
Eder. Óleo de Irene Gracia
Eduardo Gil Bera
No habrá, desde su puesta de largo en la Poética de Aristóteles, metáfora más frecuentada que la del escenario. Los políticos y los médicos, los economistas y los publicitarios, todos hablan de escenarios. Un uso particularmente sobrecogedor se puede leer en los textos de Freud y sus epígonos, sobre todo Biswanger, cuyo personaje más famoso, Ellen West, describe su estar en el mundo como un escenario con todas las salidas cerradas por gente armada.
Ahora, donde más se distingue la metáfora escenario es en la literatura y sus emanaciones tipo cine o internet. Entonces, ¿por qué le llamamos voz, si es un texto, y por qué decimos tener voz propia o hacer voces, si hablamos de un texto? Pues porque hay voces que tejen un escenario. Es el caso de la escritura de Bonilla, que ha publicado Prohibido entrar sin pantalones, una novela de escenario y temperamento, abigarrada y profética, con el poeta Maiakovski como protagonista en un tablado perdido de voces: yo mismo me veo en tales textos y no me asombro, lo encuentro natural. Esta novela atrevida también es una biografía, y buena, de un poeta que creíamos conocer. Y un fragmento de la historia de la literatura ilustrado con ambición. Aquí tampoco hay azar, el estrechamiento del espacio vital no deja margen, el escenario tiene gente armada en las salidas, y llega el futuro, que ya no es lo que era.