Víctor Gómez Pin
Leo las declaraciones de un gerontólogo inglés, que al parecer no es ni médico ni biólogo sino especialista en análisis de datos genéticos, en las que sostiene que nos hallaríamos en el umbral de conseguir que la vida humana se prolongue hasta una media de mil años. Que el tiempo para conseguir el objetivo se dilate más o menos no sería tanto ya una cuestión técnica como de presupuestos, es decir, en última instancia de voluntad política. Obviamente no estoy en condiciones de tomar partido entre los que opinan que Aubrey de Grey (tal es su nombre) es un mero charlatán y los que toman en serio sus programas. En cualquier caso lo que dice me ha planteado una serie de interrogantes. ¿Por qué mil años? cabría preguntarse, a lo cual de Grey responde que se trata sólo de una media estadística, en la que se tiene en cuenta la inevitabilidad de muertes por violencia o mala fortuna: "aunque dejáramos de morir por causas naturales, nada puede garantizar que no sufriremos un atropello o un accidente mortal. Mil años es hoy la posibilidad media que tenemos de sucumbir a una muerte violenta".
Siempre he pensado que la violencia, llevada hasta el extremo de privar a un ser humano de su vida (por ejemplo esa forma que constituye la pena capital) tiene en muchas ocasiones un peso sobre todo simbólico, en razón de que… de todas maneras hay que morirse. Si la violencia mortal sobre niños es vivida como algo particularmente atroz es por ese sentimiento difuso de que los niños aún no están digamos amenazados por la termodinámica, aún no han llegado a la curva que separa el cambio constructivo del cambio destructor, el único para designar el cual Aristóteles utilizaba la palabra tiempo. De ahí que la conjetura del ingeniero de Grey convertiría la violencia contra cualquiera prácticamente en violencia contra un niño, obviamente en el sentido de "inocente", sino de que tiene "su vida por delante".