Andrés Ortega
Se dice, se lee, se escucha a menudo, que la derecha española, es decir, el Partido Popular, necesita un aggiornamiento, volverse como otras derechas democráticas europeas, dejar atrás ese poso franquista que arrastra, como hace poco le recomendaba el Financial Times. ¡Ojalá!
Un problema es la falta de modelo. Pues la derecha o centro derecha europeos no son ya lo que eran. Los democristianos de Angela Merkel o los conservadores británicos (pese a su antieuropeísmo) pueden ser una excepción. Pero algunos de los demás han cambiado sobremanera. Ahí está la derecha italiana encabezada por Silvio Berlusconi, que representa la compra de la política desde la empresa. La derecha italiana ha dejado de ser democristiana, lo cual no quita para que vuelva a poner la religión, la católica tal como la dicta desde el Vaticano Benedicto XVI, en el centro. O ahí está la derecha francesa, con un Sarkozy, a la cabeza de su movimiento y de la Francia republicana, que ha hecho gestos de acercamiento hacia el Papa que ninguno de sus predecesores se hubiera atrevido a hacer. La derecha de Sarkozy no es la que representaba De Gaulle.
No hay más que mirar lo que ha cambiado el Partido Popular Europeo, que giraba antes en torno a la democracia cristiana, uno de los fundamentos políticos, junto a la socialdemocracia, de esta construcción que ahora se llama Unión Europea. Este grupo se ha alejado de sus raíces.
Pero ¿cuáles son los elementos de la nueva derecha europea, que es la que domina la política actual en el Viejo Continente?
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Más religión. Al menos los que están en sociedades mayoritariamente no ya cristianas, sino católicas. Es decir, darle más entrada política a las recomendaciones que vienen del Vaticano, y con pasos atrás en el secularismo.
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Más autoritarismo frente a menos permisividad.
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Una oposición más bronca, cuando están fuera del poder.
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Una reducción de la separación entre lo público y lo privado cuando lo ejercen.
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Un discurso más firme y populista en el terreno identitario.
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Lo anterior le lleva a una posición abiertamente anti-inmigración, por convicción, por temor a perder su electorado, o por temor a que éste se vaya a nuevos partidos xenófobos, como ha ocurrido en Austria, Holanda e incluso Bélgica.
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Defensa clara de la reducción de impuestos y del papel del Estado (pero a esto lleva también la globalización)
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Una actitud menos europeísta, si bien es verdad que la integración europea está entrando
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Un claro deseo de recomponer casi a cualquier precio los platos rotos con Washington tras la guerra de Irak.
En estos años, más parecería que una parte de la derecha europea se ha vuelto más como la española que al revés.
Pero sí, la española está necesitada de un recentrado, que quizás Rajoy ha comprendido debe darle a su partido. Al menos, cabe esperarlo.
Esto no quita para que la socialdemocracia no esté también en crisis, como ya escribí el otro día.