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Escrito por

Clara Sánchez

Clara Sánchez es escritora española. En la actualidad reside en Madrid, donde estudió la carrera de Filología Hispánica y donde durante varios años enseñó en la universidad. Hasta la fecha ha publicado ocho novelas: Piedras preciosas (Debate, 1989), No es distinta la noche (Debate, 1990), El palacio varado (1993, Punto de Lectura 2006), Desde el mirador (Alfaguara, 1996), El misterio de todos los días (Alfaguara, 1999), Últimas noticias del Paraíso (Alfaguara, 2000), Desde el mirador (Alfaguara, 2004) y Presentimientos (2008).  Su obra ha sido traducida al francés, alemán, ruso, portugués, griego...Ha recibido el premio Alfaguara de novela en 2000 por Últimas noticias del paraíso. Y el premio Germán Sánchez Ruipérez al mejor artículo sobre Lectura publicado en 2006 por la columna titulada "Pasión Lectora" (El País, 6 de agosto). Colabora habitualmente en El País. Y durante unos cinco años lo hizo en el programa de cine de TVE "Qué grande es el cine".

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El debate

Continúo mi ronda de entrevistas sobre Presentimientos. Ayer, el día después del milimetrado debate entre Zapatero y Rajoy, estuve en Valencia. No se hablaba de otra cosa, todos teníamos algo que decir, todos queríamos sacarle punta al encuentro como para amortizar tanto esfuerzo en montar el espectáculo y nuestras propias ganas de no ver enfrentarse sólo a Hillary y a Obama, sino a nuestros propios líderes. Y la verdad es que por muchas vueltas que se le dé no ocurrió nada extraordinario, todo un reto para las agudas mentes que a continuación tenían que decir algo, y por eso nos quedamos hasta las tantas contrastando los detalles que habíamos captado desde nuestras casas con lo que habían captado los que opinaban en las mesas de los platós. Me pareció bonito que todo el país a una se pusiera hacer ese ejercicio de fina observación: que si Rajoy no cogía bien el gráfico y lo tapaba con la mano, que si Zapatero llevaba el nudo de la corbata algo ladeado.

El gran éxito del debate consistió sobre todo en que funcionaran los micrófonos, las luces y que ningún detalle nos distrajera de los protagonistas. Ya se nos había explicado que se había escogido el color del escenario y hasta el más mínimo detalle con este fin, sin embargo, yo no podía apartar los ojos del moderador, Manuel Campo Vidal, sin querer el tercer gran protagonista de la noche. Pensaba en lo bien que ha madurado, algunas canas, algunas arrugas, pero con estilo. Salvo los muy jóvenes todos le recordábamos quince años antes entre Felipe González y Aznar. Empecé a divagar sobre el paso del tiempo, el sentido de la vida y a caer en una cierta melancolía, hasta que, menos mal, Campo Vidal nos dijo con fuerza y convicción que estábamos asistiendo a un gran debate y me hizo reaccionar.

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27 de febrero de 2008
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El escritor corriente (2)

Cheever se había montado una habitación sin ninguna comodidad en el sótano del edificio donde vivía y todas las mañanas se vestía con traje y corbata para bajar a escribir allí cumpliendo un horario completo de oficina. O sea, no es que quisiera distinguirse del resto de los mortales con ropas de artista, como estamos acostumbrados a ver, sino que se esforzaba por ser como todos. Nos lo podemos imaginar en el ascensor junto con otros vecinos que sí iban a oficinas de verdad, pero mientras los otros se quedaban en la planta cero él seguía descendiendo a lo más profundo de aquellas vidas de clase media en que encontraba motivo de inspiración. Es como si nos dijera: no se puede escapar, pero podemos abrir los ojos.

Le atraían las zonas residenciales o ciudades dormitorio a las afueras de la ciudad, en que se acentuaba más el tipo de sociedad sin emoción que en el fondo criticaba. Pero no criticaba desde fuera, sino desde dentro, como una rana en la charca, respiraba en las aguas estancadas de las que nos habla. Decía, por ejemplo, que "un cuento o un relato es aquello que te cuentas a ti mismo en la sala de un dentista mientras esperas que te saquen una muela". Exprimía lo que tenía alrededor y a sí mismo hasta conseguir unas pequeñas pepitas de oro, que nadie habría podido creer que se escondiesen por allí. 

