Víctor Gómez Pin
I Conservar la memoria
Preliminar
Decía hace unas semanas que este foro sería en lo sucesivo ocasión de evocar de manera relativamente sistemática ciertos temas claves de la filosofía fundamental. Asunto central entre los abordados era el de nuestra representación convencional de la naturaleza, sustentadas en principios lógicos y epistemológicos (causalidad, determinismo, independencia de los fenómenos respecto a su constatación y archivo por el espíritu humano, etcétera) que la Mecánica Cuántica parece poner en entredicho.
Tema complementario es el de la naturaleza humana y de su determinación a partir de aquello que los griegos y particularmente Aristóteles designaban por el término techné, parcialmente conservado tanto en lo que denominamos arte como en lo que denominamos técnica (de herrero se ha llegado a calificar al artista Eduardo Chillida). La techné no sería una modalidad más compleja de una potencialidad que en su generalidad compartiríamos con otros animales, sino expresión primordial de las facultades que singularizan al ser humano en el registro animal.
En las próximas columnas se intenta mostrar la vinculación entre ambas temáticas:
Sabido es que las fascinantes conjeturas, de entrada meramente teóricas, de algunos de los grandes de la física multiplican su impacto cuando surge el experimento técnico al que desde su propia formulación están apelando. Mas la física cuántica (disciplina que mayormente determina nuestra época) no sólo vincula intrinsecamente el aspecto experimental y el aspecto técnico sino que en esta vinculación pone de relieve que el technités (el ser marcado por la techné) que nosotros constituimos es quizás la condición de posibilidad de que se den las propiedades mismas que la técnica accede a medir, dando apoyo así a la vieja idea de que el hombre es efectivamente medida de todas las cosas.
En un momento en el que tanto en la homología genética entre el ser humano y otras especies animales como en la existencia de complejos maquinales que dan base a la idea de inteligencia artificial se buscan razones para poner en entredicho la subversión que supuso la aparición de la especie humana en el marco de la historia evolutiva, y la irreductibilidad del lenguaje humano (por ende del pensamiento vinculado al mismo), la persistencia de las aporías que desde hace casi cien años llenan de estupefacción a los grandes de la reflexión cuántica se erige en soporte para el mantenimiento de posiciones humanistas.
El punto de arranque de las próximas reflexiones será la glosa a un diálogo científico-filosófico de dos conocidos paleoantropólogos. De las recientes tesis sobre nuestra afinidad con el hombre de Neandertal pasando por consideraciones sobre el papel del control del fuego en la historia de la técnica, desembocaremos en ese punto culminante del devenir de la técnica que es la medición cuántica, apuntando a mostrar que esta medición tendría en el espíritu humano un límite insuperable. Tal limite constituría el indicio mayor de la imposibilidad de alcanzar una ciencia del hombre, es decir, imposibilidad de reducir ese paradójico fruto de la evolución que es el ser humano humano a la condición de mera cosa natural entre las cosas naturales.
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"Los hombres empiezan, y han comenzado siempre a filosofar movidos por el estupor"
Rememoraba esta célebre sentencia de Aristóteles al leer las páginas finales de un coloquio aun inédito en el que el paleontólogo Jordi Agustí y el arqueólogo Eudald Carbonell son invitados a explanarse sobre sus emociones ante algún hallazgo indiscutible en sus carreras. Si Agustí evoca su primer cráneo de homínido en el yacimiento de Dmanisi (Georgia), Carbonell prefiere referirse a momentos de sus excavaciones con el equipo de Atapuerca, uno de ellos vinculado al descubrimiento de un canino humano que constituía un indicio fiable de la presencia de homo antecesor, primer homínido que habría evolucionado en el continente europeo
Jordi Agustí nos habla de una compulsión a mirar cara a cara aquel cráneo, que encerraba una memoria sagrada de dos millones de años, la cual de alguna manera se trataba de sondear. Eudald Carbonell evoca por su parte la recompensa que momentos así suponen para la actitud misma del científico, para quien el hallazgo más que una respuesta supone un nuevo aliciente para proseguir su inmersión en terrenos desconocidos, cuando no inquietantes, armado exclusivamente con las armas de la razón.
