Lluís Bassets
Hay que cortar sus fuentes de financiación. Bloquear sus cuentas corrientes. Impedir el acceso a su página de Internet. Detenerlo y encarcelarlo, buscar cualquier pretexto para quitarle la libertad y dejarle fuera de circulación cuanto más tiempo mejor. Es preciso si se tercia liquidarlo como ciudadano activo para escarmiento de cuantos hayan pensado en seguir su ejemplo y como mínimo dejarlo encerrado en una mazmorra de por vida o acaso atender incluso los llamamientos de algunos a quitársela. Hay que cazarlo y mostrarlo encadenado al mundo para asustar a quienes le secundan y ayudan. Y si se tercia pillar también a alguno de quienes le han ayudado y catapultado a la fama universal y a las portadas de los periódicos.
Así piensan quienes están azuzando a los perros. Esto es una auténtica cacería, de la que solo conocemos las estampas más visibles, los destellos de los dientes brillantes de los canes o el color de la sangre de la víctima. Pero hay ejércitos enteros de agentes secretos, militares, abogados, mercenarios, comunicadores, informáticos y propagandistas dedicados a librar esta batalla, en la que se diría que se juega el poder y el destino del mundo. Llevan más de una semana moviendo sus resortes, lanzando sus sabuesos, recogiendo las trampas que sembraron meses antes de que el desafío de este hombre a abatir se elevara a órdago a la mayor, al imperio por él desafiado y burlado.
Si alguien estaba esperando la llegada de las nuevas guerras, misteriosas contiendas digitales y mediáticas, sólo aparentemente incruentas, habrá que observar con detenimiento esta cacería no fuera caso que ya estuviéramos metidos todos en ellas sin saberlo, jugando un papel importante en el combate sin conocer los partidos que se enfrentan, por qué lo hacen, hasta dónde quieren llegar, quienes nos está dando órdenes y empujando a la lucha y cuáles son las reglas de enfrentamiento.
Sabemos pocas cosas, pero una de las que sabemos es que este enfrentamiento desigual entre la primera superpotencia y un individuo que se presenta como un héroe misterioso, solitario y mitómano, corresponde a un nuevo reparto de cartas en la mesa del poder mundial. Y en esta timba del poder que estamos estrenando, Estados Unidos sigue siendo el jugador más poderoso, pero ya no es el único capaz de llevarse todas las apuestas, sino que de vez en cuando le desafía y le vence alguna de los nuevos poderes emergentes.
Los jugadores no son los de siempre. Hay unos nuevos que llegan con los reflejos de los viejos. Son esos países emergentes, celosos de su soberanía y preparados para desafiar discretamente a los más instalados, pero también habituados a las antiguas reglas de juego. Pero los que mayor desazón producen en la mesa son esos jugadores no estatales, excéntricos, nuevos en todo, incluida su informalidad y su identidad imprecisa, así como las reglas de juego que improvisan y cambian al albur de los tiempos y sobre todo de la tecnología.
En esta cacería el objetivo es acabar con uno de estos jugadores, que ha pretendido poner contra las cuerdas al imperio, emitiendo así un mensaje de desafío que no puede quedar sin respuesta. Si gana la mano el héroe de la transparencia y de la libre circulación de información en el mundo, cundirá todavía más el ejemplo y quedará debilitada la superpotencia hasta un extremo inadmisible. Con la globalización y la tecnología de su lado, será entonces verdad la transformación de las relaciones internacionales que su fundador predica. Pero si pierde, quedarán de nuevo cerradas puertas y ventanas, al menos por un tiempo, y demostrado quién manda en el mundo, en un intento de desmentido práctico de las teorías sobre la decadencia imperial.