Víctor Gómez Pin
Arrancaré hoy evocando una ponencia del filósofo Ulises Moulines [1] presentada hace muchos años en el Congreso Internacional de Ontología, que con periodicidad bienal se celebra en San Sebastián y Barcelona.
Bajo el título de "Lo racional y lo real" se trataba en aquella ocasión de celebrar la obra de Descartes en el cuarto centenario de su nacimiento. Contexto idóneo para que Moulines efectuara una "Defensa del solipsismo", tomando como principal texto de apoyo para su argumentación no las Meditaciones del gran pensador francés sino La vida es sueño de Calderón. Recordemos: Segismundo "vive" en dos mundos, cada uno de los cuales le aparece desde la perspectiva del otro como irreal. Para Segismundo tiene sentido vivir en la mazmorra de la torre y vivir en el palacio, pero no hay transición de sentido entre uno y otro marco. Pues bien: en su exposición Moulines dramatizaba las tribulaciones de Segismundo, confrontándole a los argumentos de sofisticados filósofos realistas .
El contrapunto de la tesis del carácter onírico de la vida viene en primer lugar dado por los argumentos semánticos en favor del realismo, en concreto los de Wittgenstein al cual Moulines califica de "positivista refinado": Por el mero hecho de que Segismundo hable y de que lo haga con sentido debería aceptar la realidad de los sucesos que vive. "Hablas, luego te refieres a algo real además de tí mismo". Este, nos dice Moulines, sería el teorema semántico que habría que demostrar a Segismundo. No está aquí lejos, aplicada al realismo, la argumentación aristotélica relativa al principio de no contradicción. Recordemos ( asunto ya tratado aquí) que Aristóteles se refiera a este axioma arquitectónico, como "principio más firme", es decir, ese principio respecto al cual es imposible engañarse o tomarlo como mero postulado: "pues un principio cuya posesión es necesaria para cualquier conocimiento no puede constituir una mera hipótesis" . [2]
Lo simpático en aquella ponencia de Ulises Moulines fue su toma de posición en favor de la resistencia de Segismundo y su disposición a servirle de escudero,apoyar con armas filosóficas lo que Moulines llamaba "el reto de Calderón". Moulines se complace en desmontar las dos premisas subyacentes del argumento semántico:
1El lenguaje tiene que aprenderse y ser controlado pero este aprendizaje y control implicaría la comunicación intersubjetiva. 2 La comunicación intersubjetiva supondría la existencia de un mundo no subjetivo externo.
Moulines contra-argumenta en favor de Segismundo evocando a Berkeley y su comunidad de mentes flotando libremente (es decir sin espacio exterior a las subjetividades que medie) y a Ernst Mach (conglomerado de sensaciones interactuando sin exterioridad alguna). Pero su apunte esencial en favor de Segismundo es el siguiente: ¿De dónde se infiere que el aprendizaje debe implicar algún tipo de actividad anclada inter-subjetivamente? Y su respuesta es simplemente que la base de tal inferencia es contestable. Pues bien: en un simposio reciente en que se le rendía homenaje me permití ayudar, por así decirlo, a Moulines en su tesis, evocando otro texto literario, el Robinson Crusoe de Daniel Defoe:[3]
Ciertamente de alguna manera la intersubjetividad en la que Crusoe adquirió el lenguaje sigue estando presente en la isla. Crusoe no está en soledad como podría estarlo un animal, eventualmente mejor dotado por la naturaleza si emergiera un problema de subsistencia. El Crusoe solitario representa todo aquello que posibilitó el lenguaje y con ello el pensamiento especificamente humano. Así pues cabría en principio sostener que el perdurar de Crusoe supondría de hecho el perdurar de todo el acerbo de intersubjetividad que caracteriza a la especie, y sería en razón de tal perdurar de la intersubjetividad que, permanentemente Crusoe habla. En suma: nada en Crusoe chocaría con el argumento semántico en favor del realismo.
Y sin embargo creo efectivamente que la tesis de Moulines es muy sólida. Pues ¿Con quien habla ese Crusoe al que nadie puede escuchar? En una de estas columnas he respondido hace tiempo a esta pregunta diciendo que Crusoe habla con aquel mismo a quien se dirige el científico cuando aventura hipótesis para las que no había quizás entonces interlocutor competente, o el creador que forja una sentencia hasta entonces jamás pronunciada. La intersubjetividad que fue la condición de tal hablar no es ya sin embargo lo que entonces legisla. Legisla el sujeto humano como tal, sujeto del conocimiento o sujeto forjador de símbolos, sujeto asimismo de ese imperativo por el cual, cualquiera que sea la circunstancia, mientras se de un hombre, la ley que forja a los hombres está plenamente vigente. Y este sujeto es el interlocutor verídico no sólo compatible con la situación de soledad sino quizás accesible tan sólo en la misma.
