Víctor Gómez Pin
El día mismo en el que leía la crónica sobre la actitud de los espectadores que se niegan a serlo en los tendidos de sol de la plaza de Pamplona, por la puerta abierta del céntrico café de Barcelona en el que me encontraba, los clientes veíamos como un hombre, tras recoger lo que su perro había evacuado junto a un árbol, limpiaba cuidadosamente con un paño el trasero del animal. La que parecía su compañera, contemplaba la escena con sonrisa cómplice y agradecida. Por diferentes que fueran las opiniones de los presentes respecto al papel que juegan las mascotas en nuestras vidas, hubo un común gesto de estupor, no ajeno a cierta molestia. Me vino a la cabeza la habitual queja de las madres por la persistente resistencia de sus compañeros varones al cambio de pañales de los bebés. Esa mínima equidad en la repartición de tareas poco gratas, tan difícil de alcanzar con respecto a los niños, ¿sería ya realidad tratándose de las mascotas? Más allá de esta reflexión irónica, una idea se imponía: ¿qué ha ocurrido para que, tras la imagen de seres humanos recogiendo la deyección de un perro, llegue a ser aceptable la más tremenda del primero limpiando el trasero del segundo? Los párrafos que siguen hacen contrapunto.
Entrevista (escuchada parcialmente, de ahí que sólo puedo dar detalles) en una emisora de radio a dos muchachas que habitan una zona rural, y no sólo cultivan tierras, sino que crían ganado. Sus fincas deben ser cercanas a alguna urbanización veraniega, pues a un momento dado una de ellas se lamenta: “ la gente pasea con sus perros y los perros en cuanto ven una oveja les atrae…” Frase expresiva de que la joven tiene claro que por desvirtuado que un perro esté en sus inclinaciones por su homologación a un miembro de la familia humana, la naturaleza canina retorna en cuanto la ocasión se presenta, Ye en relación a la dificultad que todo ello acarrea a la hora de mantener un rebaño en seguridad, la otra joven afirma “ tendríamos que tener mastines… pero los mastines se enfrentan a todo lo que amenace al rebaño…” El periodista olfatea que ahí hay problema que trasciende los propósitos del programa …e intenta deslizarse a un problema contiguo, con inteligencia, pero sin éxito. Pues la misma joven exclama a un momento dado “¡si vivieran con animales!” poniendo de relieve las contradicciones de la ética sustentada en la homologación de humanos y animales y la ética que ve en el bien del ser humano el objetivo de todo comportamiento digno. No entreveo solución en este asunto, sutura para esta diferencia que puede radicalizarse entre dos visiones de nuestro lazo con los animales que forman ya parte de nuestra cultura.
A defecto de racional justificación, los actos de los hombres sí tienen siempre una explicación. Y en los casos que evoco, ésta es sencilla: la exigencia moral de cuidado de los animales que forman parte de nuestro entorno (exigencia a la cual respondía espontáneamente el pastor al que su mastín garantizaba la seguridad del rebaño), se ha elevado hasta hacerse homologable a la emoción que en un ser humano produce el palpitar de un niño. El sentimiento producido por la percepción de la intrínseca fragilidad de un ser potencialmente de lenguaje, ha llegado a ser provocada por un ser meramente vivo. La ternura ante un ser que llegará a compartir con uno la palabra, ha sido extendida a seres que meramente compartirán con uno la vida.
 
				