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Escrito por

Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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2020. Diario del confinamiento (9) Abismales

                                                                                        

(A Juan Gorostidi que vio antes que yo la conexión de Las Abismales con la actualidad).

 

Empieza la ceremonia del aire sofocante... Tiemblan los cuerpos y las conciencias y la noche invade las dimensiones del día... El miedo se desliza de casa en casa, de lecho en lecho, y es difícil pactar con el sueño...

 

Al caos social se unió el problema del abastecimiento. La gente se negaban a venir a Madrid.

 

El Gobierno decretó que nadie podía salir de Madrid, pues todo el mundo temía que los madrileños estuviesen contaminados y se instauró la cuarentena para los habitantes de la capital.

 

El ejército bloqueó todas las salidas y se inutilizó el aeropuerto de Barajas.

 

Estos cuatro fragmentos están entresacados de la novela Las Abismales, aparecida el año pasado. En esta novela “donde los acontecimientos ya no hacen huelga”, como diría Baudrillard, asistimos al despliegue de una pandemia en Madrid.

 

Los jabalíes y las aves de rapiña pueblan la Casa de Campo, y un caballo recorre de parte a parte Madrid. La naturaleza impregna más la ciudad y se alteran mucho las relaciones familiares.

 

La plaga genera numerosos conflictos que se agudizan en verano, y el protagonista vive confinado en una cabaña de Somosaguas. En el corazón del relato hay una clave de naturaleza involuntariamente premonitoria: la pagina 179 está escrita en caracteres chinos:

 

道可道非常道。名可名非常名。

 

恆無,欲也,以觀其妙;

 

恆有,欲也,以觀其徼。

 

此兩者同出而異名同謂之玄。

 

玄之又玄,衆妙之門。

 

Se trata del primer poema del Tao, que habla de un fluido que no se puede apresar ni definir, cuya esencia se nos escapa, y que surge de la oscuridad, un poco como el Covid-19. Nunca antes, en ninguna de mis novelas, había sacado una página escrita en chino. El narrador invoca el poema mientras aguarda a la puerta de un hospital de Madrid. Cito textualmente:

 

En el hospital se percibía un movimiento constante. Las camillas se deslizaban una tras otra por los senderos que iba abriendo la gente que llenaba los pasillos... Los enfermos se hacinaban en las penumbras, de las que surgía un rumor doliente y desalentador...

 

...Basándose en el Tao, David podía pensar que todos los hechos de Madrid surgían de un fondo único, y que ese fondo único se llamaba oscuridad. ¿Había que oscurecer todavía más la oscuridad para llegar a una cierta clarividencia que hiciese explicable lo que estaba ocurriendo? Mientras contemplaba el discurrir de hombres, mujeres y niños entrando y saliendo del hospital, sentía que bajo ese fluir aparente se deslizaba otra fuerza que ni se podía nombrar ni se podía apresar en su continuo transcurrir. ¿Qué nombre darle a ese flujo permanente? ¿Cómo captar su esencia? David tenía claro que seguíamos en el universo de la mitología, y que algo se resistía siempre a la comprensión, de modo que toda explicación de ciertos fenómenos acababa siendo mitológica, cuando no enteramente simbólica, y así nunca se llegaba a la verdad.

 

Lamentaba estar sumergido en un mundo de emociones tan intensas que le impedían razonar. El grado cero del pensamiento se estaba finalmente convirtiendo en una realidad y el mundo había adquirido la apariencia de un mito infernal. (Páginas 180-181).

 

Aquí acaba la cita y añado: en contra de Aristóteles, Oscar Wilde pensaba que la Naturaleza imita al Arte. Parece una boutade, pero como ocurre muy a menudo con Wilde, el escritor se limita a formular una verdad tan paradójica como fulminante.

 

Fue también Oscar Wilde el que dijo con una sonrisa en los labios: “No copio a la Naturaleza, es más bien la Naturaleza la que me copia a mí, pero nunca voy a acusarla de plagio.”

 

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6 de mayo de 2020
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2020. Dario del confinamiento (8) La verdadera oscuridad

La verdadera oscuridad es ocultar el mal, y el verdadero oscurantismo.

Cuando ocultamos el mal, a nosotros mismos o a los demás, no nos proyectamos en la positividad, nos proyectamos en las tinieblas, los historiadores lo saben mejor que nadie, y los psicólogos.

 

Estamos obligados a aceptar el dolor de nuestra propia historia, la del presente y la del pasado. La única prueba de madurez existencial es aceptar ese dolor. Ocultarlo crea fracturas psíquicas graves, y además todo acaba sabiéndose, más pronto que tarde.

