
Ficha técnica
Título: Lionel Asbo. El estado de Inglaterra | Autor: Martin Amis | Traducción: Jesús Zulaika | Editorial: Anagrama |Colección: Panorama de narrativas | Páginas: 360 | ISBN 978-84-339-7880-6 | Precio: 19,90 euros
Lionel Asbo. El estado de Inglaterra
Martin Amis
Desmond Pepperdine es un adolescente que vive en un sórdido suburbio londinense al cuidado de su abuela; su madre ha muerto y nadie sabe a ciencia cierta quién es su padre. En la misma casa vive también su tío, Lionel Asbo, un delincuente de poca monta que ejerce de mentor e imparte a Desmond valiosas lecciones: desde instruirlo en las delicias del porno por Internet a explicarle cómo alimentar a sus dos pitbulls con una dieta a base de Tabasco.
Pero Desmond es un adolescente sensible, amante de la lectura, que aspira a enamorarse de una mujer cariñosa y real en lugar de fantasear con tías buenas en webs porno. El chico está decidido a dejar atrás esa barriada inmunda por medio de la educación, mientras que las aspiraciones de Lionel se limitan a pasar su vida entre trabajillos de matón y trapicheos con objetos robados, y periódicas estancias en la cárcel como consecuencia de estas actividades.
Durante una de sus estancias entre rejas, Lionel le pide a su sobrino que le rellene un boleto de la loto. El azar lanza sus dados y de la noche a la mañana el convicto se convierte en millonario. Esto, que podría resultar una noticia estupenda para la desestructurada familia, quizá no lo sea. Un lumpen convertido en repentino millonario es carnaza para los tabloides y un amante de los pitbulls no parece una persona con el equilibrio necesario para afrontar un cambio tan radical de vida. Y al final esa máxima que dice que el dinero no da la felicidad resulta ser brutalmente cierta.
Visceral, salvaje, provocadora, esta sátira sobre el desmoronamiento de la vieja Inglaterra en manos de hooligans y de tabloides tiene un fondo de crónica social al modo dickensiano, pero también conecta con el humor británico más transgresor, ese que provoca la carcajada arreando una bofetada en plena cara. El resultado es una mirada certera sobre realidades incómodas, una novela incisiva y descacharrante.
Primera parte
¿Quién dejó entrar a los perros?
… Ésta, nos tememos, va a ser la cuestión.
¿Quién dejó entrar a los perros?
¿Quién dejó entrar a los perros?
¿Quién?
¿Quién?
2006: DESMOND PEPPERDINE, CHICO DEL RENACIMIENTO
1
Querida Jennaveieve:
Estoy teniendo una aventura con una mujer mayor. Es una dama de cierta sofisticación, lo cual supone un cambio con respecto a las quinceañeras que conozco (Alektra, por ejemplo, o Chanel.) El sexo es fantástico y creo que estoy enamorado. Pero hay una complicación grave y es la siguiente; ¡es mi abuela!
Desmond Pepperdine (Desmond, Des, Desi), autor de esta misiva, tenía quince años y medio. Y su letra, actualmente, era tímidamente elegante; las letras se le inclinaban hacia atrás, pero él, con paciencia, las fue enderezando hacia delante, y cuando todo alcanzó una suave armonía empezó a añadirle pequeñas florituras (la e, claramente ornada, era como una w acostada hacia un lado). Al utilizar el ordenador que ahora compartía con su tío, Des se había dado a sí mismo un curso de caligrafía, entre otros varios.
En el lado positivo, la diferencia de edad es sorprendentemente
Tachó esto último, y siguió escribiendo:
Todo empezó hace quince días, cuando mi abuela llamó a la puerta y dijo cariño, tengo otra vez problemas con la fontanería. Y yo le dije ¿abuela? Iré ahora mismo. Vive en un pequeño apartamento en los bajos de una casa que está a un kilómetro y medio de la mía, y siempre tiene problemas con las tuberías. Yo no soy fontanero, pero aprendí un poco con el tío George, que se dedica a eso. Le arreglé la avería, y me dijo por qué no te quedas a tomar unas copitas.
Caligrafía (y sociología, y antropología, y psicología), pero aún no había llegado a la puntuación. Manejaba bien la ortografía, pero sabía bien lo flojo que estaba en puntuación porque acababa de empezar un curso sobre la materia. Y la puntuación, intuía (bastante acertadamente), era casi un arte.
Así que nos tomamos unos Dubonnet, algo que yo no estoy acostumbrado a beber, y ella no paraba de echarme esas miradas raras. Siempre tenía puestos a los Beatles y ahora estaban sonando todas las canciones lentas, como Golden Slumber’s, Yesterday y She’s Leaving Home. Y entonces mi abuela dijo qué calor y me voy a poner el camisón. ¡Y volvió con un picardías!
Intentaba darse a sí mismo una educación -no en Squeers Free, del que hacía poco había leído en la Diston Gazette que era el peor colegio de Inglaterra-. Pero su comprensión del planeta y del universo tenía lagunas inconcebibles. Una y otra vez se asombraba de la ingente cantidad de cosas que no sabía.
Así que tomamos unas copitas más, y yo empezaba a darme cuenta de lo bien que se conservaba mi abuela. Se cuida mucho, y está francamente en forma si tenemos en cuenta la vida que ha llevado. Así que al cabo de unas copitas más me preguntó ¿no te estás asando con este blazer? ¡Ven aquí, guapo, y dame un abrazo! ¿Qué podía hacer yo? Me puso la mano en el muslo y la fue subiendo pantalones arriba. Bueno, soy humano, ¿no? En el equipo de música sonaba I Should’ve Known Better, pero entre una cosa y la otra… ¡fue alucinante!