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Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cómo destruir a los hombres

 

Carlos Fuentes se encuentra en Paris con Milan Kundera y comprueba el efecto que la difamación produce en los hombres. Se le podría considerar víctima de una ofensa "gratuita" pero lo cierto es que sale carísima. Dolorosa.

Como decía Montaigne de los males del mundo "no me hieren, pero me ofenden". La difamación perturba al hombre honesto. Su amor propio es de tal calibre que resiste a duras penas la duda sobre su integridad. La sospecha es devastadora. Lo saben sobre todo los inteligentes: conocen a la perfección la estupidez ajena, la credulidad del prójimo, la facilidad con que repiten lo que oyen: ciegos pero no mudos. Las comunidades se sostienen gracias al temor que inspiran estas epidemias morales. Temeos los unos a los otros.

Un supuesto historiador accede a los archivos de la policía política de la Checoslovaquia soviética y encuentra el registro de una delación. "Fue Kundera" proclama sin atisbar a comprender uno de los más eficaces y letales mecanismos utilizados por la policía del régimen totalitario: la destrucción de la reputación. Se trata de arruinar el fundamento moral de la resistencia: el prestigio de los disidentes. La policía vigilaba, perseguía, detenía, torturaba y condenaba pero también fue una fábrica de pruebas falsas. Se detiene a un hombre valioso antes de realizar una redada prevista de antemano para hacerle pasar por delator entre los suyos. Las estrategias de mentira y falsificación son enrevesadas. Preparando la base documental de futuras acciones, la policía bien pudo registrar una ficha de confidente con el nombre de cualquiera de los intelectuales opuestos al régimen. ¿Quién hubiera impedido esta previsora malignidad?



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27 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El pragmatismo progresista de Obama

 

El presidente Obama se muestra reticente a investigar los excesos cometidos por el equipo de Bush durante su doble mandato. Pero los senadores alarmados por las flagrantes violaciones de la Constitución de los Estados Unidos consideran inapelable la urgencia de un juicio convocado no sólo para castigar a los culpables. Restaurar las fallas abiertas en el armazón del sistema hace necesario averiguar cómo pudieron cancelar sus garantías jurídicas y evitar los controles parlamentarios previstos por la ley. La legitimización de la tortura quizá sea el más escandaloso golpe dado a la Constitución pero no fue el único.

La resistencia de Obama a iniciar este proceso será un objeto al que debemos prestar nuestras mejores reflexiones. Al parecer, el Presidente, artífice de un novedoso pragmatismo progresista, considera que un proceso contra la élite del Partido Republicano lo empujará a una estrategia de división de la opinión pública e impedirá el consenso tan necesario para sacar al país de la crisis.

Es un dilema de gran trascendencia: si el imperio de la ley debe enmudecer ante la amenaza de un estorbo civil o si asume su plena autonomía indiferente a cualquier obstáculo ocasional.

En España ya hemos visto cómo suele reaccionar el aparato del partido cuando sus dirigentes son enjuiciados: se presentan como víctimas de los jueces y siembran entre la ciudadanía una grave desconfianza contra el poder judicial.



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26 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El rush power de Zapatero

 

Cuando un gobierno toma decisiones aventuradas debería tener a mano un documentado arsenal de razones convincentes. Un argumento al menos cuya lógica pueda ser admitida o rechazada por el ciudadano. Este derecho común no debería ser en ningún caso motivo de reclamación. Es algo que debe darse por supuesto.

Zapatero y Chacón, sin embargo, nos han sometido a una traumática experiencia de asombro y perplejidad. Anuncian la salida de las tropas españolas de Kosovo y dejan a sus aliados de la OTAN con dos palmos de narices. Pues tampoco los socios europeos y americanos de la alianza militar consiguen entender la razón que les hace romper de modo tan impertinente las normas básicas de cooperación vigentes en un organismo de tan acendrado protocolo.

A los corresponsales extranjeros que nos consultan para resolver el jeroglífico español debemos confesarles que no sabemos nada de nuestro gobierno. No sólo no sabemos qué espera sacar de su extraña maniobra sino que nos resulta imposible adivinar el secreto oculto en el fondo de su desorbitada estrategia de relaciones internacionales. ¿Pretenden Zapatero y Chacón demostrar quién manda aquí? ¿Intentan hacerse un hueco en el G-20 jactándose de tener un carácter impresionante? ¿Está preparando Zapatero la cumbre de la Alianza de las Civilizaciones con un teatral gesto de honor patriótico? ¿Querrá demostrarle a Obama con quién se las tendrá que ver el nuevo Presidente de Estados Unidos?

