Vicente Molina Foix
Guillermo Cabrera Infante vuelve a ganar una batalla póstuma mientras los hermanos Castro, uno en chándal y el otro de verde olivo completamente descolorido, siguen dando lecciones de autoritarismo en Cuba. Por un lado, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores ya anuncia para el otoño la aparición del primer volumen de las obras completas del escritor, dedicado al cine, y donde se recogerán, junto a clásicos del calibre de ‘Un oficio del siglo XX’ y ‘Arcadia todas las noches’, gran cantidad de material inédito en libro (entrevistas, reseñas, textos sobre películas) firmados por su alter ego G. Caín. Pero ahora la novedad, publicada por esa misma editorial, es ‘Cuerpo divinos’, extraordinaria amalgama de relato de iniciación erótica y memoria personal del tiempo inmediatamente anterior y posterior a la revolución de 1959.
Es el libro más directo, más contundente y evocativo de Cabrera Infante, y sin duda el más desprovisto de sus celebrados retruécanos y ‘puns’ verbales. Hay, con todo, episodios de una irresistible comicidad, como la entrevista del entonces crítico de cine Caín a Alec Guinness, que estaba rodando en Cuba y recibía en el plató a su amigo Noel Coward, quien sólo dirigió su atención a los periodistas jóvenes y guapos, o la visita del narrador al burdel habanero (páginas 150-154) donde, con un homenaje de pasada a Faulkner, destaca la figura de La Chimpancé, una prostituta mulata de cara poco agraciada pero asombrosa sabiduría sexual, sobre todo en el trato con clientes de gusto macabro y zoológico. También encontramos en las más de 550 páginas de ‘Cuerpos divinos’ retratos del natural -trazados con gran viveza y economía expresiva- de Hemingway, del pintor Wifredo Lam en el acto ritual de quemar sus cuadros, de los fotógrafos Korda y Jesse Fernández, de Lezama Lima, el gran gurú poético de la isla llamado por algunos bromistas de su entorno José Dalai Lama, sin faltar los de los políticos y revolucionarios del momento; es muy sugestivo el del ‘Che’ Guevara, descrito con toda la parafernalia vestimentaria de la leyenda, que Cabrera Infante, con su humor agudo, rebaja bastante sacándole al ‘Che’ un parecido -razonable- con el caricato mexicano Mario Moreno ‘Cantinflas’.
Las ciento cincuenta páginas finales del libro están entre lo mejor de la obra del autor de ‘Tres tristes tigres’: una crónica de los preparativos del golpe de estado, la huida vergonzante del dictador Batista y la toma del poder de los rebeldes de Sierra Maestra, vibrante victoria que a lo largo del tiempo acabaría en degradante derrota de la libertad. Aquí se advierte el talento periodístico del novelista, sus dotes de composición en simultáneo, la percepción profunda y la velocidad para el apunte, sobre todo cuando Cabrera forma parte del séquito que acompaña al recién instaurado Fidel en sus primeros viajes de estado. El libro se hace entonces apasionante recuento histórico, lo que no impide una socarronería mordaz inspirada en las "fuentes fidelinas" de un Comandante visto a menudo en calzoncillos escasamente limpios y emanadores de un tufo que quizá anunciaba la podredumbre futura del castrismo.