
Eder. Óleo de Irene Gracia
Eduardo Gil Bera
La fortificación de los Pirineos con una línea defensiva emuladora de las célebres Maginot, Sigfrido o Hindeburg, fue un proyecto que la jerarquía franquista tuvo presente desde el mismo final de la Guerra Civil. La derrota alemana en Stalingrado hizo temer que el colapso del frente nazi acabara a no muy largo plazo con una invasión aliada de España, y provocó la inmediata puesta en marcha del plan de construcción de diez mil elementos de fortificación, búnkers, nidos y centros de resistencia, a lo largo de los Pirineos y, en especial, en los lugares considerados más practicables para la temida invasión, que eran los pasos fronterizos de Guipúzcoa, Navarra y Gerona. Se preveía que las construcciones serían erigidas y dotadas por setenta mil soldados.
Pese a sus dimensiones e ingentes necesidades en material y dotaciones,la Línea Pirineos debía ser una gran infraestructura defensiva construida en secreto. Entre 1943 y 1947, el presupuesto de Defensa subió más del 150%. Muchos pueblos albergaban a destacamentos enteros, que doblaban y triplicaban el número de habitantes de la población original. Los soldados eran de reemplazo; los llamados desafectos no se consideraban adecuados para la construcción del gran secreto defensivo y estaban englobados en batallones de castigo que trabajaban principalmente en la construcción de carreteras.
La impermeabilización de la reserva espiritual no fue tan hermética como se proyectó. Al final se construyeron unos seis mil elementos de fortificación, algo más de la mitad prevista, y se movilizaron unos doce mil soldados.
El grado de operatividad de la Línea Pirineos para rechazar la temida invasión a gran escala oscilaría entre nulo y ninguno. El criterio empleado en el establecimiento y orientación de las fortificaciones era tan secreto que resulta imposible de determinar, se diría que cada destacamento tenía el suyo. Muchas líneas de tiro aparecen cegadas, quizá por aquello del camuflaje, y otras demuestran un concepto militar escarmentado en la guerra de Marruecos o la retirada de Teruel, pero totalmente ignorante de operaciones como desembarcos y lanzamientos masivos de paracaidistas.
El domingo 25 de mayo de 1947, un sargento del destacamento estacionado en Oyeregui se dirigió con algunos acompañantes a una casa aislada en el término de Otaltzu, en Narbarte. En la casa se encontraban ese día el matrimonio formado por José Antonio, llamado “Renteri” por su procedencia de Rentería, su esposa Magdalena, y su hijo más joven, Hipólito, de quince años de edad. El matrimonio jugaba a las cartas en la cocina, y el hijo estaba en la cama. El sargento cortejaba a una hermana de Magdalena que solía visitar a la familia. “Renteri” se oponía a la relación, no le gustaba el sargento, y había prohibido a su cuñada que trajera aquel hombre a casa.
La puerta de la casa era de un solo batiente que los llegados no pudieron derribar. El sargento disparó entonces por la ventana de la cocina, esa que ahora abrazan las zarzas, y mató a José Antonio y Magdalena. El joven Hipólito también fue tiroteado y murió después, pero llegó a sobrevivir lo suficiente para contar lo sucedido.
Otaltzu está a dos kilómetros de Narbarte por un camino escarpado, lo que suponía unos veinte minutos a caballo. La situación en un collado pegante al señorío de Bertiz hace que el paraje no sea visible desde ningún lugar habitado y que ni siquiera los gritos o los disparos se oyeran desde el pueblo. El sargento llevó el cinismo al extremo de dar luego parte de un ataque de los maquis que habrían asesinado a la familia. Al cabo, los maquis y el contubernio internacional eran los malvados acechantes de los españoles de bien que la Línea Pirineos pretendía proteger.
Un edil del concejo de Narbarte dijo vivamente al capitán del destacamento que el sargento merecía ser atado a cuatro mulos de los que transportaban material y descuartizado. El capitán prometió a los concejantes de Narbarte un fusilamiento secreto, pero a cambio nadie debía hablar de lo sucedido, los asesinatos debían quedar igualmente secretos “a las buenas, o bajo pena de muerte”. Naturalmente, era un forma de salir del paso, todo quedó en unos traslados, el sempiterno fuese y no hubo nada, y se echó tierra al asunto. Por supuesto, ningún periódico publicó una línea al respecto. La Línea Pirineos no existía a ningún efecto público.
Era, además, el momento en que, después del cierre de la frontera francesa en 1946, Polonia, Unión Soviética, Francia y México, pidieron en la ONU la condena a España como país agresivo por la construcción de fortificaciones en el Pirineo. La petición fue rechazada gracias al apoyo de Gran Bretaña. Por su parte, el representante de Estados Unidos comunicó el resultado de una investigación que concluía el caracter defensivo de las fortificaciones.
Con todo, el crimen de Otaltzu, con la decisión de las autoridades de impedir que fuera conocido, supuso un punto de inflexión. La construcción de la Línea Pirineos se ralentizó. En 1948, hubo una reorganización de los reemplazos, materiales y fondos, de modo que el ritmo de construcción descendió, hasta que, tras la visita de Eisenhower en 1953, Franco se convenció de que España no sería invadida y la Línea Pirineos fue abandonada.
El mes pasado se cumplió el 65º aniversario del crimen de Otaltzu. La casa abandonada está a punto de ser sumergida por el manso oleaje del bosque. Es cierto que las cosas duran más que las personas, pero tampoco mucho más.