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Escrito por

Francisco Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es poeta, narrador, filólogo y ornitólogo. Traductor, al español, de Flaubert (Trois contes), Claudel (L'Annonce faite à Marie), Tzara (L´Homme approximatif), Monod (Le Hasard et la Nécessité), Montale (Ossi di sepia).

Obra literaria:

De las condiciones humanas, Trimer, 1964; La hora oval, Ocnos, 1971; Cónsul, Península, 1987; Níquel, Mira, 2005; Ciudad propia. Poesía autorizada, Artemisa, 2006; El bestiario de Ferrer Lerín, Galaxia, 2007; Papur, Eclipsados, 2008; Fámulo, Tusquets, 2009; Familias como la mía, Tusquets, 2011; Gingival, Menoscuarto, 2012; Hiela sangre, Tusquets, 2013; Mansa chatarra, Jekyll & Jill, 2014; 30 niñas, Leteradura, 2014; Chance Encounters and Waking Dreams, Michel Eyquem, 2016; Edad del insecto, S.D. Edicions, 2016; El primer búfalo, En picado, 2016; Ciudad Corvina, 21veintiúnversos, 2018; Besos humanos, Anagrama, 2018; Razón y combate, Ediciones imperdonables, 2018; Ferrer Lerín. Un experimento, Universidad de Málaga, 2018; Libro de la confusión, Tusquets, 2019; Arte Casual, Athenaica, 2019; Cuaderno de campo, Contrabando, 2020; Grafo Pez, Libros de la resistencia, 2020; Casos completos, Contrabando, 2021 y Papur, Días contados, 2022. Poesía Reunida, Tusquets 2023. Atlas de Arte Casual, Jot Down Books, 2024.

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Niña Valeria

Hay un cuadro, un óleo sobre lienzo de 208 cm de altura por 264 cm de largo, pintado por Édouard Manet en 1863, cuyo título en español fluctúa entre "Desayuno sobre la hierba" y "Almuerzo en la hierba", pasando por "Desayuno en la hierba" y "Almuerzo sobre la hierba", un lienzo que nunca ha dejado a nadie indiferente, ya entonces, y tampoco ahora cuando se contempla en París en el Museo de Orsay. Es un cuadro de carácter realista, aunque pueda anunciar los comienzos del impresionismo, en el que cuatro figuras humanas disfrutan de las delicias del campo en las cercanías de París, en concreto en las orillas del Sena y en el mismo río.

 

¿Qué figuras son esas? En segundo plano una mujer vestida con una ropa ligera, una especie de camisón, está metida en el río con el agua hasta las rodillas. ¿Qué hace, lavarse?; quizá sería mejor apuntar que se está refrescando. En primer plano dos hombres elegantemente vestidos, dos dandis, sentados sobre la hierba, podríamos decir que recostados, conversando pausadamente e ignorando a la persona que se encuentra entre ellos, también sentada sobre la hierba, una persona que es una mujer... que está (va) desnuda.

 

La situación, socialmente inaceptable, no sólo en 1863 sino en la actualidad, tiene un componente de gran interés, que es la causa por la que traigo a colación el cuadro, y es el de su condición psicológicamente imposible; no existe en esta representación una lógica social pero tampoco psicológica que permita la actitud, de normalidad, cotidianidad, desinterés de los dos hombres ante la presencia apabullante, contigua, inmediata, de un ser humano desnudo; algo chirría ahí.

 

El protagonista, el narrador de Solenoide, la novela central, para mí, de la obra de Cartarescu, conoce a una niña de nueve años, Valeria, en la escuela en que trabaja de profesor, y establece con ella una relación especial. Cartarescu es un autor volcado en las peripecias de sus héroes, en este caso, un profesor y su alumna, en una secuela del episodio de los reciclajes en la escuela, la invasión de material reciclado en las aulas hasta aproximarse a la asfixia, narrado con la misma pasión aritmética de El Ruletista, el relato en que el protagonista agota la probabilidad de seguir vivo cada vez que aprieta el gatillo y gira el tambor del revólver. 

