Víctor Gómez Pin
Mueve al filósofo el deseo de retornar a la frontera en la que, por arrancar a hablar, se separó de su mera animalidad, convirtiéndose en animal de razón. Y ello no para regresar a la etapa previa, para recuperar su animalidad plena, sino para venir a ser espejo en el que tal frontera se reconoce, y contemplar el desarraigo intrínseco respecto a la condición natural que la misma supone. Y aquí un segundo propósito.
Asumiendo que la razón y el lenguaje son el marco al que se adapta todo lo que acontece para el hombre y todo proyecto que este emprende, mueve al filósofo la exigencia de apurar la potencia de esas facultades, aspirando a alcanzar un extremo que es simétrico del origen en la animalidad. Aspiración paradigmáticamente representada por el proyecto platónico de explorar el campo de las ideas hasta descubrir la fuente de ese poder que les hace filtrar tanto nuestra percepción del entorno natural, como el lazo con los otros seres de razón y hasta ese origen del sentimiento de subjetividad que es el “diálogo consigo mismo”. Encontrar, por ejemplo, la razón de que las ideas matemáticas ordenen la música y posibiliten la construcción de pirámides. Esta segunda aspiración encierra quizás la misma dificultad que el proyecto de alcanzar el horizonte. Y ello en razón de que, como indica el texto de Octavio Paz, somos tierra, y la tierra (platónica “cárcel del alma”) se resiste a aquello que la empapa y permite reconocerla como tierra, de tal manera que “el verbo se despeña” y, en consecuencia, no ignorando ser tierra, el ser hablante se sabe “desterrado en la tierra”.