Ya saben ustedes que Hillary Clinton maneja una marca para su gestión diplomática. La llaman smart power para significar el estilo elegante, listo, inteligente y rápido que debe caracterizar su gestión en un mundo vapuleado y asustado. A Zapatero y a Chacón también les irá bien una marca que abrevie el enrevesado esfuerzo que debemos hacer para calificar su manera de hacer las cosas. A esa política podemos llamarla rush power: el estilo arrebatado y atolondrado con que uno se tira de cabeza a las piscinas vacías.



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23 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tres filósofos y un café

 

Paolo Flores d'Arcais no quiere perderse en preámbulos difusos y afronta virulentamente la cuestión: "a la filosofía le corresponde la crítica de cualquier superstición y "Dios" mismo es un flatus vocis sin sentido".

Gianni Vattimo, en cuya casa de Turín tiene lugar el encuentro, abrevia los protocolos del anfitrión y replica: "Paolo, yo diría que careces de cultura".

Michel Onfray procura evitar la beligerancia de sus colegas: "me gustaría mucho que la razón condujera directamente al ateísmo, pero no lo creo".

Paolo advierte que asistimos a una revancha política de las religiones y Gianni considera caduca la pretensión de las verdades lógicas. Onfray constata las dificultades de un diálogo entre ateos y creyentes.

Asistimos a una controversia entre tres filósofos -"¿Ateos o creyentes? Conversaciones sobre filosofía, política, ética y ciencia" (Paidos, 2009)- y veremos cómo su afilada charla vitaliza polémicas olvidadas y actualiza disputas que parecían anticuadas. La discusión sin embargo va más allá del enfrentamiento entre laicos y religiosos y restaura la nobleza de un interrogante esencial a la condición humana: ¿cómo se vinculan imaginación, argumento y verdad?

Los tres filósofos son maestros en el arte de conversar y hacen de este librito (160 págs.) una recomendable guía de cuestiones urgentes: cómo identificar y distinguir detrás de la retórica institucional de las iglesias el rumbo de fuerzas dispares: la sensibilidad del hombre intuitivo fascinado por el misterio de la existencia, la voluntad de poder y dominio de unos hombres sobre otros, el refugio consolador al que nos lleva el miedo y la ignorancia.

Paolo asegura que usa la "razón" en un sentido totalmente refractario a cualquier absolutismo. Gianni le plantea un desafío irónico: "para ser religioso necesito ser mucho más sofisticado que tú". Michel Onfray matiza y se adhiere a la caridad pero sólo en su forma de fraternidad republicana.

Paolo, que ha participado en otros acercamientos, advierte que los cardenales no están en condiciones de argumentar racionalmente. Gianni reclama más atención al modo en que se vive efectivamente la religión en lugar de la crítica a los dogmas y relatos históricos institucionales. Pero Michel Onfray admite que la envergadura intelectual de Ratzinger obligará a los filósofos a trabajar otra vez seriamente.

Espero que el encuentro de los tres filósofos contribuya al menos a refutar esa convicción dominante en los institutos de enseñanza media, en los que, en el mejor de los casos, se considera a la filosofía una asignatura. Vattimo, Onfray y d'Arcais ayudarán a los profesores a demostrar lo contrario: la filosofía enseña a pensar con claridad y a discutir con precisión.



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21 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Periodismo plebiscitario

 

Empezó siendo una ocurrencia fortuita, el hábito la transformó en costumbre y la pereza en un insoportable vicio. Me refiero a esos avezados reporteros que en lugar de hacer periodismo bajan a la calle micrófono en mano para asaltar al primero que pasa. Ya es una práctica habitual en los canales de televisión: requerir la opinión de transeúntes y pasajeros. Los editores practican este irritante periodismo plebiscitario sin preocuparse por sus efectos nocivos en la salud política de nuestro país. Que se vea -dicen- lo que opina la gente de la calle.