 

En esta secuela pues, con la que disfrutamos como locos, Cartarescu desgrana párrafos, frases perfectamente elaboradas para conformar una historia autónoma con apariencia de narración maravillosa, un cuento de hadas, La Niña Valeria y su Jarrón Resplandeciente, que como otras muchas en Solenoide, está extraña pero hábilmente ligada al texto general, una historia que disfruta de una peculiar característica: carece totalmente de atmósfera sexual; un hombre adulto, tras escuchar la crónica feérica de una niña que hace equilibrios sobre las vías del tren y es poseedora de un jarrón mágico, se encierra, en el cuarto de la niña, con la niña, una noche en que casualmente sus padres están ausentes (y se supone que por ahora no van a volver), y despierta en el lector, quizá más en el lector educado en el nuevo puritanismo, en lo políticamente correcto y en el Me Too (el Yo También), algunas dudas acerca de si el hombre adulto experimentará ciertas reticencias ante el riesgo de que alguien corra a avisar a la policía. Esta secuencia, la de la reclusión en el cuarto de la niña de un profesor y su alumna, carece, como ya hemos dicho, del más mínimo ápice de sexualidad y, si tenemos en cuenta que sexualidad y suciedad han ido siempre de la mano, al menos hasta el descubrimiento de la ducha y en especial del bidé, esto crea un violento contraste, dentro del mismo libro Solenoide, entre este episodio de la Niña Valeria, que calificaré gozosamente de inverosímil, con la prolija descripción de las anomalías físicas del protagonista en el primer capítulo; descripciones sólidamente embadurnadas por un hálito pegajoso, sucio, de miseria física, que podrían encuadrarse sin ningún problema en la categoría de chismes de lavabo a la que son tan aficionadas las capas rurales y menestrales. Esta forma de sexualidad primitiva, este repaso a las partes íntimas más repugnantes de su cuerpo, o, peor aún, a las excrecencias que, quizá por suciedad, le crecen en esas partes, tiene una interesante coda tras tanto realismo: la secuencia fantástica, siniestramente humorística, en la que nuestro héroe se desprende de la mugre acumulada durante el servicio militar, despojándose de una segunda piel hecha de suciedad, como quien se quita un traje de neopreno, colgándolo luego en un perchero al modo de un abrigo.

 

Ya digo, Cartarescu, además de un genio de voz exuberante, alucinada, es un genio del regate, del desconcierto, de la creación de espacios socialmente inaceptables, psicológicamente imposibles, como el del cuarto de la niña, tan próximo al lienzo de Édouard Manet.

 

 

 

 

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8 de octubre de 2018
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Lubricán

Aquel tiempo de crepúsculo en que se va mezclando la luz con las tinieblas; y nuestra vista se desliza en no poder ver perfectamente lo que se nos pone delante en alguna distancia, y assí se dixo de lubricus, lubrica, lubricum. Algunos quieren que se aya dicho quasi lubrican, interpuesta la R, porque en aquel tiempo el pastor no acierta a divisar si el animal que vee es su perro o es el lobo. 

Sebastián de Covarrubias. Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Apud El Bestiario de Ferrer Lerín.

 

 

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20 de septiembre de 2018
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Carlos Tóper

Mi amistad con Carlos Tóper Valdivieso viene de 1964, de cuando yo acababa de publicar De las condiciones humanas y él acababa de conseguir el premio Acanto por sus investigaciones en el campo de la ortopedia neonatal. Nuestro primer encuentro fue en una cena con amigos comunes; nos caímos bien y pronto se sinceró conmigo: tenía una molestia intermitente en la escápula derecha que le impedía conducir el Pegaso Z-103 y jugar al fléndit. Cuando volvimos a vernos, en la sauna Miraflores, me mostró la gran mancha de su escápula derecha y, unas semanas después, en la boda de Marta Loverdos de Altimira, desnudó su torso para mostrar, a todos los invitados, la depresión profunda en que se estaba convirtiendo la lesión escapular, una depresión que, de suyo, era más bien una oquedad, por no decir un monumental agujero. Quizá el gesto en la boda no fue bien interpretado y alguien, poco piadoso, acuñó el término "El orificio Tóper", que a poco se convirtió en "Tóper, El Orificio". Ahora, en la caja mortuoria, he tenido curiosidad por saber, con exactitud, en qué se había convertido el amigo Carlos Tóper y, efectivamente, como apuntó el capellán en el prolijo responso, sólo quedaba un aro, una franja de carne en forma de anillo; el orificio se había enseñoreado de su persona, que era algo así como el neumático de una rueda de bicicleta.

