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Escrito por

Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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Antonio Ungar, premio Herralde

Antonio Ungar. Foto: Mario Múnera ? y yo advertí: ojo con el colombiano. Mis dos apuestas eran que tras el seudónimo podían estar Antonio Ungar o Juan Gabriel Vásquez. Y no me equivoqué. El Premio Herralde de Novela 2010 fue para el narrador colombiano Antonio Ungar y la novela Tres ataúdes blancos. Un fallo en el que hay que destacar varios aspectos. Primero, es el primer colombiano en ingresar a la lista de Anagrama (o uno de los poco, me parece que Evelio Rosero publicó hace décadas un libro ahí). En segundo lugar, el premio vuelve a América Latina, luego de que el año pasado fuera completamente español. Y en tercer lugar, no hay Finalista este año, lo que comprueba que la calidad de los semi-finalistas (14 en total) estuvo por debajo de lo esperado.  Antonio Ungar publicó las novelas Orejas de lobo y Zanahorias voladoras y el libro de cuentos Trece circos y otros cuentos comunes. Fue uno de los seleccionados del Bogotá39 y hasta hace poco ha vivido en Palestina. Actualmente vive en Bogotá. La novela, al parecer, es un thriller político que ocurre en un país latinoamericano. Dice la nota:

Tres ataúdes blancos es un thriller en el que un tipo solitario y antisocial es forzado a suplantar la identidad del líder del partido político de oposición y a vivir todo tipo de aventuras para acabar con el régimen totalitario de un país latinoamericano llamado Miranda. Ese argumento de thriller bizarro es, sin embargo, una suerte de estructura vacía, un esqueleto en el que la novela crece, salvaje, impredecible, saliendo a borbotones de la voz del protagonista. Desaforado, desquiciado, hilarante, el narrador usa todas sus palabras para cuestionar, ridiculizar y destruir la realidad (y para reconstruirla de nuevo, desde cero, como nueva). Perseguido sin descanso por el régimen del terror que en Miranda todo lo controla y por los abyectos políticos de su propio bando, solo contra el mundo, el protagonista es finalmente alcanzado y cazado. Su enamorada en cambio consigue huir milagrosamente, y con ella queda viva la esperanza de un nuevo comienzo para la historia.Tres ataúdes blancos es un texto abierto, polifónico, dispuesto para múltiples lecturas. Puede ser entendido como una sátira feroz de la política en América Latina, como una refinada reflexión acerca de la identidad individual y la suplantación, como una exploración de los límites de la amistad, como un ensayo sobre la fragilidad de lo real, como una historia de amor imposible. Envuelta en un envase de thriller fácil de abrir y de leer, llena de humor, esta novela propone sin duda un juego literario complejo y fascinante. La novela que consagra indiscutiblemente a uno de los autores mayores de su generación en lengua española.

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8 de noviembre de 2010
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"Creo que Bolaño lo sabía todo"

Alberto Fuguet Una entrevista extensa a Alberto Fuguet le hizo Martín Pérez en Radar Libros. Ahí se comenta sobre todo la novela Missing, pero además toda su obra, la esperanza McOndo y su carrera cinematográfica. Y entre los temas, uno muy interesante es la relación que Fuguet tiene con algunos escritores latinoamericanos fundamentales para su obra, como Vargas Llosa, Bolaño, Fogwill y sobre todo Andrés Caicedo. Dice la nota:

Alberto Fuguet puede asegurar no haber conocido, antes de recibir la elogiosa frase que ilustra la portada local de su última novela, a Fogwill. ?Fue algo sorpresivo y agradable. Sobre todo porque no tenía acceso a él y no lo conocía. Lo que me hace creer que existe una hermandad cósmica entre escritores?, asegura el chileno, al que Fogwill celebra en Missing, asegurando que es una gran novela verdadera, cuanto más ficción, más verdadera. ?Fuguet está parado todo el tiempo tambaleándose sobre los hombros del mejor Bolaño?, asegura el escritor argentino. Si alguien debería haber defendido a la generación de Zona de Contacto en Chile, ése era Bolaño, ¿no es cierto? ¿Los conocía? ?Estoy especulando, pero creo que Bolaño lo sabía todo. Supongo que lo que no le cerró fue el vínculo con El Mercurio. Pero lo que hizo Bolaño fue conquistar una Zona propia: llamaba por teléfono a alumnos míos, no hablaba con los editores, sino con los pasantes. Así que en vez de defenderlos, los atacó. ?No fue tanto. En mi caso, habló en contra y a favor. Por mi personalidad paranoica, estaba esperando el golpe, pero cuando habló en contra fue muy tangencial. Y se cargó explícitamente a Donoso, Edwards, Skármeta, Neruda, Mistral, Eltit, Sepúlveda, Isabel Allende y Marcela Serrano. Yo creo que estaba esperando que saliese Las películas de mi vida para opinar. Edmundo Paz Soldán me dijo que estaba muy curioso. Y en una de sus últimas entrevistas, que hace poco se conoció, habla bien de mí y dice que siente muchas cosas en común. El archivo dice que Fuguet salió muy temprano a celebrar a Bolaño, cuando recién había aparecido La literatura nazi en América. ?Pero enseguida llegaron los bárbaros a abrazarlo, y se lo llevaron?, explica. ¿Los bárbaros? ¿Querrá decir la academia? ?Sí, ésos?, confirma. Para Fuguet, sin embargo, es un escritor que forma parte de un supuesto canon McOndo, que incluye a Manuel Puig, Cabrera Infante, Ricardo Piglia y, por supuesto, a Mario Vargas Llosa. ?Creo que el Nobel ayuda a terminar de cerrar la polémica?, se ufana quien dice haber quedado afónico la noche del premio, ya que lo llamaron de todos lados para opinar. Pero la posición política de Vargas Llosa más que cerrar, reabriría la polémica. ?Podemos estar discutiendo horas sobre eso, pero yo creo que Vargas Llosa no es un fascista. Es un freak, un psicópata al que le gusta provocar. Pero está totalmente en contra de las dictaduras y sus libros van a seguir creciendo con el tiempo. De ese canon McOndo también forma parte Andrés Caicedo, orgullo personal de Fuguet, que de aceptar la tesis de su reinvención, asegura que arrancó más bien con una compilación de artículos periodísticos titulada Apuntes autistas, que reúne todos sus fanatismos (que incluso abre con el artículo publicado en la revista peruana Etiqueta Negra, que disparó Missing). Y luego con el libro de Caicedo, del que muchos dijeron ?asegura? que era una pérdida de tiempo. Pero, justamente, de esas pérdidas de tiempo es que están hechas las carreras literarias. Si se bromea con Fuguet diciendo que con Caicedo, al contrario de Bolaño, nadie se lo sacó de las manos, su respuesta es bastante seria. ?Uno de mis orgullos es que no he escuchado en el Hemisferio Sur ni una palabra negativa contra Caicedo. Todo el mundo lo abrazó, lo admiró y lo respetó. Ni siquiera nadie lo trató de joven, que por aquí es una de las peores acusaciones. El verdadero triunfo de McOndo, a mi gusto, fue el reconocimiento unánime que recibió Caicedo.?

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8 de noviembre de 2010
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Más Fabio Morabito

Fabio Morabito en Argentina Pero dos entrevistas no son suficientes. La Revista Ñ consigna la presentación de los dos libros de cuentos de Fabio Morabito en Argentina, editados por Eterna Cadencia, y lo hace a través de frases citables en un almuerzo, entradas enciclopédicas digamos. Ahora está en la Patagonia. Volverá el martes 9 de este mes a seguir conversando con sus lectores en la librería. Aquí algunos ítems:

LOS INSATISFECHOS. Un escritor es el que, en rigor, no sabe escribir. Nadie sabe escribir, pero un escritor es el que se da cuenta y convierte eso en un problema. El escritor norteamericano E. L. Doctorow cuenta una anécdota sobre la vez que tuvo que escribir un justificativo de la ausencia de su hijo a la escuela. Lo escribió muchas veces, porque quien es verdaderamente escritor, hasta cuando escribe algo banal se enfrenta al problema del lenguaje. No resiste un mal adjetivo, un problema sintáctico, una coma mal puesta. En cambio quien solamente redacta, no pasa por ese problema. Redacta de manera clara, comunicativa. Esa es la gran diferencia, entre ser alguien que lucha contra el lenguaje y siente una gran insatisfacción, y la redacción que simplemente sirve para fines prácticos.   PROBLEMAS. Cada vez más hay obras de escasa calidad. Pero un escritor sigue enfrentándose a los mismos problemas a los que se han enfrentado todos. Cambia el estilo, cambia la forma de comunicación, por supuesto. Pero el compromiso artístico ?escribir con cierta originalidad, cavar en profundidad ? eso no cambia. AQUÍ, LATINOAMÉRICA. Cuando un libro atrapa, qué nos importa si el autor es mujer, hombre, viejo, joven, exitoso, desconocido, checo. Me considero latinoamericano porque estoy aquí, y por la lengua. A mí me dio gusto el premio a Vargas Llosa porque en muchos sentidos representa un tipo de escritura que ya ha caducado, y no todo lo que él ha escrito a mí me interesa. Me parece que si esta literatura de aspecto decimonónico se puede sostener, ¿por qué no? Una parte nuestra necesita todavía un tipo de secuencia y de narración más tradicional. No es como con otros Premios Nobel que uno se pregunta: ?Caramba, ¿por qué se lo dieron a Dario Fo, un excelente actor y un escritor mediocre? Pero ojo, porque la nueva literatura, a veces puede tener los visos exteriores de mucha modernidad y los contenidos pueden ser terriblemente añejos, con imaginarios muy desfechados. ETERNO EN SU CADENCIA. Uno tiene que saber de qué está hecho. Yo no soy Vargas Llosa ni García Márquez. Yo pertenezco a una franja numerosa de escritores que también hacen literatura seria pero que no viven de la literatura. Eso es muy importante para decir: ?Bueno, ¿qué espero yo de un editor??Un trato personal: simplemente, que no sea un gran fábrica de libros, sino donde sienta que hay respaldo y afinidad. El editor es el primer lector oficial. Yo creo que los grandes editores han sido siempre capaces de mantener eso. Sentirse en casa. Las editoriales chicas tienen la ventaja de prestarle más atención a cada escritor.

