Andrés Ortega
A Bill Clinton casi lo lapidan sus enemigos por el caso Lewinsky. Nicolas Sarkozy se ha encargado de proclamar, dejándose fotografiar muy a gusto, sus relaciones con Carla Bruni, y probablemente de filtrar un posible próximo matrimonio con la ex modelo y cantante. La distancia del uno al otro no es sólo la que media entre el puritanismo norteamericano y el supuesto libertinaje francés, que, sin embargo, evitó que la existencia de una hija extraconyugal de François Mitterrand saliera a la luz casi hasta la muerte de éste, sino la de la diferencia en la manipulación. Los franceses no estaban acostumbrados a esto.
En el caso de Clinton la derecha americana utilizó el escándalo de su relación con una becaria en la Casa Blanca para intentar acabar con el presidente que aún conserva una alta popularidad (mayor que su mujer y candidata Hillary), y no sólo porque mintió al respecto (A Bush no le ha pasado nada por mentir sobre las armas de destrucción masiva para justificar la guerra de Irak). Por el contrario, el hiperactivo Sarkozy está usando su vida sentimental para influir en la vida política, atraer o distraer la atención pública (por ejemplo de la polémica visita de Gaddafi), y recuperar la popularidad perdida, pues está cayendo en los sondeos, situándose en el fatídico entorno del 50%, también debido a la factura que le está pasando la mediatización de su vida privada. De hecho, casi todo en Sarkozy, el hipermediático, parece guiado por los índices de popularidad, como tanto en la política en nuestros días. Ahora se ve que su supuesta reconciliación con Cecilia en vísperas electorales buscaba un impacto en los votos, pero no aguantó la entrada en el Palacio del Elíseo.
Usar la vida sentimental contra un político es inmoral. Usarla un político como parte de su política, también.
Luego está la cuestión de, más allá de la Disneylandia en suelo francés, quién paga esos viajes al Presidente de la República, pues las amistades de Sarkozy con los grandes dirigentes del empresariado francés pueden acabar jugándole una mala pasada, y, sobre todo, ponen en duda su autonomía política. Aunque el personaje más interesante en todo esto es ella, por su relación con la intelectualidad francesa.
Todo ello puede tener consecuencias geopolíticas. No sólo porque, como señalara recientemente Umberto Eco -según alerta un lector- , el lecho de los amantes sea uno de los principales escenarios para la fuga de información reservada -siempre lo ha sido-, sino también porque la pareja Cecilia-Nicolás eran unos enamorados de Andalucía y de España en general. ¿Girará ahora más hacia Italia las preferencias del presidente francés? Hoy Sarkozy dará más explicaciones.