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6 de septiembre de 2018
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Tempus

Aconsejado por mi higienista urogenital, leo, el pasado martes, la novela Sale el espectro, del escritor norteamericano de origen judío Philip Roth. No me sorprende, ya que estaba advertido, el alto número de coincidencias entre la peripecia del protagonista y la mía propia, sin embargo, hay algo, que sí constituye una sorpresa: no recordaba la historia de Rip Van Winkle, utilizada metafóricamente por Roth, y que no deja de ser un remedo de otra mucho más sustanciosa y mucho más próxima. 

 

Leemos en Wikipedia: 

Rip van Winkle es un cuento corto de Washington Irving, y también el nombre del protagonista. Fue parte de una colección de cuentos titulada The Sketch Book of Geoffrey CrayonEl cuento, escrito mientras Irving vivía con su hermana Sarah y su cuñado Henry van Wart en Birmingham, Inglaterra, sucede en los días antes de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Un aldeano de ascendencia holandesa, harto de que su esposa le regañe, huye y se interna en el bosque. Después de varias aventuras, se sienta bajo la sombra de un árbol y se queda dormido. Se despierta 20 años después y regresa a su aldea. De inmediato se mete en problemas cuando alaba al rey Jorge III, sin saber que había tenido lugar la Revolución estadounidense y que ya no era un súbdito de los británicos. 

 

Leemos en Ciudad propia. Poesía autorizada. 

Virila fue, a finales del siglo IX, monje del monasterio de San Salvador de Leyre, Navarra, del que llegó a ser abad y su figura histórica está perfectamente documentada en el Libro gótico de San Juan de la Peña (fol. 71). Mantenía el bueno del abad tremendas dudas sobre cómo sería el gozo de la eternidad. Es así que un día de plenitud primaveral se interna en el bosque cercano, sumido en estas meditaciones y auxiliado por un libro. En la espesura del bosque aparece un ruiseñor, que con sus trinos distrae su atención de la lectura escatológica, conduciéndole hasta una fuente. Allí queda prendado del canto del pájaro, hasta que se adormece. Cuando despierta, la naturaleza ha cobrado nueva vida y no encuentra el camino de regreso. Al final lo halla y camina hasta el monasterio, que ahora es más grande, con iglesia monumental y nuevas dependencias. En la portería ha de identificarse porque nadie le conoce. Buscando en el archivo del cenobio encuentran un abad Virila “… perdido en el bosque…”, pero hace trescientos años. Entonces, en el  monasterio, se produce una explosión de alegría por el milagro acaecido, y en pleno Te Deum de acción de gracias se abre la bóveda de la iglesia y se oye la voz de Dios “… Virila, tu has estado trescientos años oyendo el canto de un ruiseñor y te ha parecido un instante. Los goces de la eternidad son mucho más perfectos …”. Un ruiseñor entra entonces por la puerta de la iglesia con un anillo abacial en el pico, y lo coloca en el dedo del abad, que lo fue hasta que Dios lo llamó a comprobar la gloria eterna.