En lugar de acudir a laboriosas fuentes de conocimiento, los editores manejan el funcional testimonio del desconocido que pasaba por ahí. Hoy ha sido una señora ante los juzgados de Sevilla la que ha dejado clara su posición: "esos -habla de los detenidos por el asesinato de la joven Marta del Castillo- son unos mentirosos".  Sólo le falta, para dar énfasis a su convicción, lanzar un escupitajo al suelo.

Téngase en cuenta lo que precede a esta frase: el reportero la interroga, el cámara la enfoca y en el estudio el editor recorta y pega lo mejor que ha encontrado sobre la declaración de los detenidos: ante el juez y a puerta cerrada. ¿Qué prodigiosa fuente de información tiene la señora? Apoyada en la valla que impide la aglomeración del público curioso, la señora no tiene dudas y su seguridad se contagia al televidente que quiere confiar en sí mismo. ¿Y si esa puede, por qué yo no?

La fascinación por la opinión indocumentada  se ha impuesto como un homenaje de las cadenas televisivas a sus usuarios. Como si dijeran: teniéndote a ti ¿qué más nos hace falta?



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17 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Crisis y renovación

 

Después de un terremoto las brigadas de salvamento proceden a demoler los edificios que han quedado en pie. ¡Qué bella y aleccionadora imagen! ¿Podrá inspirar el plan de acción que buscan los jefes del G-20?

De nuestros gobernantes se espera esa contundencia urgente que la nerviosa crónica de la crisis exige en voz alta. Pero los administradores del Estado tantean el terreno y se conforman con salvar la fachada. ¡Las ruinas tambaleantes! En realidad, su titubeo no es una cautelosa verificación de daños, sino simple desconcierto. No saben por dónde empezar.

Nuestros hombres de Estado dejan en evidencia lo que nos temíamos: tres décadas de capitalismo salvaje -esa jerga acerca del gobierno mínimo- han criado una casta política blanda. Entrenada en las peleas intestinas del partido y bregada en campañas electorales, ahora no sabe qué hacer ni cómo enfrentarse a lo real. Su carrera política, la que debía concluir jalonando salones de hijos ilustres, les ha conducido a este maldito comienzo de siglo. Entre el desplome de las Torres Gemelas y el desplome de la Bolsa, no ganan para disgustos.

¿Sabrán responder como es debido o la crisis impondrá el nacimiento de una nueva estirpe política?



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16 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Redención sin escrúpulos

 

Cuando en el año 2007 Dominique Fernández entró en la Academie Française -ya con un Médicis y un Gouncourt- solicitó a sus colegas indulgencia con la conflictiva sombra de su padre. No pretendía limpiar su memoria pero el peso muerto de la carga filial le obligaba a comprenderla.

Nacido en 1894, último retoño de un embajador de México en Paris, Ramón María Gabriel Fernández de Arteaga fue un hombre de letras destinado a ocupar en la historia de Francia un lugar destacado. Lúcido ensayista sobre Proust, Balzac y Moliere, amigo de Malraux y Duras, novelista, crítico literario, colaborador distinguido de la Nouvelle Revue Française, elegante intelectual de izquierdas, fundador de la Unión de Escritores Antifascistas, Ramón Fernández acabó sin embargo en la olvidada fosa de los proscritos.

"Debo comprender, dice Dominique, cómo mi padre pudo ser socialista a los 30 años, comunista a los 40, fascista a los 43 y colaboracionista a los 46".

A Ramón lo mató una embolia quince días antes de la liberación de Paris y ésta muerte súbita fue un generoso obsequio de la providencia. El cortejo fúnebre que acompañó sus restos al cementerio ya sabía que el muerto se estaba librando de la depuración reservada a otros destacados publicistas de Goebbels: Robert Brasillach (fusilado por orden de De Gaulle) y Pierre Drieu La Rochelle (suicidado un poco antes de llegar al paredón).

La psicobiografía de Ramón que ahora publica Grasset no sólo es la restaurada imagen del padre ausente sino la marca que los desafortunados suelen dejar entre los suyos.

Lo que para Dominique es un doloroso recuerdo personal quizás no sea más que el capítulo no escrito de la biografía de Francia: la historia de los entusiastas militantes que en la década de los treinta del siglo XX les fue dado elegir entre Stalin y Hitler. Es probable que la decisión no fuera entonces tan difícil: los dos líderes -nacionalistas expansivos- prometían por igual redención sin escrúpulos.



