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Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los hombres que odian y temen a las mujeres

 

La versión cinematográfica de Millennium, la popular novela de Larsson, tiene por delante un largo recorrido entre la audiencia más proclive a dejarse entretener por las historias bien contadas. Los paisajes nórdicos y la particular gramática parda de unos cineastas deudores del omnímodo Bergman añade interés a unos personajes siempre a punto de hundirse en el oscuro abismo interior. Sus lánguidas y huidizas miradas parecen repeler la necesidad de acción que impone el argumento de una trepidante investigación periodística. Un oficio (el nuestro) rehabilitado por un antihéroe tan tenaz como, en ocasiones, ingenuo: un reportero que se la juega al denunciar los trapos sucios (más bien, pestilentes) de los delincuentes de cuello blanco que dirigen las inefables corporaciones financieras. Las pesquisas tropiezan constantemente con el tópico cinematográfico y con un arraigado hábito social: la sociedad perezosa, temerosa y cómplice mira con inquietud, hostilidad y aversión al periodista que no se deja amedrentar. ¡El mito americano regresa a Europa!

El decorado social que acoge la historia del periodista justiciero es el que dio título a la novela de Larsson ("Los hombres que no amaban a las mujeres"): la perturbada obsesión de los que, guiados por un instinto perenne, ofenden, humillan, desprecian, maltratan, golpean, torturan y asesinan a las mujeres.

No fue intención de Larsson investigar de dónde surge esta demoníaca patología de la condición humana pero al desvelar el secreto de las familias decentes ya nos da una idea del agujero al que nos asomamos. En el personaje de Lisbeth Salander -testigo y víctima de mil aberraciones- podrán reconocerse muchas de las protagonistas de este extraño calvario.



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1 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Por un nuevo código penal

 

Por eficaz que sea el trabajo de los jueces encargados de perseguir y desarmar las redes de corrupción, al final descubriremos consternados el verdadero daño cometido por los políticos corruptos. ¿Les parece intolerable el saqueo llevado a cabo por estos amiguitos sinvergüenzas? El capital sustraído con alevosía y nocturnidad a los contribuyentes, es un expolio al producto de nuestro trabajo, y una dolorosa humillación: nos ofende que nos roben en nombre de altos ideales morales. Nos fastidia, podría decirse.

Pero lo peor no es el botín que alegremente se embolsan. Lo peor es el paisaje desolador que dejan a sus espaldas. Detrás de cada operación furtiva consumada desde las instituciones hay una comunidad de empresarios, profesionales y proveedores tratados como imbéciles. Los que no quisieron plegarse a entregar las comisiones de favor se han visto obligados a resolver un duro dilema: o se incorporan a las redes de corrupción que corroen nuestro sistema social o se resignan a perder las oportunidades que necesita su negocio. Asi acaba la retórica exaltación de la libre empresa y su estimulante competencia.

Los cargos que se pueda imputar a los políticos hermanados por la moda de vestir bien cumplimentan un repertorio muy elocuente (soborno, cohecho, malversación de fondos) pero la acusación más ajustada a su delito es ésta: enseñar a los que aspiran a firmar contratos de servicios con el Estado como funcionan las cosas. Esto es lo irreparable.



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22 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las voces de Kolimá

 

El suplemento Culturas de La Vanguardia reproduce unos textos inéditos del escritor Varlam Shalámov traducidos y comentados por Ricardo San Vicente, profesor de literatura rusa de la Universidad de Barcelona. Para el que no recuerde la infernal epopeya vivida por Shalámov en los gulag soviéticos será muy recomendable la lectura de los fragmentos elegidos por el traductor e imprescindible detenerse a meditar el significado de su acusación. ¿A quién acusa el escritor condenado a trabajos forzados? ¿A sus verdugos? ¿A sus delatores? ¿A los guardias de los campos de concentración? Todos ellos aparecen maniatados en su violenta diatriba y todos acarrean el peso de su complicidad. Los prisioneros que sobrevivían perdiendo su naturaleza de hombres también reciben su dosis de desprecio. Quizá debamos incluirnos entre los destinatarios de un reproche que delata la insuficiencia de nuestra comprensión. En su relato hay destellos de inteligencia, ira y promesas de venganza eterna. Pero también reveladores testimonios: "He visto que las mujeres son más correctas, más entregadas, que los hombres; en Kolimá no se ha conocido ningún caso de un varón que acompañara a su mujer. En cambio, las esposas los acompañaban y en muchas ocasiones".



