Vicente Molina Foix
Es un libro que hace travesuras con el lector desde la portada, en la que, encima del título, aparece el del autor: J. Volpi. Reconozco que al verlo por primera vez en una librería tuve un mal pensamiento, acrecentado por la foto en silueta borrosa que aparece en la solapa interior: otro ejemplo, me dije, de novela de agravios memoriales o ajuste de cuentas familiar. Y al hacer el cálculo de que el más notable detentador del apellido Volpi, Jorge, no está todavía en edad de haber procreado cuervos literariamente resentidos, fantaseé con un primo hermano del autor de ‘En busca de Klingsor‘ buscando notoriedad o clamando venganza atávica.
Y resulta que no. El falsificador de sí mismo, el disoluto auto-castigado, el ladrón feliz, es -todo parece indicarlo- el propio novelista mexicano, cosa que únicamente al leer las más de cuatrocientas páginas de ‘Memorial del engaño’ (Alfaguara, 2014) se va coligiendo, pese a las pistas engañosas, que abundan: hay un traductor acreditado y con su correspondiente copyright, Gustavo Izquierdo, un título inglés original, ‘Deceit’ (‘Falacia‘) y unas fotos extravagantes que unas veces responden a la histórica verdad fisonómica y otras, seguramente, no. Me dice algún oriundo que los padres del Volpi del libro, fotografiados en distintos momentos de su vida, son los genuinos.
Establecida, al menos en parte, la paternidad de ‘Memorial del engaño’, hay que decir que se trata de un gran oratorio bufo que continúa de otro modo esa serie de gigantescas corales novelescas que Jorge Volpi llama su ‘Trilogía del siglo XX’. En su narrativa, Volpi tiene un don envidiable: alterna sin dificultad la magnitud wagneriana con el aria de salón. El relato planea sobre los hechos contemporáneos y adquiere dimensiones mitológicas, pero no pierde de vista a los personajes; el escritor baja por una secreta escala desde el vendaval de la historia a la antesala de sus criaturas, a su corazón, a su lecho. ‘Memorial del engaño’ es de todas las que conozco su novela más musical, por la conexión existente entre la ópera y el protagonista, por las tres particiones del conjunto y por su estructura en recitativos, concertantes, solos, duetos, cavatinas, y un desopilante coro de la familia Volpi entonado a partir de la página 327. En el estrépito de la orquesta, los solistas se dejan oír, y hay dos voces de soprano que llegan de manera intensa: la madre Judith, la esposa Leah. Quizá no sean parientes reales; su voz literaria lo es.
Pero el libro tiene, además, algo que lo singulariza, más allá de su polifonía y sus fuerzas instrumentales. ‘Memorial del engaño’ habla del hoy, del reciente ayer que sigue estando de actualidad, de los fondos-buitre, de las quiebras bancarias, de los detentadores de nuestra miseria y los merodeadores de la riqueza, estando hermanados los economistas (algunos de fama) y los espías por el sigilo y la rapacidad. No son sin embargo ellos los únicos malvados del argumento. Volpi traza la genealogía del latrocinio ajeno y se reserva una culpa propia. Es uno de los puntos más sugestivos de esta obra impar en la que casi todos engañan y sacan provecho. Volpi, que tal vez no se llame así, sino Wolpe, también juega con nuestros depósitos a plazo corto, con nuestra fe de inversores en la ficción. El dinero es un nombre y no una entidad; el dólar, el euro, el peso. Un día tenemos en una cuenta una cantidad de moneda y al día siguiente esa moneda no existe, ha perdido su ser real. Un libro es asimismo un valor abstracto, un aglomerado de papel impreso, o inmaterial. Se lee, hace pensar o reír, y al acabar, ¿qué? ¿Hemos ganado algo? ¿Perdimos la inocencia, o el tiempo, al arriesgar en la credulidad? ¿Somos más ricos que antes? Buenas preguntas para saber si el arte de la novela vale la pena.