Víctor Gómez Pin
Ya he señalado que los principios ontológicos, de los que en esta reflexión he venido ocupándome, determinan algo más que nuestro enfoque cognoscitivo. Hegel señalaba que la vida [humana] es el empleo de las categorías o conceptos fundamentales cuyo despliegue sería el movimiento mismo de la razón. Pues bien, en lo referente a nuestro trato con el orden natural, algo aún más radical podría ser afirmado de los principios, no bastando decir que el hombre se vincula a la naturaleza armado de principios ontológicos. Pues no usamos los principios, sino que nos plegamos a ellos, hasta el extremo quizás de confundirnos con los mismos. Manifestaciones de este plegarse son tanto el esfuerzo por hacer inteligible el orden natural como la acuidad práctica para enfrentarse al mismo, episteme y techne en el sentido de técnica, sea rudimental o sofisticada.
Menos seguro es que la techne en el sentido de lo que llamamos arte sea también expresión de tal adecuarse. Pero desde luego en modo alguno se trata de una actividad de remisión a principios la filosofía, que en el hecho mismo de reflexionarlos, de ponerlos sobre el tapete, da testimonio de una voluntad de pensar aun al riesgo de hacerlo tras haber socavado lo que parecía fundamento del pensar mismo; voluntad de pensar simplemente mientras se pueda. Al filósofo, que se ocupa de lo que es por el hecho de ser, compete el tratar de principios tan firmes (luego tan intratables o moldeables) como el de no contradicción, es la respuesta de Aristóteles a la pregunta por él planteada: "¿Quien reflexionará sobre aquello que los matemáticos llaman axiomas?"