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21 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El debate vertebral de nuestro tiempo

 

Nada puede satisfacer más a la jerarquía católica que mostrarse ofendida por el virulento sarcasmo de los ateos. Le complace, y no siempre con modestia, verse asediada por la incredulidad y ser impetuosamente criticada por los furiosos enemigos de la piedad. Esa turba descarriada que clama contra la majestad del único y bondadoso Dios de los romanos.

De ahí el profundo fastidio de los obispos cuando descubren que los laicos no son ateos. O no lo son todavía, o no tienen por qué serlo, o lo serán en sus ratos libres... El adversario que la Iglesia necesita para conservar su lugar en la Tierra debe comportarse siempre como un blasfemo, un irreverente y pendenciero enemigo de la más alta autoridad del universo.

Sin embargo, y con gran enojo del Vaticano, el debate de la laicidad no se entabla entre creyentes y no creyentes. La discusión alude al poder de los clérigos y a los límites que la cultura democrática debe imponer a su pretensión legislativa. El polemista laico no cuestiona el derecho a elegir la creencia más razonable, o emocionalmente más convincente, o intuitivamente más entrañable. No discute los hábitos religiosos y ni se le ocurriría prohibir a los hombres la experiencia de la intimidad mística. Ni siquiera pone en cuestión la perenne tentación metafísica de la filosofía. Esa es otra discusión sobre la que existe una amplísima literatura y numerosas paradojas, muchas de ellas irresolubles. El laico habla de política y se limita a recordar que la esfera pública necesita el arbitrio social de la razón. Las agrupaciones religiosas y las sectas deben respetar la ley y cerciorarse a menudo de no estar violando los más sagrados mandamientos del sentido común.



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13 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué vendrá ahora?

 

La revista mexicana Letras Libres publica las reflexiones de Geoff Mulgan sobre el día después del capitalismo mundial. Nos recuerda que hasta hace poco tal eventualidad había sido descartada por los entusiastas partidarios de un sistema económico, político y cultural tercamente satisfecho de sí mismo. Pero la quiebra del sistema financiero, saqueado por unos directivos entusiastas de la libertad con que podían administrar el dinero de los demás sin dar cuentas a nadie, nos ha obligado a reconocer que quizá no sea el capitalismo salvaje el mejor acuerdo social al que podemos llegar.

Aunque en el curriculum de Mulgan figura haber sido asesor de Tony Blair, es recomendable la lectura de un artículo que considera los mecanismos industriales y dinerarios del sistema a la luz de sus abusos y de las más desternillante de sus presunciones. (Mulgan observa que el Partido Laborista y el Partido Conservador británico viven gracias a las donaciones de los hedge funds).

Pero el estropicio causado por tres décadas de desregulación, bajo la somnolienta y avara mirada de unas autoridades (in)competentes, no necesariamente sustenta la posibilidad de una alternativa. Los críticos morales del sistema anhelan un fulminante y ejemplar castigo. Los críticos funcionales, alientan la esperanza en una nueva reforma. De nuevo los apocalípticos polemizan con los integrados; los pragmáticos con los cansados.

Mulgan concluye su reflexión invitándonos a imaginar los inesperados capítulos del futuro. En lugar de seguir el hilo de un encadenamiento lógico (a menudo la fúnebre resignación de lo razonable), confiarse al brote de lo nunca visto. El cambiante paisaje de las ciudades nos ayudará a entender la dinámica que liquida el pasado, renueva el presente y anticipa el porvenir. Primero iglesias y castillos. Luego, estaciones de ferrocarril y chimeneas. A final del siglo XX, los edificios de cristal y acero de las corporaciones financieras. ¿Qué vendrá ahora? Pregunta Mulgan.