A la pregunta sobre la sociedad en la hubieran querido insertarse, ambos manifiestan una nostalgia de vida en atmósfera filosófica: al paleontólogo le habría gustado el trato con los ilustrados enciclopedistas franceses, en cuya obra se gestó, nos dice, lo que ahora somos; al arqueólogo no le hubiera importado ser miembro de aquella escuela jónica que hace 2500 años formulaba las preguntas que a todos nos conciernen sobre los principios de la naturaleza elemental, la naturaleza viva y el ser del hombre.
Del ser del hombre, de la cuestión filosófica esencial, trata este diálogo, a la vez con modestia, alta competencia y claridad cartesiana. Y la plantea, como no podía ser menos dados sus protagonistas, respetando las etapas, es decir, archivando las respuestas que la ciencia puede aportar y sirviéndose de ellas como peldaño para abrir el horizonte a la cuestión filosófica que dejan entreabierta para quien quiera asumirla con las alforjas bien guarnecidas.
Dada la enorme resonancia que tienen en nuestro tiempo las disciplinas de las que aquí se trata, la anfitriona del encuentro, que con sus preguntas canaliza el discurso, lleva a Carbonell y Agustí a dar respuesta a asuntos que el común de los ciudadanos se plantea, por ejemplo el de la relevancia del complejo Atapuerca, tan mediáticamente aireado como, a menudo, desconocido por lo que se refiere a su auténtica significación. Inmersos en el coloquio hacemos nuestra la discusión hermenéutica a la que dan lugar los hallazgos de dos de sus yacimientos. Así por ejemplo, sentado que en La Gran Dolina los fósiles más antiguos corresponden a Homo antecesor y en La Sima de los huesos a Homo heidelbergensis, (antecesor inmediato de los neandertales), surge la controversia sobre si se trata de la evolución de una población exclusivamente europea o si más bien habría una rama africana de Homo heidelbergensis, la cual, hace 600000 años habría ya dado lugar a una expansión out of Africa. Y como sugería, es un privilegio que dos especialistas de tal nivel nos hagan participar de estas diatribas sobre la evolución de especies emparentadas a la nuestra, sin que la exigida claridad suponga simplificación caricaturesca.
Pero nuestro interés se acrecienta aun cuando de la mera discusión sobre aspectos, técnicos de teoría evolutiva relativa al genero homo, pasamos a cuestiones fronterizas con la antropología filosófica. El mismo yacimiento de Atapuerca da la oportunidad a la hora de preguntarse por la significación de la impresionante acumulación de restos humanos en la Sima de los huesos. Hay discusión sobre si fueron arrojados a la sima o si estaban simplemente en el interior de la cueva y su inmersión fue resultado de movimientos sísmicos. De tratarse- como sostiene Carbonell- de homínidos arrojados intencionalmente, ya cadáveres (de lo cual sería indicio la ausencia de fracturas craneales y postcraneales relevantes) y de manera simultánea o muy próxima en el tiempo, la pregunta se impone: ¿cuál era la razón? Ritual funerario sin duda. Mas, desde un punto de vista de la economía evolutiva ¿ dónde reside el interés?
En un a época de canibalismo, inhumar cadáveres de seres próximos era desde luego una forma de evitar que fueron objeto de rapiña y consumo por otros grupos, pero tras este mismo deseo de protección Agustí apunta a una razón de enorme peso: inhumas a aquel en quien te reconoces, inhumas a un espejo verídico de tí mismo, lo cual es quizás indicio de que la autoconciencia se forja en el sentimiento de una singular alteridad, un otro…yo, una identidad compleja.