
Eder. Óleo de Irene Gracia
Eduardo Gil Bera
Un amigo ha tenido la amabilidad de hacerme llegar la primera reseña de ‘especialista’ que ha tenido mi libro Ninguno es mi nombre, se trata la escrita por Juan Piquero, figurante en el área de filología griega y lingüística indoeuropea de la Complutense, que ha aparecido en el nº 142 de la revista Estudios Clásicos.
He pensado que no debía contestar. Lo primero es que este reseñante no sabe leer griego, habilidad exótica y superflua en su profesión, pero que yo absurdamente me empeño en considerar necesaria, cuando uno se pone a juzgar si una inscripción se interpreta o no con propiedad. Y lo segundo, que su cultura en el ramo es de nivel Maribel. Pero mi amigo insiste en que siquiera le explique a él en qué se columpia el presunto especialista, y añade que debo vencer mi pereza para hacer saber mi posición a los aficionados de buena fe.
Seguramente tiene razón, de modo que voy a intentar replicar a las ignorancias de mayor bulto.
Sostiene Piquero que parto de una manipulación del pasaje de Diógenes Laercio (1.38) que habla de “otro Tales muy antiguo”. Un verdadero especialista, o al menos un merecedor de la beca ministerial, sabría que Laercio se refiere en ese pasaje a Taletas (variante dórica de Tales, o sea, se trata de un caso semejante a que alguien llamado Juan se haga llamar Joan cuando emigra a Cataluña) de Gortina, legislador, músico y poeta nacido en dicha polis cretense poco antes de mediados del siglo VII a. C. Este Taletas es el mismo al que Aristóteles atribuye la introducción de la homosexualidad legislada, por medio de Licurgo, en Atenas, y el mismo del que habla Platón en República (X, 599-600). De hecho, alguien que sepa griego clásico notará que Platón y otros autores citan a Tales tanto en la variante dórica como en la jónica, lo cual constituye un indicio, quizá débil, pero sin duda llamativo, de que en realidad se trataba de un solo personaje. Que Taletas de Gortina y Tales de Mileto fueron la misma persona es, desde luego, una deducción mía que, como otras, se verá confirmada en el caso de haya vida inteligente entre los helenistas de las generaciones venideras.
Mi propuesta de lectura del pasaje laerciano donde se habla de cómo Tales llegó a Mileto (22) es que donde dice “ekpesonti phoinikes” ("expulsado fenicio", que si bien se mira es un sinsentido) se contemple la hipótesis de trabajo de “ekpesonti phoinikistes” (depuesto de fenecista). Como se ve, propongo otra acepción, otro matiz, si se prefiere, del mismo verbo; en cambio, sugiero que hubo de tratarse de otro sustantivo, porque ya muchísimo antes de Diógenes Laercio, en la época de Heródoto, "phoinikistes" era un arcaísmo que nadie entendía y se había asimilado a "phoinikes". Me parece, quizá ingenuamente, que eso no ha de llamarse manipulación, sino sencillamente propuesta o hipótesis de trabajo.
Piquero ignora por completo que la cuestión del malentendido sobre phoinikistes (que significa fenicista, o sea, hacedor de signos fenicios, o sea, escriba y alto cargo legislativo, sagrado y profano en las poleis de la antigüedad) en la Anábasis fue observada hace tiempo, aunque he sido yo quien la ha resuelto. Me permito citar —¿para qué modestia in dürftiger Zeit?— la felicitación que me ha hecho llegar el profesor Robert L. Fowler, catedrático de griego del Department of Classics and Ancient History, School of Humanities, de la universidad de Bristol: Congratulations on your acumen by the way of getting the interpretation of Xen. Anab. 1.2.20 right. The meaning of phoinikistes there is recognised only in the 1996 Supplement to LSJ, and then only with ‘perhaps’.
Que en la estatuilla de Opíleks pone Opíleks, dame paciencia oh diosa, no vale la pena discutirlo. Podría Piquero haber dicho que la fotografía es poco nítida —es la misma que publicó el equipo de arqueólogos que la desenterró en la acrópolis de Gortina, en los años 50 del pasado siglo— o alguna otra cosilla valerosa, pero es indudable que le irá mejor si no hace blasón de su ignorancia. Bueno, esto último no es indudable.
Los interesados en este punto pueden ver el croquis de la estatuilla que hizo la muy meritoria estudiosa Lilian Hamilton Jeffery en esta página, que fue la que me puso sobre la pista de que los helenistas andaban ciertamente ayunos este punto capital.
¿Qué más? Me parece excesivo, incluso habida cuenta de la ignaridad satisfecha que ostenta el reseñante, tener que explicar que idesthai se emplea como aoristo de orao. En todo caso, dirigiéndome ahora a verdaderos interesados, recomiendo leer la tesis de Valentina Garulli “Il Peri Poieton di Lobone di Argo. Eikasmos Studi 10. Bologna: Pàtron Editore 2004” donde se trata del epigrama dórico que yo atribuyo a Tales, para hacerse una idea de dónde estaba la posición de los auténticos estudiosos del asunto, y hasta qué punto mi propuesta resuelve la cuestión.
Naturalmente, mi libro contiene suposiciones y conclusiones más o menos problemáticas, pero creo que está claro para el lector inteligente, no importa que sea profano en griego y en cuestiones homéricas, que la autoría de la Odisea —que desde el punto de vista dialectológico se percibe como poema dórico jonificado— por Tales es algo que deberá tenerse seriamente en cuenta.
Ya me gustaría tener oponentes de más talla, pero es lo que hay, amigos.