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7 de noviembre de 2010
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LA ESTACION DE LOS ENCUENTROS de Peter Elmore

RESEÑA SIN PLUMAS Por: Luis Hernán Castañeda EL ARTE DE LEER No sería inexacto decir que ?La estación de los encuentros? (Lima, Peisa: 2010), el libro más reciente de Peter Elmore, es una antología de las notas y artículos sobre literatura que su autor ha venido publicando en revistas literarias y suplementos culturales peruanos a lo largo de los últimos veinte años. Sin embargo, para hacerle justicia al libro es necesario añadir que su valor no reside, únicamente, en su condición de almacén de textos previos, donde algunas líneas dispersas de la ya extensa obra de un lector agudo se encuentran, por primera vez en un mismo índice, y son reunidas para urdir un tapiz de tapices. De hecho, ?La estación de los encuentros? ofrece algo de ello, pero también es, y a mi juicio antes que lo anterior, un producto superior a la suma de sus partes. Estamos, pues, ante un libro orgánico, complejo y autorreflexivo, una colección de ensayos que, lejos de asumir los protocolos de la investigación académica, está dentro de la obra de Peter Elmore, el escritor. Por tanto, puede ser leído como una obra de análisis y de interpretación de textos ajenos, pero también como un texto autónomo, nada desdeñable en la prosa y tampoco en la estructura: su contenido reside en la forma.

Como afirma Elmore en la nota preliminar, este libro nace del deseo de mantener vivo el diálogo con la comunidad de lectores peruanos, de la cual el autor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Colorado, en Boulder, se siente parte. Sin embargo, ello no implica que los ensayos se limiten a la literatura peruana: el libro tiene seis secciones, una de ellas dedicada casi por entero a la poesía peruana del siglo XX -?Intensidades y alturas?, se titula -, y las cinco restantes a una galaxia de textos narrativos, poéticos, dramáticos, ensayísticos pertenecientes a diversos periodos históricos y tradiciones nacionales de la literatura occidental. Desde ?Don Quijote? hasta ?Los detectives salvajes?, vinculando a George Steiner con Alberto Flores Galindo y a Joseph Conrad con Cormac McCarthy, ?La estación de los encuentros? ensaya una estructura poliédrica que, sin regirse por criterios cronológicos ni geográficos, los considera y los supedita a otra lógica: la de los itinerarios que se cruzan, la de los motivos que reaparecen, la de las lecturas que conducen a otras lecturas y vuelven, siempre, a ciertos nudos de rieles, a ciertas estaciones conocidas.

Así, la división en seis secciones es sólo preliminar y preparatoria, lo cual no implica que sea arbitraria. La primera sección, ?Artes de leer?, repasa una galería de lectores ejemplares, el primero un célebre personaje de ficción (Alonso Quijano) y, los demás, escritores e intelectuales que mantienen una relación especialmente intensa con los textos de otros (Ítalo Calvino, Edward Said, George Steiner, Claudio Magris, J.M. Coetzee, Alberto Flores Galindo, Túpac Amaru II). La segunda sección, consagrada a las cumbres de la poesía peruana moderna, incluye en su nómina a Vallejo, Oquendo de Amat, Moro, Westphalen, Martín Adán, Eielson y Varela. La tercera, titulada ?Rostros y máscaras?, es una reflexión sobre el teatro y la teatralidad, sobre la actuación y la performance, en la obra poética de Antonio Cisneros, Abelardo Sánchez León, Mario Montalbetti y Eielson, así como en una pieza dramática de José Watanabe -su ?Antígona?- y en el trabajo del grupo teatral Yuyachkani. ?Los vasos comunicantes? medita sobre la intertextualidad en cuatro ensayos que emparejan autores y textos que se nutren y retroalimentan: están juntos Conrad y Borges, Euclides da Cunha y Vargas Llosa, Baudelaire y Ribeyro, Dostoievski y Coetzee. ?Transeúntes y viajeros? explora el motivo del viaje, trátese del desplazamiento físico o del pasaje temporal, en Joyce, Chéjov, Musil, Buzzati, Nabokov, Sebald, Cormac McCarthy y Philip Roth. Por último, ?La cruz del sur? agrupa comentarios sobre cuatro autores rioplatenses, tres peruanos, un brasileño, un paraguayo y un chileno: Borges, Onetti, Cortázar, Bioy Casares, Arguedas, Ribeyro, Vargas Llosa, Rubem Fonseca, Arturo Roa Bastos y Bolaño.       