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22 de agosto de 2018
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De secano

Nos remojamos poco. Estos días de calor sajariano aún se ve a algún individuo acercarse a una fuente, abrir el grifo y humedecerse los pulsos, pero tímidamente, como si este fuera un acto delictivo, un abuso sexual consumado a cielo abierto. Recuerdo a unas hermanas aragonesas, de librea teresiana, tratadas por mí hace mucho en Barcelona, que, casi como secreto de confesión, nos hablaban de su infancia, de los veranos en un vetusto caserón familiar, perdido en la estepa monegrina, donde había tan poca agua que aprovechaban la que quedaba en los vasos, tras las comidas, para regar un geranio, el único detalle vegetal, la única frivolidad consentida en un clan siempre vestido de negro, cuyas propiedades, por cierto, eran administradas por el padre de Ramón José Sender Garcés, que acudía los domingos, montado en una polvorienta bicicleta, con una cartera colgando del manillar, para devorar un contramuslo de pollo al chilindrón y repasar las cuentas.

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7 de agosto de 2018
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Fontanero Man

La primera vez que oí hablar de Fontanero Man fue en Sevilla. Sería a finales de 2015 y yo estaba degustando un maravilloso jamón en la barra de Las Teresas en compañía de dos amigos del alma que, cada uno en la empresa de su propiedad, pasaban por un mal momento económico. Una tercera persona, para mí desconocida, se acercó a nosotros pronunciando la frase: “Ya sabéis lo que se dice: preguntad a mucha gente, que alguien será Fontanero Man o tendrá relación con él, y si tu problema le interesa se pondrá en contacto contigo.” 

 

En mayo de 2017 tras pronunciar una conferencia en Alhóndiga Bilbao me llevaron a comer, los organizadores del acto, al excelente pero minúsculo Bar La Viña, tan minúsculo que no pude evitar escuchar la conversación de la mesa de al lado (el local sólo tiene cuatro mesas) en la que un muy enterado bilbaíno pontificaba: “Fontanero Man no cobra por sus trabajos; mejor dicho, no pide dinero por ellos, pero si el trabajo llega a término, quedas en deuda con él.” 

 

Finalmente hoy, un vetusto y sordo caballero que entraba en la pastelería Echeto de la plaza de la catedral de Jaca, tras haber asistido a misa de doce, interrogaba a gritos a un familiar algo más joven: “¿Fontanero Man es una persona o es un colectivo?, ¿el cliente de Fontanero Man llega a conocerle personalmente?” 

 

Estoy en casa y compruebo, por internet, los movimientos de mi cuenta bancaria en el BBVA, no la personal sino la de mi sociedad de capital riesgo. Mal está la cosa, alguien, imagino quién, anda difamándome, con el fin de dificultar, a mí y a mis socios, las maniobras de toma de participaciones. Mañana he de viajar a Zaragoza y aprovecharé para hacer correr la voz: "Tengo un grave problema, necesito neutralizar a quien está arruinando el futuro de mis hijos, busco ayuda urgente, ¿ha oído hablar de Fontanero Man?”    

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1 de agosto de 2018
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Jowett Javelin

¿Qué habrá sucedido esta noche? Es como si mis neuronas, en vez de seguir su proceso destructivo, se hubieran dado un respiro iniciando la recuperación, al menos de algunas de sus conexiones. He despertado con el recuerdo nítido de un sueño. Un sueño que fue recurrente hace muchos años y del que sólo mantenía una tenue memoria. Circulaba por una carretera con muchas curvas y fuertes pendientes, una carretera que recorría una zona de montañas próxima a mi lugar de veraneo. Y pese a que en esas fechas yo debía de ser un niño, me hallaba al volante de un automóvil, quizá el Jowet Javelin que mi padre compró a su socio Enríquez en Madrid, y, además, la presencia ya no incipiente de chalés diseminados por las laderas, heridas de muerte por pistas y caminos de tierra, denotaba un tiempo posterior a mi infancia. Pero mi angustia radicaba en no saber dónde me llevaría la carretera, en qué punto del pueblo desembocaría y cómo iba a llegar hasta nuestra casa que ahora veía desdibujada en su aspecto y en su emplazamiento. El sueño terminaba aquí,  pero tenía como una continuación carente de imágenes, a excepción de la figura de una abubilla posada al borde de un camino que yo observaba cuando iba andando hacia la finca de unos familiares. Y la imagen de la abubilla me hacía reflexionar, aunque quizá esta reflexión no perteneciera sensu stricto al sueño; me hacía reflexionar sobre qué grandes aves voladoras surcarían esos cielos, en esos años tan poco proclives a la prospección. Porque para mí, aquella no fue una época ornitológica, mi interés por las aves era inexistente (me centraba en reptiles y anfibios) por lo que deduzco que, efectivamente, la reflexión no formaría parte del sueño, quizá se limitara a una premonición del niño que contempla la abubilla.     