Nada nos ampara en la noche de la existencia y hemos regresado la era de la niebla. Nos estamos enfrentando al coronavirus como nuestros antepasados se enfrentaban a la peste y al cólera, con la misma precariedad, con la misma vacilación. No ha habido adelantos en ese aspecto. Tres mis años de civilización reducidos a cenizas, como acaba de decir un gran historiador francés: Stéphane Audoin-Rouzeau, especialista en la Primera Guerra Mundial.

Mirad el calendario: estamos en el año 1300 antes de Jesucristo, al final de la Edad del Bronce. Si caminas por ciertos lugares verás sacrificios humanos entre densas humaredas.

Viajeros aturdidos se acercan a mi puerta y les pregunto de dónde vienen. “De la guerra de Troya”, me contestan.

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25 de abril de 2020
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2020. Diario del confinamiento (7) Las víctimas y la función de la literatura

Decíamos en el texto anterior que todos los esfuerzos por darle relieve a las víctimas han resultado vanos en todos los sistemas. Cabe pensar que a las víctimas solo se las vindica cuando pueden utilizarse de forma política. Dicho con palabras más crudas: cuando son rentables.

Pasó entre nosotros con las víctimas de ETA. Tanto a derecha como a izquierda, solo empezaron a ocuparse de las víctimas cuando vieron su rentabilidad política.

Con las víctimas de la pandemia pasa y pasará lo mismo. La derecha empieza a utilizarlas de forma sumamente oportunista, pero no es menos culpable que la izquierda ni ha hecho mejor las cosas. Basta con dirigir la mirada hacia la comunidad de Madrid y otras autonomías. Y de haber estado en el gobierno central, no lo hubiese hecho mejor. La imagino pensado en las ganancias y las pérdidas, retrasando las decisiones. Cuesta imaginarla de otra manera.

El poder siempre ha gestionado mal las epidemias, y en lo referente a las víctimas, solo se ocupa de ellas cuando las ve rentables. Es una triste evidencia consignada por la historia. Cabe decir lo mismo de las víctimas de las guerras, el terrror, las catástrofes humanas y las naturales.

¿Llegará el día en el que las víctimas sean vindicadas por simple humanidad y por mera dignidad, más allá de los oportunismos y las oportunidades de la política? Me temo que no. Pero hay siempre un problema: sean instrumentalizadas o no, nadie les va a quitar su dolor, y a menudo no les quedará otro remedio que dejarse manipular si quieren hacerse visibles.

A las víctimas solo les sabe dar humanidad y dignidad la literatura, ya desde la tragedia griega. Sin literatura, las víctimas ni siquiera serían una leve sombra en las negras dimensiones de la historia.

Muy a menudo, la literatura ha servido para darle voz a los que no la tienen, llevando a cabo lo que solemos llamar justicia poética. La única forma de justicia que nos queda en el imperio de la omisión y la miseria.

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16 de abril de 2020
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2020. Diario del confinamiento(6). Las víctimas

 

Lo medimos todo en términos de triunfo y de fracaso. Las víctimas de las guerras, las catástrofes, las epidemias, conformaban el ejército de los fracasados, por eso no se les mentaba ni figuraban en el libro de la historia.

 

Se dice que a partir del Holocausto empezó a cambiar la política con las víctimas, pero no es cierto. Tras la Segunda Guerra Mundial, volvimos a conocer hechos que generaron muchas muertes, y las víctima volvieron a ser ignoradas, a pesar de que son el fundamento de la historia.

 

Mirémonos a nosotros mismos. A menudo salen en los medio de comunicación personas que han superado la enfermedad, en cambio de los que sucumben solo vamos sabiendo el número. Ignoramos cómo se llaman, desconocemos su agonía y su fiebre. No han vencido y no deben ser recordados. ¿En qué oscura fosa común se disolverán sus nombres para siempre?

 

¿Nos hallamos ante un problema sin solución? Es cierto que en los últimos tiempos aspiramos a tener más conciencia de las víctimas, pero me pregunto si llegamos a conseguirlo, pues una y otra vez las ignoramos, y una y otra vez las arrojamos al pozo del olvido. La gramática del triunfo y el fracaso nos domina desde la antigüedad (desde Grecia) con su dialéctica impía, probablemente vinculada a la lucha por la vida, y seguimos ubicando a las víctimas en las tristes dimensiones del fracaso. Quizá no tenemos remedio. Hasta ahora, todos los esfuerzos por superar esa dialéctica han resultado vanos en todos los sistemas.