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26 de febrero de 2008
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El escritor corriente (1)

Fredric Brown fue un escritor de ciencia ficción, novela negra y relatos fantásticos que cuando se sentía bloqueado y no se le ocurría nada que escribir se montaba en la parte de atrás de un autobús y recorría varios estados mirando por las ventanillas y, todo hay que decirlo, bebiendo, hasta que encontraba la inspiración. /upload/fotos/blogs_entradas/fredric_brown_med.jpgImaginamos que entonces regresaría a casa y se pondría manos a la obra hasta dar forma a esos cuentos llenos de encanto y atrevimiento que nos hablan de extraterrestres y de lo absurdo que les resultaría nuestro pequeño mundo. No se sabe demasiado de este hombre porque llevaba una vida corriente y bastante alejada de los ambientes literarios y de la fama. Digamos que vivía comprometido hasta los huesos con algo que sólo se exigía él mismo. Vivía el día a día así, imaginando e inventando lo que tenía alrededor  y cuando la gracia o la intuición lo abandonaban no las esperaba trabajando (que es lo que siempre se aconseja), sino que no tenía empacho en salir a buscarlas en autobús. Desde luego, lo que encontraba no podía llevárselo a casa en una bolsa pero tampoco nadie podía robárselo por el camino. Era tan suyo como él mismo.

Personalmente me gustan mucho los escritores que llevan una vida vulgar porque comprenden muy bien a sus semejantes, sus sueños y frustraciones, su angustia y ratos de ensoñación. Esos escritores, cuyos vecinos puede que ni sepan que son escritores. Sospechar que entre nosotros, en el metro, autobuses o en la cola del pan  circulan seres como Fred Brown pone un punto de lucidez en nuestra existencia. De hecho Brown tenía el oficio de linotipista, lo que le hacía casi demasiado normal, algo que debía de echar mucho de menos uno de los más grandes autores norteamericanos, y completamente distinto al anterior, John Cheever.  

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25 de febrero de 2008
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El público lee

Como os contaba ayer he estado en Barcelona y Sevilla. Dos jornadas intensas, pero agradables, no me he tropezado con ningún borde, sino todo lo contrario. En Barcelona el día estaba nublado, ligeramente melancólico, a punto de llover, pero sin llover, la ciudad bonita, con ese toque de humedad que echo de menos en Madrid. Al mediodía nos reunimos a comer unos cuantos amigos en un hotel con nombre de premio, el Pulitzer, y aproveché para meterme entre pecho y espalda un arroz caldoso de chuparse los dedos. Por la noche me marché a Sevilla.

Me encanta ir a Sevilla, siempre lo paso bien. Hacía un tiempo parecido al de Barcelona aunque aquí de vez en cuando caían cuatro gotas. Es una de las ciudades más cuidadas que conozco y donde la gente se ríe más, por algo será. Ahora han puesto un tranvía tan moderno que no tiene pinta de tranvía, parece un tren ligero, lo que me ha dejado un poco fría, prefiero sus tabernas, sus patios, sus hermosos parques. Una maravilla Sevilla, y es una pena que no se pueda ver en todas partes el programa de libros  de Canal Sur televisión, El público lee, que presenta Jesús Vigorra y dirige Diego Abollado. Éste sí que es un buen programa de libros hecho con gracia, agilidad, pasión por la lectura, gusto y con una audiencia fiel y entusiasta. Como reconocimiento, recibió el año pasado un merecido Premio Nacional de Fomento a la Lectura. Tiene una estructura inteligente en que los lectores están presentes en el plató, y muchas cosas más, muchos libros... si pueden véanlo. ¡Viva la imaginación!

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22 de febrero de 2008
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Me voy volando

Me voy, salgo volando (nunca mejor dicho) para Sevilla desde Barcelona. Me encuentro en plena promoción de mi nueva novela PRESENTEMIENTOS (Alfaguara) y después de hacer unas cuantas entrevistas en Madrid me toca en otras ciudades. Es un ritual que acompaña la publicación de la mayoría de los libros y que ya casi va teniendo tintes románticos. Cuando la gente liga por Internet en lugar de en un bar, cuando hay casorios que salen de un chat, este cuerpo a cuerpo entre escritor y periodista, este traslado del escritor en persona al lugar físico para dejarse ver y ver al mismo tiempo a esas personas (que se van haciendo conocidas a lo largo de las novelas) que escriben sobre él, o ella en este caso, tiene su encanto, y lo echaremos de menos cuando llegue el momento en que no nos veamos las caras. 

