
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Cuando era pequeño, mi madre solía despertarme con música. Su repertorio no era muy amplio: Sinatra, Al Jolson, la banda de sonido de Cabaret, Iva Zanicchi. Entre sus discos de vinilo, la única música argentina que usaba como despertador para animarse (y animarnos) el día eran las canciones de Mercedes Sosa. Tenía varios discos, pero el que más recuerdo era Mujeres argentinas, que recogía músicas de Ariel Ramírez y letras de Félix Luna sobre aquellas figuras que la historia local había relegado a un segundo lugar para privilegiar, en cambio, a los hombres que hasta entonces eran protagonistas excluyentes de los libros de texto. Esa música significó, pues, mi primer contacto con Juana Azurduy, con la maestra Rosarito Vera, con la poeta Alfonsina Storni. Y por supuesto, con la voz de Mercedes Sosa.
Ese timbre (profundo y simple, que antes que virtuosismo transmitía autoridad) se me quedó grabado en el alma. Hubo tiempos en que mi predilección por ella se tornó inquietante: aquellos en que se hablaba de la Negra Sosa tan sólo en susurros, o mentándola como "esa comunista". Pero por fortuna volvió con la democracia, como un ventarrón. Debo haberme pasado una enorme cantidad de horas escuchando el disco doble de aquellos conciertos en vivo, donde la acompañaron León Gieco, Charly García y tanta gente más. Esa música funcionaba como un bálsamo, aceite tibio sobre los músculos amoratados por tanto golpe y tanta intolerancia.
Su muerte me produce una sensación agridulce. Siento pena por su ausencia, pero tengo claro que su vozarrón seguirá resonando entre nosotros, quizás más que nunca. Mi amiga Isabel de Sebastián (otra cantante notable) me contó hace algún tiempo que existen teorías que sostienen que la música no sólo impacta sobre nuestro cerebro, sino también en el nivel molecular. No sé si esta hipótesis podrá ser probada alguna vez por métodos científicos, pero al menos tiene la verdad de la poesía. Yo tengo claro que la voz de Mercedes Sosa me construyó desde la más tierna infancia; y que por eso mismo, aun en la ausencia de la garganta original, seguirá haciéndome vibrar cada vez que suene en la calle o desde mi recuerdo.
Existen sonidos en este mundo que forman parte de nuestro ADN, en tanto nos definen con precisión química. La voz de la Negra Sosa está allí, se los aseguro: en lo más hondo de mí, cantando esa canción que siempre "es necesario cantar de nuevo / una vez más".