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14 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El derecho a la furia personal

 

Harold Bloom es un crítico literario que no da su brazo a torcer. Aunque su empeño se reduce a recordar con impertinencia que en literatura sólo cuenta la influencia de los mejores (Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, Faulkner...) y todo lo demás es una benévola o perezosa pérdida de tiempo.

Bloom se ha enfrentado en todos sus libros a las modas pasajeras, a las fiebres comerciales y al monumental repertorio de flaquezas de espíritu que aqueja a los lectores asténicos. Pero lo denodado de su batalla le empuja siempre contra las instituciones. Profesores y universidades, a los que responsabiliza de difundir epidemias sentimentales y políticas, resisten como pueden al viejo cascarrabias pero siempre con el ceño fruncido por el resentimiento.

Que ahora considere al Premio Nobel como un galardón para idiotas nos ayudará durante un rato a pensar los criterios que rigen la admiración pública y a poner en cuestión los juicios que damos por supuestos. A cambio, el elogio que Bloom dedica a sus escritores preferidos (Cormac McCarthy, Phiplip Roth, Thomas Pynchon) nos permitirá atisbar las insalvables diferencias entre lo excelente y lo probable.

¿Severidad? se pregunta el socarrón Bloom. No, en absoluto -responde. Tan sólo es la vieja y auténtica crítica literaria: personal, pasional y visceral.



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13 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Exorcismo razonable

 

¿Qué estado de ánimo conviene a nuestra época? Algunos agoreros insinúan la inminencia de una tercera gran guerra y aunque lo razonable es desmentir su premonición está por ver que el mundo haya aprendido las ruidosas lecciones anteriores.

¿Qué estado de ánimo conviene a nuestra época? El clima prebélico exaltaba a los ciudadanos haciéndoles correr armados hacia una tumba segura, que les parecía preferible a esperar lo peor mordiéndose las uñas. El clima posbélico que asmáticamente respiraban los supervivientes contagiaba, en medio de un paisaje en ruinas, alivio y agradecimiento.

El recuerdo del inefable encadenamiento de esta secuencia fatal quizás nos ayude a vivir esta crisis como el más benéfico y compasivo de los castigos.



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12 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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China contra Tíbet

 

Imbuidos por la gloria del legendario Imperio Chino los actuales mandarines dirigen la disciplinada coreografía de unos atletas... aterrados. ¿Cómo viviré -se preguntan- la vergüenza de la derrota? ¿Cómo resistiré la decepción de mis jefes? La grotesca mística del Estado reflejada en sus rostros ha dejado una imborrable huella en nuestra memoria.

Aquél inolvidable espectáculo olímpico pasará a la historia universal de la infamia y podrá leerse exactamente en el capítulo dedicado a los tontos.

La petulancia del Comité Olímpico Internacional, que interviene en política sin estar facultado para ello, nos obligó a soportar el alarde de las autoridades chinas. Después de reforzar su candidatura prometiendo respetar los Derechos del Hombre y del Ciudadano, los cuadros del Partido no dejaron de reírse a mandíbula batiente desde el mismo día de la designación de Pekín como sede de las Olimpiadas.

El despliegue de la policía militar, el arresto de los disidentes, la censura de medios y blogueros, el amordazamiento de profesores, líderes sindicales  (¡en China están en la cárcel los que reclaman jornadas de ocho horas!)... Incluso los mendigos que afeaban con su gemido la villa olímpica eran recluidos en los suburbios. Esta fue la ceremonia que no retransmitieron los canales de televisión.

En lugar de pirotecnia, oprobio. En lugar de música, humillación. En lugar de pódiums y medallas: calabozos, tortura y duelo.

¿Alguien salió entonces a dar la cara? ¿Quién dijo ante las cámaras: hemos hecho el ridículo?

Nadie, efectivamente.

Ahora los tibetanos (un censo de seis millones) nos recuerdan que llevan cincuenta años aplastados por la tiranía del gobierno chino y está por ver qué respaldo ofrecerán las instituciones internacionales a un pueblo vilipendiado por la estupidez imperial de sus vecinos (un censo de mil millones).



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11 de marzo de 2009
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El Boomeran(g)
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