Víctor Gómez Pin
Como ser natural el hombre es un producto ciego de la evolución y lo mismo ocurre con todos y cada uno de sus órganos. Sin embargo el "technites" (ser marcado esencialmente por la técnica) que el hombre constituye rompe el automatismo cada vez que simplemente construye una herramienta. Aunque la naturaleza hubiera por azar, es decir automáticamente o por sí misma, dado lugar a la forma "cuchillo", sólo se trataría de esta herramienta en la medida en que se reconoce en ella la similitud con el cuchillo proyectado, el cuchillo fruto de una intención. Pues bien:
En el laboratorio de un físico actual el technites apunta a desentrañar la naturaleza forjando situaciones que explotan las posibilidades de la misma, pero que trascienden el automatismo. Un comportamiento previsto es sometido a verificación. Y de tal verificación extraemos consecuencias relativas a la necesidad en sí, la necesidad que carecería de testigo. Lo grave no es desde luego que la previsión falle, pues simplemente se retorna a las condiciones y se transforma la conjetura, sino que llegue a hacerse patente la imposibilidad de previsión, que lo esencialmente imprevisible surja en el seno de la tarea por esencia previsora del technites.
"¡O Zeus! ¿qué decir?, ¿conservas tu mirada protectora sobre los humanos, o se trata de una esperanza ilusoria? ¿Es falsa la creencia de que hay dioses? ¿Sólo el azar rige sobre la existencia de los mortales? (Eurípides Hecuba , 488-491. Citado por Marcel Conche en « La métaphysique du hasard » en « Le portique, revue de philosophie et de sciences humaines » 9, 2002".
La eventualidad de dioses a cuya voluntad la naturaleza se sometería, podría (en el caso de que su voluntad nos fuera favorable) ser una promesa para nuestras necesidades vitales, pero constituiría sin embargo una amenaza para nuestro deseo de intelección, al hacer de la naturaleza un teatro para la manifestación de sus voluntades caprichosas. Pero dioses aparte, peligro aun mayor la exigencia cognoscitiva sería que la naturaleza fuera un escenario intrínsecamente imprevisible, sometida a un auténtico azar, esa modalidad de azar que Aristóteles negaba, reduciéndola a una carencia epistémica, a expresión de nuestro desconocimiento de la riqueza de causas en juego, cuya intersección se expresaría en el fenómeno…
Como pórtico de "El azar y la necesidad", junto a la sentencia atribuida a Demócrito, Jacques Monod sitúa un célebre párrafo de "El mito de Sísifo" de Albert Camus: mientras la roca que ha empujado hasta la cima se va aun deslizando, Sísifo vuelca su mirada sobre ella y percibe su destino como una secuencia de acciones sin intrínseco lazo y a las que sólo su memoria confiere unidad. La vida de Sísifo sería así efectivo resultado de un auténtico azar, esa "true randomness" en la jerga anglosajona, que deja estupefacto a los propios científicos cuando creen constatarla experimentalmente. Pues bien, vale la pena completar la referencia literaria a Sísifo con esta tremenda reflexión al final de la obra de Monod:
"La probabilidad a priori de que se produzca un acontecimiento particular entre todos los acontecimientos posibles en el universo es próxima a cero. Sin embargo el universo existe; es pues necesario que se produzcan eventos particulares cuya probabilidad (antes del evento) era ínfima. Hasta prueba de lo contrario no tenemos derecho ni a afirmar ni a negar que la vida sólo haya aparecido una vez en la Tierra, y en consecuencia, que antes de surgir sus posibilidades eran casi nulas.
Esta idea no solamente es desagradable para la mente de los biólogos en tanto hombres de ciencia. Choca con nuestra tendencia humana a creer que toda cosa real en el universo actual era necesaria, y ello desde el origen de los tiempos. Hemos de mantenernos vigilantes contra este sentimiento tan poderoso de destino. La ciencia moderna ignora toda inmanencia, el destino se escribe a medida que se realiza, nunca antes. El nuestro no estaba trazado antes de que emerja la especie humana, única en la biosfera que utiliza un sistema lógico de comunicación simbólica. Otro evento único que debería prevenirnos contra las consecuencias de todo antropocentrismo. Si fue único como quizás lo fue la aparición de la propia vida, es que antes de su aparición sus posibilidades eran casi nulas. El universo no encerraba la vida, ni la biosfera encerraba el hombre. Nuestro número salió en la ruleta de Monte-Carlo. ¿Qué tiene de extraño que al igual que aquel que acaba de ganar un millón experimentemos lo extraño de nuestra condición" (p.161).
Varias cosas en este texto: las probabilidades de emergencia de la vida, a fortiori de emergencia del ser provisto de un "sistema lógico de comunicación simbólica" eran quizás pocas, pero no nulas, de lo cual no estaríamos aquí reflexionando sobre ello.
El autor nos pone en guardia contra el antropocentrismo, pero paradójicamente de alguna manera nos incita al mismo al enfatizar el hecho de que nuestra condición es "única en la biosfera".
El espíritu humano, se sentiría chocado ante la posibilidad de no toda cosa real en el universo actual era necesaria. Esto sería particularmente intolerable para el espíritu científico marcado desde los pensadores jónicos por la idea de la necesidad natural.
Lo sorprendente es que (al menos en ciertas interpretaciones dominantes de la física cuántica) el azar ni siquiera esté reñido con la ciencia, aunque quizás ello suponga una cierta revolución en el concepto mismo de ciencia. Pues cuando la ciencia se focaliza en lo probable se da un salto. Habrá concretamente ciencia de la naturaleza, aun aceptando que, aun dándose exactamente las mismas condiciones un acontecimiento podría ser sustituido por su contrario, hubiera podido salir cruz en lugar de cara, si se quiere.