
Jesús Ferrero
En esta vida puedo dudar de muchas cosas salvo de una: Grecia es mi segunda patria. En mi época estudiantil creía que era la primera, pues me consideraba totalmente griego, si bien de la antigüedad, e iba con bastante frecuencia a Atenas, a Delfos, a Olimpia y a las islas del Dodecaneso, que eran mis preferidas. Me fascina ese país de gente tan trabajadora como hospitalaria. ¿Cómo decirlo?, rara vez he visto a un griego ocioso. Como los chinos, siempre están trajinando con algo. Y eso sí, todos son medio políglotas. No sé cómo lo consiguen esos hijos de Afrodita, y todos los tópicos que circulan sobre ellos, especialmente en Alemania y en España, son una patraña estúpida y vil.
Nadie sabe mejor que los griegos que Europa está gobernada desde dos dimensiones paralelas: una de las dimensiones la conforma Bruselas (amante de Berlín), y la otra los estados nacionales.
Las dos dimensiones se complementan, pero sólo en la medida en que mandar y obedecer pueden ser actos complementarios. Bruselas ordena y los estados obedecen. Bruselas se puede equivocar gravemente, puede adoptar medidas absolutamente improcedentes capaces de enviar al infierno a colectividades enteras, pero nadie lo dice y hay que obedecer. ¿Obedecer hasta cuando las órdenes son delirantes como si estuvieses en un ejército de borrachos?
Bruselas es el grado cero de la democracia, porque nada sabemos los ciudadanos de lo que se cuece allí, aunque imaginamos el escenario: un charco de culebras donde chapotean todos los lobbies dispuestos a sacar tajada, y la sacan siempre: por algo tiene allí a sus chacales más oportunistas y letales. Los griegos lo saben mejor que nadie. Cuando pienso en ellos recuerdo lo que escribió Lord Byron bastante antes de morir por Grecia:
Soñé que los griegos podían ser libres aún,
y que resistiendo a la dominación extranjera
ya nadie podría calificarlos de esclavos.
Un poeta griego contemporáneo de Byron decía a su vez:
Amadísima Grecia,
siempre te defenderé de la ira de los bárbaros
porque sencillamente te debo
todo lo que hay de divino en mí
y todo lo que hay de humano.
Plenamente de acuerdo con ambos poetas, Oscar Wilde dijo:
Todo lo que es moderno en nuestras vidas
nos viene de Gracia,
y todo lo que es antiguo de la Edad Media.
Con esta sentencia tan indiscutible como definitiva pongo fin a mi declaración de amor a Grecia.