 


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9 de abril de 2020
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2020. Diario del confinamiento (5) Llamando a la Tierra

El confinamiento erosiona mi sentido de la realidad. A veces la casa se agranda y otras veces se achica. El espacio se torna tan elástico como el tiempo y empiezo a sentirme a años luz de mi más inmediato pasado mientras escucho Llamando a la Tierra, la versión que hace MClan de Serenade from the stars de Steve Miller Band. En contra de lo habitual, los versos de MClan son mucho mejores que los de la canción original:

He visto una luz, hace tiempo

Venus se apagó.

He visto morir

una estrella en el cielo de Orión.

El confinamiento crea una frontera temporal, parecida a la que puede crear una guerra. Estamos jugando con fuego, tal vez estamos perpetrando una locura, donde el remedio podría ser mucho peor que la enfermedad, pienso, mientras prosigue la canción:

No hay señal, no hay señal

de vida humana y yo

perdido en el tiempo,

vivo en otra dimensión.

Todo se hizo mal desde el principio. No haber jugado bien las cartas en su momento nos ha llevado a esta pesadilla sin sentido y sin fundamento. O con un sentido y un fundamento de naturaleza abominable. Estamos entrando en la dimensión china. ¡Es inaudito!”, me digo a mi mismo. La canción continúa:

Soy el capitán

de la nave, tengo el control.

Llamando a la Tierra,

esperando

contestación.

Soy un cowboy

del espacio azul

eléctrico.

A dos millones de años luz

de mi casa estoy.

Esto podría acabar muy mal, algunos lo presienten, aunque no lo digan. Esto podría estallar como una bomba de relojería, y los minutos pasan, y las horas, y los días. Circulan muchas palabras, pero bajo ellas discurre el denso silencio de lo que no se puede decir, de lo que ni siquiera se puede nombrar”, le digo a la pared mientras sigue la canción:

Quisiera volver,

no termina nunca esta misión.

Me acuerdo de ti como un cuento

de ciencia-ficción.

No estoy mal, juego al póquer

con mi ordenador.

Se pasan los días,

no hay noticias desde la estación.

Como el viajero interestelar, no estoy mal, o al menos eso quiero pensar, si bien se trata de un pensamiento demasiado fugaz. Juego al ajedrez con una sombra y ya ni siquiera llamo a la estación que me permitiría volver a la realidad. ¿A qué realidad? ¿A que mundo? ¿Aún existe el mundo? ¿Dónde está? Estoy demasiado lejos de mi propio ser. Mi casa ya no es mi casa, está llena de fantasmas, de consignas, de órdenes, de mordazas. De pronto me doy cuenta de que el país se ha militarizado. Al fin conozco la alienación: la emergencia de algo ajeno al yo, difícil de controlar, el deslizamiento de la individualidad hacia una dimensión extraña ”, me digo a mi mismo sumido en el estupor.

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31 de marzo de 2020
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2020. Diario del confinamiento (4) Metamorfosis

Un perro empieza a ladrar

en mitad de la calle desierta.

 

Es la única voz que cuartea los muros de la noche.

 

Las farolas vomitan su luz enferma

sobre las aceras sin gente.

 

Al perro le asusta tanta inmovilidad,

tanto silencio.

 

La noche le parece demasiado oscura

a pesar de que la luna es un disco rojo.

 

De pronto,

los ladridos se trasforman en aullidos:

el perro acaba de convertirse en lobo.

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29 de marzo de 2020
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2020. Diario del confinamiento (3) Prepárense

Leo en la prensa francesa que se multiplican los ciberataques a los hospitales y centros de salud y que algunos escritores se dedican a reírse de los más desdichados, a la vez que exhiben el más lamentable narcisismo. Supongo que estos momentos sacan lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Leo en la prensa italiana que el alcalde de Messina, Cateno de Luca, recorre la ciudad en automóvil mientras clama sirviéndose de un megáfono: “¡Te ordeno no salir de casa!”

Leo en la prensa canadiense que las farmacias inflan el precio de los medicamentos y que algunos establecimientos niegan el paso a personas de más de setenta años.

Leo en la prensa portuguesa que desde Italia llega un mensaje: “Prepárense.”

Leo la prensa americana. En un alarde metafísico, un periódico afirma que el coronavirus nos está demostrando que el ser humano ni es el centro del mundo, ni es el centro del cosmos.

Cada loco con su tema, cada tema con su loco.

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22 de marzo de 2020
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2020. Diario del confinamiento (2) Opiniones divergentes

 

(20/3/20)

Gracias a mi amigo Juan, descubro que llegan desde Italia voces sorprendentes. El prestigioso filósofo Giorgio Agamben, seguidor de Foucault y de Derrida, considera en un manifesto que el coronavirus es una epidemia inventada, que busca someter a la población y mantenerla en un régimen carcelario como los que denunciaba Foucault.

