Eduardo Gil Bera
La ópera Bellérophon de Jean-Baptiste Lully fue la primera en publicarse impresa, como consecuencia del gran éxito obtenido en su estreno de enero de 1679, y su posterior representación durante nueve meses en el Palais Royal. El libreto fue obra de Corneille, Fontenelle y Boileau. No se sabe cuánto y qué se debe a cada cual, y desde el principio se discutió la autoría de determinados pasajes, controversia que fue animada por los mismos autores, y por los rumores de que incluso habría un cuarto, Quinault, al que se debía la idea original. Boileau, que había publicado poco antes su traducción del tratado anónimo Sobre lo sublime, uno de los primeros ensayos que se conocen sobre los poemas homéricos, hubo de tener gran parte en la redacción de un argumento que se basa en la Ilíada y en Píndaro; había pocos autores franceses más familiarizados que él con la literatura griega.
Belerofonte, que significa “el que mató a Belleros” —y que en la Ilíada aparece como un héroe tan vencedor que acaba mal, por haber provocado la envidia divina—, debe liquidar a la Quimera, monstruo permicioso creado por Amisodaro, quien se encuentra gravemente enamorado de Estenobeia, viuda del rey Pretus, y enamorada a su vez del heroico Belerofonte, quien bebe los vientos por Filonoé, hija del rey de Licia.
Así que esta ópera, que tuvo cien años de éxito y más de doscientos de olvido, va de amor. En su honor cabe decir que no se conoció a lo largo de los siglos XIX y XX, que es la época de las óperas pesadas y los tratados plomizos sobre música. Alguien se extrañará de que una trama tan amorosa provenga de la Ilíada, y quizá decida vagamente que algún día se pondrá a leer tan famoso poema.
Hubo desde el principio pasajes favoritos que Luis XIV quiso oír más de una vez. Uno de los más célebres es aquel donde Belerofonte y Filonoé cantan “Je vous ayme” —poco después del minuto 51—. Nos ha parecido que también la primera violinista se emociona, y Belerofonte y Filonoé se ponen un poco nerviosos el uno a la otra, sin duda a causa del amor.
La interpretación es magnífica. Les Talens Lyriques se emplean con sabiduría y oficio: vienen debidamente fogueados, tras haber presentado la obra el día anterior en la Cité de la Musique. El Coro de Cámara de Namur frasea y entona que da gloria, y la sabia dirección musical de Cristophe Rousset es impecable.
Me he permitido tomar alguna nota sobre los cantantes. Jean Teitgen, barítono con pujos bajistas, hace de Apolo y de Amisodaro; o sea, es el enamorado perdedor que fabrica la Quimera. Dado su diseño irreversible, seguramente se movería y cantaría mejor como rey. Evgeniy Alexeiev, también barítono que se esfuerza por tener voz de bajo al estilo de Chaliapine, es precisamente el que hace de rey, y con su traza no podemos menos que deplorar que no haga de amante despechado y fabricante quimérico. Robert Getchel hace de Baco, de Pitia, y de contratenor, pero con voz tenorina: es el que exige más imaginación del público. Cyril Auvity es Belerofonte, este sí es tenor, y no tiene una voz corriente, pero se echa de menos un poco más de heroísmo y apostura: Belerofonte es un héroe matador de todo bicho viviente, y no debiera recordarnos a Telémaco, el soseras jovenzuelo. Ingrid Perruche, es la soprano que hace de Estenobeia, la viuda enamorada y despechada, verdaderamente se luce, es muy buena actriz, y sólo es de lamentar que no haga de Filonoé, la enamorada que triunfa. Porque Celine Scheen, la soprano que hace de Filonoé, se desmaya demasiado en la tremolina, y está claro que luciría mucho más en el papel de despechada vengativa. También a Jennifer Borghi, mezzosoprano de arrogante coloratura que hace muy bien de Argie, la confidente, y de Palas Atenea, nos gustaría verla enamorada y furiosa, porque está claro que también es actriz.
En estos días de buenos deseos, vayan los míos con la recomendación de oír y ver esta ópera magistral del gran Lully grabada hace cuatro días en la Opéra Royal de Versailles. También el libreto pese a sus erratas será útil. Nada, a pasarlo bien.