Víctor Gómez Pin
El artista ha de servir ciertamente a sus semejantes, pero tan sólo puede hacerlo permaneciendo artista. Pues del verdadero fruto se alimenta la comunidad aun sin saberlo. Aquel que proclama el carácter ético de sus motivaciones creadoras es comparable al fariseo que loa su propia sinceridad. Al igual que la auténtica buena acción, el verdadero arte es ético sin proclamarlo, forjándose en el silencio:
"Sentía que no debía preocuparme de diversas teorías literarias que me habían durante un tiempo creado inquietud- concretamente las desarrolladas por la crítica durante el affaire Dreyfus, retomadas durante la guerra, y que en general tendían a ‘sacar al artista de su torre de marfil’, a que tratara de temas no frívolos ni sentimentales, sino descriptivos de grandes movimientos obreros o, en su defecto, grandes masas, en cualquier caso nunca insignificantes ociosos…De hecho, incluso antes de discutir su contenido lógico, tales teorías me parecían denotar en quienes las sostenían una prueba de inferioridad, como un niño realmente bien educado que escuchando en la casa en la es invitado a personas que dicen ‘nosotros no nos andamos con remilgos, hablamos con franqueza’, siente que ello denota una calidad moral inferior a la buena acción pura y simple que no dice nada. El verdadero arte nada tiene que ver con proclamaciones de este tipo y se realiza en silencio." (La Pléiade 3 p. 881.)