Confieso que he visto X Files, la segunda versión para el cine de Expediente X. No me esperaba demasiado, pero soy muy fiel a mis afectos y Expendiente X (la serie de televisión) me gustaba. Tenía un toque de ingenuidad, paranoia, morbosería y heroísmo, una mezcla de verdad y mentira, de ambigüedad en todos los sentidos que me pareció todo un hallazgo. Tal vez fue la primera serie en mostrarle al espectador vísceras e imágenes repugnantes ante la mirada impasible de Scully.
Dana Scully era el alma de la historia. Estábamos con Mulder. Queríamos que se encontrara con los alienígenas para que le contaran toda la verdad. Pero nos enamoramos de Scully y no nos hizo gracia enterarnos de que cobraba bastante menos que Mulder por rodar la serie. Nos gustaba que Scully no fuera consciente de su belleza y que llevara aquellos peinados tan inhumanos con las puntas metidas hacia abajo y abrigos cruzados de paño beige que le llegaban hasta mitad de la pierna. Pero ella no se fijaba en esas cosas tan superficiales, ella no se vestía con intención de gustar sino simplemente para cubrirse, porque era una científica y no tenía miedo. Scully se metía en los lugares más tenebrosos y sórdidos sin parpadear, simplemente se ponía a andar con decisión, sin titubear y enchufaba la larga luz de su linterna.

Estoy leyendo Familias (Lumen), de Natalia Ginzburg. No me canso de leer a esta escritora. Es maravillosa. He terminado la novela corta El camino que va a la ciudad, incluida en el volumen, donde aparece el mismo tipo de familia que en Las Palabras de la noche, en Léxico familiar o en Querido Miguel y en prácticamente toda su obra, pero precisamente El camino... es su primera novela, la publica en 1942. Y es genial. Cada página que leo me deja pensando en el descomunal talento de esta mujer. Todo lo que pueda decir sobre ella se queda corto. Podría lanzarme a hablar ahora mismo de sus personajes, sobre el pequeño mundo que crea y en el que podemos sentirnos todos a través de estas tiernas y ásperas almas errantes que aparecen y desaparecen de la faz de la tierra para nuestro deleite. Pero hay algo que cuesta definir, llegaría un momento en que tendría que callarme porque el milagro se escapa entre los dedos. Así quien quiera saber de qué va esto, quien aún no le haya hincado el diente a la Ginzburg, que vaya a la fuente, que la lea y se quedará embobado.