
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Lo dice el propio título y lo han reiterado todos cuantos han reseñado la aparición de este "último" libro de Cortázar, Papeles inesperados: se trata de una recopilación de textos, por lo general cortos, y que por unas razones u otras no vieron la luz en su día, bien porque no se consideró necesario difundirlos o bien se publicación en lugares hoy imposibles de encontrar para el lector medio. Como por ejemplo los fondos documentales de las universidades de Texas y Princeton.
De forma totalmente casual, es decir, sin que haya mediado intencionalidad alguna, la lectura de Cortázar se me ha solapado con la del también "último" libro de Ernst Jünger, Venganza tardía (último en sentido de que hace el número treinta de los publicados por Tusquets Editores). Lleva como subtítulo "Tres caminos a la escuela" y se trata de un relato autobiográfico y muy simbólico en que los sucesivos caminos desde la infancia se ven decisivamente condicionados por la ominosa silueta de la institución docente que aguarda al final de cada uno de esos caminos.
Quizás porque justamente por ni estos dos escritores ni sus escrituras tienen nada que ver y resulta del todo ocioso cualquier intento de comparación, resulta más fácil de detectar las diferentes lecturas que hace uno mismo de cada uno de ellos. En Jünger el lector va pasando de una página a otra con una creciente expectativa de trascendencia. Libros como Tempestades de acero, Sobre los acantilados de mármol, Eumeswil, Sobre el dolor o El trabajador son unos constructos lógicos que van desvelando desde una perspectiva fundamentalmente literaria una realidad que trasciende la realidad desde la que se partía. En cierto modo son capítulos sueltos de un gigantesco Viaje el centro de la Tierra, que Jünger, pero dentro de la tradición germana también los Hölderlin, Goethe, Rilke o Mann, llevan tratando de escribir entre todos desde antes de la invención de la escritura y que, si algún día (por fin) se completara, sería como un desvelamiento del sustrato último que da fundamento este mundo en el que todos hemos venido a caer. Y conste que si hablo de Jünger y compañía es porque la casualidad ha puesto un libro suyo en mis manos, pero lo mismo diría si el regalo hubiesen sido Montaigne, Quevedo, Shakespeare o Melville o sabe Dios quién.
Pero insisto en que no estoy plateando una comparación. Ni siquiera se trata de establecer un ranking de calidad, o de profundidad en lo escrito. Sólo hablo de la muy diferente actitud que adopta el lector cuando se acomoda en un su butaca de lectura favorita y abre un libro de Cortázar, ya seas éste o cualquiera de los anteriores. La vía de aproximación elegida por Cortázar para dar respuestas a las grandes preguntas que se nos plantean a todos ( sin ir más lejos: "¿qué hace un cronopio como yo en un mundo de famas y esperanzas como este") es diametralmente opuesta a la de cualquiera de los autores antes mencionados. La prosa de Cortázar es la de un hombre culto y comprometido pero que renuncia al tremendismo (en este caso, evitar el tomarse las cosas demasiado a la tremenda) y elige la vía de la bonhomie. De ahí una prosa diáfana, amistosa y transparente. E inequívocamente simpática. Eso es. Gozosamente simpática. Es uno de esos escritores poseedores de un don impagable para la narración y que se atreven con todo sin necesidad de cambiar de registro. Y que de cuando en cuando, casi al desgaire, o como quien no quiere la cosa, suelta un trallazo deslumbrante e iluminador como un relámpago. Intenso pero breve, pues casi a continuación suele aparecer un cronopio por ahí que nos devuelve al surrealismo cotidiano. Y me refiero, hablando de rayos deslumbradores, a las razones que da para explicar qué es a su entender un maestro. O por qué, nada más llegar a un país, lo primero que hace es ir a lustrarse los zapatos. Y todavía más luminoso, y siempre como al desgaire, cuando propone una forma de entender el misterioso un coup de dés jamais ne abolirá le hasard.
O sea: es cierto que se trata de una operación de rescate. Si Cortázar no hubiese publicado cosas como Rayuela y tantos otros textos, difícilmente habría logrado suscitar tanto revuelo como ha conseguido con estos Papeles inesperados. Sin embargo es Cortázar en estado puro y aunque hay mucha página intranscendente, de cuando en cuando surgen verdaderas joyas que provocan una sensación al mismo tiempo de deslumbramiento y pesar, justamente por su brevedad.
Papeles inesperados
Julio Cortázar
Alfaguara