Víctor Gómez Pin
Completo el texto anterior con este otro
Los seres más estúpidos por sus gestos, sus palabras, sus sentimientos involuntariamente expresados, ponen de relieve leyes que ellos mismos no perciben, pero que el artista sorprende en ellos. En razón de este tipo de observaciones, el vulgo cree que el escritor es malvado, pero lo cree equivocadamente, pues, en algo ridículo, el artista ve una hermosa generalidad, y no la imputa a la persona observada, como tampoco el cirujano la tendría en menor consideración por el hecho de hallarse afectada por una afección circulatoria corriente; así el artista se burla menos que nadie de estos aspectos ridículos. Sin embargo, desafortunadamente para él, librarse de la maldad no le impide librarse de la desgracia; tratándose de sus propias pasiones, aunque conozca igualmente las generalidades, le es menos fácil liberarse de los sufrimientos personales que provocan. Sin duda, cuando un insolente nos insulta, hubiéramos preferido que nos elogiara y, sobre todo, cuando una mujer que adoramos nos traiciona,¡qué no daríamos para que hubiera sido de otra forma! Pero el resentimiento por la injuria, los sufrimientos por el abandono, hubieran entonces sido las tierras que jamás hubiéramos conocido, y cuyo descubrimiento, por penoso que sea para el hombre, se convierte en algo precioso para el artista. Y así los desalmados y los ingratos, a pesar del artista y de ellos mismos, figuran en la obra. El panfletario asocia involuntariamente a su gloria a esos canallas que ha denunciado. Cabe reconocer en toda obra de arte a los que el artista más ha odiado, e incluso a aquellos que más ha amado. En realidad, en el momento mismo en que más le hacían sufrir no hacían otra cosa que posar para el escritor. (A la Recherche…Pléiade 1954, III, 900-901)