La lectura, la práctica de ?descifrar y gozar el juego de los signos? (5), está sin duda en el origen de estos ensayos, pero es también su objeto de reflexión. Así ocurre en ?El arte de leer?, sección en cuyo ensayo inaugural se afirma que la novela más célebre de Cervantes, calificada como ?una epopeya cómica de la lectura? (9), ofrece el retrato de un verdadero anti-héroe de la lectura: el hidalgo manchego se engaña al dar por verídica la promesa de la ficción, pero no es menor el engaño de quien espera leer, en el texto del mundo, una verdad incuestionable y definitiva. El lenguaje encierra una verdad de otra índole: en el ensayo ?George Steiner: el arte del lector?, se vuelve a llamar la atención sobre la realidad de los signos, atención que conduce al reconocimiento de que el lenguaje informa la experiencia humana, y que por ende la lectura -es decir, el trato con la palabra de otros- es un modo a la vez privado y social de vivir y estar en el mundo. Residir en la historia exige, por cierto, pronunciarse sobre sus debates y polémicas, como no vaciló en hacer Edward Said al defender la causa del pueblo palestino. En su influyente ?Orientalismo?, Said se propone, precisamente, deconstruir una vasta red de lecturas deformantes de la alteridad (pos)colonial; en semejante frecuencia, sostiene Elmore que lo que distinguiría la visión de Coetzee en ?Inner Workings? sería la intuición crítica de que la barbarie está inscrita en el corazón del orden civilizado.

 Significativamente, la sección se cierra con dos ensayos peruanos, confirmando así cuál es el universo de problemas por el que Elmore se siente, en primer lugar, interpelado. El primer ensayo revisa la trayectoria del historiador Alberto Flores Galindo, y destaca sus cualidades de lector siempre atento a los símbolos cambiantes del gran texto de la cultura peruana, en el cual no es secundario el papel de la literatura. Prueba de ello se rinde en ?Túpac Amaru II y ?Comentarios reales?: el lector rebelde?, donde el cacique de Tungasuca es presentado, en la misma línea aunque en distinta modulación que el delirante antihéroe cervantino, como el artífice de un revolucionaria transfiguración de lo real a imagen y semejanza del texto emblemático del Inca Garcilaso. Para ellos y para todos los lectores de esta sección, la lectura posee un valor ético, en el sentido de que representa una forma de vida.

Si la praxis de estos lectores se perfila como una vocación de desciframiento enraizada en la historia, el tráfico del poeta con la palabra es una convivencia íntima, áspera y agónica, una lucha constante con la materia del verbo, que es flecha y blanco al mismo tiempo. Se comprende, entonces, que Elmore entienda la poesía como la paradójica y gozosa aventura de un lenguaje en tensión consigo mismo. Al leer ?Intensidades y alturas?, uno comprueba que los nombres fundamentales de nuestra lírica están presentes, aunque no deja de resultar llamativa la presencia de un ensayo sobre ?La casa de cartón?, y también sorprende la ausencia de otros que comentan textos poéticos de primera línea, como el dedicado a Antonio Cisneros, que forma parte de ?Rostros y máscaras?. Este desplazamiento es revelador del ánimo del libro, que pone entre paréntesis las fronteras entre los géneros y postula una lógica de organización alternativa tanto de sus propios ensayos como de las obras que los estos abordan.

 De esta manera, si la poesía postula un vínculo polémico con el cuerpo del lenguaje, una novela vanguardista como la ópera prima de Adán se enzarza en una irónica y festiva polémica con las convenciones narrativas del lenguaje del realismo. Adicionalmente, el ensayo sobre el autor de ?Como higuera en un campo de golf? destaca el temple dramático de su escritura, subraya la voluntad de crear un reparto de presencias o de máscaras teatrales al que, de poemario en poemario, se van sumando voces nuevas. Por cierto, no es éste el único ensayo sobre poesía peruana en el que la clave de lectura es performativa. En el texto sobre ?El mundo en una gota de rocío? de Abelardo Sánchez León, concluye Elmore que el discurso poético logra articular y elaborar la vivencia del dolor a través de la evocación, mediante el conjuro de la palabra, de la presencia del cuerpo ausente. De ahí que la lectura de un texto lírico pueda equipararse a la vivencia del espectáculo teatral, asunto tratado en el ensayo sobre Yuyachkani. Por eso es posible afirmar, al comentar el poemario ?Cinco segundos de horizonte? de Mario Montalbetti que ?el texto es sobre todo un evento? (131). En esta particular aproximación al vínculo que entablan el lector y el texto, cobran especial importancia tanto la presencia opaca del cuerpo en el espacio, como el eco de su duración en el tiempo: y lo dicho es válido, también, para el cuerpo de la palabra.

