Víctor Gómez Pin
En general, al igual que se loa en el adolescente el entusiasmo vital que se siente ya perdido para uno, se repudia tal entusiasmo en quien, hombre asentado y maduro, se considera que habría de dar pruebas de ataraxia. Pues bien: la disposición filosófica ( una determinada actitud en relación al entorno natural y al ser de razón que es testigo del mismo) no puede mantenerse largo tiempo si se pierde la convicción y desde luego el sentimiento de la grandeza de la propia disciplina, en la que se vería la expresión mayor de una suerte de potencia redentora de la razón y la palabra. Y cabe decir que Hegel representa un momento álgido en esta convicción, este sentimiento y esta apuesta.
El tan racional Hegel nunca respondió a la imagen de quien aleja su pensamiento de las pasiones. No lo hizo en los días de octubre de 1806, en la batalla de Jena, cuando (quizás en la noche misma en la que se decidió militarmente el destino de Europa) concentraba sus fuerzas en esas tremendas páginas finales de su Fenomenología del Espíritu, las cuales abrían paso a lo que a su juicio sería el saber absoluto. No lo hizo tampoco en su exaltado discurso sobre el papel de la filosofía cuando en 1818 toma posesión de su cátedra en Berlín. Y ni siquiera cuando, días antes de fallecer, da lecciones en la universidad y prepara un nuevo prefacio para su obra más abstracta y en la que reside la clave de su sistema.
Contrariamente a lo ocurrido con tantos otros, concretamente el gran Leibniz, la muerte de Hegel es causa de enorme duelo institucional. En su discurso fúnebre, el rector de la universidad llega en sus elogios a comparar al finado con la figura de Cristo. Escándalo desde luego para los conservadores de la institución, a quienes su Filosofía del Derecho, publicada en 1821, no había gustado en absoluto; escándalo en general para la ortodoxia protestante para la cual el cristianismo de Hegel era sólo de fachada. Pero lo que aquí me interesa señalar es lo siguiente:
La arquitectura del sistema hegeliano tiene su epicentro en la monumental Ciencia de la Lógica cuyos dos primeros volúmenes habían aparecido en Nuremberg en 1812. El prefacio a la obra lleva fecha del 22 de marzo de ese año. Pues bien hay un prefacio a la segunda edición que no está datado, pero que historiadores legitimados sitúan en noviembre de 1831. ¿En qué fecha exacta? Al parecer en los días, sino horas, que precedieron a su muerte. Transcribo casi en totalidad el párrafo final en el que el autor evoca, en tono sereno pero inevitablemente con un deje de melancolía, la ausencia de tiempo que permitiría "cerrar" satisfactoriamente el proyecto:
"Puede recordarse a quien trabaja en la construcción de un nuevo edificio independiente de ciencia filosófica en los tiempos modernos la leyenda de que Platón transformó y revisó siete veces sus libros sobre la República. El recuerdo de esto debería hacer sentir más fuerte el deseo de disponer de tiempo libre para volver a elaborar setenta y siete veces un trabajo que, por pertenecer al mundo moderno, tiene delante de sí un principio más profundo, un sujeto más difícil y un material más amplio para trabajar. Pero el autor, considerando la magnitud de la tarea tuvo que darse por satisfecho con lo que pudo hacer, en la situación de una necesidad exterior, de la inevitable distracción debida a la magnitud y multiplicidad de intereses de la época, e incluso con la duda de que el tumultuoso ruido del día y la ensordecedora locuacidad de la imaginación, que se jacta de limitarse a esto, deje todavía lugar para el interés dirigido hacia la serena calma del conocimiento puramente intelectual" (Ciencia de la Lógica Hachette, Buenos Aires 1968, traducción de Rodolfo Mondolfo)
Los enemigos están señalados: las contingencias empíricas, los intereses vanos, incluso (¿sobre todo?) la estéril actividad de una imaginación no sometida al rigor del concepto. Todo ello puso límites al "conocimiento puramente intelectual". Decía antes que estas líneas bien pudieron ser escritas el mismo 13 de diciembre de 1831, fecha del fallecimiento. De ser así una de las preocupaciones de Hegel al abandonar el mundo es la dificultad que supone para un "espíritu finito" intentar recrear "la ciencia eterna de Dios", metáfora designativa simplemente de ese otro espíritu que recorre todas las contradicciones, las asume, desciende al abismo que las mismas suponen y precisamente en virtud de tal inmersión revive. Disposición bien diferente de aquel para quien en las últimas horas sólo acompaña el sentimiento de pérdida de la vida: "Incluso la corrupción (pthora) es emergencia (genesis)" escribirá otro pensador alemán en referencia a Heráclito.