Lluís Bassets
De mi viejo y olvidado catecismo juvenil. Ni siquiera sé a quién atribuirlo. ¿Lenin? ¿Gramsci? ¿El propio Marx? Escribo de memoria, sin hurgar entre papeles amarillentos. El viejo orden ya se ha hundido pero el nuevo orden no acaba de nacer. No vamos a entrar ahora en cuestiones escolásticas. Estamos además rozando la mitología. ¿Será una revolución o será una revuelta? Es una oleada, sin duda, que pega fuerte de orilla a orilla del mundo. Y se acomoda como un guante a la vieja definición. Convengamos pues, aunque sólo sea para entendernos, que estamos ante una crisis revolucionaria. Saldrá un mundo nuevo del que es muy difícil decir cómo será. Ni siquiera es seguro que nos guste.
Sigamos recordando las citas olvidadas. La que se refería a los tiempos excepcionalmente felices de antes de las revoluciones. Si nos la creyéramos más allá de la mitomanía y de la literatura, deduciríamos que la tremenda prosperidad que hemos gozado hasta 2008 era el anuncio apocalíptico de los tiempos revolucionarios. Leída desde la actual crisis económica, que parece declinar en todo el mundo menos en Europa, la crisis revolucionaria se nos aparece ahora como la ola principal del tsunami que justo ahora empieza a arrear. Calcémonos para lo que se prepara.
Quienes buscan sensaciones fuertes en el futuro de Egipto o de Túnez las encontrarán probablemente en el futuro europeo: ¿está preparada Europa para las consecuencias que puede tener esta crisis revolucionaria? No lo están nuestros líderes, siempre a rastras de los acontecimientos; tampoco lo están los partidos y sindicatos. Apenas algunas instituciones civiles. Pero tampoco lo estamos todos nosotros, los ciudadanos acunados por la bonanza de tantos años y demandantes de mensajes populistas y demagógicos.
Sigamos pues con la crisis, la que está llegando, la revolucionaria. Ese viejo mundo que se hunde no es el de las dictaduras árabes. Este ya está hundido. Lo que hemos visto estos días enero y de febrero no será una revolución si tanto nos empeñamos en evitar el nombre, pero ya se ha llevado por delante los tres regímenes que querían instaurar dinastías mafiosas en el poder con la aquiescencia occidental.
El mundo que se hunde es el nuestro y la crisis revolucionaria es la que nos pillará a todos nosotros, más a los europeos con nuestras entradas de platea que a los americanos instalados lejos en los palcos y en el gallinero. La chispa ha saltado en los países que tienen lo que a nosotros nos falta: energía y población joven. Sabemos al menos de que mal vamos a morir. También podemos pensar, como el Príncipe de Salina en mitad de la revolución, que si algo cambia es para que nadie cambie. Quien no se consuela es porque no quiere.