 

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18 de julio de 2018
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Anfibologías y Ciudad Corvina

 

Francisco Ferrer Lerín ha publicado en estos últimos meses dos nuevos libros que se suman a su ya abundante bibliografía. Me refiero a Ciudad Corvina (Valencia, Banda legendaria, 2018) y Besos humanos (Barcelona, Anagrama, 2018 ). El primero de ellos es un texto híbrido de poemas y prosas o, si se me permite poemas en prosa; en el segundo, Ignacio Echevarría ha seleccionado y reunido una serie de textos, de carácter sobre todo narrativo, escogidos tanto de sus libros como de su blog personal.

 

José Luis Falcó.- Desde la perspectiva que confieren los años, ¿qué sentido tiene ahora para usted el que se le haya considerado casi desde el principio “padre nutricio de la generación novísima” y, quizá un tanto confusamente, “fundador del ala extrema de la escritura novísima”?

 

Francisco Ferrer Lerín.- La formulación exacta es 'padre nutricio de la secta de los novísimos' que, según creo, aparece por primera vez en la sección "Biografías" de Pasiones literarias (Ediciones del Bronce, 2001), un volumen que recoge las conferencias, que bajo este título, se impartieron en el Instituto Francés de Barcelona a comienzos del año 2000. En cuanto a 'fundador del ala extrema de la escritura novísima', aseveración recogida en el frontispicio de Cónsul (Ediciones Península, 1987), aunque insiste en mi condición fundacional, acota el alcance llevándolo al terreno de la radicalidad, cuestión, para mí, no del todo placentera. En fin, que sólo desde el humor y los buenos sentimientos pueden contemplarse tamañas atribuciones que, efectivamente, con el tiempo han perdido buena parte de su razón, no sólo por el contraste entre el tono desenfadado de mi enfoque inicial de la escritura y el tono profesional del enfoque inicial de mis compañeros, sino por la abismal diferencia en lo que vino después, la disparidad entre mi biografía y la de ellos.    

 

J.L.F.- Viene siendo habitual también el afirmar que su escritura no ha cambiado apenas, cuando parece evidente que, al menos tras la publicación de Níquel (2005) y Papur (2008), sí lo ha hecho, al producirse una ampliación léxica, temática y genológica en relación a sus propias vivencias y lecturas, aun manteniendo el ritmo como principio constructivo de sus textos. ¿Qué opina usted al respecto?

 

F.F.L.- Los escritores, concretamente los poetas, mantenemos, durante toda nuestra vida útil, una espada de Damocles en modo de desagradable sentencia, la que dice que sólo somos capaces de  escribir un poema y de que todo lo demás son repeticiones o, como mucho, ligeras variaciones del mismo. En mi caso no es que haya trazado un programa para desmontar esa teoría pero el carácter misceláneo de mi obra literaria surgida a partir de mi reaparición en 2005, tras treinta y tres años de agrafía, puede haber ayudado a confundir a los que, con ánimo indudablemente constructivo, llevaban tiempo advirtiendo del carácter monolítico, indeformable, casi ciclópeo, de mis más preciados versos.     

 

J.L.F.- Se le conoce también a Francisco Ferrer Lerín como creador del “Arte casual”, que ha definido como “el que se da entre objetos o grupos de ellos, materiales sin vocación artística que por su ubicación, colocación o combinación producen placer visual en el observador, sin haberlo pretendido el responsable de la situación”. Parece que este fenómeno se da también en su discurso literario, ya que al menos una parte del mismo no procede de artefactos artísticos, solo que en este caso sí hay una voluntad estética que los modeliza. ¿No?

