Víctor Gómez Pin
En los límites de su dominio, las radiantes muchachas del mar retornaban su cabeza constantemente, sonriendo a los tritones barbudos suspendidos en las anfractuosidades del abismo, o a algún semi-dios acuático que tenía por cráneo un canto pulido, sobre el cual el oleaje había depositado un alga lisa, y por mirada un disco en cristal de roca. (II 340)