Como el científico o el creador, habla el solitario Robinson consigo mismo en tanto que espejo en el que se reconoce la esencia de la humanidad. Y tal cosa hacemos cada una de nosotros en las ocasiones en las que el pensamiento, en lugar de complacerse en lo dado, se esfuerza por entender, metaforizar o resolver, ya se trate de asuntos teoréticos o de asuntos prácticos; ya se trate de organización general de la sociedad o de asuntos en los que propia intimidad es lo que está en juego.
Ello explica muchas de las peripecias radicalmente espirituales que marcan al héroe de este gran relato. La actualización continua de sus recursos memorísticos y de su ingenio le permite por ejemplo el aprendizaje de nuevas técnicas, quizás triviales para los demás, mas no para él, puesto que las descubre por vez primera. Abocado al principio a forjar instrumentos de utilidad práctica que le eran conocidos, acaba- momento fascinante- forjando otros que no había visto jamás o de los que no tenía memoria: tal una rueda que construye habilidosamente con una cuerda activada con el pie, de manera a conservar las manos libres.
Pero no se agota ahí la cosa, pues Crusoe activa sus potencias cognoscitivas más allá de toda utilidad, lo que le lleva a adquirir la disposición de espíritu que caracteriza al ejercicio de las matemáticas cuya virtud (como se indica en un prodigioso texto de Aristóteles que aquí hemos podido leer), va más allá de toda finalidad práctica. En soledad, Crusoe se inscribe en el tiempo de manera no pasiva y forja un calendario que le ayuda a conserva la memoria de fechas simbólicas. Crusoe vive así su destino como algo irreductible al entorno empírico, aunque, obviamente, determinado por el mismo.
Casi como expresión de todo ello, como expresión de su permanente diálogo con todo aquello que forja su humanidad el lugar físico en que habita no es meramente una guarida, un lugar que protege de amenazas e intemperies, sino una casa, un lugar dónde hay fuego y amplitud, es decir, un ámbito susceptible de recibir a otros hombres y compartir con ellos alimento y palabra.
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Recordemos el "teorema semántico" que habría que demostrar a Segismundo: "Hablas luego te refieres a algo real además de tí mismo". Pues bien, no es seguro que Segismundo quedara convencidos por la fuerza de la argumentación. Menos lo es todavía tratándose del heroe de Defoe. Pues ¿como convencer al Crusoe forjador de instrumentos desconocidos y atraído por la rigorosa belleza de la matemática "que el aprendizaje y control implique la comunicación intersubjetiva"? Y no admitiendo la premisa de base, poco importará ya a Crusoe si la comunicación intersubjetiva supone o no supone "la existencia de un mundo no subjetivo externo".
[1] Nacido en Venezuela , vinculado profundamente a Mexico, Catedrático de Filosofía de la Ciencia en Alemania, vecino de la localidad francesa de Auxerre y con alma política en la Cataluña de la que sus padres eran trabajadores exiliados , Ulises Moulines parece encarnar el destino de aquel Descartes, para quien el tener hogar, tanto físico como espiritual , en Holanda, errar por toda Europa y vivir sus últimos días en Suecia fue la manera de ser fiel a esa Francia cuya lengua literalmente fertilizó.
[2] . Por ello, si alguien asevera que tal principio no rige en el ser y en el pensamiento, diremos simplemente que no hay concordancia entre su decir y el hecho mismo de que esté diciendo algo, pues aquel que efectivamente viviera sin experimentar la primacía del principio dejaría de pensar y hablar, y su estatuto ni siquiera sería homologable al de un animal, por lo cual razonar ante él sería como dirigir la palabra a una planta (omoios gar phyto ho toioutos…Metafísica 1006 a 14-15).
[3] Recuérdes la trama: tras luchar contra las olas que hasta tres veces le arrojan sobre peñascos, alcanzar la orilla y encontrar refugio entre las ramas de un árbol al día siguiente sobrevivir es para Crusoe la única urgencia, el primer imperativo. Respondiendo a este imperativo, explora los aledaños de la costa, descubriendo así la presencia del barco encallado, de cuyo naufragio era víctima, en cuyo interior encontrará no sólo una bien provista despensa, sino los instrumentos básicos para la construcción de un refugio y hasta semillas que le permitirán un día hacer de aquel territorio meramente natural un territorio humanizado.