mesa, nuestro lado de la cama. Con el tiempo, incluso convenimos acomodarnos a sus humedades, y logramos que los ruidos que esconden sus muros se conviertan en viejos conocidos. La casa es nuestro rincón del mundo. La frontera entre el afuera y nuestra intimidad en pijama. Un cosmos en toda la acepción del término, decía el gran fenomenólogo Gaston Bachelard: “Sólo por su luz la casa es humana. Ve como un hombre. Es un ojo abierto a la noche”. Quedarse sin ese ojo. Ser expropiado, no sólo del cascarón sino del amparo y el ensueño. No olvidemos lo segundo. Un desahucio no sólo representa la expropiación de la vivienda sino de un orden mental. Exiliados de su intimidad. Apátridas sin llaves ni tabiques. Acaso un día creyeron que el banco podía avalarles un sueño de hogar mediante una hipoteca que acabó por aplastarles. La compra de viviendas crece paralelamente a los nuevos sintecho. No hay otro escenario más excitante para los que acumulan cash. Los suicidios de los desahuciados españoles nada tienen que ver con los de aquellos ambiciosos brókers que en el 29 se lanzaron al vacío desde una suite del Waldorf Astoria. Son el espejo del drama de la clase media que siguió correctamente las instrucciones dictadas por la codiciosa burbuja. “Gente vulnerable”, reconoce ahora el Gobierno ante la cruda desesperación, obligado a administrar tratamientos paliativos a sus propias reformas. Porque perder la casa no sólo representa perder la morada sino extraviarse de uno mismo al cercenar las risas de los niños del largo pasillo. Y es que de la misma forma que nosotros la habitamos, es la casa quien nos habita. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
14 de noviembre de 2012
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.