El tránsito a la siguiente sección, ?Los vasos comunicantes?, invita al lector a valorar esos otros vasos comunicantes que irrigan la estructura del libro. Mientras que en ?Artes de leer? quedaba claro que el comercio asiduo con los signos debía suministrar un antídoto contra todo dogmatismo ideológico, en la pareja de ensayos que ponen en relación ?Os sertões? y ?La guerra del fin del mundo? se dramatiza, precisamente, una intervención desacralizadora de la lectura. En su diálogo con la obra cumbre de da Cunha, la gran novela de Mario Vargas Llosa impugna la rigidez dogmática de ambos discursos en combate, el modernizador y el milenarista, actualizando de este modo la advertencia de Cervantes contra la búsqueda en los textos de verdades inconmovibles. Otro encuentro sería el siguiente: la dupla integrada por los ensayos que analizan las novelas ?Crimen y castigo? y ?El maestro de San Petersburgo? convoca asuntos centrales de la sección ?Rostros y máscaras?. Ciertamente, en la novela de Coetzee, la exploración del erotismo sádico y tanático de los jóvenes terroristas del grupo ?Venganza del pueblo?, entre quienes el premio Nobel sudafricano coloca al hijo de Dostoievski, pasa por una admisión del carácter ritual de sus prácticas sensualistas.

Sin caer en la proyección narcisista, ?La estación de los encuentros? reflexiona sobre su propia forma al reflexionar sobre la forma de otros libros. En el texto sobre Baudelaire y Ribeyro, puede advertirse un guiño autorreflexivo acerca del tipo de experiencia que el libro de Peter Elmore desea proponer a sus lectores. Se trata de una experiencia de lectura que, al igual que en ?Le Spleen de Paris? y en las ?Prosas apátridas?, no es lineal, ni tampoco obedece a categorizaciones previas, puesto que se construye en respuesta a un mapa personal de asuntos y preocupaciones del autor, una red de itinerarios posibles que no rehúye, sino que fomenta la participación activa, creadora y cómplice de quienes la desanudamos y re-anudamos.

Precisión y elegancia son los rasgos que definen la prosa ensayística de Peter Elmore, que se dirige, con este libro, a una comunidad académica especializada, pero también y en primer lugar al público de los lectores de literatura. Una vocación de estilo y una voluntad de forma recorren la totalidad de los ensayos; leídos en conjunto estos dejan percibir, gracias a una multitud de pasadizos y resonancias que, al ser seguidos y escuchadas, comunican las seis secciones que lo integran, la marca de agua de un autor para el cual escribir novelas y comentar los textos de ficción y no-ficción de otros son manifestaciones paralelas de la vida del escritor, una figura que, siguiendo la lección de Borges, se entrelaza con la del lector.  Peter Elmore La estación de los encuentros Peisa, 20101

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7 de noviembre de 2010
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Vargas Llosa comentado en "Babelia"

Vargas Llosa. Ilustración: Eduardo Arroyo José Carlos Mainer comentó en Babelia la novela El sueño del celta de Mario Vargas Llosa. Más elogios para el reciente premio Nóbel. Dice la reseña:

