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Glamour en vacaciones

Por 8 de agosto de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

La etimología suele ser una ciencia muy edificante e ilustrativa de las historietas humanas, siempre que se practique con un mínimo rigor científico, porque tradicionalmente se ha empleado con alegría hortelana, ya no solo entre los vascos, donde ha servido para aliñar incontables gansadas racistas, oteizianas y sabinianas, sino en general y desde la antigüedad, porque no hay más que fijarse en la Biblia, cuyo  texto rebosa etimologías populares, que ninguna resiste un examen serio, o en la Odisea, donde el poeta hace muchas veces juegos de palabras con sonsonetes seudoetimológicos, como cuando dispone que Laertes dé una explicación populachera del origen del nombre de Ulises.
Una etimología curiosa es la de glamour, que está reputado como galicismo, cuando viene del inglés. Algunos entendidos proponen que proceda del antiguo germánico glaem (brillo) que da el inglés gleam y el alemán glanz. Mas no hay tal, crean al experto, porque todos los indicios apuntan a que glamour provenga de grammar que, pronunciado a la escocesa, derivó hasta su son actual.  Como los más avezados quizá supongan, grammar no es sino ‘grammatica’ prestado por vía latina. Pero en origen, o sea, en griego, gramática viene a ser ‘la ciencia de las letras’. Glamour significó originalmente encantamiento o conjuro mágico, en virtud de un poder atribuido secretamente a las letras,  las guardianas del encanto, quién lo iba a pensar, compañeros poetas.
Otra etimología con trastienda es la de gopor (cuenco de madera, en vasco), que viene de caupolus (en latín, bote, pequeña barca, y por extensión, pieza de madera ahuecada en forma de bote o barquichuela). Aquí tendré que explicarme un poco más, porque ha de comparecer sin falta el filólogo vasco de guardia (es para alucinar y no creer la mara de licenciados en filología vasca por cáspita de que disfrutamos en estos pagos, me aseguran que los filólogos catalanes también asuelan la comarca en legión vifrédica y pilosa, pero lo verdaderamente increíble es la ignorancia con incontestable derecho a decidir que tienen en las nociones más elementales de su ciencia) y denunciará con la severidad propia de su sacerdocio que gopor no puede venir de caupolus, primero porque no se parecen en nada, ni hay noticia de que Mitxelena dejara instrucciones al respecto, y segundo, porque es imposible metafísico que nuestro puro neolítico venga de un extranjero represor.
Vaya ahí un curso portátil y comprimido de la materia en dos parrafadas: la mayor parte del vocabulario actual del vasco, un bien holgado ochenta por ciento, procede del latín y los romances, y se deben igualmente al latín la conjugación perifrástica y el participio pasivo, así como la parte más medular de la fonética, la morfología y la sintaxis de la lengua vasca actual. Hay además una parte fundamental en el vocabulario vasco que es de origen celta y otra, todavía más antigua, de procedencia lusitánica. Estos últimos préstamos se naturalizaron ya en aquitano, porque el vasco en sí no se formó hasta que el aglomerado de aquitano, celta y antiguo lusitánico, se topó y convivió con el latín. Por fin, la parte más antigua del vasco deriva del mencionado aquitano pero, como es natural, transformado y erosionado.
Cuando el vasco naturalizaba un préstamo, regía la ley de sonorizar las sordas iniciales, eso quiere decir que P-T-K se vasquizaba como B-D-G. Otra ley más antigua, regente ya en aquitano, es que enmudecía la

inicial de los préstamos. En esto, el vasco se ha conducido como el árabe y el ibérico. De ahí que el término indoeuropeo pilis (‘fortaleza’, emparentado con el griego polis) haya dado en aquitano e ibérico ‘ili’, y más tarde en vasco ‘iri’, y haya servido para elucubrar muchas fantasmadas sobre el vascoiberismo. También es preciso tener en cuenta que el aquitano no presentaba inicial en su vocabulario, lo cual suele servir como indicio para detectar préstamos casi siempre célticos y latinos en vasco, como es el caso del río Deba en Guipúzcoa y el monte Deio en Navarra, que son topónimos celtas. De modo que, por liquidar el excurso, el cau– latino daba gau– en vasco (por ejemplo, causa dio gauza) cuando se tomaba del latín más antiguo, y go– cuando era del latín más decadente, como es el caso de gopor derivado de caupolus > gopolus.

 
Hasta el siglo pasado, sin ir más lejos, existía en vasco la locución (g)opor egin, que literalmente era hacer cuenco, o sea, hacer hueco, con el significado lato de fallar, faltar al trabajo, a la carlistada, o en general allá donde se esperaba el esforzado concurso del vasco cumplidor de su palabra, y era por aquello de que se dejaba un hueco en las prietas filas. Cuando la superioridad que vela por la pureza idiomática tuvo noticia de dicha locución popular, decidió decretar que oporrak significara vacaciones. Esa forma de legislar el léxico, sin miramiento por la desmedrada tradición literaria ni por los hablantes naturales, tiene la ventaja de ser obedecida en el acto por la gran tropa de fieles acorazados por la ignorancia voluntariosa. Porque cuencos de madera no necesitamos, pero sí un término para decir vacaciones, que no sea un préstamo y parezca muy vasco, porque el enemigo no ceja en su empeño represor de poner en duda nuestra pureza neolítica. 
 
Pues bien, érase una vez, allá por los años 50-60 del siglo pasado, una maestra de Narbarte destinada a la villa de Eibar, donde tuvo entre sus alumnos a un niño de acendrada raigambre rural, que se llamaba Andoni y apenas hablaba castellano, ni casi nada. En aquellos tiempos franquistas, en la escuela nacional primaria de Eibar, contra lo sostenido y trompeteado por el tópico, también se daban clases de vasco y se enseñaba a escribirlo y traducirlo al castellano a chavales como Andoni. Y la maestra de Narbarte tenía debilidad por su Andoni, que era más bien llorón, y balbuceaba un vascuence encogido. Un día surtió un examen de vasco para la plebe parvularia y en el trance había que traducir determinadas expresiones al castellano. Estaba la maestra de Narbarte vigilando las prietas filas de infantes eibarreses haciendo el examen, y vio que Andoni no sabía qué era ‘oporretan’ y hacía pucheros. Entonces decidió ayudar a su enchufado, y le chivó muy bajito ‘en los cuencos’.
 
Andoni obtuvo un suspenso cum pitorreo, porque en la nueva normativa vigorosa ‘oporretan’ era ‘en vacaciones’, para asombro de la maestra de Narbarte, que sabía verdaderamente vasco, a diferencia de las demás maestras, que sostenían la nueva acepción dictada por la superioridad con la fe que solo podía prestarles su ignorancia indiscutible. Muchos años después, la maestra  jubilada se reía cuando nos contaba las conversaciones surrealistas que tenía con aquellas docentes patrioteras.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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