
Eder. Óleo de Irene Gracia
Juan Pablo Meneses
En Montegrande están orgullosos de vivir en el pueblo donde nació Gabriela Mistral. Una imponente estatua de la poeta, junto a dos pequeños alumnos, da la bienvenida al lugar.
Ha pasado un tiempo del 50 aniversario de su muerte, pero la vendedora de bebidas heladas de la plaza sigue emocionada recordando los homenajes, las visitas ilustres, los discursos, los arreglos florales al mausoleo, los autos importantes que llegaron aquel día, y las placas recordatorias nuevas que se sumaron.
El significativo aniversario del fallecimiento de la primera Premio Nobel de Literatura de Chile, y de Latinoamérica, fue noticia nacional. Pero claro, como lo dice su definición, la noticia fue breve. Y se olvidó tan rápido como el periódico de ayer. Como si en Chile todos supieran de antemano que el único legado definitivo de la Mistral terminará siendo uno mucho más silvestre: ser la cara del billete de 5 mil pesos.
Quizás por eso en Montegrande esté el único cajero automático de varios pueblos a la redonda. O que su mausoleo se ve totalmente ahorcado entre viñedos que prometen muchos ingresos a sus dueños y las grandes pisqueras. Y que su museo, donde el único fin parece ser demostrar que Lucila nació aquí y no en Vicuña, no sea otra cosa que un pobrísimo rejunte de trastos viejos y documentos mal fotocopiados que apenas se leen.
Cuando uno visita el pueblo de algún escritor o poeta admirado, un plan es sentarse en la plaza central a leer algo de dicho autor y tratar de entenderlo un poco más. Con Jorge Teillier, leyéndolo en la actual plaza Jorge Teillier de Lautaro, me dio resultado.
En este caso, seguramente la imprudencia fue mía al llegar a Montegrande sin ningún libro de Gabriela Mistral bajo el brazo. Viajera incansable en tiempos en que pocos viajaban, el programa de releer a nuestra premio Nobel en su pueblo natal – del que tanto escribió y a cuyos niños les legó parte de su derechos- se fue apagando rápido. En todo Montegrande no está a la venta ningún trabajo de Gabriela Mistral. Y no sólo eso, en la casa-museo no hay libro alguno de la poeta: ni expuesto ni para que el visitante lo lea. Los artesanos, que venden de todo, prefieren – con buen ojo comercial- ofrecer piedras o aceites o sacacorchos, antes que poemas. En todo Montegrande no existe una sola biblioteca pública, y para intentar algo sólo queda ir hasta Paihuano en horario de oficina.
En resumen: pese al mausoleo, aquí en Montegrande no está Gabriela Mistral.
A más de 50 años de su muerte, Lucila Godoy Alcayaga sigue siendo un misterio que Chile no logra – ni intenta- resolver. No es casual que en el extranjero la reconocieran mucho más – y antes- que en casa. El solo hecho de imaginar que una mujer nacida en este escondido pueblo a fines del siglo 19 llegara a donde llegó, es algo que parece imposible incluso para los niños que nacen hoy en Montegrande.
Y eso, ella no sólo lo sabía: también lo recitaba.
@menesesportatil