A estas alturas de su vida, Vargas lo sabe casi todo sobre la pérdida de la inocencia y ha llegado a aprender que la piedad es la formulación emocional de un desengaño previo. Casement y su autor saben que remiten al lector a considerar la esencial fragilidad del ser humano. En uno de los momentos más certeros del libro, se nos cuenta que Casement ?una vez más se dijo que su vida había sido una contradicción permanente, una sucesión de confusiones y enredos truculentos donde la verdad de sus intenciones y comportamientos quedaba siempre, por obra del azar o pura torpeza, oscurecida, distorsionada, trastocada en mentira?. Un exergo de José Enrique Rodó, al inicio del libro, nos lo ha prevenido; el epitafio del autor, a la vista del obelisco que recuerda la memoria de Casement, cubierto por excrementos de gaviota pero cerca de otras violetas silvestres que siempre le conmovían, vuelve a recordárnoslo: ?No está mal que ronde siempre un clima de incertidumbre en torno a Roger Casement como prueba de que es imposible llegar a conocer de manera definitiva a un ser humano?. Imposible, quizá, pero nunca es inútil intentarlo? Son precisamente la ambigüedad y la debilidad de los hombres las que convierten en equívocos los altisonantes conceptos de revolución, liberación o patriotismo identitario, porque -piensa nuestro Casement- la política ?saca a la luz lo mejor del ser humano pero también lo peor, la crueldad, la envidia, el resentimiento, la soberbia?. El desamparo de Casement y el recuerdo de su madre muerta tuvieron que ver con su tardío patriotismo céltico; su campaña de denuncias en el Congo y luego en Putumayo brotó de su capacidad de compasión pero también de una inclinación homosexual. El narrador va haciendo aparecer los episodios de esta tendencia y los va multiplicando hasta concluir en uno de los grandes hallazgos de la trama: porque también esa menesterosidad de otros cuerpos, dóciles y sanos, denota la dramática inseguridad de su contemplador. Su escandaloso Diario negro, que ha coadyuvado a su condena, no es tanto un testimonio de hazañas sexuales como un registro de impotencias y de sueños. Todos los elementos de esta historia provienen del avezado taller de Vargas Llosa donde ninguna experiencia se pierde sino que se transforma. Como sus mejores ensayos, este libro trata acerca de la verdad y la mentira como polos del pecado de escribir. Y constituye un regreso a la novela histórica que versa sobre la ambigüedad de los procesos revolucionarios, algo que inició en La guerra del fin del mundo y que ha continuado en Lituma en los Andes, El Paraíso en la otra esquina y La Fiesta del Chivo. El sueño del celta ha sido también un buen pretexto para volver a Iquitos, la ciudad mágica en que se ambientó parte de La casa verde y la totalidad de Pantaleón y las visitadoras. Y su autor ha disfrutado al trabajar sobre un material que contaba con ilustres obras literarias previas, igual que hizo en La casa verde y en La guerra del fin del mundo, inspirada por Os Sertôes, de Euclides da Cunha. Y otra vez se ha asomado a los finales de la hipócrita, retórica y fascinante centuria antepasada, que tanto le fascina: no en vano fue ?ese siglo de grandes deicidas como Tolstói, Dickens, Melville y Balzac?. Cuando Vargas Llosa publicó su libro sobre García Márquez lo llamó Historia de un deicidio, porque toda gran novela debe tener algo de destitución del otro Creador; hora es ya de reconocer que nuestro autor se ha incorporado al catálogo de los mejores deicidas de nuestro tiempo.

Por otra parte, Jacinto Antón en ?Babelia? comenta sobre el protagonista histórico de la novela de Vargas Llosa: Roger Casement.

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6 de noviembre de 2010
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Nicholson Baker reseñado

Nicholson Baker Francisco Solano pone el ojo a El antólogo, de Nicholson Baker, una de las mejores traducciones del año en España y que se publica gracias a Duomo. Ya antes mencionamos la reseña de Rodrigo Fresán. Solano dice que ?aprovecha maliciosamente la novela para promover la poesía?. Dice la reseña en ?Babelia?:

En El antólogo Paul Chowder está dispuesto, dice, a contarnos todo lo que sabe de poesía. No es novelista, es poeta, ?un modelo de fracaso?; tiene que escribir la introducción a una antología de poemas ingleses rimados preparada por él, justo cuando Roz, su novia, lo ha dejado, tal vez por negligente; vive en un establo con un perro y, a la vez que se esfuerza en no defraudar a su editor, revela al lector sus divagaciones sobre métrica y rima, usando un tono cordial de charlatán reflexivo para no ahuyentar a nadie. De este modo sabemos que El antólogono va a ser un tratado, ni una nómina de técnicas poéticas tradicionales, ni una disertación para promover su autoridad en la materia, aunque no desdeña ninguna opción. Su precoz definición de la poesía no rimada como ?prosa a cámara lenta? sugiere la impronta de una inteligencia muy fértil, que sabe concertar experiencia e imagen. Y que aprovecha maliciosamente el valioso vehículo de la novela para promover la poesía entre quienes no leen poesía. Pues el personaje central de esta novela no es Paul Chowder, aunque éste no deje de hablar, ni el fin del amor (?No me voy a poner a lloriquear sobre las razones por las que Roz se fue?), sino la poesía rimada. Escribir una novela con ese tema es muy arriesgado, sin duda. Así que, con mucha sagacidad, mientras expone muy desenvueltamente su pasión y desavenencias con los poetas, de William Byrd a Auden, con especial inclinación por Elizabeth Bishop, describe a salto de ocurrencia sus días solitarios y el entorno en que vive, aplicando a las cosas una mirada lírica, pero no exclamatoria, liberando de ese modo su espíritu de la coacción de escribir la introducción, y tener que justificar un trabajo que sabe que apenas será leído. La soledad de Paul Chowder es una soledad habitada por la cadencia y el ritmo, sobre todo el pentámetro yámbico, de los poemas que ama, y por tanto una soledad que evita el dramatismo y la queja. Gracias a su chispeante humor -que encuentra en las cucarachas, en un mantel o en herirse dos veces el mismo dedo, causas eficientes de la existencia de la poesía-, consigue mantenerse al margen del ?auge del caos y la disonancia?, y seguir marcando ?el ritmo con el pie?. (?) El antólogo admite ser leído así, no a la manera acumulativa de las novelas, sino aceptando que sus divagaciones exaltadas o delirantes, la caprichosa imaginación, la simpática erudición de Paul Chowder son comienzos de una larga reflexión en busca del poema que ponga de nuevo en marcha el ritmo sostenido del universo.