 

F.F.L.- La vejez trae consigo, entre otros molestos disturbios, la pérdida de capacidad imaginativa. En mi escritura, sustentada en el manejo de generosas dosis de fabulación, la quema de neuronas puede tener efectos catastróficos, por lo que el apoyo en las fuentes es cada vez más necesario llegando ya, en esta etapa preagónica, a la utilización descarada de las mismas. Quiere esto decir que los materiales primigenios que siempre he utilizado -manuales, enciclopedias, prensa escrita- dejan de actuar como referencias para pasar a la categoría de citas o, mejor, de copias. Y aquí se da la circunstancia, hasta cierto punto semejante a lo que constituye la esencia del movimiento artístico que definí en un manifiesto en 1984 y que nombré como Arte Casual, que los materiales que hallo y que empleo en mis versos carecen, en principio, de vocación artística, literaria, y que en un proceso, a veces arduo, los procuro convertir en literatura, en poesía, al descubrir, a menudo, que bajo su aspecto ramplón se esconde un potencial estético.     

 

J.L.F.- La escritura de una serie de poemas de Ciudad corvina surgió, al parecer, de la lectura de dicho nombre en La Filomena de Lope de Vega. La Filomena es también un texto misceláneo, híbrido. ¿Hasta qué punto la lectura de los clásicos recorre y/o está en su escritura “vanguardista”? ¿Hasta qué punto la idea de “novedad” es, al menos en algunas ocasiones, el resultado de un olvido o desconocimiento de la tradición literaria?

 

F.F.L.- Los clásicos forman parte de la modernidad y como tales los leo y los venero. La manera en que tratan léxico y sintaxis me excita y me rejuvenece. Han quedado ahí esperando a que el lector curioso los descubra y que el escritor ávido de nuevas experiencias creativas los capture y los coloque en el lugar que se merecen que, a veces, no es el párrafo o el poema que se construye gracias a ellos. Por lo tanto la actitud reverencial que nos lleva a trasladarlos a nuevos predios ha de ser lo suficientemente firme para evitar que puedan caer en manos de dudosa higiene, que sólo reaparezcan en textos calibrados y justos. Y en eso estoy, o al menos eso es lo que intento. 

 

J.L.F. “Definición de poema” es el título del poema, que abre su libro. Ninguna poética hace solo referencia a lo que el autor entiende por poesía. Su espacio suele ser bastante más amplio y entre sus líneas se lee la vida, que a menudo se conjuga con la idea que el autor tiene sobre las vidas y condiciones de humanas. En “Definición de poema”, ¿está inscrita paradójicamente la imposibilidad de tal definición, pese a que en definitiva hable de la suya y de ese “detalle áspero”, generalmente culturalista, adjetivo con el que Lope criticaba también los versos de Góngora?

 

F.F.L. Casi nunca, por lo que a mí respecta, la redacción de un poema  disfruta de un plan previo. El poema que usted comenta podría resultar paradigmático en esta cuestión. Surge fuera de lugar, en un momento en que nadie me había encargado texto alguno y teniendo cerrado el cupo de  Libro de la confusión. De golpe, tengo la necesidad imperiosa de escribirlo, me siento ante el ordenador, y brota como un estallido. ¿Qué ocurre?, que a medida que progreso en su redacción me doy cuenta de que tengo ante mí una poética, como aquel poema "Tzara" de 1970, publicado en La hora oval (1971), que fue fruto de mi traducción de L'homme approximatif. Sin embargo, en esta ocasión, esta poética es más una declaración de principios vitales que un manual o un libro de estilo. En efecto "Definición de poema" abandona, no sé si derrotado, la posibilidad de definir qué sea la poesía para ensayar un balance de mi vida, y también la de mis semejantes. En cuanto a 'detalle áspero' remite a 'montes ásperos' que no sé ahora si fue cosa de Lope o de mi querido Góngora.  

 

J.L.F. Todo el resto de Ciudad corvina está atravesado por un triple eje temático ya presente en algunos de sus escritos anteriores: el paso del tiempo, la vejez y la muerte. ¿Qué supone para usted su irrupción en este libro, con más presencia quizá y tal vez con una mayor consistencia física y dramatismo teñidos de ironía?

