
Víctor Gómez Pin
"Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ¡Oh Dios! Te doy gracias por no ser como los demás hombres, rapaces, injustos adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias". (Lucas 9,14)
Por lo edificante del contenido y lo adecuado al mismo del estilo, transcribo a continuación párrafos de un texto escrito por una persona que profesa en una universidad pública; texto enviado a unos estudiantes movilizados en razón de causa más o menos lúcida, los cuales al parecer podían interceptar una vía de tránsito e iniciar una huelga de hambre:
"Tan sólo os pido que optéis por acciones…en las que no haya riesgo de que alguien se haga daño, vosotros o alguna persona ajena. Si cortáis la autopista, quizás podáis estar deteniendo a una madre que lleva a urgencias a su hijo enfermo, o un camión con animales que ya sufren suficientemente, y en general gente con problemas graves. Igualmente creo que iniciar una huelga de hambre es correr un riesgo enorme e innecesario…"
La persona que escribe estas líneas ha defendido explícitamente ante mi la necesidad de erigir la capacidad de compasión en criterio fundamental para determinar el grado de eticidad, en lo cual sigue la estela de otros universitarios españoles (La compasión era precisamente el título de un libro publicado en Paidós por un catedrático de la Universidad del País Vasco, que curiosamente había años atrás hecho su tesis sobre Marx). Pero además tal compasión habría de ser experimentada por igual ante todo ser dotado de capacidad perceptiva y en consecuencia de experimentar dolor. Corolario de ello sería la propuesta de homologación en derechos de todos los seres provistos de sensibilidad. Pues a diferencia de una ética sustentada en el respeto a los seres de razón, en la cual no cabe unilateralidad, la ética de la compasión no exige reciprocidad alguna, y se concretiza paradigmáticamente en la actitud franciscana.
Curiosamente la actitud franciscana es una muestra de la singularidad absoluta de la especie humana, es decir, de la única especie animal susceptible de proyectar su sentimiento de fraternidad inclusive a miembros de otra especie, e incluso reconocerse en entes que escapan al registro biológico. Y cuando el "franciscanismo" tiene como objeto a los seres humanos, entonces (dado que la intensidad del sentimiento compasivo suele ser directamente proporcional a la renuncia a trasformar la situación motivadora de tal compasión) la persona que practica tal "ética", tiene la seguridad de poder seguir practicándola durante su entera vida; tendrá siempre la satisfacción de reconocerse a sí misma como estando del buen lado y la posibilidad de seguir dando gracias a Dios por tal hecho.