Víctor Gómez Pin
Las afirmaciones de Lobo Antunes sobre el peso de la literatura me confirman en el sentimiento de que cualquiera de los grandes de la palabra hubiera podido servir así de trampolín para la exposición de la tesis que aquí vengo defendiendo y a la que intento dar soporte basándome ante todo en la Recherche proustiana. Todo escritor auténtico nos incita a introducir entre nuestras máximas de acción (introducir en las alforjas de nuestra ética), el luchar contra lo que dificulta la asunción por cada hombre de su naturaleza, lo cual obviamente pasa por la confrontación política contra las formas de alienación.
Los que hacen del enriquecimiento del lenguaje la causa final de sus acciones son de alguna manera redentores de nuestra condición; en ellos recaería la misión de reconciliarnos con nuestra naturaleza, mediante el recurso de mostrar su fertilidad y su grandeza. Pues, como ya he señalado en múltiples ocasiones, a diferencia de los discursos teoréticos sobre la singularidad del lenguaje humano, sobre la imposibilidad de reducirlo a un mero código, y sobre su capacidad de infinita renovación, narradores y poetas tienen la ventaja de la praxis. No se limitan a predicar las virtudes del lenguaje, sino que las muestran, convirtiendo así en evidencia la conveniencia de ponerse a su servicio: conveniencia, en suma, de intentar reconciliarnos con lo que constituye el rasgo fundamental de nuestra especie.