Javier Rioyo
Volveré a fumar. Han pasado cinco años de mi vida de no fumador. Vuelvo al tabaco. Volveré a ser un peligro contra la salud pública. Volveré al cegar de humos, a la perdida de capacidad gustativa y a los olores nicotímicos en cada rincón de mi casa. Volveré a los nervios del necesitado de dosis, al ciego deseo de mi ración de cada hora, al enganche de mis días y mis noches. Volveré a ser conciente de mi inconsciencia, como ese personaje de Italo Svevo, mi semejante, mi hermano Zeno. Volveré a fumar y volveré a querer dejarlo.
Volveré a mi viejo pulmón. Regresaré a esa masonería dónde mis admirados fumadores, mis queridos muertos como Josep Pla, Bogart, Ángel González, Julio Ramón Ribeyro o Terenci Moix, no tienen que soportar que una vocera, con tono de pregonera de aldea, llamada Leire Pajín, sea capaz de provocar que tantos exfumadores, que tantos luchadores de antaño, civilizados, democráticos, europeos y en lucha contra los hipócritas discursos de los mantenedores de las drogas legales. Esas que perjudican seriamente nuestra salud y benefician espléndidamente a las arcas del Estado y sus autonomías.
Vuelvo al tabaco de la misma manera que volvería- digo, es un decir- al whisky en tiempos de ley seca. Y no lo hago por desacuerdos o disonancias con la nueva ley de protección al no fumador. Al contrario, creo que en eso, y casi solo en eso, podríamos haber imitado a nuestros hermanos italianos. Tan anárquicos, tan de fumarse la vida, tan capaces de tener políticos aún peores que los nuestros y, sin embargo, tan capaces de aceptar una ley que desde hace más de cinco años prohibió fumar en todo espacio público. Se cumplió sin fisuras desde el primer momento. Algo que me sorprendió, me descolocó y me hizo replantearme mi ser fumador. Yo estaba en Nápoles la noche que ya no se podía fumar en los restaurantes, en los bares, y nunca olvidaré las excursiones a la calle para interrumpir cualquier cena, cualquier charla, por seguir fumando. Me reconocí como uno de aquellos estúpidos, mis semejantes, mis hermanos fumadores. Dejé de fumar. Y se lo confesé a Elena Salgado. Me gustó la imposición europea, italiana. La timidez española me pareció un error. Aún así he sabido convivir en espacios públicos y privados con fumadores. Estuvo bien mientras duró. Aguanto más subiendo escaleras, ahorro para tener otros vicios, huelo distinto y no me hace falta salirme de la película o de la conversación para fumar un cigarrillo. Ya no puedo más.
Vuelvo al tabaco. Y vuelvo, que lo sepan, por culpa- o gracias?- a Leire Pajín. No puedo soportar su discurso con ese tono de pregonero de pueblo franquista o alrededores.
No quiero seguir por su senda. Sería como hacer caso a Soraya Sáenz de Santamaría en cualquier tema. O creer que Aznar nos puede llevar a algún lugar pacífico. O…vale, no pretendo hablar más claro, el humo ya está cegando mis ojos. Pienso seguir los consejos de aquél no fumador y no me meteré en política. Queda claro que si yo fumo, si vuelto al placer reprimido, si vuelvo al viejo vicios no es porque me guste, es por cómo lo dice la Pajín. Es por estética. ¿Quién dijo ética?
Otro día hablaremos de salud pública. Y si quiere de drogas. O de nombramientos "`por mis cojones". ¡Qué fuerte!… como diría una ministra