A esta hipótesis conspiracionista, Cristian Fuschetto responde:

La alarma por la propagación de un virus considerado peligroso por científicos, médicos, investigadores y sistemas de salud en todo el mundo es un escenario frente al cual la idea misma de una epidemia inventada, como ha hecho Giorgio Agamben, solo puede abrirse paso en un imaginario ansioso por encontrar la confirmación de hipótesis extremas de biopoder y, en última instancia, no científicas.

Por su parte Luca Paltrinieri decreta, tras leer el texto de Agamben, que la pandemia que estamos padeciendo representa, probablemente, el fin de la libertad, el fin de la economía, y el fin de Agamben por haber proclamado tantas insensateces en su manifesto, con lo cual Luca Paltrinieri mata tres pájaros de un tiro, si bien no sale ileso de la prueba, pues su artículo es, por un lado demasiado apocalíptico, y por otro demasiado idealista al postular el fin de cierta idea de la libertad (la derivada del liberalismo), el fin del crecimiento económico y el fin de la propiedad individual. Esto me suena, dicho sea sin ironía. El hecho de que nos ocurran cosas nuevas, no implica que aparezca la novedad en nuestro pensamiento, y en determinados momentos, es fácil confundir los deseos personales con los procesos colectivos, sobre todo si tienes temperamento mesiánico. En estos casos, siempre me pregunto si lo que está haciendo el pensador es un análisis de la realidad o simplemente está desvelando sus anhelos.

Todas las crisis estimulan nuestro lado profético.

Y mientras los intelectuales discuten, un médico de la comitiva china dice que en Lombardía no se están haciendo bien las cosas, que hay gente en los restaurantes y que ve el trasporte público muy activo y con demasiados viajeros. Casi al mismo tiempo, un dron descubre una fiesta alegre y bulliciosa en una terraza de Cerdeña.

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20 de marzo de 2020
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2020. Diario del confinamiento (1) Enfermera

(19/3/20)

 

Una enfermera de 49 años se ha suicidado arrojándose al Piave, en Cortellazzo (Venecia). La mujer trabajaba en el hospital Jesolo, que se había convertido en una instalación campestre para la lucha contra el virus. La enfermera, que vivía sola, había estado en casa los dos últimos días porque tenía fiebre.

 

Al parecer ella misma se había ofrecido para trabajar en la sección de enfermedades infecciosas y su muerte ha provocado el dolor y el desconcierto entre todos sus compañeros de la residencia.

 

La noticia me recuerda más de un fragmento de El años de la peste, de Daniel Defoe, donde refiere una muerte parecida, y me proyecta en una página terrible del libro sobre el suicidio de Durkheim, donde habla de una mujer que, como la enfermera de Venecia, buscó la muerte por hidrofusión.

 

Una amiga me telefonea desde Italia, su voz me desorienta, contribuye a que el cuerpo de la enfermera se disuelva en el agua de mis ensoñaciones, se acerque, se aleje, se pierda en la distancia. La veo fundirse con el río y olvidarse de su fiebre, mientras las consignas, las órdenes, las contradicciones y las sandeces se multiplican en el año de la peste.

 

Salgo de mi casa. Da la impresión de que el virus se expande con el aire por las calles de Madrid. Corres el peligro de que te ataque en cualquier momento. Estás perdido.

 

El virus avanza con el viento, con la brisa que sube desde el Manzanares. Tiene hambre de ti. Te ha mirado a los ojos. No te bastará con correr, vas a tener que volar si no quieres que se lance directamente a tu yugular. Es el ubicuo, el invisible, el oscuro, el inmundo, el exterminador. Mucho peor que un vampiro.

 

Avanzo a trompicones por lugares que de pronto me resultan desconocidos, perseguido por un hombre de cara de madera. La noche se adensa, todo es silencio. Qué solos vuelven a quedarse los muertos, enterrados a escondidas, con prisas y sin miramientos.

 

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19 de marzo de 2020
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Temblor abisal

Hombres que asisten desconcertados al despliegue de su propio futuro sin que puedan evitar las tormentas que se avecinan, encuentros que llevan el signo de una fatalidad llena de ironía, fantasmas que tiene más cuerpo que los vivientes, y más anhelos, trenes que surcan la noche del deseo dejando tras ellos el aliento de lo que pudo ser y no fue, civilizaciones flotantes acostumbradas a las alturas, miradas que se cruzan y que ya no pueden despegarse, venganzas que se gestan bajo una estrella maldita, seres que pierden la memoria y seres que la encuentran... Al lector le espera un tejido de sorpresas sucesivas que le conducirán hasta el final de "Temblor abisal", el primer libro de Daniel Martín Sáez de Parayuelo.

 

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11 de marzo de 2020
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