Víctor Gómez Pin
Si se considera el hecho de que en Siberia se libraron algunas de las batallas más feroces de esta guerra civil, que allí se jugó el destino de los bolcheviques y que los evocados caídos anglosajones eran aliados de Alexander Kolchak (un almirante zarista bajo cuyo mando se perpetraron desmanes de todo tipo contra la población civil, sospechosa de no alienarse con suficiente entusiasmo en la lucha contra la insurrección), a quien los poderes de sus países cedían armas, provisiones y asistencia técnica militar (británicos son los tanques que en 1919, bajo el mando de un comandante zarista llegan, desde Letonia a amenazar San Peterburgo ), se hace perceptible el enorme peso simbólico que tiene la presencia de estas esquelas en el cementerio marino de Vladivostok. Impresiona, al leer crónicas de estos episodios, el destino tremendo de este ejército de Kolschak, cuando se reveló que la maniobra de distracción de los británicos ya en nada podía ayudar: los soldados se dispersaron sin orden alguno, huyendo hacia el este como lo hacían las mujeres e hijas de los oficiales y los oficiales mismos.
Visitando Rusia en ese tan trágico como decisivo 1920, Bertrand Russell tiene una entrevista con Gorky, ya entonces gravemente enfermo. Gorky, como de hecho Russell, sostiene el movimiento revolucionario convencido de que los aspectos sangrientos y dictatoriales son en parte inevitables en razón de la ferocidad (militar y económica) de los enemigos. Y el escritor ruso enfatiza ante el filósofo británico que, en última instancia, todo lo que puede decir de Rusia es que es un país sellado por el dolor.