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6 de noviembre de 2010
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Reseña de "El sueño del Celta"

Mario Vargas Llosa y su nueva novela Voy superando la página 170 de la novela y confieso que me cuesta abrirme paso en la alambricada selva de datos de la nueva novela de Vargas Llosa. Mientras tanto, Ricardo Senabre hace una reseña de El sueño del celta para El Cultural de El Mundo. Dice que ?todo se aúna en estas páginas para producir el efecto de cualquier novela auténtica: sacar de sus casillas al lector, transportarlo a otro mundo y hacer que brote en su espíritu, además del sobresalto, la inquietud, el horror o la compasión que proporciona la historia, esa flor preciosa y escasísima que es el placer de la lectura.?  Así comenta la novela Senabre:

Si los episodios del Congo y de Perú (y, en parte, los antecedentes que se recuerdan de la anexión de Irlanda) prolongan y matizan uno de los motivos recurrentes de la obra del escritor -el abuso de poder, el aplastamiento de los humildes por la fuerza de una autoridad despótica y cruel-, la postrera aventura de Casement, con su adhesión a los rebeldes irlandeses, se sitúa, si bien con las características especiales que impone la historia real, en la misma línea temática, ya explorada por el autor, de los alzamientos contra el poder establecido que, por su erróneo planteamiento, se ven condenados al fracaso y echan por tierra los proyectos idealistas de algunos iluminados. Éste era el caso de La guerra del fin del mundo o de Historia de Mayta. El Antonio Conselheiro de aquella novela o el Alejandro Mayta de ésta se nos ofrecen, vistos desde aquí, como precedentes de este enfebrecido Roger Casement, que abraza con fe y entusiasmo de neófito la causa independentista. Conviene subrayar estas analogías para advertir que El sueño del celta es también una muestra de fidelidad artística, ya que no se separa un ápice de la literatura más valiosa y trascendente de Vargas Llosa, de su mundo peculiar y de sus ideas acerca de la función de la literatura en la sociedad. Y tampoco lo hace en el tratamiento literario de los hechos, que trasciende los aspectos documentales del texto y convierte a personas reales en personajes con vida, con el mismo estatuto que a los tipos de ficción. Para empezar, el mismo Casement, muchos de cuyos rasgos íntimos, además, pueden ser brumosos por la sospecha de que sus diarios fueron manipulados por el servicio secreto inglés, con lo cual la verdad profunda del personaje se mantiene insegura en algunos aspectos, como sucedía en el caso de Mayta. El enriquecimiento psicológico progresivo otorga una especial densidad a tipos como el sheriff de los calabozos donde Casement se halla recluido, que pasa de ser un altivo y duro carcelero a un individuo fragilísimo, encerrado en otra cárcel: la de su forzada soledad y su infelicidad sin remedio. Notas parecidas podrían señalarse en los retratos de muchos personajes que convierten la novela en una gran representación de la vida humana. Todo se aúna en estas páginas para producir el efecto de cualquier novela auténtica: sacar de sus casillas al lector, transportarlo a otro mundo y hacer que brote en su espíritu, además del sobresalto, la inquietud, el horror o la compasión que proporciona la historia, esa flor preciosa y escasísima que es el placer de la lectura. 

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5 de noviembre de 2010
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Yasmina Reza cineasta

Yasmina Reza La escritora francesa Yasmina Reza ya se ha probado, varias veces, como una gran escritora. Pero ahora ha decidido probarse como cineasta. Ha escrito y dirigido su primera película, Chicas, que presentará en el Festival de Cine Europeo en Sevilla. Dice una entrevista escueta (como lo es ella siempre) con Antonio Jiménez Barco en El País:

Pregunta. ¿Qué tal su experiencia como cineasta? Respuesta. Me ha encantado. Amo la música, la pintura, la literatura? Y el cine permite hacerlo todo: jugar con el sonido, con el movimiento, con la música? P. ¿Por qué España? R. Yo no soy de origen francés. Mi madre es húngara y mi padre, ruso. Crecí siendo un poco de ninguna parte. A cambio, había una mujer, Andrea Peralta, española, que cuidaba de nosotros, que nos llevó con ella a España, a un apartamento que tenía en Málaga. Así que España, para mí, es en cierta manera el lugar de las raíces de la infancia. Si tengo que evocar un país a la hora de explicar el desarraigo, ese es España. Aunque mis padres siempre quisieron que yo fuera solo francesa. P. ¿Nunca les preguntó por sus países de origen? R. Cuando era niña, no. P. ¿Y después? R. Sí, pero seguían sin querer responderme. P. Es extraño. R. No tanto. Mis padres, para empezar, no guardaron ningún lazo con su tierra de origen. Es el destino de muchos judíos en el siglo XX. Son gente con mucha capacidad para desarraigarse. P. ¿El desarraigo explica la soledad y la tristeza de esas tres hermanas? R. Bueno, ellas son completamente francesas, aunque su infancia es española. Pero sí, creo que la sensación de no ser de ninguna parte, que yo he padecido, es a la vez una suerte, porque no se arrastra un pasado, pero conduce a la soledad. P. ¿La padeció de niña? R. Cuando yo iba al colegio, en las vacaciones, los otros niños decían: ?Yo me voy a Normandía, a casa de mi tía?, ?Me voy a Bretaña, a casa de mi prima?. Y yo me quedaba en Saint Cloud, en la periferia de París, que era un lugar completamente nuevo, sin identidad clara, soportando la sensación de no ser de ninguna parte. P. Según la película, uno solo es feliz de niño. R. La película no es autobiográfica. En mi caso es todo lo contrario. Yo no fui muy feliz en la infancia. Comencé a vivir a la edad adulta. Y estoy convencida, tras examinar mi vida y la de mis amigos, que una infancia muy feliz no es un buen negocio para la vida. P. ¿Ah, no? R. No. La gente que no ha sido muy feliz en la infancia tiene más armas. Los que han vivido una infancia feliz arrastran para siempre una nostalgia del paraíso. (?) P. ¿Por qué no quiere que la entrevisten en televisión? R. Bueno, no me gustan las entrevistas en general. Me encantaría no tener que explicar mis obras, pero hoy por hoy eso es imposible. Dicho esto, creo que la televisión carece de misterio. No hay silencios, ni dudas? Prefiero la radio. P. Usted ha dicho que le gusta la frivolidad. R. Me encanta. P. Leyendo sus libros o viendo su película no lo parece. Son más bien tristes. O al menos muy serios. R. ¡Son serios en el fondo, pero también graciosos durante mucho tiempo! En fin, si el mundo fuera alegre, yo no escribiría. Y la palabra frivolidad es un poco peligrosa. No me gusta nada la futilidad, lo que no es profundo, lo que no mira al interior de las cosas. Pero la frivolidad es otra cosa: que a uno le guste ir bien vestido, reírse con tonterías? La frivolidad nos salva. Y por eso, muchas veces, las mujeres son menos aburridas que los hombres. Las mujeres pueden hablar de la muerte y dos segundos después del color de un vestido y las dos cosas forman parte de la vida. Eso es una forma de inteligencia.

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5 de noviembre de 2010
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Lobo Antunes y el premio Nobel

Lobo Antunes recibiendo el premio FIL Antonio Lobo Antunes es un eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, aunque estando tan reciente el premio a José Saramago es difícil que se le otorgue alguna vez. En la entrevista en El Cultural, Ojeda le pregunta qué opina del Nobel a Vargas Llosa. La respuesta de Lobo Antunes es:

P.- ¿Y qué le ha parecido la concesión del Nobel a Vargas Llosa? R.- Hay que relativizar la importancia de los premios. Tienen poco que ver con la literatura. Lo que pasa con el Nobel es que es muy mediático, pero yo ya no me acuerdo de quién lo ganó hace tres años, o hace cinco. Yo siento una gran admiración por Vargas Llosa. Conversación en la catedral y La ciudad y los perros son libros muy, muy, muy buenos. Cualquier premio que le den es muy merecido. El problema es que es que estamos muy lejos del siglo XIX, cuando había más de 30 genios escribiendo a la vez: Dickens, Gogol, las hermans Brönte, Whitman, Balzac, Flaubert? Vivimos un declive muy grave. Ahora sólo hay cuatro o cinco en este nivel. A mí me han dado muchos premios, y siempre es grato, pero de lo que más orgulloso me siento es del cariño que todavía me guardan mis soldados. 

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5 de noviembre de 2010
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Una canción para el Nobel

Vargas Llosa homenajeada por grupo de rock EP´s Trailer Park Lo que faltaba: un grupo sueco de rock compuso una canción dedicada a Mario Vargas Llosa. ¿Empezará a sonar en las radios de Lima? Dice El Comercio:

La admiración por el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, y sus obras se ha manifestado de diversas maneras y en distintas partes del mundo. Pero una particular es la canción compuesta por el músico sueco Martin Luuk e interpretada por la banda de Indie Rock, EP?s Trailer Park, la cual se titula ?Did You Know That The Name of My True Love Was Vargas Llosa??. El tema fue lanzado el pasado 29 de octubre en la página web del grupo sueco y según Luuk no es solo un homenaje al escritor peruano, sino también ?una respuesta a todas las personas que mientras yo crecía dijeron que era tan bueno leer libros que estos te podían convertir en una mejor persona?. El tema puede descargarse desde el portal de EP?s Trailer Park y también se puede escuchar en línea.

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4 de noviembre de 2010
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El Boomeran(g)
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