Víctor Gómez Pin
La perdida en individuos de la inclinación a actualizar las facultades de las que están dotadas por naturaleza no es exclusiva del animal humano. También hay lobos no inclinados ya a alcanzar presas, rapaces que apenas alzan el vuelo, y caballos que, aun levantada la barrera, no iniciarían ya el galope. Y tampoco los individuos que representan a estas especies mutiladas han llegado a esta condición espontáneamente, sino a través de un proceso no sólo de domesticación sino de mutilación, de conversión del lobo (que aun el perdura en el perro que ayuda al hombre en sus tareas de caza o de vigilia en el) animal casi ya desprovisto de rasgos específicos que es tan a menudo el pet de los hogares americanos.
Tratándose del ser humano, el mecanismo social que hace desaparecer de su horizonte, de su ámbito cotidiano de vida, el objetivo de desplegar la potencialidad de pensar y simbolizar empieza muy a menudo en la educación elemental, totalmente alejada de la concepción platónica según la cual la función de la educación es fertilizar las facultades del niño, no substituirse a ellas. Concepción del hecho educativo de la que es muestra el primer párrafo del Anteproyecto de la LOCME (2012) conocida como Ley Wert que con espíritu de denuncia muchos ciudadanos están haciendo circular en Internet.
"La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y las cotas de prosperidad de un país; su nivel educativo determina su capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el nivel de los ciudadanos en el ámbito educativo supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en el mercado global."
El espíritu de la cosa está claro "conseguir ventajas competitivas en el mercado global" es la máxima que anima al legislador, y la educación no es otra cosa que un instrumento para este objetivo. Lejos estamos desde luego del "ardiente deseo de toda mente pensante" hacia la inteligibilidad, que Max Born consideraba como el auténtico motor de la ciencia, y en consecuencia de la educación científica.
Alguna de las frases de este Preámbulo de ley supera en cinismo y en ceguera la afirmación, hace casi dos años, de un Consejero de la Generalitat para quien obligación de los poderes públicos era incentivar los estudios susceptibles de abrir camino en la sociedad de libre mercado y (cito de memoria, pero no me alejo) "el que quiera estudiar el mundo clásico que se pague el lujo". Ya he tenido ocasión de denunciar que esta bárbara concepción de las prioridades del sistema educativo no solo supone un repudio de Hesiodo y Aristóteles, sino también de Pitágoras y Euclides, es decir de un entero cimiento de nuestra cultura.
Es bien sabido que la actitud interrogativa que caracteriza a los niños a menudo, desconcierta y hasta irrita a los mayores. Por supuesto que, muy frecuentemente, tal actitud no refleja sino un interés trivial por asuntos perfectamente contingentes. Pero, haciendo una criba suficientemente fina, en el discurso del niño cabe percibir el meollo de alguna de las interrogaciones más elementales, y a la vez más radicales, a las que se enfrenta la humanidad. De ahí que luchar contra las trabas sociales que mutilan esta potencialidad del niño constituya la primera de las exigencias éticas.