
Jesús Ferrero
Hace una semana, cuando las encuestas (esas inductoras permanentemente embusteras) daban la victoria a Clinton, todas las personas a las que interrogué en Nueva York me decían lo contrario: los camareros, los taxistas, los dependientes de tiendas de paraguas y tiendas eléctricas, los sin techo querían a Trump (que les iba a hacer una casa en Long Island). Ayer por la tarde dije a mis amigos y conocidos que iba a ganar Trump, y no me creyeron. Ahora la tenemos delante en forma de rubia platino. No es bueno confundir la realidad con el deseo.
Cuando el odio se convierte en la única sintaxis que hilvana la miseria y la codicia, la desesperación y la arrogancia, olvidémonos de todas las gramáticas. Ya dije en el post anterior que tanto la derecha como la izquierda estaban abriendo las puertas a un infierno de la peor naturaleza.
Una última impresión: nadie ignora que el FBI ayudó bastante a Trump en el último tramo hacia la Casa Blanca. ¿Y a quién le extraña? En USA el poder real del Estado sigue la siguiente fórmula: Pentágono+CIA+FBI. Los presidentes pasan, pero ellos quedan. Son un sistema por encima del sistema.
Todos hablan de estupor. ¿De estupor ante lo evidente, lo nieguen o no las encuestas en las que ya nadie cree? Renunciemos a los lamentos. Las cosas estaban bastante claras desde hace tiempo.
Ahora echarán la culpa a los votantes de Trump, muchos de ellos de la clase obrera. Se olvidan de las entidades y los sistemas que han creado este hondo y universal malestar. También se olvidan de una tesis histórica ampliamente demostrada: cuando arruinas a la clase media prepárate para lo peor. La democracia se derrumba cuando se derrumba la clase que más la sustenta.
Y ahora esperemos el efecto dominó que se va a producir en Europa y América. Ja, ja, ja; jo, jo, jo. Estamos todos muy contentos mientras se aviva el fuego y se apuntan más danzantes al aquelarre de los miserables.