Víctor Gómez Pin
Rostros que las batallas de la existencia han endurecido, ya para siempre convertidos en algo militante o extático. El uno, en razón de la fuerza continua de la obediencia que somete la esposa a su esposo, más que al de una mujer se asemeja al de un soldado; el otro, esculpido por los sacrificios que cada día ha soportado la madre por sus hijos, es el de un apóstol; un tercero, tras años de navegación y tempestades, es el rostro de un lobo de mar, en cuerpo de mujer del que sólo la vestimenta muestra el sexo (II, 259)