 

F.F.L.- Teñir de ironía la muerte es una ingenua añagaza que empleamos los desesperados, creyendo que todavía podemos atraer parte de la vida. Los poemas de Ciudad Corvina son recientes, tan recientes que han sido escritos en el momento en que los ochenta años de mi cronología están más cerca que los setenta. Así, es normal que el paso del tiempo, la vejez y la muerte se muestren en toda su crudeza.  

 

J.L.F. La segunda parte del mismo está en su mayor parte escrita sobre cartas, tal vez mails, que usted ha recibido o que ha imaginado haber recibido. ¿La mayoría de estos textos podríamos considerarlos poemas en prosa que mantienen el tono rítmico de la primera y una cierta visión de la temporalidad humana, como ya se ha apuntado antes?

 

F.F.L. "Cinco cartas" forma parte de la correspondecia real, y ya no privada, mantenida con algunas de las protagonistas del libro 30 niñas. Mi intervención ha sido mínima, quizá la refundición en una carta de lo que se exponía en varias, y la supresión de datos biográficos demasiado precisos. Decidí incluirlas al ver en ellas una evidente carga lírica y, en especial, una gran riqueza formal y argumental.      

 

J.L.F. La tercera parte, bajo el título de “Cuatro poemas del Libro de la confusión”, de próxima aparición en Tusquets, parece retomar los ejes temáticos de la primera. Creo que es en ella donde se sitúan los poemas más intensos, como “Todo pirata vivo”o “Difícil término” (título que admite, por supuesto, una ambigua “anfibología”). Pero los dos últimos versos parecen ofrecernos un sentido oculto, referido, una vez más, a un tiempo pasado (“en ese año, / dejé de hacer comparaciones extraordinarias.”) ¿Se podría leer como un definitivo alejamiento de cierta visión estereotipada de las vanguardias históricas que se pretendieron ver en su escritura, por otra parte tremendamente realista?

 

F.F.L.- Soy un defensor irreductible de la intensidad, de ello mi voluntad de escribir poemas y, en el caso de la narrativa, mi voluntad de escribir textos breves, denominados "casos" por mi amigo y doctorando Antonio Viñuales. Esta intensidad, que conduce a veces a la asepsia temática y al estilo forense, he querido intensificarla en estos cuatro poemas finales que, como en el total de los que conforman Libro de la confusión, que publicará Tusquets este otoño, pretenden rematar con éxito una obra que ha buscado en el despojo de excrecencias, en la concisión, en la huida de la metáfora e incluso en la obsesión por la vehemencia, su seña evidente de identidad, su marca literaria. Nunca quise ser original y ni siquiera vanguardista, algunas complacencias pudieron ofrecer pistas equivocadas y de esa falta de rigor pido disculpas; otra cosa es que mi escritura resulte distinta a la que practiquen otros, pero es algo de lo que no me reconozco culpable, son cosas que pasan.   

 

J.L.F No me gustaría terminar esta entrevista sin referirme a Besos humanos. La intención del su editor, Ignacio Echevarría parece clara en el “Epílogo”. ¿Qué cree que ha supuesto o puede suponer para usted publicar un libro de este tipo en una editorial tan conocida como Anagrama?

 

F.F.L. Ignacio Echevarría ha seleccionado, ordenado y epilogado los textos que constituyen Besos humanos. Este volumen misceláneo está en la línea, por ejemplo, de Papur, Gingival y Mansa chatarra, es decir, recoge prosas éditas e inéditas datadas a lo largo de varios o incluso de muchos años, pero dispone de una particularidad respecto a sus predecesores, se publica en Anagrama, cuya penetración en el mercado es muy superior a la de los pequeños aunque minuciosos sellos que en estos años arriesgaron sacando unos relatos que sin el soporte de una potente imagen editorial es muy difícil que lleguen al gran público. Como resultado hay que decir que la respuesta de la crítica, nutrida y unánime, ha sido de asombro; ¿por qué tardó tanto en llegar este peculiar producto?    