Mañana os contaré cómo me ha ido.

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21 de febrero de 2008
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El muro del sexo (3)

No hace tanto que en Madrid había institutos de enseñanza media femeninos como el Isabel la Católica o el Beatriz Galindo, incluso piscinas con separaciones para hombres y mujeres, sin hablar por supuesto de la enseñanza religiosa, que dividía automáticamente al personal.  Por fortuna, cayó el muro del sexo en la enseñanza pública y en las piscinas, pero mira por dónde ahora nos vienen con la monserga de la "educación diferenciada" sustentada en matices de aptitudes cognitivas para unas materias y para otras según se sea hombre o mujer. Y entonces ¿por qué no separar por el color de la piel, por la clase social o por el país de origen? Seguro que se encuentran matices para separar. Las diferencias siempre las han sostenido los prejuicios y los privilegios de unos sobre otros. Y por mucha base científica que en este caso se les quiera dar esconden una intención completamente reaccionaria, son forzadas, no se sostienen en la realidad, y lo que habría que cambiar de verdad es un sistema educativo que viene fallando toda la vida porque no es flexible ni comprensivo con la gran variedad de capacidades de las mentes que pretende educar. 

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20 de febrero de 2008
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El muro del sexo (2)

Por un lado, jamás hemos salido tanto fuera de casa como ahora, nunca hemos viajado tanto al extranjero. Los aeropuertos y las estaciones de tren están llenos del colorido y divina juventud de chicos que recorren Europa o hacen un intercambio en Estados Unidos. Ya no hace falta ser un personaje de Henry James para hacer y deshacer mochilas sin parar y ya no hace falta ser de una casta especial para aprender idiomas. Con todo lo que se diga, nuestros hijos van y vienen por un mundo más amplio y accesible, mientras que hace unos lustros algunas de nuestras conciudadanas sólo pisaban el aeropuerto para ir a abortar a Londres. Bueno, pues a estas alturas del 2008, seguimos peleando con el aborto. El aborto aún es un pecado en lugar de un derecho, aún es visto como un capricho en lugar de como una lastimosa necesidad.

Por un lado, las mujeres nos estamos dando a valer, nos estamos incorporando al mundo; que se les rebane el clítoris a las niñas por esos mundos de dios (que a veces tenemos puerta con puerta sin saberlo) nos revuelve el estómago; que se asesine a una mujer un día sí y otro también a todos nos conmociona y nos preguntamos por qué esos criminales viven en nuestro mismo barrio, visten como nosotros, parecen normales como nosotros, y sin embargo son capaces de cometer semejante atrocidad. Ha costado sudor y lágrimas poder llamarle compañero al marido, al novio o al amante, no tenerle miedo al padre, ha costado una vida que los hombres se familiaricen con las cosas de las mujeres y que sepan lo que es un tampax o una compresa, ¿cuándo se empezó a hablar de la regla en televisión? ¿cuándo se empezó a ver al descubierto un vientre embarazado? No ha sido fácil que hombres y mujeres mezclen sus vidas, de hecho la llamada violencia de género arrastra una extraña crueldad hacia el otro sexo, hacia lo distinto.  

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19 de febrero de 2008
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El muro del sexo (1)

/upload/fotos/blogs_entradas/largo_noviembre_de_madrid_med.jpgJuan Eduardo Zúñiga, uno de los escritores que con más talento y conocimiento de causa ha escrito de esta ciudad, dice en Largo Noviembre de Madrid: "Pasarán unos años y olvidaremos todo; se borrarán los embudos de las explosiones, se pavimentarán las calles levantadas, se alzarán casas que fueron destruidas. Cuanto vivimos parecerá un sueño y nos extrañarán los pocos recuerdos que guardamos". Cuánta razón tiene, la memoria es frágil y la vida tirana, nos mueve, nos agita y al final ¿no tenemos la sensación de estar estancados y de que vamos más despacio de lo que parece?

