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En la avenida Telegraph

Por 31 de octubre de 2011 Sin comentarios

Edmundo Paz Soldán

Lo primero que recuerdo de Berkeley es el C’est Café, en la esquina de la avenida Telegraph y Bancroft Way. En ese café nos reuníamos los estudiantes del doctorado de literatura latinoamericana; servía como lugar de discusión para las últimas ocurrencias teóricas de nuestros célebres profesores -Antonio Cornejo Polar, Julio Ramos, Francine Masiello–, y también como una suerte de oficina improvisada donde recibíamos a los estudiantes de la licenciatura en Español, de quienes éramos sus profesores de lenguaje. Pero había más: las ventanas de ese café eran un lugar privilegiado para ver pasar la fauna que discurría por Telegraph, la avenida más emblemática y concurrida de la ciudad. En ese entonces, principios de los noventa, Berkeley ya no era del todo una ciudad hippie, la cuna de la contracultura de los sesenta, aunque todavía no había muerto ese espíritu: circulaban por ahí chicos y chicas en tye-dyes, voluntariosos deadheads (groupies de The Grateful Dead). Pero los hippies también competían con los punks, que ofrecían su mercancía en las veredas -botas militares, manillas de metal, cadenas, pipas para fumar yerba-, los goths, que se apoyaban desganados en las vitrinas de las tiendas, y una nueva tribu que iba apareciendo, los estudiantes con pantalones de franela que le hacían a la música grunge y pronto convertirían algunas canciones de Nirvana en himnos generacionales. Telegraph, ahora que lo pienso, era un muestrario de la cultura juvenil de la segunda mitad del siglo XX: solo faltaba el estilo James Dean para estar completos.
 
Telegraph era una avenida muy larga, pero todo se concentraba en tres cuadras que iban desde una de las entradas al campus de la universidad hasta las librerías Cody’s y Moe’s; Cody’s era la de prestigio, en esa época en la que no había Amazon, con una sección muy bien provista de literatura internacional, y un segundo piso en el que había presentaciones diarias de escritores conocidos (allí vi a Martin Amis y Carlos Fuentes, y quise ver a Karl Vonnegut pero no pude porque subestimé su popularidad y cuando llegué ya no había espacio); Moe’s era de libros usados, y tenía una gran selección de libros académicos y siempre estaba promocionando a un autor entonces desconocido que se llamaba Jonathan Lethem y que había trabajado allí. Moe todavía existe; Cody’s cerró hace tres años después de más de medio siglo de existencia.
 
En esa avenida también estaban dos disqueras célebres: Rasputin y Amoebas. Un martes de septiembre de 1991 recuerdo haber visto en las vitrinas de una de ellas múltiples copias de un solo disco de una banda de la que no sabía nada (Nevermind, de Nirvana). Al final no lo compré, pero tampoco era necesario: en las radios de Berkeley comenzaron a pasar sus canciones sin descanso (también predominaban otros grupos grunge como Pearl Jam y Soundgarden, y de los ingleses el ethos de la ciudad se quedaba con The Smiths). Una vez, al salir de una de esas tiendas, me topé con un adolescente desnudo (solo llevaba sandalias y una mochila) que caminaba con toda normalidad por Telegraph. Luego me enteraría que se llamaba Andrew Martinez y que era conocido en el campus como The Naked Guy. Martinez era un estudiante de Berkeley que creía que la ropa era una forma de opresión burguesa y había decidido no usarla; como ni la universidad ni la ciudad tenían leyes que prohibieran andar desnudo, Martinez, durante todo el semestre de otoño del 92, fue a clases así (se sentaba en la parte de atrás del aula, para no llamar demasiado la atención). La universidad prohibió la desnudez pública en diciembre del 92, y Martinez, en vez de adaptarse, prefirió dejarla; siguió viviendo en Berkeley hasta que la ciudad también prohibió la desnudez pública en julio del 93. El final del Naked Guy fue triste: se convirtió en un personaje de reality shows en la televisión, posó en Playgirl, se le diagnosticó esquizofrenia, y se suicidó en el 2006, a los 33 años.
 
Cuando veíamos al Naked Guy o a los múltiples predicadores que pasaban por la esquina de Telegraph y Bancroft camino a la plaza pública en el campus, mis compañeros y yo, con el tiempo, aprendimos a no sorprendernos. Decíamos, como en una letanía, "Estas cosas solo ocurren en Berkeley". Por supuesto, estas cosas ocurren en todas partes, pero en ese alucinado principio de los noventa, yo creía que el mundo y sus rarezas podía condensarse en la avenida Telegraph. 

 

(El Semanal, La Tercera, 30 de octubre 2011)

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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