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Mito de Babel

 

James L. Jones, asesor de Seguridad Nacional de los Estados Unidos dice en El País que debemos abordar el mundo como es y no como era en el siglo XX. Su artículo analiza los desafíos más notables asumidos por Obama en los primeros cien días de su mandato pero no se extiende lo suficiente en considerar el  interrogante que ha formulado: ¿Cómo es el mundo de hoy?

Para hacernos una imagen aproximada del impetuoso acontecimiento que nos arrastra deberíamos visualizar tres episodios contemporáneos: la caída del Muro de Berlín (1989), la caída de las Torres Gemelas (2001) y la caída de la Bolsa (2008). El estrépito causado por estas demoliciones nos ayudará a medir la magnitud del cambio que estamos viviendo. Pero el ruido no es la respuesta.

Quizá nos haya tocado en suerte vivir una época destinada a renovar sustancialmente el legado heredado del pasado. Lo que orgullosamente erigieron las generaciones, se desplomará ante nuestro estupefacto asombro. Será inevitable recordar el Mito de Babel y preguntarnos si es ésta la imagen de la transformación cultural de nuestro tiempo.



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4 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escenas costumbristas (de aeropuerto español)

 

Llego al arco de control y me despojo de mis pertenencias. El reloj, las gafas, el teléfono, el cinturón. Doblo cuidadosamente la americana y la deposito en la bandeja. El pasajero que me sigue resopla con impaciencia. Uno tras otro vamos avanzando, deteniéndonos, oyendo el bip que detecta metales olvidados en el cuerpo. Una pulsera, un pendiente. La mujer retrocede y nos mira extrañada, como si fuera la primera vez que intenta subir a un avión. Cuando llega mi turno debo poner los brazos en cruz. El llamado guardia de seguridad procede a cachearme. Lo hace con nervio, buscando en las axilas un resquicio en donde pueda esconderse el artefacto que está buscando. Es entonces cuando truena con furia una voz sobre nuestras cabezas. Con asombro descubro que es mi propia voz la que grita. El llamado guardia de seguridad me mira con sorpresa pero sin miedo (si me viera por dentro sí se asustaría). Tan solo arquea las cejas como lo haría un pastor si una de sus ovejas le ladrara. Le insulto: zoquete, mal educado, energúmeno, etc. Veo que un Guardia Civil se acerca a atender mi protesta. Pero me equivoco. El Guardia Civil exige que le enseñe mi documento nacional de identidad y se mete en la garita para comprobar si estoy en búsqueda y captura. Protesto nuevamente, ante su circunspecta y bien educada indiferencia. Le digo que cuando un usuario de los servicios aeroportuarios protesta por el maltrato recibido no debe ser tratado como un delincuente. Se le debe escuchar y tramitar con garantías su reclamación. ¿Me oye, usted? No, en realidad no oye nada. Ya no está frente a mí. Se ha ido a detener a otro pasajero somnoliento e irritado que a estas horas de la mañana no sabe que es español.  



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29 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los vecinos (republicanos) del norte

 

 Nada puede complacer más al Estado Vaticano que presentar a sus adversarios como enemigos de la religión. Es una costumbre muy arraigada entre unos libelistas que raras veces pierden la ocasión de encasillar a sus críticos como ateos hostiles a la piadosa convicción de los creyentes.

Es una estrategia publicitaria, no obstante, que sólo en España ha podido prosperar. En los países que hicieron a su debida hora la reforma protestante y los sucesivos episodios de la modernidad, la secularización es entendida como la construcción de un espacio cívico ajeno a la pretensión legislativa de las iglesias. Los artífices de esta laicidad no discuten la existencia de Dios pero sí marcan severamente el límite que deben respetar los clérigos.

En la entrevista que Juan Luis Cebrián hizo ayer a Nicolás Sarkozy, el Presidente francés expresó su asombro ante el poder de la Iglesia Católica en España: "algo inimaginable en Francia".