Por un lado los móviles tienen cada hora que pasa más prestaciones y de un momento a otro el hombre pondrá el pie en Marte, pero por otro la reiterativa presencia de los obispos en los medios con sus reiterativas rancias declaraciones sobre la vida supone una vuelta a los tiempos de la Regenta. Tras una sesión de obispos, me da la impresión de que me voy a cruzar con ella en el ascensor. A estos señores no se les puede ni se debe tapar la boca porque ellos tienen sus ideas y su fe y sus cosas, lo que es llamativo es que los medios de comunicación les hagan tanto caso porque sus palabras afectarán a sus seguidores pero a los demás nos traen sin cuidado. No entiendo por qué cualquier opinión que expresan sale en todas partes como si en este país sólo hubiese católicos y como si no gozásemos de un estado laico, por no hablar de las subvenciones aportadas por el erario público. Resumiendo, es de todo punto exagerado y fuera del sentido común el protagonismo de que gozan fuera de sus propios canales de comunicación.  

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18 de febrero de 2008
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Hospitales (5)

Tal vez nunca, ni cuando de pequeños nos disfrazábamos de médicos y enfermeras, se haya explotado tanto la estética hospitalaria. Radiografías colgadas de la pared, camillas, guantes a mansalva, gomas, goteros, mascarillas, batas blancas y verdes. /upload/fotos/blogs_entradas/desde_el_mirador_1_med.jpgA mí, personalmente, en los hospitales de verdad, todo eso hace que me tiemblen las piernas y, de tener que ingresar en alguna clínica, preferiría hacerlo en La montaña mágica (sí, me gusta mucho esta novela), de Thomas Mann. Yo misma escribí una en 1996, Desde el mirador, centrada en los tres meses que mi madre estuvo ingresada en un hospital y que también supuso para mí el ingreso en el otro lado de la vida que hasta ese momento me había sido indiferente. Aprendí mucho durante aquellos largos días sobre mi madre, la gente, el dolor y sobre mí misma.

Así que agradezco profundamente que haya gente (como el Dr. Montes del Hospital Severo Ochoa y su equipo) entregada a prepararse para atendernos cuando llegamos a ese mundo aparte, que es el más real que existe, puede que el único real.

Termino con unas palabras de La montaña mágica:

"Pero Joachim ya no podía contestar más que con dificultad y de una manera indistinta. Había sacado un pequeño termómetro de un estuche de cuero rojo, forrado de terciopelo, que se hallaba sobre su mesa y había introducido en la boca la extremidad inferior llena de mercurio. Lo mantenía a la izquierda, bajo la lengua, de tal manera que el instrumento le salía oblicuamente.

Luego se cambió de traje y zapatos, se puso una blusa parecida a una litevka de uniforme; cogió de la mesa una fórmula impresa y un lápiz, una gramática rusa -estudiaba el ruso porque, según decía, esperaba que en el servicio esto le proporcionaría algunas ventajas- y equipado de este modo salió al balcón, se tendió sobre la chaise longue y cubrió sus pies con una manta de pelo de camello".

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15 de febrero de 2008
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Hospitales (4)

El hospital es un mundo cerrado como un barco, sirve en bandeja un espacio bien delimitado y lleno de detalles, con vestuario especial, una decoración a la que no hay que darle muchas vueltas, instrumental que sólo existe allí, aparatos y mucho movimiento. Nada más había que cargar un poco las tintas y la intensidad de las situaciones y tendríamos la serie de televisión Urgencias, que llenó de significado estético esas gafas, como de bucear, que los doctores se ponían en el quirófano y los gorros de retales de flores, que desentonaban completamente con la gravedad del entorno. /upload/fotos/blogs_entradas/mash_med.jpgA partir de aquí la tele se llenó de hospitales: Hospital Central, Doctor House, Anatomía de Grey, Doctoras de Filadelfia, Doctor en Alaska, otras series que no llegaron a cuajar, aparte de las más antiguas como la excelente MASH (sobre la vida de un equipo médico en la guerra de Corea), que se remonta a 1972 y que arranca de la película de R. Altman del mismo nombre, un inesperado exitazo de taquilla para los estudios. Si hay por ahí alguien leyendo estas líneas que recuerde más series y películas le animo a que completemos una lista relativamente aceptable. De todos modos, el cine ya había explotado esta veta en unos tiempos en que los médicos auscultaban al paciente mientras se fumaban un cigarrillo. Puede que exagere, pero desde luego en las habitaciones de los hospitales se fumaba con toda naturalidad, si no echemos un vistazo a La melodía de la vida, de Gregory LaCava, de 1932 para tranquilidad de todos. 

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14 de febrero de 2008
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El Boomeran(g)
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