Víctor Gómez Pin
En un nuevo intercambio de escritos, consecutivo a una visita mía al pueblo vinculado a Marcel Proust de Illiers- Combray, en las cercanías de Chartres, Felix de Azúa me indicaba que en el origen de la construcción catedralicia se hallaba el burgo medieval, encarnación ya relativamente sofisticada de ese capitalismo que en un escrito anterior el mismo Felix venía a considerar como una marca de la condición humana.
Felix precisa que con Chartres se está refiriendo no particularmente al arte sino a los constructos simbólicos en general, constructos indisociables del comercio, la inversión con beneficios y el ingenio industrioso, o sea, "eso que llamamos capitalismo". El Gótico no sería pues inteligible sin su correlación a "la primera revolución urbana de occidente". Así mientras hubiera proyectos de nuevos Chartres… se daría un elemento vivificador por el cual la condición humana se redime. El problema es que, a juicio de Felix, en nuestro mundo no se dan precisamente tales proyectos. Ahora la técnica se hallaría desvinculada de ese lazo con la representación simbólica (así Internet tendría como motor esencial de despliegue el interés financiero). "Y una cultura sin representación-precisa- es como un humano sin rostro".
Felix indica asimismo que " los dos siglos de dominio burgués, de 1790 a 1990, han sido tan espantosos como el siglo XVI y las guerras de religión, pero con menores construcciones (las hay, de Beethoven a Proust) y matanzas masivas incomparables con las anteriores".
Hay aquí como un rescoldo de sentimiento "passéiste". Sentimiento que de alguna manera compartía el propio Marx, para quien el binomio poder burgués-sociedad fabril, de ser algo más que una etapa inevitable, de no ser superada por la sociedad comunista, supondría instalar al ser humano en el más tremendo de los desarraigos ( ello le habría llevado hasta un esfuerzo por "entender", las razones de los carlistas españoles, aunque la atribución de ese texto haya sido puesta en tela de juicio). Me recuerda de nuevo la tesis de los paleontólogos a los que hacía alusión en otro escrito y pienso que efectivamente en el París, el Milán, o la Barcelona de los años 60, el desarraigo de un inmigrante procedente de sociedades pre-capitalistas (Andalucía, Anatolia o el Mezzogiorno) era mayor que el que hubiera experimentado en una cultura completamente diferente pero no fabril.