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José Luis Falcó.

Suplemento « Posdata » del diario Levante.

30.06.18.

 

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1 de julio de 2018
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54 años después

El 11 de junio de 1964 Joaquín Buxó-Dulce y Montesinos, que sería V Marqués de Castell-Florite, me entrega en mano, en Barcelona, una caja con 35 ejemplares de De las condiciones humanas, mi primer libro, que recoge poemas escritos entre 1961 y 1962. Buxó, director de la colección "De trigo y voz provisto" en la que se publica el volumen, me recibe en su despacho de la oficina central de la Caja de Ahorros situada en Vía Layetana esquina Avenida de la Catedral. 

El 11 de junio de 2018, 54 años después, me llega, por correo postal, una caja con 35 ejemplares facsímiles de De las condiciones humanas, obsequio de mi amigo editor y librero Antonio Moll Mengual. 35 ejemplares de un total de 70, en edición impecable, no venal, impresos por Laimprenta CG, en la ciudad de Valencia, en este mes. 

 

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23 de junio de 2018
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La ceguera

Mi nombre es Berta Anselma Martínez y Martínez de Riaza, la Tréboles, la que fuera fiel acompañante, durante décadas, del ornitólogo español Francisco Ferrer Lerín, descubridor, en la subbética jiennense, de la única población, en la penínusla ibérica, de águila rapaz (Aquila rapax belisarius) y descubridor también, en el oscense Reguero del Tomizar, de la única nidificación conjunta, conocida por la ciencia, de las tres especies europeas occidentales de aguilucho (Circus aeruginosus, Circus pygargus y Circus cyaneus). 

Ahora, en este momento de dolor tras la reciente muerte del maestro, quiero dar testimonio de algunos de los hitos del proceso de pérdida de visión que le afectó y que acabó por anularlo. Sería mayo de 2014, en los pinares solanos de los castellonenses Puertos del Rico, cuando me sorprendí indicando a don Francisco la presencia de una pareja de águilas culebreras (Circaetus gallicus) planeando sobre nuestras cabezas; siempre era él quien identificaba las aves, adelantándose al resto de ornitólogos y aficionados. En junio de ese mismo año, en los Cañones del río Mesa, en la provincia de Zaragoza, fue incapaz de distinguir el vuelo a ras de acantilado, críptico sin duda, de un ejemplar juvenil de águila-azor perdicera (Aquila fasciata). En enero de 2015 la disminución de su capacidad visual era ya palmaria, hasta el punto de que no veía con claridad las nubes de grullas (Grus grus) que aterrizaban al atardecer en los campos de la localidad de Bello, en la porción turolense de la laguna de Gallocanta. A primeros de febrero me armé de valor y le sugerí visitar al oftalmólogo Perico, amigo de su familia. El diagnóstico fue demoledor: degeneración macular asociada con la edad (DMAE), de tipo húmedo, en ambos ojos.    

Se inició entonces un peregrinaje por las clínicas oftalmológicas más sofisticadas, para acabar, desesperado, estos últimos dos años, acudiendo a las consultas naturistas europeas y luego a las asiáticas y africanas. Pero todos los intentos de curación resultaron vanos. Sin herramientas de trabajo, sin una razón clara para seguir viviendo, Francisco Ferrer Lerín, opta por concluir con su existencia. Convoca a Carlos Sánchez Peragón, su abogado de toda la vida, y le pide ayuda para resolver el trance, que busque a un profesional que dé al óbito carácter de suicidio. Pero entonces Peragón le comunica que los recursos económicos, tras los periplos terapéuticos, se han agotado; no puede hacer frente a la minuta del sicario. Don Francisco se levanta violentamente del sillón orejero y, a tientas, se dirige con desenfreno hacia el resplandor de la ventana, la rompe con la cabeza ciega, salta al vacío y, planeando gracias al holgado batín de seda, se estrella contra los veladores de la terraza del Café Comercial donde alguna vez departiera con Esperanza Aguirre.

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12 de junio de 2018
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El Boomeran(g)
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