Víctor Gómez Pin
El político habla como si aquello que nos presenta como bien común fuera realmente lo que objetivamente le interesa. Y quizás no engañe… siempre y cuando la realización efectiva de tal bien común pase por la realización de su exigencia de poder; exigencia que sería una canalización de su sexualidad.
Mas en la hipótesis de que es imposible canalizar hacia el poder el monto entero de la sexualidad, en la hipótesis de que hombre alguno puede dejar de tener en la mujer referencia última (en razón de que el estatuto ontológico del ser humano no permitiría tal cosa), entonces el parapeto psicológico laboriosamente construido para evitar confrontarse a tal verdad muestra inevitables grietas, a través de las cuales la indigencia y la desazón del sujeto entregado a tal mentira se filtra inevitablemente.
El pobre diablo que cree haber resuelto las quiebras de su sexualidad mediante sublimación en el poder olvida que la correlación de su vida con la de la vida de una mujer (ya sea bajo forma de asunción de quiebra o ausencia) es el imprescindible primer paso para ser un ser social, o sea cabalmente un hombre, puesto que "un hombre solo no es un hombre.
Cierto es que la sexualidad sólo parece llevar a algún tipo de plenitud en singularísimos momentos de kairós, de circunstancia afortunada, de ahí la tendencia a poner entre paréntesis el problema mismo, y en consecuencia (como en todo acto de encubrimiento) a dejar abierta una vía para la falsa confrontación y la mentira.