Por primera vez en cuarenta años –y tras casi 900 muertes-, ETA ha anunciado el fin del fuego. O quizá no. O quizá sí pero no. El día de ayer ha sido uno de los más confusos desde que vivo en España. Y sin embargo, toda la confusión surge de un solo comunicado, y muy breve: el que al mediodía de ayer ha dado a conocer la banda terrorista.
El primer punto discutible es la declaración de un “alto al fuego permanente”. No está claro qué significa eso. Los altos al fuego son temporales. Si son permanentes se llaman propuestas de paz o, en todo caso, rendiciones. “Alto al fuego permanente” es una contradicción en sus términos. Y sin embargo, en el contexto histórico en que está planteado, el término “alto al fuego” implica una diferencia con la historia anterior. La última vez que ETA ofreció dejar de matar llamó a su propuesta “tregua”. Su terminología actual quizá sea semánticamente igual pero, políticamente, implica que no es lo mismo. Y el añadido “permanente” en vez de “indefinido” supone que hay una intención declarada de perpetuidad.
La cuestión entonces es bajo qué condiciones será perpetuo ese alto al fuego. Significativamente, el término “autodeterminación” no aparece en el comunicado, que habla más bien de “un proceso democrático” al final del cual, “los ciudadanos vascos deben tener la palabra y la decisión sobre su futuro”. El Partido Popular y la Asociación de Víctimas del Terrorismo consideran que eso es una llamada al referéndum por la independencia. Pero la definición de ETA parece ofrecer ubicarse entre dos umbrales extremos: el referéndum y la legalización de Batasuna, el brazo político de ETA. Lo más probable es que la negociación con el Estado lleve a algún punto intermedio de ese espectro.
Si bien esos son los límites políticos, los legales son más estrechos. ETA pide que las autoridades de España y Francia –que ha hecho todo lo posible por no sentirse aludida- respondan “dejando a un lado la represión”. Éste punto es el más claro. Su mínimo de negociación es el regreso a las cárceles del país vasco de todos los presos etarras –más de setecientos- repartidos por todo el territorio español. El comunicado sugiere que ése es el primer paso que esperan. Su liberación –al menos parcial- es el segundo. Lo habitual no sería indultarlos, sino promulgar legalmente nuevos beneficios penitenciarios cuyos beneficiarios serían estudiados caso por caso por una comisión.
Referéndum o legalización de Batasuna, acercamiento de los presos o liberación total, parecen ser los dos niveles y los cuatro umbrales que comenzarán a negociarse a partir de este comunicado. El camino será largo y lento. El gobierno y los periodistas han insistido en este punto.
En este contexto, sorprenden las declaraciones del líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, que se declara decepcionado por que los etarras no hayan anunciado su disolución o su rendición ni hayan pedido perdón a las víctimas. Antes, el Partido Popular exigía que se negociase sólo si ETA anunciaba que dejaba las armas. Ahora que anuncia que las deja, el PP quiere que además se humillen, se denigren, se rindan.
Moralmente, el PP quizá tenga razón. Pragmáticamente, buena parte de los españoles parecen dispuestos a aguantar que los etarras no lloren de rodillas si están dispuestos a dejar de matar. Pero políticamente, El PP podría reclamar que esta negociación es posible gracias a los golpes militares que ellos dieron a ETA, golpes irrefutables que la debilitaron al punto de permitir una negociación favorable al Estado español. Y sin embargo, el PP ha optado por mostrarse amargado, antipático, intransigente. Ha tomado la opción maximalista: todo es horrible si no lo hacemos nosotros.
La apuesta es arriesgada. Si el proceso de paz fracasa, Rajoy recogerá los frutos. Pero si se llega a la paz, el PP habrá perdido la oportunidad de formar parte de ella. De hecho, toda la política de Rajoy ha sido maximalista. Si no funciona, el PP se convertirá en el partido que anunció la disolución de la familia con la ley del matrimonio gay, la ruptura de España con el Estatut catalán y la impunidad de los asesinos en el país vasco. De momento, las familias ahí siguen y Cataluña no se ha independizado. Y en el tema vasco, el Partido Popular ha dejado su suerte en manos de ETA. Sólo por eso, y sin quererlo, ha colaborado con el proceso de paz. Nada podría complacer a ETA más que fastidiar al partido de Aznar.