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27 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El autócrata y el servidor

 

¿Cuánto tiempo nos prestará el lector? En el periódico, la superficie de papel disponible impone un límite que el editor administra con desigual criterio. En el blog, la extensión no tiene coste. El autor se considera un autócrata. ¿Quién le dirá basta? ¿Sobrevivirá a su prepotencia?

Afortunadamente una herramienta sustituye al editor. Mide el tiempo que cada usuario dedica a los textos. Es un testimonio de implacable dureza. No admite discusión. Se parece a un veredicto.

Antes de Internet los lectores la usábamos sin prestarle mucha atención. Nunca nos lo preguntamos con la suficiente seriedad: ¿Cuánto tiempo invertiremos en la lectura de un artículo?

Como ahí se pone a prueba la retentiva y la sagacidad de cada lector nos consolaba pensar que no hay respuesta unánimemente satisfactoria. Depende, decíamos los tres: autor, lector y editor.

Al articulista le corresponde el oficio de conducir la impaciencia del lector. ¿Cómo retenerlo, no exasperarlo, como evitar las trampas del ingenio, cómo sortear la redundancia que se ha convertido en uno de los pantanos de nuestra profesión?

¿Será finalmente el autócrata una herramienta del servidor?



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26 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El amor entre hombres

 

La sociedad mediática, a la que tanto provecho le saca nuestra clase política, tiene sin embargo algunos inconvenientes. El que se haya entregado alguna vez a sus ritos ya no podrá librarse nunca de su tiranía. Ante las cámaras y micrófonos no es posible dejar de existir ni, por supuesto, dejar de hablar. Pues a diferencia de los actores de verdad, el político no puede bajar el telón, ni quitarse el disfraz.

Lo hemos visto ahora, otra vez, ¡Dios mío!, cuando Mariano Rajoy, líder del Partido Popular, sale en defensa de Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana, y hombre destinado a pasar a la historia por la hechura de sus trajes.

El País publicó ayer la transcripción de las conversaciones telefónicas entre Camps y su benefactor -a su vez beneficiario de unas vergonzosas transacciones de dinero público. Además de ser una de las pruebas que policías y fiscales presentan para procesarlo, la conversación de Camps es una soberbia pieza teatral digna del viejo Valle Inclán o del último Sender.

El personaje llamado Álvaro luce un recio bigote y habla con "su" Presidente. Camps permanece erguido junto al teléfono, para evitar que se le arrugue el traje cuyas facturas paga Álvaro y le dice con una voz lánguida preñada de afecto: "amiguito del alma".

El del bigote es un hombretón pero queda conmovido: "te sigo queriendo mucho". Al estilizado Presidente valenciano, que está hecho un maniquí, le complace la ternura y corresponde con el mismo cariño: "Yo también".

Después de aludir a unos "maravillosos amigos" comunes, Camps se siente obligado a insistir: "te quiero un huevo". El del bigote cabecea complacido y aprovecha este amoroso escarceo: "contarás durante muchos años con mi lealtad".

El Presidente de la Generalitat valenciana, que ya piensa en lo que podrá necesitar el día que abandone el cargo, impone un tono de camaradería más viril a la conversación y le dice "hijo de puta". Es un guiño que restaura la hombría y quiebra el tonillo melifluo que han elegido.

El del bigote elogia una de las más conocidas cualidades del Presidente, se declara un rendido admirador de "su caudal y facilidad de palabra" y se despide, no sin confesar de nuevo lo mucho que le quiere.

Se supone que Mariano Rajoy ha leído la transcripción de estas grabaciones y que ha tenido tiempo de elaborar la respuesta que le exige la prensa, pero, ante la imposibilidad de callar o hacerse invisible, no se le ocurre una idea más feliz que ésta: "afecta a la inteligencia pensar que alguien se vaya a vender por tres trajes".

Lo que ruboriza y espanta es el esperpento que representa Camps ante la opinión pública y el doble sentido oculto en la aventurada frase de Rajoy: "venderse por una finca en el Valle de Arán o una cuenta abierta en un paraíso fiscal... no afectaría tanto a nuestra inteligencia".



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24 de abril de 2009
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El Boomeran(g)
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