
Eder. Óleo de Irene Gracia
Juan Pablo Meneses
Me piden de una revista mexicana que piense en el viaje de mi vida. Y aunque les escribo que okey, que lo escribiré, que les confirmo fechas la próxima semana y gracias por la propuesta y saludos y chao, finalmente, luego de responder el mail, me quedo pensando en cuál ha sido el viaje de mi vida. Peor aún, me quedo pensando en cuál ha sido mi vida. Y sus viajes.
Al rato hago encuestas. Una amiga me dice que el viaje de su vida fue en mochila por Europa, recién salida del colegio en Cali, Colombia. Me dice que fueron meses de meses de abrirse libremente al mundo, dejando atrás un círculo de amistades chismosas, además de guardaespaldas, sicarios, balas de plomo partiendo cráneos y secuestros de familiares y amigos. Otro me cuenta que su gran viaje fue a la carretera austral en auto, desde Santiago. Cuatro semanas solo con su papá, con quien por entonces se hablaba poco y nada: a la vuelta del viaje habían hablado de todo, además, claro, de haber ido juntos a putas en Puerto Montt, de haberse emborrachado hasta vomitar en una cantina de madera mientras afuera nevaba y de haber reído tanto, tanto, tanto, que cuando lo recuerda le dan ganas de llorar.
¿Cuál ha sido el viaje de tu vida? La pregunta es simple, aunque Chatwin hizo de su respuesta una profesión. La vida y los viajes a veces se complican y precisamente en esos momentos, por lo general, es cuando se nos hacen inolvidables. Es lo que le pasó a otra amiga, una que recorrió el mundo como instructora de esquí y que dice que el viaje de su vida fue a los 16 años, cuando le tocó su etapa de intercambio a Estados Unidos. Pero a ese Estados Unidos de los viajes de intercambio. Es decir, a un pueblo perdido, terriblemente fofo y con colesterol hasta en los semáforos, de autos grandes y viejos y banderas USA en las chaquetas y donde, finalmente, como casi todos, lo pasó pésimo en el intercambio famoso. En ese viaje tuvo que enfrentar tantas dificultades sola, que a partir de entonces su vida cambió. Otro me dice que el viaje de su vida todavía no lo hace, que lo hará pronto. Me jura que lo hará pronto. Que un día mandará todo al carajo y que pronto (repite la palabra pronto cada cinco frases) dejará el trabajo que detesta, el buen puesto que no lo enorgullece, los planes de previsión que no lo tranquilizan y saldrá de viaje a recorrer el mundo que sabe que se está perdiendo por tener que responderle a no sabe quién.
Quiero creer que a lo largo de nuestra vida tenemos varios viaje de la vida. Que en más de una ocasión todo cruje, todo cambia, la perspectiva se da vuelta y las cosas se sacuden y de ser así, como espero que sea, el problema estaría en elegir uno de esos viajes.
A veces pienso que el viaje de mi vida fue a Boston, cuando mi hermano estudiaba en Harvard. Llegaba la oveja negra a visitar a la estrella de la familia. Después de varias semanas desorientado en el entorno triunfalista de Cambridge, obviamente salí disparado. Escupido por la situación. Dando botes en autos y trenes hasta terminar en Miami, en la casa de una vieja colombiana que conocí en el Amtrak, tras recorrer toda la costa Este pensando que mi vida sí que era mínima. Otras veces, imagino que todo cambió un verano de hace mil años, cuando mi amigo Tuna contó que su papá tenía una casa desocupada en El Tabo y entonces, en grupo de amigos, nos pasamos todas las noches de medio verano recorriendo discotecas desde El Quisco a Cartagena, ida y vuelta, cuando esa zona ya era, y de lejos, la más bizarra de Chile. O puede ser que el viaje de mi vida haya sido el que hice a Aguaviva, un perdido y seco pueblo del interior de España a donde llegué haciéndole dedo a un camión. Iba obsesionado por contar la historia del lugar, un pueblo de viejos españoles repoblado con niños argentinos. Un lugar aburrido y caluroso, al que llegué por voluntad propia y, lo que es peor, gastándome más de la mitad del premio de un concurso de crónicas con el que supuestamente viviría todo un año. O cuando me fui de chico de campamento con mis hermanos y mi padre. O cuando fui al Mundial de Francia compartiendo hoteles con Leonel Sánchez y Chamaco Valdés. O cuando volé de Barcelona a Buenos Aires pensando en alargar para siempre lo vivido en la habitación 503 del hotel Cisneros.
¿Cuál ha sido el viaje de tu vida? En mi caso, la pregunta está abierta y me queda una semana para responderles a los mexicanos. Por lo menos ya tengo claro que, al igual que en las buenas crónicas de viajes, lo más importante del viaje de la vida es qué te sucedió aquella vez. Y que lo menos relevante, como siempre, es el lugar físico donde todo pasó.
@menesesportatil